Rossy López, artista y rebelde

1.679

Rossy López Huelvas llegó a Cuba en octubre de 1959, cuando la revolución estaba tierna. Al arribar al aeropuerto de La Habana, a todas las personas que iban en el avión las metieron en un cuarto pequeño, sin ventilación. A la media hora todo mundo estaba muriendo de calor. Poco después entraron dos militares. López se abrió paso entre los pasajeros y tomó del brazo a uno de los oficiales.

—¿Qué le pasa? —le dijo el uniformado.

—¿Qué les pasa a ustedes, que nos tienen encerrados aquí, muriendo de calor? —le increpó ella.

—Usted no es cubana, ¿verdad?

—No, soy nicaragüense.

—¿Nicaragüense? ¿De la tierra de Sandino?

El militar llevó a Rossy a otra sala y le mostró unas fotos. En una de ellas Rossy aparecía acompañada de un hombre que la llevaba del brazo.

—Ese hombre es tío de Pilar García, el esbirro del cuartel de Matanzas. Por él fueron asesinados cientos de compañeros. El tío de él venía en ese avión con usted y por eso los tenemos a todos encerrados, explicó el militar.

—Yo no sé quién es él. Solo me ayudó a bajar.

—Yo le creo. ¿Qué viene a hacer a Cuba?

—Quiero conocer la revolución, ver si puedo aportar en algo.

—Conoce a alguien acá.

—No, señor, no conozco a nadie.

—¿Cuál es su profesión?

Soy pintora, escultora y ceramista.

—Perfecto. Mire, le voy a dar esta tarjeta. Vaya donde esta persona. Ella se llama Marta Arjona. Ella le va a ayudar.

—Está bien, voy a ir, pero dígame su nombre. Necesito decir quién me está enviando.

—Me dicen el Che.

—¿Ese es su nombre?

—Ernesto Guevara, el Che.

Rossy López Huelvas ya había escuchado algo sobre el Che. Al escuchar la respuesta por segunda vez se percató bien de con quién estaba hablando. Tomó la tarjeta y el Che la mandó a dejar en auto donde Marta Arjona, en ese entonces directora de Artes Plásticas de la Dirección Nacional de Cultura y más tarde encargada de todos los museos y monumentos de Cuba.

Arjona le asignó una vivienda a Rossy, quien desde entonces se quedó viviendo y trabajando durante 20 años en Cuba.

Exiliada y discriminada

Rossy López había nacido en Managua en 1933. Estuvo casada durante más de tres años con un australiano, dibujante, de nombre Joseph Robert Daly Twiss. Tuvieron una hija, pero él murió en agosto de 1956. El matrimonio había sido muy amigo del pintor Rodrigo Peñalba, con quien incluso Daly tuvo un negocio, Ferrar, una empresa de decoración.

Tres años después de la muerte de su esposo, Rossy se enteró que el sobrino de una amiga suya era uno de los estudiantes que murieron en León, en lo que se conoce como la masacre del 23 de julio de 1959. Rossy se unió a las protestas contra ese hecho y una de estas fue un plantón que la propietaria de LA PRENSA, Margarita Cardenal, organizó en la catedral de Managua. El problema fue que cuando llegaron a la iglesia ya estaba allí la Guardia Nacional. A doña Margarita la golpearon y Rossy se despertó en el viejo hospital de Managua.

Luego, dos guardias llegaron a la casa del padre de Rossy, Enrique López, y le dijeron que el general Anastasio Somoza Debayle estaba muy molesto con las mujeres que habían llegado a la catedral y que entre ellas estaba su hija. “Le damos 48 horas para que su hija (salga) del país o va presa”, le amenazaron.

Rossy salió del país al día siguiente, rumbo a Washington, Estados Unidos, a la casa de un matrimonio que había estado en Nicaragua y que se habían hecho muy amigos de Rossy y su fallecido esposo.

A los tres meses ya no quería estar en Washington. Allí sintió en vivo y a todo color lo que era la discriminación racial de esos años. Aunque no era de piel negra, en los buses no le permitían sentarse, sino que la obligaban a ir de pie.

Pronto le dijo a sus amigos que se iba para Cuba. Les contó que cuando aún estaba en Nicaragua algunas veces escuchó la radio cubana Rebelde, que era de los guerrilleros cubanos que en ese entonces no habían derrocado a la dictadura de Fulgencio Batista. Pero el triunfo había ocurrido en enero de 1959 y Rossy quería ir a Cuba a ver la revolución.

Todavía recuerda con nitidez que tomó un bus desde Washington hacia Miami. Llegó con el cuerpo desquebrajado. Después tomó un avión a La Habana y fue cuando las autoridades cubanas la encerraron con los demás pasajeros en el cuarto pequeño.

La oficina del FSLN y el coronel Santos López

Rossy López consiguió un trabajo en la provincia de Matanzas, ayudando a las prostitutas. En una ocasión entró en la habitación de una de ellas y sobre la mesa se encontró algo que le llamó la atención. Eran unos tickets que eran vendidos entre el pueblo cubano y cuyo dinero servía para financiar la lucha contra la dictadura somocista en Nicaragua. Se le quedó en la mente.

Poco después regresó a La Habana y un viceministro de Cuba la llamó para explicarle que él necesitaba que ella se reuniera con unos nicaragüenses relacionados con la lucha contra la dictadura somocista. “El que los maneja, ese anda mal”, le dijo el cubano.

Entre ese grupo ella recuerda a Jorge Navarro y Carlos Tinoco. También a los líderes Noel Guerrero y Rodolfo Romero. Cuando ella llegó Noel Guerrero había abandonado la lucha y lo había sustituido Rodolfo Romero, pero este último le dijo que él también se iba y que ella quedaba a cargo de la oficina que el Frente de Liberación Nacional tenía en Cuba. Ella les dijo que con hijos como esos Nicaragua no iba a ser libre y le arrancó aplausos a los más jóvenes.

Rossy alternaba su trabajo con los quehaceres de la oficina del Frente y un día le pidieron que alojara al coronel Santos López, el mismo que de jovencito había peleado con Sandino.

El coronel Santos López era un poco fregado de carácter, recuerda Rossy. “Yo nunca tuve problemas con el coronel, pero mi hijo Carlos, que tenía 5 años de edad, sí”, recuerda ella. En una ocasión, cuando se encontraba trabajando, la llamaron las vecinas para decirle que el niño estaba en el segundo piso, subido a una baranda y que amenazaba con tirarse. Habían llegado hasta los bomberos.

Cuando ella llegó a la casa el niño le estaba diciendo al coronel: “Si se acerca me tiro”. Ella lo abrazó y se puso a llorar cuando vio que tenía fajazos pintados en las piernas. “¿Por qué le pegó a mi hijo, coronel, si yo nunca le he pegado?”, le reclamó a Santos López. “Déjese de malacrianzas, que a usted también le voy a dar”, le respondió el coronel. Rossy recuerda que no se atrevió a seguirle diciendo nada a Santos López porque para ella él era “alguien sagrado”.

Dos días después, Rossy recibió la visita de Tamara Bunker, la guerrillera que peleó al lado del Che y que le llamaban “Tania”. Bunker intentó hablar con el coronel, pero no hubo manera. “Ese niño está malcriado”, le dijo. El problema era que Santos López quería que el niño se bañara rápido, pero el pequeño no estaba acostumbrado a bañarse solo.

A Rossy le correspondió cuidar al coronel en sus últimos días. En una ocasión le pidió nacatamal. “¿De dónde voy a agarrar hoja, masa?”, le preguntó. “Es cosa tuya”, le respondió.

Nuevamente llegó Tamara Bunker a la casa y Rossy le contó que el coronel estaba molesto. Entonces Bunker consiguió los ingredientes y en el patio de la casa de ella, una residencia en Miramar, hicieron los nacatamales. A Bunker le gustaron.

Carlos Fonseca

En otra ocasión, a Rossy nuevamente un oficial cubano le dijo que al día siguiente iba a llegar alguien de Nicaragua y necesitaba que lo recibiera. Ella se presentó en la oficina al día siguiente y el hombre al que vio le impresionó mucho.

—Me alegra que haya venido. De repente uno aquí (en Cuba) se siente solo.

—Me llamo Carlos Fonseca y vengo a hacerme cargo de la situación.

—Bueno, yo le entrego todo, igual como a mí me entregaron.

—Usted no me entregue nada. Siéntese. De ahora en adelante usted va a ser la responsable de esta oficina.

—Pero yo trabajo.

—Eso no importa.

Al día siguiente, nuevamente se encontraron en la oficina. Esta vez estaban los demás nicaragüenses del Frente. Carlos Fonseca les dijo que se iba a hacer un cambio en la organización, que de ese momento en adelante ya no se iba a llamar Frente de Liberación Nacional (FLN), sino que se iba a llamar Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), y que todos debían firmar.

Luego, Fonseca se dirigió a Rossy: “Recordá, sos la primera mujer que se afilia al FSLN”. “Eso nunca se me olvida”, dice Rossy, quien explica que será sandinista hasta la muerte, porque eso prometió cuando se juramentó, pero en la actualidad no está afiliada al FSLN. “El FSLN al que yo me entregué, ya no existe. Este FSLN es otro”, afirma.

Según el estratega político del FSLN en esos años, Humberto Ortega, sí es verdad que a Rossy López se le puede considerar de las primeras mujeres militantes del Frente, o tal vez la primera, pero no considera que se le pueda calificar como una fundadora.

Embajadora

Carlos Fonseca desarrolló bastante confianza en Rossy López. Una vez la mandó a Japón para representar al FSLN en una conferencia.
Estando ella en Japón, Fonseca la llamó por teléfono y le dijo que debía trasladarse directo a China, porque el líder Mao Tse-Tung iba a recibir a una delegación del Frente. “No voy a mandar a nadie. Quiero que vayás vos”, le dijo Fonseca.

En China, mediante un traductor, el líder chino le preguntó a Rossy por la situación en Nicaragua, pero lo que más le preguntaba era sobre Sandino. Rossy tenía rato de estar leyendo sobre Sandino y le dio una buena charla sobre el guerrillero de Las Segovias. Hubo un momento en que Mao Tse-Tung le tomó las manos y ella quedó atónita. Eran las manos más tersas que jamás había tocado y que nunca más tocó. “Yo no quería soltarlas. Qué manos más maravillosas”, recuerda.

Cuando llegó a Cuba, Fonseca, de manera desesperada le preguntó qué había platicado con el líder chino, qué era lo que más le había impresionado. Ella le respondió: “Nunca en mi vida he tocado unas manos tan tersas como las de Mao Tse-Tung”.

Enfurecido, Carlos Fonseca le dijo: “¡Qué prosaica!”. Estaba muy molesto con ella.

Carlos Fonseca siempre enviaba a Rossy a representar al FSLN en el exterior. Así, Rossy conoció a importantes personalidades mundiales, como Salvador Allende, de quien dice que era suave para hablar.

El Che

Después de aquel primer encuentro con el Che, en el aeropuerto de La Habana, Rossy López se reunió en varias ocasiones más con el famoso guerrillero, especialmente cuando visitaban la casa del pintor chileno José Venturelli, de quien ambos eran grandes amigos. Allí Rossy probó el mate, la bebida argentina que era la favorita del Che. “Era horrorosa, tal vez porque no le echaban azúcar”, rememora ella. En una ocasión el Che le preguntó por Nicaragua.

—¿Cómo mirás lo de Nicaragua?

—Creo que ahora sí se está haciendo algo.

—Vienen pero no los veo que están tomando con seriedad el problema de la lucha.

Cuando el Che le dijo eso, Rossy López recordó inmediatamente cuando ella, visitando a las prostitutas, encontró el bono a favor de la lucha en uno de los prostíbulos.

El Che se había hecho amigo de ella al punto que en la plaza el Che cargaba al hijo de Rossy por toda la tribuna.

Cuando el Che se desaparecía, ella pensaba que él andaba en algún lugar del mundo en alguna misión. Pero la última vez, cuando se fue a Bolivia, sintió algo diferente. Tras conocerse la muerte del Che, el pintor chileno Venturelli comenzó a acusar a Fidel Castro. “Fidel, ¿qué hiciste con el Che?”, le espetaba.

Venturelli mandó a llamar a Rossy antes de él abandonar Cuba. Rossy no aceptaba que él le echara la culpa a Fidel de la muerte del Che.

—Vine porque somos amigos, pero no quiero discutir con vos.

—No, no vamos a discutir. Solo quería entregarte esto.

—¿Qué es esto?

—Son 12 fotos que el Che me entregó, de Sandino, porque quería que yo escogiera un lugar para hacerle un mural a Sandino.

—¿Y por qué no hacés el mural?

—Porque yo me voy de Cuba.

Rossy tomó las fotos que hasta entonces nunca antes habían sido publicadas y las guardó. Cuando triunfó la revolución sandinista, en julio de 1979, Rossy no se vino inmediatamente a Nicaragua, sino que esperó unos días. Cuando finalmente llegó, le prestó las fotos a Jacinto Suárez, quien las entregó al FSLN y son las fotos de Sandino que inmediatamente empezaron a aparecer por todas partes en Nicaragua, en carteles, en paredes, por todos lados. Según Rossy, Jacinto Suárez no le regresó nunca las fotos y se quedó con el “mandado”.

Desde que regresó de Cuba, en 1979, Rossy López ha vivido de su arte, de las cerámicas y las pinturas. En su casa tres imágenes dominan las paredes: Sandino, Carlos Fonseca y el Che, aquel militar que ella conoció cuando llegó a Cuba en un avión y la metieron en un cuarto sin ventilación.

Cuando cayó presa en Panamá

Deseosa de aportar más a la causa sandinista, Rossy López pidió ir a Nicaragua para incorporarse a la lucha armada en la montaña.
Viajó a Nicaragua en compañía de Humberto Ortega Saavedra, a quien ya conocía muy bien. Cuando llegaron al aeropuerto de Panamá, ella notó algo raro. Pudo intuir que los iban a capturar. Pensó rápidamente que la podían acusar de que ella entregó a Ortega, por lo que rápidamente le pidió a este último que se alejara de ella y huyera. Pero Ortega se regresó a entregarle un papel en el que estaba la dirección del hotel donde él se iba a hospedar.

Furiosa, ella tomó el papel, se lo echó a la boca y se lo tragó. Fue capturada y se encaró con Manuel Antonio Noriega, quien le dijo que los panameños no tenían nada en contra de los sandinistas, pero que era una orden de la CIA que los capturaran.

El general Humberto Ortega cuenta en su libro La Epopeya de la Insurrección que a Rossy la detuvieron por su “acento cubano”, algo que ella niega porque dice que no abrió la boca.

Rossy López fue deportada a Nicaragua pero se salvó de morir en la cárcel porque apareció una foto de ella en LA PRENSA cuando iba bajando del avión.

La tumba en el parque central

Cada cierto tiempo Rossy López llega al parque central de Managua a depositar flores en las tumbas de Santos López y de Carlos Fonseca. Pero, desde que murió Tomás Borge y fue enterrado junto a ellos, Rossy ya no llega a ese lugar.

La razón es que Rossy no guarda gratos recuerdos de Borge, a quien señala de siempre haberse aprovechado de la bondad de Carlos Fonseca Amador. Pero afirma que Fonseca, al despedirse de ella en Cuba, cuando él venía a internarse en la montaña, donde habría de morir, reconoció que era verdad todo lo que siempre le habían dicho de Borge y que él equivocadamente lo había defendido. “Carlos se fue desengañado de Tomás”, dice Rossy.

Cuando se enteró que Tomás Borge iba a ser enterrado junto a Fonseca y López, Rossy casi se desmaya, pero supo que ese había sido un favor que Borge le pidió a Daniel Ortega cuando supo que se le aproximaba la muerte. Rossy critica que Rosario Murillo alabe a Borge pero se haya olvidado de Fonseca y López.

Daniel Ortega

La primera vez que Rossy López vio a Daniel Ortega fue cuando este último, muy jovencito, llegó a Cuba en compañía de Casimiro Sotelo y se hospedaron en la casa de ella.

A Ortega y a Sotelo les gustaba jugar con el hijo de Rossy, Carlos, que aún estaba muy pequeño. Ortega se lo subía a los hombros y lo andaba paseando. Una vez le dijeron que le iban a enseñar a nadar al niño, pero a ella se le olvidó.

Unos 15 días después le dijeron que les acompañara a dar una vuelta y la llevaron a una piscina. Ortega llevaba a Carlos en los hombros y cuando llegaron a la pileta, que era extensa, dejó caer al niño en el agua, quien desapareció entre la misma.

Rossy se asustó mucho y comenzó a gritar: “Mi hijo se me ahoga. Yo te mato, Daniel”. Tanto Ortega como Sotelo se lanzaron al agua con todo y ropa, pero todo se calmó cuando el niño emergió del agua pero en el otro extremo de la piscina. Le habían enseñado a nadar y a flotar.

Muchos años después, en los funerales de un hijo de Lenín Cerna, Rossy López se encontró con Ortega, quien la llamó hacia donde él estaba y dirigiéndose al grupo que estaba con él les dijo: “Ven a esta señora, yo le iba a ahogar a su hijo, pero después ella me iba a matar a mí”. Rossy volvió la vista hacia Ortega y le dijo: “Vos creés que yo no lo hubiera hecho”, provocando la risa entre los presentes.

Durante la lucha contra Somoza fue tanta la confianza que desarrollaron que una vez Daniel Ortega llegó con unos lentes en las manos y los ojos llorosos y enrojecidos. Le andaban molestando unos lentes de contacto que los cubanos le habían dado. Rossy se los pidió y cuando ya los tenía los tiró a un barranco. Ortega estaba preocupado porque no sabía qué le iba a decir a los cubanos. “Ponete los lentes que andabas antes y a los cubanos les decís que yo te los boté”, le dijo ella.

Publicado en La Prensa
También podría gustarte