Cultura, religión y racismo

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Por Sandra Xinico Batz

Guatemala es un país religioso. Dios está hasta en la sopa. “Reina” en el Estado, en la educación, en la política, en las instituciones, en el barrio, en el pueblo, en el cielo. En todas partes. Aunque no creamos en Dios, no somos nunca ajenos a un: Dios le bendigaDios vaya con ustedprimero Diosgracias a Diosa ver qué dice Dios¡ay Dios..!

No se habla de Dios, simplemente se cree en él y ya. La libertad de religión o de creencia es la base sobre la que uno debe pensar y detenerse si se quiere cuestionar el monopolio del dios cristiano, como quien dice “somos libres de creer” y eso se debe respetar, lo cual me parecería muy lógico si esa libertad realmente existiera pero… ¿cómo ejercer libremente nuestro derecho a creer? Si estamos atiborrados de un solo dios, o sea, condicionados pues.

Compartimos con los otros países de la ahora América, el “fervor”, la “fe”, somos “el continente de Dios” y esto no es una casualidad. En nuestra historia compartida, la religión ha sido una herramienta fundamental de dominación. Es ideología. La colonia española tenía como base ideológica el cristianismo, someter en el nombre de Dios. Creer en Dios no puede ser una opción si en aceptarlo radicaba mantener la vida. La Iglesia utilizaba la culpa para justificar la violencia de la inquisición hacia los indígenas, como quien dice: lo merecíamos por herejes y salvajes.

La evangelización fue un canal para la imposición ideológica colonial y simbólicamente fueron posicionando a su dios. Los cerros, altares, templos y sitios importantes para los indígenas fueron quemados, destruidos y sobre estos se edificaron las ermitas y las iglesias. Los conquistadores se movilizaban en comitiva siempre integrada por religiosos quienes incluso aprendieron los idiomas indígenas para hacer llegar la doctrina de primera fuente.

La resistencia de los indígenas era tal que aparentaban “acceder” al bautizo y a la conversión para no ser acosados mientras en la intimidad seguían manteniendo sus creencias; esto hizo que la evangelización tuviera diferentes mecanismos. Por años, se implementaron distintas estrategias de evangelización. “En Tenochtitlán, México; cuando Hernán Cortés sintió que tenía superioridad numérica, terminó por tomar posesión de una parte del Templo Mayor para ponerle una cruz y una imagen de la Virgen”.1

Los religiosos fueron los primeros antropólogos en estas tierras. Idearon mecanismos para introducir el cristianismo. La sustitución de dioses por la imagen de Jesús, la Virgen y los santos es evidente en la caracterización incluso física de estas. Una virgen morena de ojos achinados que se aparece en un cerro sagrado frente a un indígena, fue el ícono de la colonización religiosa (espiritual).

El sincretismo fue otro de los mecanismos. Quizá el más acertado de la colonización, porque después de todo este tiempo permanece y sigue ejerciéndose. El sincretismo vino a ser como la etapa posterior al exterminio, o sea la consolidación del proyecto conquistador en donde prevalece lo europeo sobre lo “nativo” y a esto se le llama (disimuladamente) mezcla. El sincretismo no tiene nada romántico ya que es la materialización del sometimiento: “los indios aprendieron a ser sumisos al ver que aquellos que se habían resistido o que habían intentado resistirse, sin misericordia los esclavizaban y les marcaban el rostro con un hierro al rojo vivo”2… ¡Fue así como terminamos amando a Dios!

Muchas de la contradicciones tienen sentido al entender el colonialismo. Las culturas indígenas fueron sometidas con extrema violencia a un proceso de “domesticación”. Esa domesticación es recordada hasta hoy a través de una serie de rituales que se encargan de que no “olvidemos” cómo es que de seres de maíz terminamos siendo los inditos de la virgen.

La religión y la doctrina militar tienen mucho en común (y ambas fueron parte de la invasión colonial). Para ambos la simbología es muy importante: imponer a través de la imagen, de lo que se ve o es observable. Para los españoles también lo fue. Dominar lo intangible pasa por dominar lo tangible. Imponerse debe ser tajante y ahora lo seguimos viendo: una Mega-Frater o bien una “ciudad de Dios” con bandera de “Guate” de 985 mil quetzales.

El racismo también necesita del simbolismo para mantenerse. El sentido de superioridad e inferioridad se marca a través de lo visible, en este caso de nuestra apariencia. La apariencia que socialmente se tiene de los indígenas responde a estereotipos racistas. El ladino sigue pensando en el indígena como irracional: me disfrazo de indio como disfrazarme de cualquier cosa. El indígena necesita no olvidar que gracias a Dios dejó de ser animalesco y que el amor de la Virgen es inmenso por los indígenas de América, a tal punto que se dejó ver por uno de ellos.

La devoción es la justificación para disfrazarse de indito. No se visten de indígenas o mayas, eso está claro, porque no se tiene consciencia de cuantas culturas indígenas hay en este país, conocer eso qué importa. Los mercados ya están abastecidos de disfraces. El 12 de diciembre,  día de la Virgen de Guadalupe, es una celebración cristiana que se desarrolla en base a lo “indígena”: el retrato de la aceptación de la ideología judeo-cristiana. Algo que tiene que ver directamente con el racismo colonial que a través de instituciones como la Iglesia cumplió su objetivo de “desidentificar a los pueblos indígenas de sus referentes principales -religión, idioma, cosmogonía y costumbres- mediante la destrucción gradual y sistemática de su pasado y de la implementación de los valores cristianos occidentales” tal como explica Marta Elena Casaús en su libro La metamorfosis del racismo en Guatemala (2002), a quien debo citar para corroborar al público que lo que digo tiene sentido.

Hasta hoy no he escuchado ni una sola vez que alguien reconozca que un 12 de diciembre le hayan vestido de Achi’, Q’anjob’al, Ixil u otros. Hasta ahora la Iglesia no reconoce su responsabilidad en la historia. Mientras tanto los distintos pueblos: indígena, mestizo, ladino y otros; comparten (de las pocas cosas) su creencia en Dios ¿Acaso han cambiado los tiempos?

Publicado en Barrancópolis
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