Los años sin Spinetta

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Por Daniel Cholakian – Nodal Cultura

El 21 de julio de 2007 se lanzaba en algunas librerías en el mundo el último capítulo de la saga de Harry Potter. Fui con mi hija adolescente a esperar en una librería que se hicieran las 00:00 de Londres de ese día para poder comprar un ejemplar (era  todavía durante el día 20 de julio en Argentina). Mientras estábamos en la fila, Lucía me preguntó si tendríamos que esperar mucho. “No”, le dije, “como máximo será una hora”. “Una hora!”, me contestó exagerada, “Vamonos”. Así fue que le conté que muchos años atrás, había estado con mis amigos durante 14 horas esperando para entrar a ver el último recital de “Invisible”, el impresionante trío (en esa noche cuarteto) liderado por Luis Alberto Spinetta.

Para mi sorpresa, esa misma noche pude contarle esta anécdota al propio Spinetta, a quien hasta entonces nunca había conocido personalmente.

Y si acaso no brillara el sol

No es el sentido de esta nota hacer una crónica personal de un par de encuentros con Spinetta, pues son irrelevantes en la historia del enorme artista que fue.

Sin embargo hubo un gesto que me conmovió y que demuestra que tan capaz se repensar(se) era.

La reunión, de la que de pura casualidad participé, era para organizar el primer Festival del Estudiante Solidario. Ese recital se haría en conmemoración de un accidente de tránsito en el cual murieron 12 personas, entre ellos 9 estudiantes que viajaron a hacer trabajo solidario en una escuela de un paraje humilde de provincias en Argentina.

Estaba allí, además de Luis Alberto Spinetta, León Gieco. En la charla, que acaparé porque no podía perderme ese instante, El Flaco destacó a León como un luchador, como un músico que participaba, que criticaba, que no dejaba pasar nada de lo malo; especialmente durante los años ’90, en pleno auge del neoliberalismo en el país. Y afirmó que él, a diferencia de Gieco “le cantaba al sol como un boludo, porque cuando salía a la calle, el sol estaba tapado por un sorete enorme y yo no era capaz de darme cuenta”. No pude sino balbucear que se equivocaba, que su poesía había configurado a muchos que salíamos a las calles, participábamos y luchábamos, convocados entre otros por sus búsquedas estéticas.

Fue en ese momento en que le conté la anécdota que había sucedido apenas unas horas antes.

Al ver, verás

De aquella reunión salí como productor del video de aquel primer recital del estudiante solidario. Logramos un acuerdo con una universidad que dispuso equipos, docente y estudiantes de su carrera de producción televisiva para la ocasión. Fuimos más temprano a instalar el cableado, probar las conexiones de sonido con las consolas, definir puestas de cámara y luces, y acordar el modelo de realización.

Cerca de las 15 hs, Luis Alberto Spinetta se subió al escenario para probar sonido. Todos nos movíamos mientras él tocaba un tema instrumental, para ajustar la guitarra y el trabajo con sus músicos. Repentinamente me encontré parado, completamente solo, en medio del espacio destinado para el público. Y Spinetta, en ese momento y como si me conociera desde siempre, comenzó a tocar “Durazno sangrando”. Ese fue el instante mágico donde todo lo que se movía vertiginosamente a mí alrededor, se detuvo. Solo quedó una luz cenital iluminando al maestro y yo, en las sombras como único espectador en un ámbito vacío. La magia, aprendí en ese momento, es posible.

Hasta siempre, Flaco  

Ese 8 de octubre de 2007 nos cruzamos varias veces, en los pasillos, en el escenario, en los camarines. Yo aterido, de puro tímido, no podía intentar ningún contacto con él. Hasta que finalizado el recital unos pibes, compañeros de colegio de mi hija, me pidieron que los ayudara porque querían saludarlo. Entonces, mientras Spinetta estaba yéndose (o quedándose, vaya uno a saber), lo llamé y le dije que los chicos querían sacarse una foto con él. Se dio vuelta, me miró y me dijo “Flaco, nos cruzamos durante todo el día y no te saludé. Perdoname” y me dio un abrazo, cálido, prolongado.

Tan largo que sigue abrazándome aún hoy.

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