Colombia: De cómo la TV se usó en la política

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La exposición temporal «En Pantalla: Educación cultura y propaganda», abierta hasta el 15 de abril en el Museo Nacional, muestra la conexión entre las tecnologías de la información y el poder a través de la llegada de la televisión al país.

 Desde el nacimiento de la República, Colombia ha intentado unir los fragmentos de una idea de estado-nación concebida en el siglo XIX por nuestros próceres patriotas. Desde entonces, la tarea no ha sido nada fácil precisamente porque la nación es una idea y un proyecto político que no necesariamente logra integrar la manera como las distintas comunidades, que habitan estas latitudes, conciben el mundo, a nosotros, los otros, su cultura, su organización, la realidad misma.

Distintos métodos han usado los gobiernos de turno justamente para crear y concretar esa “idea” de “una” nación a la que todos podamos referirnos sin equívoco. (Lea también: Mis abuelas no nacieron como ciudadanas)

Entrado el siglo XX, y luego que las guerras europeas permitieran la masificación de tecnologías nacidas o perfeccionadas en estos años, para usos distintos (aunque no abandonados) a los de la confrontación bélica, la radio, el cine y la televisión ayudaron a crear un capital visual sobre ese “quiénes somos”.

En Colombia también se usó la radio, la televisión y el cine para estos fines. La televisión en específico llegó bajo la administración del General Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957) y se concibió “bajo los intereses del gobierno de educar y llevar cultura a los sectores populares de la sociedad colombiana, dadas las altas tasas de analfabetismo hacia 1951, cuando el 38% de la población no sabía ni leer ni escribir”, afirma Naila Flor Ortega, historiadora y una de las curadores de la exposición temporal, en el Museo Nacional, En pantalla: educación, cultura y propaganda política, 1954-1957.

La democratización de la educación pasaba por extender la cultura y no solo dejar el conocimeinto a unos pocos o algunas clases sociales privilegiadas. Pero las dificultades de acceso al territorio, una economía dependiente de una insípida exportación de materias primas, y un difícil clima político que desencadenó en la época de La Violencia con la muerte de Gaitán en 1948, hicieron de esto una tarea casi imposible.

Sin embargo, la explosión tecnológica del siglo XX hizo de la imagen fotográfica y cinematográfica y el sonido un importante recurso para la educación y la cultura de la convulsa época de dictadura. (Lea también: ​Fama en tiempos líquidos)

La televisión no fue el primer medio tecnológico mediante el cual el gobierno colombiano de turno buscaba educar a los ciudadanos, la radio y el cine ya habían sido pensados para estos fines. Recuérdese el afamado proyecto de Radio Sutatenza, nacido en 1947 desde la organización católica en el país, la Acción Cultural Popular (ACPO).

El proyecto de llevar cultura y educar la Colombia profunda a través de los medios se hace y discute en los gobiernos liberales desde 1930 a 1946. Luis López de Mesa fue uno de los pensadores colombianos que creía en el poder de la tecnología para expandir la educación.

Con la Campaña de cultura aldeana y rural, por ejemplo, la idea era llevar a estas zonas una biblioteca de libros impresos de contenido literario, científico e históricos colombianos y de la cultura universal. (Lea también: Los días en los que Rojas Pinilla censuraba a la prensa)

Sin embargo, la televisión tenía un poder de alcance mayor. La televisión no solo trató de crear una imagen integrada del país mediante la educación, sino, además, afectó las relaciones sociales y familiares, implicó toda una nueva forma de sociología: “La televisión posibilitó que sectores tanto de las zonas rurales como de las zonas urbanas accedieron a otras formas de cultura, o lo que se llamaba una alta cultura, pero desde sus casas, ya no en una sala de cine, sino en familia, reunidos en la sala”, asegura la curadora Ortega.

Se empezaron a transmitir obras de teatro, programas de Historia del arte y de religión, la católica por supuesto, los lazos del Gobierno de Cristo y los césares de turno no menguan (y no cesarán tan fácil) pese a la laicidad de los modernos estados-nación.

En la novela 1984, George Orwell ilustra una imagen irónica de lo que pretenden los gobiernos con la educación y la cultura a través del Ministerio de la Verdad (Miniver), que se dedicaba a las noticias, a los espectáculos, la educación y las bellas artes. (Lea también: Cuando Rojas Pinilla cerró el periódico El Tiempo)

Este Miniver se encargaba de administrar las noticias, fabricar las verdades de los diarios, incluso de los periódicos del pasado, era quien tutelaba a que hora aparecía la imagen del Gran Hermano, la música militar, los datos favorables de la administración del gobierno, la imagen del enemigo de turno con sus dos minutos de odio televisados, etc.

En Colombia, la televisión de la época de aquella dictadura militar permitió que “se pudiera acceder a la realidad que de otro modo no podría conocer y vivenciar la tradiciones culturales y las costumbres de otras regiones”. Dice la también historiadora del Museo Nacional.

“La realidad” ¿Cuál realidad? La de la idea la nación que quería crearse o seguir afianzándose en el gran imaginario social de los colombianos. ¿Quienes son “los colombianos”? La televisión también ayudaría a resolver esta pregunta.

Es cierto, las dictaduras no esconden mucho en su exhibición de autoridad, los hombres fuertes de estos regímenes quieren que su imagen se institucionalice. Lo hizo el Gran Hermano en 1984, lo quería hacer Rojas Pinilla en su corta autocracia.

El General Rojas Pinilla usó su poder para acallar la oposición mediante la censura en prensa o a través de las desapariciones forzadas de estudiantes de la época que se manifestaban en contra de su régimen. Pero también, para lograr legitimidad utilizó la radio y la televisión mediante la Oficina de Información y Propaganda del Estado (ODIPE), dependencia encargada de difundir la imagen del General.

Durante la época, la propaganda del General, siempre vestido de militar, con la banda presidencial atravesada y con una afable sonrisa, quería sintetizar la unión del pueblo colombiano, condensar lo que parecía fragmentado, puso a su servicio los símbolos nacionales en su figura.

No en vano, el 13 de junio de 1954, en la conmemoración del primer año de su mandato, se hizo la primera transmisión televisada, un noticiero que mostraba las tareas del General de su año de gobierno, esa fue la primer imagen de la televisión colombiana: la del General.

“Se ponía la imagen del General unos minutos antes de empezar cualquier programa de televisión, una imagen fija que pretendía hacer entender al pueblo quién era el que los estaba gobernando, que no se les olvidara. Los noticieros difundían los proyectos, logros y programas del Gobierno donde también hacían presencia los ministros”, afirma la curadora de la exposición sobre esta época de propaganda en Colombia.

Los objetivos de educación y cultura de este gobierno militar tenían una clara intención política, donde la firma estadounidense Hamilton Wright Organization Inc. tuvo un contrato de publicidad y relaciones públicas de más de 300 mil dólares.

Esto con el fin de expandir la buena imagen del General hacia el exterior, principalmente hacia los Estados Unidos, para atraer la inversión extranjera y diseminar cualquier rastro comunista del que pudiese aun hablarse en el extranjero sobre Colombia.

El capital visual, que empezó a crearse y consolidarse mediante la televisión, tiene aún hoy eco en nuestro presente. No en vano la imagen del colombiano generalmente está asociada a la cultura del Caribe nacional, el vallenato, el sombrero vueltiao, el acordeón, pero también la cultura narco, que se ha ido extendiendo gracias la imagen televisiva y cinematográfica de los últimos 20 años.

En época de pos verdad (otra palabra que hubiera encantado a Orwell), la televisión sigue siendo un medio vigoroso. Ibope, firma de investigación medios en América Latina, calcula que 13 millones de personas vieron el primer capítulo en mayo de 2012 de Escobar, el patrón del mal.

El problema no solo radica en la generación de contenido, sino en la mala educación del espectador, quien se piensa a sí mismo, y así ha sido educado, como un ser absolutamente pasivo, receptor. Sin embargo, la potencia del espectador, de un espectador emancipado, estaría en utilizar este tipo de contenidos como lugares de reflexión, de encuentro social, de discusión, no solo de mero entretenimiento o aparente fuente de verdad. Sin embargo, aun creemos en la inocuidad de la televisión y en su valor de verdad. (Lea también: Así fue la caída de Gustavo Rojas Pinilla)

El conocimiento es poder, o como lo dice el Ministerio de la Verdad de Orwell, “la ignorancia es la fuerza”. Negando los hechos, o modificándolos a favor de los intereses de los poderosos, se puede incidir directamente en el curso de los acontecimientos, en el pensamiento y el accionar de los ciudadanos ¿Es ciudadano aquel que no piensa por sí mismo?

Una imagen final, que está al inicio de 1984. Winston Smith, el protagonista, intenta escribir en su diario, una actividad de hecho considerada arcaica y hasta peligrosa, lo habitual es solo mirar las telepantallas o dictar las palabras al hablescribe (Orwell profetizó la tiranía de las pantallas de nuestra era).

De repente, casi como si la telepantalla supiera lo que Winston hacía, se incia la fuerte música militar. Al instante olvida cómo expresarse, de hecho ignora que era de lo que iba a ocuparse, solo ve la hoja en blanco, no sabe como escribir, se siente atontado, cree que es por el vaso de Ginebra que acaba de tragarse.

Publicado en El Espectador
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