Teatro del Puente

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Por Pedro Bahamondes

Encumbrado sobre el puente Vicente Huidobro y las aguas del río Mapocho, en el Parque Forestal, el espacio fundado en 1998 y hoy conducido por Francisco Ossa y Freddy Araya, celebrará sus dos décadas con 15 obras de grupos jóvenes y el reestreno en marzo de Diatriba “el desaparecido”, de Juan Radrigán.

Fue un salto al vacío. “Una locura”. Si hace tres o cuatro décadas a alguien se le hubiera ocurrido levantar un teatro sobre un antiguo puente santiaguino y las aguas del río Mapocho, las risas le habrían caído encima. Pero como los disparates pueden salir airosos a veces, acaso sea esa la razón por la que entre todas las vidas del puente Vicente Huidobro, en el Parque Forestal -de paseo peatonal y bar ondero, a café y hasta una bodega municipal-, haya sido una sala de teatro para la escena emergente la que hasta hoy permanezca y siga dándole vida a uno de los rincones emblemáticos de la ciudad.

Fundado en 1998 por la gestora cultural Caioia Sota y la desaparecida compañía Sombrero Verde, el Teatro del Puente, la sala que desde 2005 administran los actores Francisco Ossa y Freddy Araya entre las calles Pío Nono y Purísima, se ha convertido en un símbolo de independencia cultural y en un semillero para compañías jóvenes. Por eso, dicen, sentados frente al mismo espacio, este año no habrá grandes festejos ni mucho alarde. “Celebramos que el teatro esté y siga abierto”, comenta Ossa. Araya agrega: “Más que la fanfarria, nos interesa lo esencial, y es que aquí se siga haciendo teatro. Eso es fundamental para nosotros y la sala”.

La temporada 2018 abrirá el próximo 13 de marzo con el reestreno de Diatriba “el desaparecido”, el montaje que debutó el año pasado en el GAM y que bajo la dirección de Rodrigo Pérez y la actuación de Catalina Saavedra, pone en escena el texto escrito en 2004 por el fallecido dramaturgo chileno Juan Radrigán. “El Teatro del Puente es para nosotros un lugar de resistencia”, opina Pérez, “y no solo en términos artísticos sino también en términos de gestión”, añade.

Le seguirán 15 variadas propuestas de grupos jóvenes, pasando por un ciclo dedicado al festival de egresos Volcán de la UC, a montajes provenientes de regiones, como Perra celestial, de Jaime Guzmán Brantes (Iquique), y otros que postularon a través de una convocatoria abierta desde noviembre pasado. “A diferencia de otros espacios, nosotros no tenemos una línea temática ni una que se apegue a conmemoraciones”, explica Freddy Araya. “Los temas no pasan por nosotros, sino por las mismas compañías y sin ningún tipo de restricción”, subraya Ossa. “Al contrario, quienes quedan acá saben que tienen absoluta libertad para hablar de lo que quieran, porque nos interesa más el proceso que los resultados, y así obtener una radiografía súper nítida de lo que está pasando entre los grupos jóvenes”, agrega.

Ejemplo de ello fue 40 mil KM, de Carlos Aedo y María Luisa Vergara, estrenada en la sala en 2017. “La obra hablaba sobre inmigrantes, que es un tema muy actual, pero a la vez fue un intento por experimentar con los lenguajes y formas”, dice Araya. “Como ocurre con otros montajes, programarlo era riesgoso pero interesante, y este año estará en otros espacios. Eso obedece a la idea del puente que se tiende entre nuestra sala y el resto”, añade.

La misma piedra

Luego de que la Municipalidad de Santiago cediera el espacio en comodato en 1998, “gestión que hoy estamos renovando”, señalan los gestores, el Teatro del Puente abrió sus puertas un año después con el montaje Los bufones de Shakespeare, luciendo su sala para 200 espectadores con el río como telón de fondo. “En estos años nos hemos llevado muy buenas sorpresas y otras no tanto”, cuenta Ossa. “Aquí partieron Luis Barrales e Isidora Stevenson (H.P), la Elisa Zulueta, Alvaro Viguera, Los Contadores Auditores, Bosco Cayo y, entre los últimos, Pablo Manzi (Donde viven los bárbaros) y Carla Zúñiga (Prefiero que me coman los perros). Es gente que vimos crecer y desarrollarse hoy en otros espacios, pues el éxito del Teatro del Puente no se ve aquí ni al instante, sino en otros lugares y a futuro”, le sigue Araya.

Pero no solo de hitos y éxitos se ha nutrido su historia. En 2013, en medio de la crisis que afectó a las salas independientes -y que con los años devino en los cierres de La Memoria y el Teatro de la Palabra-, fueron ambos actores quienes encendieron las balizas y centraron la discusión en torno a la falta de financiamiento. “Esa sigue siendo la piedra de tope”, dicen. Durante el año pasado y lo que reste de 2018, los costos operacionales del teatro los cubrirá el fondo Otras Instituciones Colaboradoras del Consejo de la Cultura, que ya benefició, entre otras, a la sala La Comedia del grupo Ictus, y que entrega $ 65 millones para dos años y con posibilidad de renovación.

“El Puente lleva 20 años y sentimos que aún hay mucho por hacer aquí”, afirma Araya. “Hemos ido incorporando otro tipo de eventos y servicios, como recitales, exposiciones y el café, que pretendemos mantener abierto todo el año, pero nos gustaría dar pie también a la investigación y producir algún montaje”, dice Ossa. “Pero te das cuenta que el cierre del CEAT, por ejemplo, dejó otra vez en evidencia la falta de compromiso por parte de la empresa privada con los teatros independientes”, añade. Y Araya concluye: “Son pocas las que innovan en esa materia, y aun cuando los teatros estemos actualizándonos constantemente, pareciera que es el empresariado el que se va quedando más atrás. Porque una sala como esta no apela a la masividad, sino al mismo impacto artístico y social que lo han mantenido abierto y con público durante dos décadas. Es algo que las empresas no han sabido ver”.

Publicado en La Tercera
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