«Arte y mujeres» por Kekena Corvalán

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La relación Arte/Mujeres fue tradicionalmente una relación de proveedoras de materias primas para producir artefactos estéticos. Es decir, las mujeres fuimos históricamente objetos a ser representados por los hombres. El famoso afiche de las archifamosas Guerrilla Girls que proclamaba en 1989 la pregunta “Do women must be naked to get into the Met. Museum?” seguida de la frase “Less than 5% of the artists in the Modern Art Sections are women, but 85% of the nudes are female” (¿Deben las mujeres estar desnudas para entrar al Museo Met.? Menos del 5% de los artistas en las secciones de arte moderno son mujeres, pero el 85% de los desnudos son femeninos) hizo justicia en visibilizar un orden dado, y fue posible casi en el umbral de los 90. Es decir, luego de pasar, cuando menos, toda la modernidad, desde el Renacimiento para aquí, al final de un siglo XX de guerras, luchas, recomienzos y triunfos.

Ahora bien, mi cita a las Guerrilla no es inocente. Han pasado casi treinta años y la referencia de ese afiche se encuentra en este link de la Tate, la célebre galería de Londres, lugar hegemónico si los hay, que termina archivando y venerando la denuncia de las chicas revoltosas, provocando plusvalía y por ende más mercado fetichizante con este acto de rebeldía y creatividad.

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¿Qué pasó en estos treinta años? En las artes plásticas y visuales carecemos de una Virginia Woolf que haya llegado tan lejos con su reclamo de un cuarto propio y de todas las escritoras que peregrinan con ella el gran mar de la revuelta inglesa, más o menos silenciosa pero puntual. La literatura ha sido pionera en el debate feminista. Una de las fundadoras más importantes, cuyo nombre recordamos y sus ideas y libros leemos aún, fue Mary Wollstonecraft (1759-1797), líder inglesa que parió ni más ni menos que a la gran escritora moderna Mary Shelley, digna hija suya, autora de uno de los primeros ciborgs con su novela Frankenstein.

Además la literatura, especialmente la inglesa, tiene otra tradición, que es la de firmar con iniciales. Interesante tema para pensar el género en el ámbito de la escritura.

Otra cuestión igualmente interesante es pensar la escritura en relación con el arte, como si la imagen fuera más arte que la palabra. De hecho, cuando se dice historia del arte aún hoy, se incluyen las Bellas Artes: pintura, escultura, grabado y recientemente cine y fotografía. Es decir, artes del ojo que excluyen a la literatura (como si no fuera puro ojo). Viejo debate filosófico y político, desde elut pictura poesis hasta hoy, que sigue vigente en la academia, la educación, los museos, a pesar de estar en la era de los post-lenguajes, los post-géneros y los post-soportes. Y es justamente en lo visual donde las mujeres hemos quedado siempre más afuera.

Ahora, vamos a lo contemporáneo. Aquí tallan otras cuestiones. Las mujeres reclamamos cupo, espacio, reconocimiento y especificidades desde finales de los 60. Ser mujer (cis o trans, acompañe o no la biología que nunca es destino, nuestra decisión, es hora de que haga la aclaración obvia) no es un dato indiferente a la hora de analizar prácticas. Y es la marca de género la que aporta un primer corte, pero hay que agregarle otras: raza y clase.

Buena parte del arte hoy, tomando su forma actual y específica de “arte contemporáneo”, está cruzado de múltiples orientaciones que lo convierten más en una matriz de enunciación que en un conjunto de rasgos estilísticos. Esta enunciación es del orden de lo opaco, como hecho poético, sí. Dice por su modo de no decir con estrategias específicas que brillan cuanto menos se normativizan y más inciertas pueden volverse. Pero junto al hecho poético está lo político, que en tanto poético también (y entrópico) está desmarcando continuamente esta tríada de determinaciones de género, raza y clase. El arte en las prácticas de género interseccionales es una insurrección de saberes descentrados, desperdigados, minorizados. Personalmente, casi por metodologías y marcos teóricos con los cuales comienzo ciertos debates en clases y talleres, prefiero pensar que el género es la categoría supraordenadora, por una cuestión temporal. En el plano histórico, asumo como hipótesis, primero fueron las dominaciones de género, luego las de raza y finalmente las de clase. Asumo que el patriarcado es primero, luego le seguiría la conformación del Occidente Europeo y su discurso de supremacía racial interna y externa y finalmente el capitalismo global comandando la tristeza generalizada detrás de las manos invisibles, los inconscientes, lo ominoso y lo inasible del Gran Otro.

Foucault hablaba del secreto en esa conocida entrevista con Gilles Deleuze, y explicaba algo que entiendo plenamente desde el feminismo: “El discurso de la lucha no opone al inconsciente: se opone al secreto. Eso da la impresión de ser mucho menos importante. ¿Y si fuese mucho más importante? Existe toda una serie de equívocos en relación a lo «oculto», a lo «reprimido», a lo «no dicho», que permiten «psicoanalizar» a bajo precio lo que debe ser objeto de una lucha. Es posible que sea más difícil destapar el secreto que el inconsciente”. El arte, y su dispositivo por excelencia, la imagen, quizás sea hoy más que nunca un modo de luchar contra ese secreto: la imagen, la que más nos ancla, la gran moneda simbólica del capital, la acumulación del espectáculo. Nadie nos va a liberar de ese secreto/imagen, menos que menos los secreteadores. Pero es nuestro enemigo, con todas las mediaciones que la sostienen. Como diría Assata Sakur: “Nadie en el mundo, nadie en la historia, ha conseguido nunca su libertad apelando al sentido moral de sus opresores”.

Para las mujeres que hacen arte, las imágenes liberadoras pueden anclar y desanclar en el secreto de los secretos, la contradicción potente que hace explotar las imágenes, aquel agenciamiento de prácticas, reglas, negatividades, microfísicas con las que la modernidad institucionalizó toda su epistemología de controles en el gran campo de batalla del capitalismo: el cuerpo.

Así, andamos por el mundo y nos reconocemos en las prácticas de creadoras, pensadoras, artistas tan distintas que sin embargo pensaron el cuerpo y la performatividad como un nodo para pulsarse, como Frida Khalo, Augusta Savage, Hena Rodríguez Parra y Lygia Pape. Pero también en Grada Kilomba, Phoebe Boswell y Chiharu Shiota. Son miles, pero ahora me quedo con las dos negras mencionadas, porque la interseccionalidad siempre es la que más nos acoge para darnos algo efímero pero cautivador. Me quedo por un rato con Grada y Phoebe, que andan con lo propio y lo vuelven para todas, agujereando la extra disciplina y liberando nuestros amores apenas las conocemos. Las que son en simultáneo escritoras, artistas visuales, teóricas, activistas, docentes.

Grada Kilomba (1968, Lisboa, trabaja en Berlín), tiene esa contundencia frente a la cual salís de verla y decís: ya entendí. Qué fuerte es su Desire Project, una video texto sonoro instalación: “While I Speak, While I Write and While I Walk”.Hablar, escribir, caminar, y el entre mientras, quizás por eso de que las mujeres nunca hacemos las cosas de a una. El mientras es la palabra que le da sentido poético a la vida y lo convierte en lucha. Mientras hago arte, activo; mientras activo, escribo; mientras escribo, ando. “So, why do I write?”, podría ser la pregunta que atraviesa a cualquier teórico, a cualquier literato, a cualquier artista. Entonces, ¿por qué escribo? Resuena junto a una pequeña imagen de la esclavizada Anastacia en el Brasil, la de la boca sellada por el esclavizador para que no hable y para impedir que disfrute comiendo azúcar de la plantación donde trabaja. Ni besar, ni gustar ni usar su lengua. So, while do I Write?

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En el otro extremo, Phoebe Boswell (Kenia, 1982). De oralidad hecha cuerpo se hace su obra. La palabra vuelta línea sonora, trazo, diseño, planos. Aquí sus referencias, que le dan fortaleza conceptual a su trabajo, son por ejemplo Audre Lorde preguntándonos a todas las mujeres: ¿cuáles son las palabras que aún no has dicho? ¿Qué necesitás decir? Y Juliane Okot p’Bitek, ella enseña eso, que estamos todas juntas: teóricas, artistas, activistas, escritoras, visuales…Mutumia se llama su trabajo, una sala donde se animan dibujos en las paredes según nos subamos a una tarima, donde aparecen cuerpos de mujeres que se desnudan, se expresan, sangran, se tapan y destapan la boca, se les velan los ojos.

Como explica Phoebe: “Recibí una imagen de la poeta, ensayista, novelista, académica y querida amiga ugandesa Juliane Okot p’Bitek. Era una imagen de un grupo de mujeres mayores de Uganda, desnudas y acostadas en un camino polvoriento. Cuando la vi, mi pensamiento inmediato fue, oh dios, ¿qué les está sucediendo a estas mujeres, qué les están haciendo? Estamos tan acostumbrados a las implicaciones, connotaciones, las políticas de un cuerpo desnudo de mujer y sus asociaciones con la victimización y explotación que mis presupuestos y horrorización fueron un acto reflejo. Más tarde pude saber que aquello era una protesta por la tierra de mujeres Acholi frente a los oficiales de la policía, del gobierno y las fuerzas de seguridad que habían ido a quitarlas de allí. En muchas culturas de África, es un tabú para un hombre ver a su madre desnuda —un tabú y una maldición—, y este acto desafiante de estas desafiantes mujeres las convertía en valiosas armas. Aquellas mujeres produjeron un cambio ese día. Las imágenes eran heroicas. Me asusté de lo equivocada que había sido mi lectura. Me puse a investigar otros momentos de la historia donde las mujeres hubieran usado sus cuerpos para protestar. El ensayo de la profesora Wambui Mwangi, ‘Silence Is a Woman’ (El Silencio es una Mujer, 2013) fue esencial en esta mirada”.

Entonces, Arte y Mujeres, por un lado, tiene la potencia de englobar en la palabra arte a muchas prácticas cuyo lugar hemos ganado arduamente: escribir, ser artistas, producir pensamiento propio, hablar de nosotras, disponer de nuestros cuerpos, juntarnos con pares, protegernos y cuidarnos, fundar nuestras propias genealogías.

Pero por otro, tiene ese gesto estratégico de acabar con la división de artes, lenguajes, registros, y proveernos del gran fenómeno que parece ser nuestro nuevo territorio incorporado que llevamos a todos lados con nosotras: la performance, lo performático, la posibilidad de hacer en cualquier momento, extrayendo el campo de batalla de nuestros cuerpos a lo público. De la biografía, el dato personal, a la puesta en común de la construcción política. Y retomando el ARTE, en tanto espacio privilegiado de producción, acceso y reparto de lo sensible, sus golpes, sus contradicciones y su deconstrucción.

Termino estas líneas y me entero de que se murió Nicanor Parra. De él es esa frase que repito siempre, una de mis preferidas, especialmente cuando comienzo un curso nuevo en la universidad y me presento: “Yo no tengo ningún inconveniente en meterme en camisa de once varas”. Sin dudas, una vez más, lo hemos hecho. Pensar ARTE y género hoy no debería llevarnos más que a nuevos problemas.

Kekena Corvalán
Enero de 2018

Publicado por El Outsider digital
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