Eduardo Lalo, escritor de borinqueño: «Puerto Rico ha sido un territorio de ingeniería y experimentación social y política»

2.005

“En Puerto Rico, la fiesta intenta ocultar la tristeza”

Por Silvina Freira

Caminar una ciudad, para Eduardo Lalo, equivale a descubrir su escritura. El escritor puertorriqueño, que obtuvo el premio Rómulo Gallegos en 2013 por su novela Simone (Corregidor), está en Buenos Aires para participar como jurado del Premio Literario de la Fundación El Libro, que se entregará durante la Feria Internacional del Libro, donde también presentará su próxima novela Historia de Yuké (ver aparte). Su vocación peripatética es tan intensa que él mismo se define como un escritor “de mochila y libreta, de pluma y tinta”. Su principal instrumento –que lo acompaña a todas partes– es un cuaderno con tapas de cuero marrón, donde anota palabras escuchadas al vuelo, o surgidas de la memoria y fragmentos de libros. “Lo hipervisible, lo archiencontrable, genera no solamente pobreza cultural sino que además produce ceguera. Los extremos se tocan; acaso no sean extremos, sino dos ropajes idénticos pero de diferente color. El invisible y el visible, esas dos manifestaciones del ciudadano de nuestra época, son ambos víctimas de una enfermedad de la mirada y el entendimiento”, plantea Lalo en Los países invisibles, una narración de naturaleza híbrida que se alimenta del diario de viajes, la crónica y el ensayo filosófico.

Lalo –“vegetariano hace treinta años”, aclara en la entrevista con Página/12– sabe que ser invisible “no es necesariamente una condena sino que es, si se entiende y acepta su destino, una condición y una perspectiva, que fuera del mundo es también una forma de vivir en el mundo”.

–En Los países invisibles, un libro de 2008, advierte que Puerto Rico está “quebrado”, que tiene más del 70 por ciento de su población recibiendo cheques de alimentos, procedentes del gobierno de Estados Unidos, el 58 por ciento de las familias en extrema pobreza, 12 por ciento de analfabetismo absoluto y un 30 por ciento de analfabetismo funcional. A diez años de este diagnóstico, ¿cómo es la situación hoy?

–Peor. Y más después del huracán. La deuda –que en 2008 era de 42.000 millones de dólares– ahora ni siquiera se sabe cuánto es porque depende cómo se cuenta. Si no se incluyen los planes de retiro, la deuda creo que es de 76 millones, casi el doble. Si se incluyen los planes, asciende a 120.000 millones. Es impagable totalmente. El país está en bancarrota y se le ha impuesto una junta de control fiscal. ¿Sabes de dónde es la directora de esa junta? De Ucrania. ¿Sabes cuánto cobra? 675.000 mil dólares anuales, más que el presidente del Banco Mundial. En un país quebrado, que haya que pagarle a esa señora 675.000 mil dólares, más viajes de primera clase mensuales desde Ucrania… La situación es mucho peor. Y lo de los huracanes, ni se diga. Ahora mismo, a casi seis meses del huracán, todavía hay un 30 por ciento del país sin energía eléctrica y un por ciento menor sin agua. Y ya empezaron apagones selectivos de los que tenían electricidad porque la compañía no tiene dinero para pagar el combustible. En Puerto Rico no se reconoce la depresión económica, se habla de una recesión cuando lleva con una depresión de más de diez años. Se espera que este año la economía de Puerto Rico sea la segunda peor del mundo.

–¿Cuál es la peor del mundo?

–La peor de todas es Zimbabue, luego viene Puerto Rico. Lo que previsiblemente está ocurriendo ahora es la decadencia absoluta de una vitrina política de la Guerra Fría. Tanto Cuba como Puerto Rico fueron esas vitrinas utilizadas por las potencias: Cuba por el bloque soviético, Puerto Rico por Estados Unidos. En el caso cubano, está habiendo una salida, pero en el caso puertorriqueño es la caída libre y hasta el momento no se ve ninguna salida. Lo que hay es un rechazo constante de Estados Unidos, porque en Puerto Rico la clase política vivió de la colonia. Hay gente que está a favor de que Puerto Rico sea un estado de Estados Unidos –eso es imposible históricamente– y muchos de ellos son súper puertorriqueños. Esa es la derecha en Puerto Rico.

–¿Cómo se explica que teniendo casi el 60 por ciento de las familias en extrema pobreza no haya revueltas, saqueos, manifestaciones ni protestas en Puerto Rico?

–Lo que pasa que es un sistema de dependencia. Puerto Rico ha sido un territorio de ingeniería y experimentación social y política. Hay algo que se llama el “80/20”, que es que sólo trabaja el 20 por ciento de la población y el otro 80 por ciento se mantiene en la dependencia; son consumidores a los que se le da un tipo de ayuda social que les permite ir al supermercado y sobrevivir. Algunos tienen más hijos porque les van a dar más ayudas, y tienen el apartamento subvencionado y no tienen que pagar casi nada. El alcalde compra de esta manera los votos, por eso el país también se ha endeudado de esta manera, porque se mantiene una masa enorme de gente muy pobre que apenas trabaja, pero que sobrevive con una vida miserable. El cálculo es que el salario mínimo trabajando 40 horas semanales es menor que si se tiene dos o tres hijos. ¿Para qué trabajar? Si yo trabajo, tengo que lavar la ropa, comprarme alguna ropa, comer en la calle, tengo más gastos. Pues me quedo en mi casa y recibo la ayuda. El índice de participación laboral de Puerto Rico en este momento es de 41 por ciento, uno de los más bajos del mundo. Y la realidad es que no hay trabajo.

–Estos cheques, estas ayudas, ¿peligran con Donald Trump?

–Trump está en contra de este tipo de ayudas sociales y ya hay rumores de que eso se va a ir reduciendo o eliminando; es como estar colgado de un hilo que todavía se puede cortar finito. Pero es un mecanismo de control político que hace que justamente la gente no salga a saquear los negocios, que no se organice políticamente, que esté dispuesta a decir: “esto es excelente, no tengo que trabajar, es el mejor de los mundos posibles”, “si no tuviéramos la presencia y el control de Estados Unidos, estaríamos en la pobreza de verdad”. Son vidas miserables; gente que vive en el analfabetismo, gente que vive comiendo mal, comida basura, lo que allá le llamamos la “jamonilla”, que son los residuos industriales del matadero que lo compactan en lata.

–Que esas personas sobrevivan con los cheques no es lo mismo que vivan dignamente. ¿Por qué no se rebelan? 

–Tienes que pensar que es una sociedad que nunca ha estado fuera del colonialismo. Y lo que ha visto es que aquel que se rebela la pasa muy mal. Puerto Rico es el único país que ha sido conquistado dos veces: la primera conquista –que todos conocemos– y la conquista estadounidense. Luego de invadir a Cuba en el 98, Estados Unidos se quedó con Filipinas, Puerto Rico y Guam. Al nacionalismo puertorriqueño lo aplastaron. A (Pedro) Albizu Campos le dieron radiación en la celda, él decía que sentía que se quemaba. Y decían que estaba loco… lo des-tru-ye-ron. Un  tipo que era negro, de un pueblo de Ponce, del sur, de un barrio pobrísimo, se graduó en la escuela de Derecho de Harvard. Y cuando regresó a su país inició su proyecto político y pasó casi el resto de su vida en la cárcel. La represión ha sido muy eficaz. Le mentalidad colonizada es una enfermedad y la gente se adapta. La cuestión es “coger de pendejo al americano”, que significa “yo me enriquezco”, como el gobierno que tenemos ahora, que es de una corrupción tremenda. La dependencia genera sumisión política.

–La tristeza, para el Caribe, para Puerto Rico, ¿es una categoría política?

–Sí, porque es una sociedad muy triste que no puede admitir que está triste. La cultura del Caribe y de Puerto Rico es una cultura de la alegría, de la fiesta, del descontrol, pero hay una gran reticencia a emociones de otro orden. La fiesta intenta ocultar la tristeza. Uno de los pintores más importantes de la tradición artística puertorriqueña, Francisco Oller –que influyó en el desarrollo del impresionismo y no sale en ninguna historia oficial de arte–, hizo un gran mural, un baquiné, una ceremonia africana que es el entierro de un niño. En este cuadro están todas las clases sociales y hay un banquete en que todos están celebrando, excepto el viejo negro esclavo, que mira al niño con seriedad. Ese concepto de que aún en la muerte hay que celebrar oculta que ciertas emociones se expresen. No es que la emoción de por sí sea buena, sino que hay que reconocer la emoción. Ciertas emociones nos permiten ser más lúcidos, porque la alegría, o ese tipo de alegría, es una negación. La verdadera alegría viene por alguien que reconoce el dolor y por eso se vuelve liberadora.

–En Los países invisibles se revela como un escritor muy “walseriano” por las caminatas que hace, como si el libro se hubiera escrito a la par que recorría San Juan de Puerto Rico, Madrid, Londres, Venecia y Valencia. ¿Qué relación hay entre caminata y escritura?

–La escritura y el acto de caminar para mí están muy íntimamente ligados. Ayer con mi esposa hicimos como 18 kilómetros caminando. Incluso habíamos considerado regresar a pie, pero iba a tomar mucho rato. El caminar es también un estado mental; hay un ensayo muy famoso de (Henry) D. Thoreau, Walking, y el trabajo de un filósofo francés, Fréderic Gros (Andar. Una filosofía). Caminar puede crear un estado de receptividad y de conexiones con el mundo. También es un ritmo para ver el mundo. Yo cojo mucha bicicleta, pero en bicicleta uno va demasiado rápido para ver verdaderamente las cosas. Intemperie, un libro posterior, refleja un momento en mi vida en que me quedé sin un sitio donde vivir normalmente y me la pasaba muchísimo tiempo en la calle, a la intemperie. Siempre ando con el estuche de mi instrumento, que es el cuaderno que esté usando en ese momento, donde hay pedazos de textos, notas de algo que estoy leyendo o algo que escucho. Nunca me separo de mi cuaderno; es como si fuera un instrumento musical que siempre tengo a mano.

–El narrador de Los países invisibles siente una gran incomodidad tanto en el extranjero como en Puerto Rico, rareza que se acrecienta porque es vegetariano. ¿Por qué no se siente cómodo en ninguna parte?

–Creo que es común en cualquier época, pero que avanza en nuestro tiempo, el hecho de que las sociedades de hoy se uniformizan y el viaje ya no es posible porque el mundo ya no es diferente: escuchás las mismas canciones en todas partes y los centros comerciales se parecen. Y todo el mundo lo acepta gozosamente porque está en la modernidad inmediata, en lo más al día. Si uno sigue una tradición de la escritura, del pensamiento, es una pieza exótica. Una época como la nuestra es de empobrecimiento cultural, una nueva Edad Media. Las personas que leen o escriben parecen estar como fuera del juego. Hay que pensar que la cantidad de librerías que tiene Buenos Aires es anacrónica en el mundo. En Manhattan, en Nueva York, que es una ciudad literaria, hay dos librerías en toda la ciudad. El espacio social del libro en Buenos Aires ojalá perdure, pero es extraño en relación con lo que está ocurriendo en las grandes ciudades del mundo. Hay un montón de personas que sienten que no encajan porque leen, piensan y escriben.

–Esta incomodidad aparece casi siempre en sus libros, es como si la utilizara para llevar agua a su molino literario, ¿no?

–Claro. No he conocido un día de mi vida en que me haya sentido plenamente integrado a ninguna situación. La condición humana va en esa línea; en todo caso, lo que uno puede hacer es aceptar la incomodidad.

–Hay una escena en la que se encuentra a una escritora puertorriqueña que acaba de presentar su libro con muy pocas personas como público. Esa escena transmite la sensación de que los escritores puertorriqueños son como islas. ¿Es así?

–Hay algo de eso… En Puerto Rico hay una capacidad de auto destructividad en el mundo cultural que es más acendrada que en otras partes. Hay mucha gente talentosa que acaba destruyéndose, muriendo joven, matándose. El mundo cultural está muy desarticulado, seguramente porque es un mundo precario, muy poco institucionalizado, con muy pocos oportunidades de supervivencia o reconocimiento. No sólo porque es frágil, sino porque es pequeño. Y porque viene de una sociedad colonizada en donde hay una dificultad para autorrepresentarse; por lo tanto, la mayor parte de las veces la cultura se ve como una amenaza. Hay un juego infantil llamado “las sillas musicales”, en el que ponen sillas en círculo y empieza a sonar la música. Si hay seis sillas, hay siete personas y solo logran sentarse seis. Suena la música y nadie se para. Todos quieren su silla. Lo que pasó conmigo es que yo no participaba del juego. No fui a buscar a nadie que tuviera una silla para ver si me dejaba encontrar un sitio. Como era muy independiente, a la hora de cierto reconocimiento siempre hubo un malestar. Me acuerdo que una vez (Edgardo) Rodríguez Juliá me decía: “¿por qué tu no viniste a mí?”. Yo no hubiera ido a ver a nadie, nunca fui a buscar un padre literario.

Publicado en Página12

 

También podría gustarte