Un canto contra el olvido

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Por Juan Pablo Conto

En el municipio de Timbiquí, en el departamento del Cauca, ocho artistas de los corregimientos de San José, Santa Bárbara y Santa María se juntaron para grabar un disco que representara una de las manifestaciones más conmovedoras del Pacífico colombiano: los cantos de alabao. A las afueras de la cabecera municipal, cerca del río Timbiquí pero lejos de los picó y las mototaxis –que hoy son la banda sonora de su cotidianidad–, se reunieron seis cantaoras y dos músicos, liderados por Emeterio Balanta y Esperanza Bonilla, ambos oriundos de la región. Ellos dieron vida a un documento que busca salvaguardar, fortalecer y mantener viva esta tradición, reconociendo la labor de los sabedores y la importancia de esos cantos, que son también legado e historia de una región olvidada.

Los artistas que participaron en este proceso pertenecen a diferentes agrupaciones musicales, pero se juntaron para este trabajo bajo el nombre de Grupo Cagüinga. El proyecto contó con la coproducción de Resistencia Music y la investigadora Paola Andrea Henao. La grabación se realizó en una casa de madera frente al río (que los fines de semana funciona como cantina), lo cual le dió un sonido orgánico que se acerca más al registro documental sonoro. El trabajo fue masterizado por Felipe López.

Los alabaos son cantos fúnebres y de alabanza. Su raíz está en el sincretismo que resultó del encuentro entre los misioneros franciscanos y las diversas comunidades ubicadas en zonas muy apartadas del país. Como explica Paola Andrea Henao, este se dio, en la mayoría de casos, en las comunidades negras donde las misiones de la Iglesia católica, desde la época de la colonial, se fueron mezclando con la afrodiáspora.

Estos cantos son generalmente a capela, responsoriales –es decir, de verso y respuesta–, y forman una armonía nostálgica, triste, que evoca dolor y esperanza a la vez. En sus letras se hace alusión a las virtudes y buenos recuerdos del muerto, así como a los santos, a la virgen o a Dios. También se canta al dolor, a la contradicción y a la confusión frente a la muerte. Algunos alabaos tienen versos en latín o lo simulan. Asimismo, hay casos en los que comunidades víctimas del conflicto armado los usan como una herramienta de expresión y reparación. Sin embargo, estas expresiones no se encuentra únicamente en el Pacífico. Como explica el etnomusicólogo Michael Birenbaum, este tipo de cantos también se escuchan en otras partes del mundo a las que llegaron los misioneros franciscanos, por lo que pueden encontrarse similitudes, por ejemplo, con tonadas de Estados Unidos, concretamente de Texas y Nuevo México.

Junto con los alabaos encontramos otras manifestaciones que hacen parte de los rituales de velorio y que son centrales en la historia de los pueblos afro del Pacífico colombiano: los gualíes, también conocidos como chigualos, que se realizaban cuando moría un niño. Según la tradición, ellos pasaban a ser parte de los coros celestiales por no cargar con ningún pecado; al tratarse de un ser que no viviría la crueldad de la esclavitud, por ello, la tristeza era acompañada de cierta alegría. Esta ceremonia incluía arrullos, romances, rondas y bailes para despedir al niño. También se hacía el levantamiento de su tumba, que comenzaba con el entierro y duraba nueve días. En los primeros ocho se reunían para rezar después de las seis de la tarde; en el último, despedían definitivamente al difunto con un llanto doloroso pero liberador.

Los alabaos, gualíes y levantamientos son manifestaciones que permitieron a la cultura afro reconstruirse y reinventarse, fortalecer su tejido social y facilitar la supervivencia a través de los años. Además de ser una forma de transmitir los principios espirituales que quedaron del sincretismo con la religión católica, fomentaban la solidaridad, pues el ritual mortuorio se preparaba de manera colectiva y la comunidad se acompañaba en el dolor y en el proceso de sanación emocional, como explica un documento de la Fundación Cultural Andagoya. Precisamente de la cabecera municipal de Andagoya, en el Chocó, surgió la iniciativa para que estas manifestaciones fueran incluidas en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial (LRPCI), lo cual se logró en 2014.

El fotógrafo Luis Carlos Osorio, uno de los líderes del sello Resistencia Music y de la Fundación Cultural Artística y Musical José Antonio Torres Solís “Gualajo”, ha investigado y alimentado la cultura del Pacífico colombiano durante varios años. Desde ambos frentes, ha buscado promover no solo la música sino también la literatura, la gastronomía y demás elementos característicos de esta zona del país. Hace nueve años creó, junto con Gualajo –uno de los músicos tradicionales más importantes del Pacífico– la fundación, cuyo objetivo fue, entre otras cosas, convertir la casa familiar del marimbero de Guapi en un taller que diera continuidad a las músicas tradicionales del Pacífico. Sin embargo, luego de tres años y medio de papeleos y discusiones con la dirección de Patrimonio del Ministerio de Cultura sobre si se trataba de una herencia material o inmaterial, la casa se cayó y ya no hubo nada de declarar, como relata Luis.

Por su parte, Resistencia Music lleva siete años. Desde allí han sacado documentales como Mi santa comadre: vida y obra de la maestra Faustina Orobio, pieza que se presentó en el Festival de Cine de Bogotá y en el Festival Internacional de Cortometrajes y Escuelas de Cine El Espejo. Además, ha producido discos como La familia Torres y la marimba de los espíritus, de Gualajo; o La belleza de mi pueblo, de Faustina. Hoy, tiene en proceso un documental sobre la familia Balanta de Timbiquí, Cauca y otro sobre la vida de Gualajo.

Dicha experiencia, fortalecida con los conocimientos de la investigadora de las músicas de marimba y cantos tradicionales del Pacífico, Paola Andrea Henao, fue indispensable para lograr un producto que es testimonio de los cantos que están desapareciendo en la región. Con un proceso que inició en 2016 con las voces más representativas de esta región del río, y bajo la curaduría de curaduría de Emeterio Balanta, Revivir Ancestral, un álbum de solo voces, logra captar el acento característico de este territorio y, lejos de ser un trabajo de guaquería, es un ejercicio de memoria realizado entre pájaros y brisa, entre amaneceres y sonidos del río, buscando que la impronta propia de Timbiquí no quede en el olvido.

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