Acusan a Junot Díaz

1.567

El victimario no son los libros: el caso de Junot Díaz

Por José Vicente Guzmán y Sara Malagón Llano

Es una paradoja. Hace apenas una semana el escrito latino tal vez más popular e influyente en Estados Unidos, el dominicano-estadounidense Junot Díaz, era una especie de héroe; un hombre admirado por su valentía y sinceridad. Y no era para menos: luego de años de silencio, se atrevió a publicar en la revista The New Yorker un testimonio conmovedor en  que le contó al mundo su secreto: cuando tenía ocho años, un adulto “en quien realmente confiaba” lo violó, por lo menos dos veces, dejando secuelas con las que hasta hoy tiene que lidiar: depresión, pensamientos suicidas, problemas en sus relaciones afectivas. La confesión desató una ola de solidaridad.

Sin embargo, desde el viernes 4 de mayo, cuando la escritora Zinzi Clemmons lo acusó de arrinconarla y besarla a la fuerza cuando lo invitó a dar una charla en un taller sobre literatura, el escritor está en el ojo del huracán. A las denuncias de Clemmons se sumaron las de otras mujeres, casi todas escritoras, que alegan que Díaz tuvo comportamientos inapropiados y machistas con ellas. La escritora Carmen María Machado lo acusó de responderle “agresivamente” cuando en una conferencia le preguntó por la relación patológica de uno de los personajes de su libro Así es como la pierdes con las mujeres: “Levantó la voz, insinuó que yo era una mojigata que no sabía leer ni sacar conclusiones razonables del texto”. También Mónica Byrne dijo que, en una comida con otros escritores, se molestó por un comentario de ella sobre la representación de los “marginados” en la literatura; según Byrne, le gritó frente a sus colegas y la ignoró deliberadamente toda la noche. También está Alisa Valdes, quien contó que hace 10 años, como reportera del Boston Globe, le pidió que leyera uno de sus manuscritos. Él aceptó, pero le pidió que lo hicieran en su apartamento: “Se sentó bastante cerca de mí en mi sofá. Recuerdo estar muy incómoda, cruzando mis brazos defensivamente, y él moviéndolos, abriéndolos, y mirando mi pecho”.

Ninguna de esas denuncias, sin embargo, corresponden con un acto de acoso o abuso sexual. Dos serían indicio de que Junot Díaz puede ser agresivo, por mucho machista. Y el tercer testimonio es más una historia de insinuación que de abuso. Esas acusaciones posteriores parecen querer, entonces, generar ruido, y no precisamente denunciar un abuso real.

Aún así, el tema escaló tan rápidamente que fueron cancelados los eventos del escritor en un festival literario de Australia, cuando este ya había empezado, y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) –en donde Díaz es uno de los profesores más célebres– anunció que abriría una investigación. Además, un museo de Boston canceló una lectura programada de Lola (su más reciente publicación y su primer libro dirigido a un público infantil). De un momento a otro, Díaz pasó de ser víctima a victimario, de valiente a cobarde, de admirado a repudiado.

Pero ignoremos por esta vez la reflexión sobre la inmediatez con la que se esparcen acusaciones que, sin investigación alguna, convierten de inmediato al acusado en criminal. En este caso en particular, el revuelo no solo tiene que ver con que Díaz sea uno de los más reconocidos representantes de la comunidad latina en Estados Unidos, el único que ha ganado un Premio Pulitzer de Novela –en 2008, por La maravillosa vida breve de Óscar Wao– y un modelo a seguir para millones de inmigrantes que crecen en una tierra ajena, con todas las contradicciones y dificultades que eso implica. La conmoción ha tenido que ver, sobre todo, con que Junot Díaz ha logrado plasmar en su obra los miedos, los traumas y los problemas tanto de los dominicanos como de los latinos inmigrantes en Estados Unidos, y eso incluye el machismo y la violencia sexual. Sus dos libros de cuentos y su única novela están plagados de padres maltratadores, mujeres abusadas, hombres machistas o frustrados sexualmente y jóvenes que tienen que lidiar con las rígidas preconcepciones de una masculinidad devastadora y violenta. Por ello, muchos ven en su obra una especie de reflejo, y hasta cierto punto de denuncia, de la vida de los inmigrantes, y de una cultura machista que marca a los niños, que moldea las relaciones de los hombres con su entorno y que afecta siempre, y de manera directa, a las mujeres; mujeres que a pesar de todo siguen con sus vidas y sacan adelante a sus familias.

Por eso, ahora que las denuncias en contra de Junot Díaz están saliendo a la luz, han aflorado afirmaciones como esta de Carmen María Machado, una de las escritoras que lo ha acusado de tener una postura agresiva y machista: “Junot Díaz puede hablar todo lo que quiera sobre escribir libros que cuestionen la masculinidad, pero eso es todo: hablar. Sus libros son basura misógina y la gente no lo ve o no lo reconoce (lo que me molesta por diferentes razones). Es un misógino ampliamente alabado y amado. Sus libros son regresivos y sexistas. Él ha tratado a las mujeres horriblemente, de todas las formas posibles. Y las historias de #MeToo recién están comenzando”.

Con ese comentario, sin embargo, la escritora cae en dos graves falacias: 1) La literatura tiene una función social; debe ser políticamente correcta (debe servir como ejemplo moral), y la calidad literaria depende de ello. 2) La obra de un escritor es el reflejo de sí mismo.

Lo primero es peligroso, pues el arte no tiene ninguna finalidad, ningún deber moral o social. Creer que sí lo tiene amenaza la libertad propia del arte, y la de una sociedad. Y, como lo ha demostrado la historia en no pocas ocasiones, un arte al servicio de los ideales de cierta época, cierto lugar y cierto espectro ideológico es un arte al servicio del totalitarismo. Pero si alguien no comprara la idea del “arte por el arte”, si tuviéramos que insistir en buscarle alguna función, tendríamos que decir que es precisamente aquella de incomodar, de romper con el statu quo, de mantener su independencia, de conservar su capacidad crítica e incluso su incorrección, en contra de los conservadurismos y de una opinión homogeneizada.

Lo segunda premisa que se deriva de la afirmación de Machado es simplemente ingenua, y ya hemos sido testigos de tantos que han caído en el error de defender la idea vetusta de que una obra de arte se lee a la luz de la vida y los actos de su creador, y viceversa. Desde el posmodernismo filosófico, es decir desde el siglo pasado, es claro que lo más intrascendente de una obra artística, en términos de significado e interpretación, es la biografía de quien la produce.

Reflexiones como la de Machado reflejan, entonces –y desafortunadamente–, la parte floja del movimiento que ahora engloba también las denuncias contra Junot Díaz: a pesar de que el abuso y el acoso son conductas inaceptables y condenables, por momentos parecen brotar radicalismos irreflexivos que, en vez de promover la discusión, la ahogan. Así lo aseguró la escritora Margaret Atwood en un texto titulado “Am I a bad feminist?”, publicado en The Globe and Mail: “En tiempos de extremos, los extremistas ganan. Su ideología se convierte en una religión, cualquiera que no margine sus puntos de vista se ve como un apóstata, un hereje o un traidor, y los moderados en el medio son aniquilados. Los escritores de ficción son particularmente sospechosos porque escriben sobre seres humanos, y las personas son moralmente ambiguas. El objetivo de la ideología es eliminar la ambigüedad”.

El movimiento #MeToo, entonces, no debería servir como rasero para leer y apreciar la obra literaria de Junot Díaz, ni la de nadie. Otra cosa es hablar de Junot Díaz como sujeto, como ciudadano; otra cosa es que cometiera o no los actos de acoso por los que ha sido o será acusado.

El hecho de que confesara casi contemporáneamente a esas denuncias el haber sido víctima de abusos sexuales en su infancia agregó, sin duda, un nuevo ingrediente al caso. En su relato publicado en The New Yorker, el propio Díaz asegura que una de las secuelas de la violación ha sido la dificultad para relacionarse con otras personas, especialmente con mujeres. En el testimonio cuenta cómo engañaba a sus novias (incluso a las que amaba), cómo las abandonaba cuando aparentemente construían algo estable, cómo intentaba seducir a varias mujeres, cómo usó el sexo para tratar de llenar un vacío, cómo “lastimó a muchas personas” en el proceso. “Pienso en ti, X –escribió–. Pienso en esa mujer del Brattle. Pienso en el silencio; pienso en la vergüenza, pienso en la soledad. Pienso en el dolor que causé. Pienso en todos los años y toda la vida que perdí en la clandestinidad y el miedo y el dolor”.

Algunas de las mujeres que hoy lo acusan han dicho que esa publicación pudo ser un intento del escritor por anticiparse a las denuncias y aplacarlas. También hay quienes no excusan su comportamiento, pero piensan que hay que promover una discusión más profunda sobre las víctimas que se convierten en victimarios, sobre cómo el abuso perpetúa el ciclo de violencia. El mismo Junot Díaz –tal vez para salvar su pellejo, tal vez de manera sincera– tomó justamente ese camino, aunque evitó referirse a denuncias específicas: “Me responsabilizo por mi pasado. Esa es la razón por la que tomé la decisión de contar la verdad sobre mi violación y sus consecuencias dañinas. Esta conversación es importante y debe continuar. Estoy escuchando y aprendiendo de las historias de las mujeres de este movimiento cultural esencial y que llega tarde. Debemos continuar enseñando a todos los hombres sobre el consentimiento y los límites”, dijo en la declaración que su agente literario le dio a The New York Timesdespués de que estallara el escándalo.

Seguramente su caso va a seguir dando de qué hablar en las próximas semanas. Ya dos librerías (Quill Books & Beverage, de Westbrook, y Duende District, en Washington) decidieron, según CNN, retirar sus libros de las vitrinas. A eso se suma la investigación que adelanta MIT. Y muchos en las redes le piden a la organización de los premios Pulitzer retirarlo del cuadro de honor. No sería descabellado. Hace una semana se confirmó que este año no habrá premio nobel de Literatura debido de las denuncias de abuso sexual contra el esposo de una de las mujeres que hacía parte de la Academia Sueca, encargada de entregar el premio; algo sin precedentes, pero que demuestra que, así como ocurrió en la industria del cine, los representantes de las letras que en efecto sean culpables de abusos y acosos deben asumir su responsabilidad.

Y sin embargo, insistimos, el victimario no son los libros.

Publicado en Revista Arcadia
También podría gustarte