Polémica en el cine cubano

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Por Juan Antonio García Borrero

Me he emocionado mucho con este texto recibido en mi buzón. Me hizo regresar a esos tiempos en que, con Alfredo Guevara a la cabeza, los cineastas del ICAIC se asomaban a la esfera pública para defender con gran pasión sus principios. A uno podrán gustarle más o gustarle menos las películas realizadas por estos jóvenes (que al final son solamente eso: películas), pero este texto lo apoyo con las dos manos en alto, porque nos habla del gran capital cívico acumulado en quienes lo suscribieron.

JAGB

Cardumen

Luego del debate público sobre la censura y los modos de producir audiovisual en Cuba, generado a partir de la 17 Muestra Joven ICAIC, jóvenes cineastas cubanos hacen pública su declaración. Si eres cineasta o seguidor del cine cubano puedes adherirte a los firmantes escribiendo en los comentarios la etiqueta #FirmoSoyCardumen o enviando un correo a [email protected]. No olvides compartir por cualquiera de las vías ni dejarnos tu nombre completo y tu profesión u oficio (opcional). La lista de firmantes acompañará este documento y se actualizará periódicamente.

PALABRAS DEL CARDUMEN. DECLARACIÓN DE JÓVENES CINEASTAS CUBANOS.

Somos los cineastas del cardumen. Nuestro cine se opone al de la falsa esperanza, a ese cine complaciente que no busca generar diálogos productivos con el espectador y pretende adormecerlo para que reproduzca miméticamente conductas, valores e idearios desgastados, desconectados del complejo contexto en que nos ha tocado vivir.

Somos continuadores de un cine inconforme y revelador, ese que el ICAIC acogió y defendió, de amplia tradición dentro del Nuevo Cine Latinoamericano. Por ello, no aceptamos zonas de silencio en nuestra historia ni obstáculos para el conocimiento y la representación artística de esta, aun de aquellos sucesos más cuestionables. El dolor acallado solo genera represión, odio e hipocresía social.

Somos parte de esta sociedad y estamos comprometidos con ella de forma creativa y crítica. En medio de la apatía, el individualismo y el automatismo predominantes, hacer cine es el gesto positivo mediante el cual participamos. Coartarnos es limitar esta participación y, con ella, nuestro aporte. Cualquier acusación que se cierna sobre nuestras películas debe atender primero los problemas de esa realidad que les sirve de referente, que las condiciona tonal y temáticamente.

Apostamos por un cine que nos permita reimaginarnos como nación de manera constante, en toda nuestra riqueza y diversidad. Un cine que se busque a sí mismo sin complejos: inclusivo, múltiple, arriesgado. Un cine que desactive los lenguajes viciados, que elabore su propia sintaxis. Que dude, porque fe que no duda es fe muerta. Que no tenga miedo de hablar del fracaso, de la decepción. Que tome consciencia de su poder transformador.

Padecemos la inexistencia de plataformas consolidadas y eficientes que nos permitan producir y distribuir legalmente nuestro trabajo como artistas. Nuestras obras nacen por las más diversas vías: utilizando recursos propios, aportes solidarios de colegas, fondos de cooperación internacional, crowdfundings y la gestión de productoras independientes ―estas tres últimas, sometidas a una burda campaña de descrédito―. A ellas se suman apoyos esporádicos y parciales que proveen instituciones y empresas estatales de la cultura u otros sectores. Todas estas vías juntas, sin embargo, no son suficientes para responder a nuestro potencial creador ni se integran de manera eficaz.

Urge que el Estado dé respuesta a demandas del gremio que son impostergables: el Registro del Creador Audiovisual, el Fondo de Fomento, la Comisión Fílmica, la legalización de las productoras independientes, y, por último, la promulgación de una Ley de Cine ante la obsolescencia de la Ley 169 de Creación del ICAIC.

Nos preocupa el tenso ecosistema nacional en que se desarrolla actualmente la creación, y de manera particular el audiovisual. La arbitrariedad con que se aplica la política editorial en instituciones como el ICAIC, el ICRT y, en fecha reciente, la FAMCA, así como sus correspondientes episodios de censura, minan más aún la confianza en nuestras instituciones. Resulta alarmante, por demás, la inconsistencia intelectual de los argumentos que funcionarios y asesores suelen esgrimir para vetar o regular la visibilidad de proyectos u obras. Tales prácticas, sumadas a la difamación, en medios de prensa oficiales, de críticos y realizadores, generan un clima inapropiado para la libre creación y circulación de las ideas.

Nos preocupa que esta censura se ejerza impunemente. Creemos que no hay cautelas ni principios éticos que sostengan su uso continuado, ni razones de bien que equilibren su costo en términos políticos y culturales. No puede ser injusta en otros contextos y justificable aquí. Siempre es penosa, repudiable. Y es más lesiva cuando se ejerce, directa o indirectamente, contra todo un gremio.

Nuestras películas deben ser programadas en los cines del país y en la televisión nacional ―más allá de muestras y festivales― tomándose como criterio su calidad artística y no haciendo que prime la suspicacia y la intolerancia ideológica. Esos espacios también nos pertenecen, y pertenecen a los públicos que tienen derecho a apreciar nuestras propuestas y con ellas dialogar como sujetos activos; nuestra creciente producción, cuya valía reconocen festivales y concursos de prestigio dentro y fuera del país, es capaz de nutrirlos. Tenemos derecho a participar con nuestra visión en la toma de decisiones respecto a lo que en ellos se exhibe. En el rediseño de dichos espacios, así como en el mantenimiento del espíritu plural y reflexivo de eventos como la Muestra Joven ICAIC, no puede prescindirse de nosotros. El cine cubano, todo, merece ser protegido. Esta es también una forma de enfrentar la creciente avalancha de productos audiovisuales con claras intenciones alienantes.

El sistema nacional de enseñanza artística audiovisual debe actualizar sus planes de estudio y fortalecer su claustro de profesores. No se puede desestimar el deseo de talentosos profesionales jóvenes de sumarse a él, incluso mediante una política de relevo con alumnos-ayudantes. Resultan imprescindibles carreras con perfiles de Guion y Animación cinematográfica, reclamo casi unánime de realizadores y especialistas que aún sigue sin respuesta.

Se impone construir un diálogo con las instituciones y sus representantes, así como al más alto nivel del Ministerio de Cultura y de organizaciones que deben representar a los artistas, como la UNEAC. Pero ha de ser un diálogo en condiciones de equidad a partir de una lógica no autoritaria, patriarcal, paranoide; sino horizontal, respetuosa y desprejuiciada; y sobre todo efectivo, que conduzca a resultados concretos más allá de la retórica. En un país como el nuestro, la política cultural no debe ser un sobrentendido ni puede imponerse como dogma.

De la salud de la cultura depende gran parte del bienestar de la sociedad. Pero no se trata de un bienestar ingenuo y pasivo, sino de un estado de ánimo crítico que nos permita estar alertas ante arbitrariedades, abusos de poder y voluntades colonialistas tanto de fuera como de dentro del país. Ser críticos significa ser dueños de nuestros destinos y hacer uso de la imaginación, único modo de refundar la utopía.

No somos el mañana, ni el mero presente, y mucho menos el pasado del cine cubano. Somos una combinación activa de tres tiempos, una maquinaria de múltiples voces e intenciones diversas unidas por el deseo de soñar. Soñamos con un país capaz de verse frente al espejo negro que es el cine, y que ante él logre reconocerse, amarse y odiarse, criticarse y alabarse, resistir y transformarse, todo al mismo tiempo.

Seguiremos haciendo nuestra obra, potenciando iniciativas de creación y reflexión alternativas que reinventen las nociones de participación y compromiso, ejerciendo la mirada y el oído, ocupando el espacio que nos hemos ganado con cada plano, cada corte, cada disolvencia. Nuestras películas, gestadas en la Isla y más allá, seguirán hablando y resonando aunque intenten ponernos mordazas. Hablarán por ellas mismas y serán nuestras voces, las voces de muchos. Encontraremos palabras nuevas, frases nuevas, lenguajes nuevos para contarnos. Pero nunca guardaremos silencio.

7 de mayo de 2018

A 50 años de los sucesos del Mayo francés y a 5 de la Asamblea de Cineastas Cubanos que daría origen al ya extinto g-20.

Publicado en La Pupila Insomne

De la naturaleza de las emociones y la falacia del cardumen

Confieso mi tardío descubrimiento de la Declaración “Palabras del cardumen”, supuestamente emitida por jóvenes realizadores. Digo supuestamente porque detallan como necesidad lo que se ha debatido a otras edades y en otros escenarios y son bastante precisos a la hora de reclamar lo que no logró consenso en las negociaciones, ni institucionales ni en la perspectiva intelectual que sobrepasaba al estrecho grupo demandante. Se hacía, por cierto, desde el enclave de la pertenencia a una Organización como la UNEAC, que ha dejado bien clara su postura respecto al tema referente en el contexto inmediato.

Descubrí la Declaración por carambola, concretamente, a través del texto que publicara Arturo Arango en OnCuba Magazine cuatro días después. Declara Arango su emoción ante el texto y glosa la sensación de otro crítico de cine: Juan Antonio García Borrero.

¿Puede un texto tan absolutista y pretencioso, tan falaz en sus evidentes paradojas, emocionar a un receptor desprejuiciado? Por supuesto que sí, sobre todo si el ámbito de codificación del receptor comparte la base falaz del emisor y desconoce el padecer de las víctimas del absolutismo.

El guión, pongamos que natural y emocionado, lleva a la glosa, o a la incondicional aceptación, como si de una iluminación religiosa se tratara. Mi lectura, reitero que tardía, de la Declaración, confirma las ideas que han circundado a la polémica, de la que he sido parte, y hasta víctima, amenazada y difamada. Aun así vuelvo al espacio público con mis criterios, alarmado no tanto por el manifiesto, que solo cambia de género para envolver su paquete ideológico, sino por el eco de quienes lo apoyan, al parecer más entrenados en la naturaleza de los pólipos que en la verdadera acción (natural) de los cardúmenes.

Para ser inclusivos, me digo, intentando dar mi (otra) perspectiva de la glosa, es necesario, primordial y pleonásticamente, ser inclusivo, o sea, no desoír la voz de quienes no comparten tus puntos de vistas, ni éticos, ni morales, ni artísticos, ni políticos. Habría que demostrar, desde el espectro social general, que esas propuestas no son una construcción gremial estrecha, de fractura oportunista, que intenta la suplantación del estatuto general que permite el diálogo entre los creadores y las instituciones. Estos firmantes, y sus entusiastas tembas de emocional apoyatura, dan fe una vez más y desde el propio texto, que van a obviar toda opinión que no se pliegue, dócil y totalitariamente, por cierto, a sus presupuestos ideológicos. Se demostró que no hubo censura con la muestra joven, y que los filmes supuestamente censurados fueron exhibidos en diferentes circuitos, y sin embargo parten de la propia falacia desmentida.

Para ser inclusivos, y no excluir de esa propuesta a los revolucionarios de la revolución cubana, como Alfredo Guevara, o las bases del Nuevo Cine Latinoamericano, hay que tener en cuenta el antimperialismo raigal que los constituía, heredero del antimperialismo martiano que intentan presentar, siquiera representativamente, como una expresión anquilosada y alejada de la complejidad del contexto actual. Para atender a las complejas circunstancias de la Cuba de hoy, y de toda la historia de su revolución, hay que partir de una ley extraterritorial bastante anterior a la idea de la Ley de Cine: la del bloqueo estadounidense, condenada abrumadoramente año tras año en la Asamblea de la ONU y ni siquiera aludida por los declarantes.

¿Es eso retórica, “valores e idearios desgastados, desconectados del complejo contexto en que nos ha tocado vivir”, o es un hecho hegemónico que incide directa y fundamentalmente en esa misma realidad que nos toca vivir? ¿Pierdo el derecho a cuestionar la conducta ética de quienes sonsacan el financiamiento de erogaciones injerencistas que violan incluso las normas del Derecho internacional y la Carta de las Naciones? El cúmulo de reacciones a base de epíteto descalificador y de ignorancia supina revela hasta qué punto eso que de inclusividad se disfraza parte de un totalitarismo de consenso cerrado que usurpa casi con descaro —y hasta anquilosamiento y abulia, cómo no— el espectro ideológico de nuestras propias instituciones.

Habría que demostrar, de paso, que las formas creativas que estos creadores anuncian son verdaderamente nuevas y que contienen al menos cierta capacidad de renovar los códigos de recepción que pretenden dominar como emisores. El nulo impacto de la Muestra Joven en nuestro receptor masivo, e incluso en el receptor adjunto al sector cultural y profesional, indica con claridad que el llamado a agenciarse la valoración masiva es justamente eso, una nulidad construida en la pequeña cocina de los ideólogos que buscan suplantar el carácter universal de la institucionalidad cubana.

Para asumir que no es posible la difamación, habría que partir de no ejercerla, como se difama, por antonomasia, al ICAIC al considerarlo censor, o como han hecho, sin el más mínimo respeto por la obra y trayectoria de otros críticos e intelectuales que manifestamos públicamente nuestro criterio, obviamente en desacuerdo con el que asumiera esa fracción del gremio de un modo bastante absolutista, amenazante y antiético, por cierto. Y difama, sencilla y llanamente, esa declaración cuando califica de “campaña de descrédito” las opiniones vertidas en el espacio público por personas que no carecemos de trayectoria intelectual, y crítica, demostrada con obra y con criterio propio.

Acaso obnubilado por la repentina emoción, Arango ve en esta declaración un “acto de madurez” y no percibe sus evidentes zonas de vacío, sus —más no faltaba— absolutismos y abusos ni, menos aún, su mal intencionada tergiversación acerca del financiamiento educacional que el Estado cubano ha mantenido aun en las más duras crisis. Es como si esos altos gastos, superiores en cifras al resto de los que los declarantes citan, y a la vez minimizados por el propio texto que tan emocionante le resulta, se dieran en la sociedad global con la misma naturaleza con que el cardumen sirve de alimento en los mares a los depredadores. ¿A cuál naturaleza de cuál cardumen se refiere el narrador, guionista y crítico? ¿Solo pesca, como uno más de los depredadores, en la mancha uniforme, monótona, indefensa, de pequeños y nunca singulares peces del cardumen?

Juan Antonio García Borrero, por su parte, al reproducir la Declaración en su blog, declara entusiasmado que lo apoya “con las dos manos en alto”, asumiendo que se trata de un acto análogo al de los jóvenes realizadores de inicios de la revolución triunfante que lideraba Alfredo Guevara.

Ojalá esas dos manos que él alza emocionado (no hay que dudar, insisto, de que determinadas falacias te emocionen) no se transformen en las dos manos que se alzan porque la boca de un arma apunta al cuerpo sorprendido. No sé si las investigaciones acerca del Mayo francés dicen algo a nuestros emocionales entusiastas, o si, como los declarantes del Cardumen, solo se quedan con su visión excluyente que de colectividad pretende disfrazarse. Por mi parte, e imaginando que en un futuro se consumara el triunfo absoluto de sus absolutas peticiones, me veo, como defensor de ideas que los contradicen, con las dos manos levantadas y camino a prisión delante de la boca del arma, es decir, condenado sin juicio a perpetuo ostracismo, y eso, en el mejor de los casos.

Publicado en La Jiribilla

De la naturaleza del cardumen

Por Arturo Arango

Según la imprecisa y útil Wikipedia, el cardumen es “un comportamiento de agregación de animales de similar tamaño y de orientación, generalmente cruzándose en la misma dirección”. Tales conductas “les traen beneficios, incluyendo la defensa contra predadores (mejorando su detección y diluyendo la posibilidad de captura)”.

Este año, la promoción de la Muestra Joven del ICAIC acudió a una mancha de peces impresa sobre papel, proyectada en pantallas donde, según el caso, se mueve conservando el sentido de grupo.

El pasado 5 de mayo, esos jóvenes realizadores del audiovisual cubano hicieron públicas las Palabras del cardumen”.

En su blog El cine cubano: la pupila insomne, el ensayista Juan Antonio García Borrero dice que esa declaración lo ha “emocionado mucho”, y de inmediato argumenta: “Me hizo regresar a esos tiempos en que, con Alfredo Guevara a la cabeza, los cineastas del ICAIC se asomaban a la esfera pública para defender con gran pasión sus principios”.

Comienzo esta nota con él porque expresa con claridad lo que sentí y pensé al leer las “Palabras del Cardumen”. Como Juan Antonio, también yo la “apoyo con las dos manos en alto, porque nos habla del gran capital cívico acumulado en quienes lo suscribieron”.

Yo añadiría que muchas de las acciones más revolucionarias del arte cubano en los últimos años han ocurrido en la esfera del cine, y han estado impulsadas por ese “capital cívico” que mucho tiene que ver con la naturaleza misma de esta rama del arte (en la que el trabajo colectivo o grupal es imprescindible), y con la intensidad de la comunicación que, desde los años 60, el cine cubano estableció con sus públicos, los que se reconocen en las indagaciones que esa rama del arte ha hecho con formas y discursos inquietantes sobre la historia, la sociedad y la cultura cubanas.

Como reconocen las “Palabras del cardumen” en su despedida, el antecedente inmediato de este gesto fueron las asambleas de cineastas que comenzaron el 5 de mayo de 2013, y que terminaron, agotadas, a fines de 2015, período durante el cual se debatieron las principales carencias que desde hace más de dos décadas lastran todo el ecosistema audiovisual cubano.

En las “Palabras del cardumen” se reclama que el Estado dé respuesta con urgencia a “demandas del gremio que son impostergables: el Registro del Creador Audiovisual, el Fondo de Fomento, la Comisión Fílmica, la legalización de las productoras independientes, y, por último, la promulgación de una Ley de Cine ante la obsolescencia de la Ley 169 de Creación del ICAIC”.

Son exactamente las mismas necesidades que debatimos hace un lustro. En aquella ocasión, en sucesivas asambleas, y en las labores del grupo elegido para representarnos (el g-20), esas demandas fueron tomando cuerpo. Junto al ICAIC y, ocasionalmente con el Ministerio de Cultura y otras instancias del gobierno, se redactaron documentos que podrían dar soluciones a muchos de los problemas que aquejan a la producción audiovisual, y a la distribución, la exhibición y la conservación del cine.

Supimos entonces que era más fácil avanzar en propuestas de orden jurídico, económico o administrativo, que en aquellas que tienen que ver con las políticas de exhibición. Las discusiones, a la postre estériles, que enfrentamos por la censura a Regreso a Ítaca y a Santa y Andrés nos dieron la razón.

También de esas inconformidades surgen las “Palabras del cardumen”. Sé que pueden ser leídas de muy diferentes formas, que el lugar que ocupe cada receptor que se acerque a ellas, sus relaciones con el cine, con los artistas y con las instituciones culturales van a condicionar las reacciones.

Yo las recibo como un acto de madurez porque dejan a un lado anécdotas y enfrentamientos puntuales para ir a la raíz de los conflictos y, desde ahí, invitar de nuevo al diálogo. Por eso es un gesto revolucionario: el compromiso con la cultura cubana y con el futuro del país sería estéril si se limitara a la queja y la protesta, y no propusiera, como lo hacen estos jóvenes, vías para continuar adelante.

Los dos años trascurridos desde la desaparición de las asambleas de cineastas y el g-20 hacen más difícil hoy un diálogo que antes fue frustrado por la parálisis de quienes debían solucionar los problemas del sector, y por la opacidad de quienes prometieron lo que todavía no han cumplido.

Jamás se explicaron las razones para que no exista ya el Fondo de Fomento (la potestad de cuya creación recae en el Ministerio de Cultura, y cuyo reglamento, colegiado con cineastas a inicios de 2015, obra en poder del ICAIC), o para que no se legalicen las productoras independientes y existan los registros de cineastas y de productoras (todos los documentos requeridos fueron consensuados en asambleas y redactados por el g-20 y el ICAIC), ni tampoco por qué es aún letra muerta el “Diagnóstico para la transformación del cine cubano y del ICAIC”, en el que trabajamos durante meses de 2013, y que debió ser la base para que el Estado emprendiera todos los cambios necesarios.

Lo deseable es que las “Palabras del cardumen” contribuyan a sacar al cine cubano del pozo en el que está cayendo.

Para que vayan más allá de la catarsis, no hay otro camino que el de dialogar. Los jóvenes repiten hoy un principio que fue central en las asambleas pasadas: “Tenemos derecho a participar con nuestra visión en la toma de decisiones”.

Para que la palabra diálogo tenga sentido, es necesario, de uno y otro lado, saber escuchar al otro, deponer la prepotencia, reconocer que todos somos susceptibles de cometer equivocaciones, pensar que la cultura y el cine cubanos son más importantes que intereses o mezquindades personales, actuar con transparencia, sin prometer jamás aquello que no se podrá lograr, y también proteger el delicado equilibrio de ese ámbito de injerencias nocivas. En ambas orillas hay quienes están pescando en las aguas de un río muy revuelto.

Las “Palabras del cardumen” me han resultado esperanzadoras en sí mismas. Es estimulante saber que se proponen seguir “haciendo [su] obra, potenciando iniciativas de creación y reflexión alternativas que reinventen las nociones de participación y compromiso, ejerciendo la mirada y el oído, ocupando el espacio que [se han] ganado con cada plano, cada corte, cada disolvencia”, al tiempo que se reconocen herederos de una herencia nacida con el ICAIC y el Nuevo Cine Latinoamericano.

Reconozco, sin embargo, que mis esperanzas no van hoy mucho más allá. Ojalá me equivoque y en esta ocasión aparezca ese oído receptivo, responsable y honesto que Cuba necesita con urgencia.

Publicado en OnCuba
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