Penal de Sierra Chica, invierno de 1975

Trac, trac, trac. Se abre el portón de hierro que antecede a la reja. Raro: no es la hora de la comida ni del colchón. Un militar con ropa de fajina le ordena al guardia que abra la reja. Entra a la celda, observa a su alrededor con un rápido movimiento de ojos, respira hondo y se dirige al hombre que, sin parpadear, permanece estático en el medio del calabozo.

—¿449?

—Sí, señor.

—Sentate.

—¿Así que sos hermano del Che?

—Sí.

—¿Y cómo es la cosa acá adentro siendo hermano del Che?

—Normal.

—¿Y hacés gimnasia?

—No.

—¿Escribís?

—No.

—Me conozco de memoria el reglamento de la contrainsurgencia, lo sé todo de ustedes… los subversivos.

—…

—449… Qué gran tipo era tu hermano. Lástima que se fue para la zurda.

“Entonces, pienso: un tipo que está preparado para hacerte pomada, para hacerle mal a todo el que piense como el Che, que lo han hecho estudiar todo eso… ¿Lo admira? ¿Qué fue lo favorable? ¿Por qué salí con vida? ¿Salí con vida por ser el hermano del Che? ¿Por casualidad? Porque en realidad no fueron tantos los que fuimos presos legales y blanqueados que después mataron”.

El hombre que el 1° de enero de 1959 empezó a ser el hermano menor del Che fue camionero y vendedor de libros marxistas. Un militante de izquierda que abrazó la lucha revolucionaria de los años 70. Luego, durante ocho años de encierro, fue un número: el 449. Torturado física y psicológicamente, quiso olvidarlo todo y al salir fue vendedor de ron y habanos cubanos. No quiso hablar de su hermano el Chancho desde octubre de 1967 para respetar el pacto de silencio con su hermana, y por su madre ya fallecida. Pero no pudo con la sangre. Ernestito volvía una y otra vez. Se cansó de escuchar y leer mentiras sobre su hermano. Una vez un periodista alemán le preguntó si era guevarista. “¿Usted cree que tengo otra opción?”, le respondió. ¿Quién es Juan Martín Guevara?

—Fui camionero de la fábrica de lácteos Mendicrim un montón de años. Además de manejar el camión, vendía, porque no era entregar el pedido nomás. Después vendí libros en la calle, tuve librería, de todo hice para sobrevivir. Estudié un tiempo periodismo y también pasé por la facultad de Arquitectura. En otra época dirigí vendedores: les enseñaba métodos. Por ejemplo, cuando vos tenés un producto determinado y hay un sector al cual querés llegar, antes de que alguien te diga algo tenés que anular todos los peros. Es decir, me van a criticar esto, lo otro y lo otro, entonces antes argumento “porque eso es mejor que cualquier otra cosa”. Eso elimina la negatividad o los “no”. He utilizado esto cuando he ido a un lugar donde son todos peronistas y me han querido meter a Perón. Entonces, para que no pudieran, para que la discusión fuera por otro lado, leía una cosa que hablaba de Perón citando al marxismo o al leninismo. Ahí evitaba el tema de la discusión concreta.

Juan Martín Guevara de la Serna nació en la ciudad de Córdoba en 1943, 15 años después que su hermano mayor, Ernesto. Lleva un bigote blanco llamativo y un nombre que hace honor a su abuelo materno. Mueve las manos como un contador de cuentos, toma un mate atrás de otro y es capaz de reírse de la peor de sus desgracias con una carcajada perruna a lo Patán.

—Cuando Ernesto se fue de viaje vos tenías diez años. ¿Cómo era tu vida en ese momento?

—Vivía con mi vieja porque a esa altura mis viejos se habían separado y los demás ya se habían casado y me llevaba diez años de diferencia con la hermana que me seguía. La nuestra fue una especie de familia itinerante o gitana. En Alta Gracia, cerca de Córdoba, pasamos por cinco casas en 15 años. Evidentemente no éramos de un lugar. Primero Villa Allende, que es un barrio de Córdoba, después Alta Gracia, después Córdoba otra vez, después Buenos Aires de nuevo y Misiones y otra vez Buenos Aires. Pero todos andábamos por cualquier lado, no teníamos raíz, no éramos de ninguna parte. De todos nosotros Ernesto era el más viajero: nunca lo podías tener mucho tiempo en casa. Se subía como enfermero a barcos petroleros que iban al sur mientras estaba estudiando Medicina, también para hacer unos mangos. La idea era andar, viajar, conocer, hacer mundo.

—¿Las cartas que enviaba Ernesto las tenés vos?

—Tengo varias cartas pero no están completas. Estoy tratando por todos los medios de completar un epistolario. Me acuerdo de que él se definía como “un aventurero, pero de aquellos que ponen el cuerpo”. Siempre digo que de algún lado salen las cosas, no es generación espontánea. Así como la familia fue movida para todos lados, así como la familia fue contestataria, rupturista de cuestiones establecidas y contra todo lo preestablecido.

—¿Cuál es el mayor legado de tus padres?

—Celia, mi vieja, se educó en un colegio de monjas y era lo más anticlerical que uno se pueda imaginar. Ernesto, mi viejo, si bien tenía en su familia marinos y militares, era lo más antimilico que existía. Desde chicos teníamos en la cabeza que a la policía y a todos los que tenían uniforme, hasta a los carteros, había que huirles. Como dice Edmundo Rivero en “Atenti pebeta”: “A esos bigotitos que parecen líneas, que en vez de bigote son un espinel, rajales también”. En Alta Gracia mi viejo trabaja con organizaciones antifascistas, y de ahí surge su antiperonismo, por la relación con el franquismo y por la bronca con los milicos. Para él era como uno más uno igual dos: es milico, es facho. Mi vieja era otra cosa distinta, era mucho más disciplinada, y de esa gente que va en busca de lo que se quiere hasta que se lo consigue. Mi viejo andaba más por el lado de la movilidad, de la inteligencia, de la viveza criolla para lograr una cosa, no por la continuidad. Por eso hay ejemplos de Ernesto que son clave. No lo podías provocar, no le podías decir “no” a esto, “no sos capaz” o esto “no podés”. De ahí lo que cuenta Granados sobre el viaje en moto, de cuando cruza el Amazonas nadando.

—¿Qué tan pesada es la mochila de ser el hermano de alguien como el Che?

—Ahí hay asuntos de traducción del libro. Después de publicarse en francés y volver a traducirse al español hubo varias cosas que, al leerlo, me doy cuenta de que no dicen exactamente lo que pienso. En una parte se dice que yo crecí a la sombra, o algo por el estilo, de mi hermano. En todo caso crecí a su luz, porque en un momento determinado empecé a comprender y a sentir. A los 14 años ya era militante estudiantil de la época de la Ley 1.420.1 Fuimos a la Plaza de los Dos Congresos para tratar de que no se derogara la Ley 1.420, hubo una manifestación enorme. Mucho más grande que la de Perón en la Plaza de Mayo, fenómeno de gente, y así y todo Arturo Frondizi la derogó. No solamente que la derogó sino que nos mandó a la policía a cagarnos a palos con grupos de derecha civiles que también actuaron en aquel momento, y me metieron en cana. Al poco tiempo se produjo la Revolución cubana y para mí, que ya venía con calle, fue la efervescencia total.

En eso llegó el Che

Después del 1° de enero de 1959 nada sería igual para la familia Guevara de la Serna. Los revolucionarios tomaron el poder en Cuba y Ernestito, el Chancho, el Fuser (mezcla de “furia” y “Serna”) era el comandante de esa gesta que cambió la historia de los pueblos de Latinoamérica.

—Con mi familia llegamos un par de días después, sería el 8 o el 9. El viaje fue en un vuelo de Cubana de Aviación que recogió exiliados del Movimiento 26 de Julio que llegó a Buenos Aires y de ahí a Quito y después a México para terminar en La Habana. Éramos mi vieja, mi viejo, Celia, un cuñado que era el marido de Celia y yo. Todos elegidos por Camilo Cienfuegos, que suponía que si le decía a Ernesto que iba a venir la familia le iba a decir que no. Entonces, cuando ya estábamos llegando le dijo: “Andá al aeropuerto que ahí hay una sorpresa”. Ernesto preguntó qué sorpresa. “Está tu familia”, le dijo. Ernesto ya no tenía tiempo de enojarse. De ahí esa famosa foto que hay de Ernesto abrazándose con mi vieja, en la que están abrazados, abrazados; yo estaba ahí, era increíble. Porque en aquel momento no había toda esta tecnología, entonces estaba lleno de cables por todos lados y mi vieja atropelló todos los cables del mundo para pegarse ese abrazo. Fue como si se estuvieran fundiendo en una persona, algo que todavía tengo grabado.

—¿Es cierta la anécdota de que el actor Errol Flynn había quedado varado en La Habana y se hospedaba en el mismo hotel que los revolucionarios?

—¡Era una locura! Llegamos al Hilton y había un enano y un negro de dos metros vestido de librea. Ellos abrían la puerta y yo decía “¿qué es esto?”. Al mismo tiempo, un guerrillero por ahí tirado con unos escapularios, con la ametralladora colgada, y entre todos esos estaba Errol Flynn. Yo lo veía en el cine y la Revolución lo agarró en el hotel Hilton. Se mezclaban los turistas con los guerrilleros.

—¿Cómo vivieron tus padres todo lo que sucedía con su hijo mayor?

—La que lo vivió con más intensidad fue mi vieja. Cuando se produce la Revolución es como que revivió, ya que ella había tenido cáncer y depresión. Se convirtió en militante de un movimiento. Incluso estábamos en distintos movimientos y discutíamos bastante. El vicepresidente que había tenido Arturo Frondizi, Alejandro Gómez, renunció y formó un grupo en el que estaban los hermanos Viñas, Ismael y David. Ella viajó bastante a Cuba, participó en muchas actividades en defensa de la Revolución. Incluso estuvo presa. José María Guido la mete presa.

—¿Se puede decir que a partir de ese momento arranca para vos la militancia política?

—Con la Revolución cubana hubo una especie de corte en lo que vendrían a ser los sectores de izquierda, entre los cuales se incluye lo que se llamaba en aquel momento la izquierda peronista, donde hay una influencia marxista, y algunos que después se suman a Montoneros, como las FAR [Fuerzas Armadas Revolucionarias]. Pero las FAR en sus inicios son marxistas, como Juan Gelman y otros compañeros que venían de la izquierda, que después van caminando hacia lo que sería el nacionalismo popular. Otros son sectores que salen del Partido Comunista, que se rompe para Vanguardia Comunista. La Revolución cubana produce ambas cosas: ruptura y acercamiento en algunos lugares. Ahí hay montón de organizaciones que se van gestando, saliendo de un lugar y de otro, y yo voy a participar en algunas de ellas, unas que se abren del socialismo argentino. Después me dediqué más a los libros. La nuestra era una librería política en la que estaban todas las organizaciones con sus revistas.

—¿Dónde estaba tu librería?

—En la avenida Corrientes, al lado del teatro San Martín. Era una confluencia constante de pibes que venían por sus revistas, sus libros marxistas. Tenía veintipico, de ahí me fui en el 65. En aquel momento mi hermano no estaba en ningún lado y estaban todos los servicios del mundo entero buscando dónde estaba el Che, y eso incluía la librería donde yo estaba.

—¿Llegaste a tener algún contacto con él en aquellos días?

—No, nada. Me acuerdo de que un día vino un periodista de la revista Gente y me dijo que quería entrevistarme. Le dije que no daba entrevistas, entonces me confiesa que lo único que quiere preguntarme es si yo sabía dónde estaba mi hermano. Le repetí que no daba entrevistas y que si lo supiera jamás se lo diría a él. Resulta que había un fotógrafo en el edificio de enfrente con un teleobjetivo, y yo aparecí en la revista junto a una declaración en la cual él dice “pero por el tono con que me lo dijo era evidente que sí sabía”. Lo fui a buscar, lo agarré del cogote y le dije: “¿Pero vos querés que me achuren?”.

El 9 de octubre de 1967 Juan Martín salía temprano a la mañana para su trabajo de camionero y vendedor cuando le pegó una ojeada de refilón a Clarín en un puesto de diarios y vio la foto de Ernesto. Se le heló la sangre.

—Fue un golpe terrible. Decidimos reunirnos en la casa de mi hermana Celia y queríamos creer que no era verdad. Tantas veces nos habían dicho que había muerto y en realidad no, que pensamos que esa foto estaba armada. Desde que la vi dije “este es Ernesto, no hay duda”. Y ahí fue Roberto, mi hermano, a Bolivia.

La última vez que Juan Martín se dio un abrazo con Ernesto e intercambiaron unos manotazos como si fueran boxeadores fue en 1961. En ese momento su hermano ya era el Che y estaba en Punta del Este, donde participó de la IV Conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social de la Organización de Estados Americanos (OEA), y dejó un discurso memorable que se transformó en material de estudio para académicos y militantes de izquierda.

Guevarista sin opción

Con el asesinato de su hermano Ernesto en Bolivia, Juan Martín sintió que el rumbo de su vida estaba en la militancia revolucionaria. Al mismo tiempo, ya se había casado y tenía dos hijos. Entonces, su lucha por el socialismo chocaba con la necesidad de trabajar para mantener a su familia.

—En el año 72 formamos una especie de mutual que era un sindicato. Ahí era el secretario, el jefe de la cosa que habíamos hecho. Latona Sociedad Anónima se llamaba la empresa distribuidora y ya había crecido mucho, había tres grandes, y Mendicrim estaba discutiendo ser una de las grandes. En el 73 decidí dejar el laburo; estaba en plena separación, así que fuimos con la familia a Cuba. Ellos se quedaron allá y yo regresé a militar con el PRT, Partido Revolucionario de los Trabajadores, que para mí era la organización que me representaba desde el punto de vista político-ideológico. Nosotros no participamos de la lucha armada sino dentro del PRT; todos, cualquiera que estuviera en el PRT tenía obligación moral y reglamentaria de que si era necesario debía tomar las armas, porque ese era nuestro objetivo: la guerra popular y prolongada. Pero dentro del PRT podías tener una u otra actividad que no fuera exactamente esa.

En un documento desclasificado del Departamento de Estado de Estados Unidos fechado el 3 de mayo de 1974, que salió a la luz en 2005, consta:

“Juan Martín Guevara, el hermano de Che Guevara, fue arrestado el 1° de mayo en Córdoba y acusado de posesión de falsos documentos de identificación. También tenía un paquete que contenía publicaciones de ERP [Ejército Revolucionario del Pueblo]. Recientemente llegó a Argentina. Recientemente después de dejar a su familia en Cuba. No ha sido informado anteriormente que está activo en círculos terroristas y, de hecho, es virtualmente desconocido localmente”.

El menor de los Guevara permaneció detenido durante tres meses en el pabellón de condenados del penal de Córdoba. Al recuperar la libertad siguió con la militancia activa hasta que, en 1975, volvió a ser arrestado. Nunca imaginó que pasaría ocho años encerrado. Allí sintió en el cuerpo ser el hermano del Che.

Jesús María Cabanas, un español que fue liberado durante la dictadura por la intervención del rey Juan Carlos ante los militares, contó en una entrevista en 1977:

“Dos años estuve con él en Sierra Chica, en el pabellón 11. Sin luz, sin comida. Bajamos todos del orden de 15 a 20 kilos. Humillante. Hay palizas, baños de agua helada, saltos de rana, golpes en la planta de los pies con barras de goma. ¿Para qué vamos a contarles casos? De repente aparece uno ahorcado. Otro con un tiro, pero lo peor es la incertidumbre. Nunca sabes si te va a tocar ya. Y Juan Martín Guevara está viviendo todo eso, pero de forma especial. Porque reclama más atención: es hermano del Che. De la cárcel pasó al calabozo especial por las cosas más arbitrarias: por tener la camisa húmeda o por tener desabrochado el primer botón.

—En la cárcel tuve tres instancias de salud jodidas. En una me operaron de una hernia, que eso fue una pelotudez, más que nada porque estábamos aislados en un pabellón y teníamos la posibilidad de tener contacto con otros pabellones a partir de la atención médica. Ahí uno de los médicos que me atiende descubre que tengo una hernia inguinal y me hace operar. Y no podías decir “no me opero”. “¿Qué? Te operás y listo”. Las operaciones de hernia tienen un tajo así, flor de tajo. Salgo de la operación, voy al recreo y en ese mismo recreo no me acuerdo por qué, porque siempre era una cosa que te la inventaban, pum, a los calabozos. Cuando llego al calabozo, obviamente, era desnudez e ir al baño; ir y venir era paliza. Cuando me vieron cómo estaba me di cuenta de que los tipos dijeron: “A este le pegamos y se nos abre todo y se nos va”. Entonces, listo, de nuevo a la celda. Por una vez, una cosa como esa me trajo suerte.

Cuando el 22 de agosto de 1975 sacaron, por la noche —a la misma hora y fecha del aniversario de la masacre de Trelew, ocurrida tres años atrás—, a cinco presos del penal de Rawson (Chubut), entre los que estaba Juan Martín Guevara, todos pensaron que los fusilaban.

—Estábamos seguros, porque nos conocíamos los cinco, sabíamos quiénes éramos cada uno y sabíamos que estábamos más o menos identificados como gente que podía tener una importancia. Paramos en medio de la noche, en cualquier lado, y dijimos “nos hacen mierda”. No. Seguimos viaje. Años después pienso que en realidad nos estaban salvando, o tal vez nos estaban sacando esa noche para matarnos pero hubo una contraorden y no nos mataron. Nunca lo supimos, pero sí sabían quiénes éramos cada uno de nosotros. Siempre lo supieron.

Otra lucha, la misma utopía

La mayoría de los compañeros del PRT-ERP murieron en 1975, en lo que se conoció como la batalla de Monte Chingolo. Los demás fueron desaparecidos por la dictadura, y un puñado menor se unió al ejército sandinista.

—Unos compañeros que en algún momento hablaban de la lucha armada decían: “No, el error no fue la lucha armada, el error fue político; la lucha armada está dentro de la política”. Ahora, si la lucha armada se convierte en la división política es un error político, es que han puesto el arma por encima de la política, y eso, obviamente, es un error político.

—Los 200 años del nacimiento de Marx coinciden con los 90 del Che. ¿Cómo nos atraviesan hoy sus teorías y sus luchas?

—Siempre, desde el punto de vista guevarista, el marxismo sigue teniendo vigencia, porque primero no es una cuestión de justicia social, sino que es una cuestión del estudio profundo del sistema capitalista. Sigue existiendo la plusvalía o plus producto social, sigue acumulándose allí. Antes era plusvalía directa a partir del proletario, hoy también pero a partir de los servicios de Nextel, de Carrefour, de ese tipo de empresas. El sistema de clases sigue existiendo. La declinación de la ganancia es cierta, por un lado, pero ellos generan la renta por otro lado. Hay una crisis establecida desde el año 2008, pero la sufrimos los de abajo. Es la claridad que tiene el imperialismo para evitar que se convierta en revolución. Les tiran el problema a los de abajo. Pero además, les dan con los medios de comunicación, les dan con Netflix, les dan con el fútbol. “Les damos con esto y con lo otro y los tenemos entretenidos”. En los años 60 y 70 la represión tenía tres instancias: persuasión, disuasión, represión. Persuasión: ¿qué hago?, te converso. Disuasión: “Muchachito, por ahí no, te va a ir mal”. Después: ¡upa!, te fue mal. Hoy le agregan fuga de cerebros, fuga de conciencia, después viene la persuasión, disuasión y represión; esa no la abandonan, esa la siguen. Pero lo primero es “ni pienses, ni se te ocurra”.

—¿Cómo continúa tu lucha revolucionaria con tanta historia encima?

—La mía es una historia chiquitita. El valor que yo tengo es que puedo ser parte de una historia más grande a partir de ser hermano del Che, y darle contenido a esa imagen que no tiene, o tiene muy poco contenido. Yo puedo ser un factor positivo en ese sentido. Ahora, como historia mía, ni un poquitito. ¿Cuánta aguja puedo mover? ¿Cuánta aguja mueve el Che? Tengo esa responsabilidad: no hablar giladas, no hablar tonterías, no desunir, tener realmente planteado lo que el Che dijo, lo que el Che hizo, no tergiversarlo. Tengo 74 años. Me olvido de muchas cosas, pero mi cabeza todavía funciona; el físico también, por ahora. Lo que quiero dejar como herencia es algo que tenga contenido, que sea sólido y concreto, como la fundación Ernesto “Che” Guevara. Pensemos: dentro de 300 años, cuando ni vos ni yo existamos, el Che va a seguir existiendo. Así que no discutamos más tonterías: si vamos a hablar del Che, 300 años; si vamos a hablar de nosotros, mañana. Dame un mate.

La Diaria