Cine Tonalá

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“Proyectos como Tonalá siempre terminan siendo de riesgo”

En el cuarto aniversario del “lugar por donde sale el sol”, Salomón Simhon, su presidente y cofundador, analiza qué le ha permitido ser a Cine Tonalá una excepción a las salas comerciales que pueblan la ciudad. Dificultades, aciertos y planes futuros.

Por Sergio Rosas Romero

La casa del barrio La Merced ya es un paso obligado para cinéfilos, curiosos y ciudadanos desesperados por ver cine alternativo e independiente. ¿Dónde ver documentales, películas gastronómicas, los cortometrajes de los nuevos directores colombianos? Sí, Cine Tonalá ha podido suplir, con gran esfuerzo y precios amables para los estudiantes, esas viejas exigencias de los espectadores. Pero no todo ha sido fácil en estos cuatro años. Tonalá ha tenido que fortalecer la esencia con la que nació en Bogotá en el 2014, emulando a su hermana mexicana del barrio la Roma en Ciudad de México: un espacio que ofrece cine y también comida, copas, libros, teatro, fiesta y arte. Mantener esa variada oferta andando ha sido agotador, en palabras su presidente, Salomón Simhon. Para fortuna del espacio, la alta afluencia de espectadores y comensales demuestra que el público ha conectado con la apuesta que el espacio hizo desde sus inicios.

Tonalá sigue siendo, sin embargo, una excepción en términos de proyectos culturales exitosos que le apuesten a la proyección de películas independientes y con temáticas que escapen a los clichés comerciales. No hay claros indicios de que el panorama cambie en el presente cercano y las razones son evidentes: falta de estímulos para la apertura de nuevas salas alternativas, poco interés del sector público y privado de formar espectadores por fuera de los paradigmas comerciales, dificultad para financiar la distribución de películas colombianas o latinoamericanas diferentes, frescas. Si bien Jaime Manrique, socio de Tonalá y cabeza del Movimiento Bogoshorts, ha labradojunto a Simhon el terreno que le ha permitido crecer a Tonalá, los esfuerzos no alcanzan para que pase lo mismo en otros puntos de la ciudad.

Aunque las películas que se proyectan allí le han llegado a casi 170.000 espectadores en cuatro años (300.000 si contamos las sesiones gratuitas de Bogoshorts todos los martes del año) la apertura de una nueva sala todavía no se ha materializado. Salomón y su equipo esperan que sigan llegando aliados y espectadores para que la casa de la Merced florezca en otras ciudades, en medio de mucha más gente. ARCADIA habló con Salomón Simhon sobre el breve pero prolífico recorrido de Tonalá desde el 2014, sin dejar de lado futuros proyectos cargados de muchas expectativas, pero también de arduo y extenuante trabajo.

Cumplir cuatro años de existencia para una sala de cine independiente en Bogotá no es algo que ocurra todos los días. ¿Qué significa esto para todo el equipo de Cine Tonalá y que podría significar para los espectadores de la ciudad?

Para Tonalá es muy importante cumplir este aniversario porque desde el principio no fue un proyecto fácil de plantear en una ciudad como Bogotá, pues de pronto no estaba acostumbrada a un espacio cultural que tenga un contenido tan alternativo e independiente como lo tienen nuestras pantallas. Para nosotros es un gran logro haber estado funcionando estos cuatro años y esperamos que sean muchos más y muchas sedes más.

Tenemos espectadores muy diferentes (cinéfilos, estudiantes, ejecutivos, etc…) y contamos con la alegría de que las películas más taquilleras sean colombianas. Creo que logramos un objetivo que teníamos desde el inicio: formación del público. Aquí la gente está acostumbrada a las películas de héroes, a ver lo que les traen, entonces no tienen muchas opciones. Tonalá trajo otra visión y otra opción de ver películas diferentes, la mayoría de ellas parte del cine latinoamericano contemporáneo. Logramos formar un público que, además, sí cree en el cine colombiano. Es una gran ventana en Bogotá, en medio de una gran falta de opciones.

Tonalá ha estado a flote mucho más tiempo que otros proyectos culturales en la ciudad. Viéndolo desde la perspectiva que brinda el tiempo, ¿podría enumerar algunos de los aciertos que ha tenido el proyecto de Tonalá?

Creo que no podría decirte una o dos cosas puntuales porque todo es un trabajo en conjunto que va funcionando. El trabajo de programación cambia mensualmente, tanto teatro como cine, stand-up comedy, exposiciones o ropa. Buscamos que los contenidos de Tonalá siempre sean nuevos.

Creo que no hay nada puntual que nos haya hecho mejorar. Más bien el trabajo conjunto de todos estos cuatro años ha hecho que Tonalá siga en la juega con su propia programación, apuntándole a diferentes nichos de personas. Es un motor que siempre está andando y nunca deja de ofrecer contenidos alternativos en diferentes artes, incluso en la gastronomía o en la coctelería, todos enfocados en el cine, pues es el corazón del proyecto.

Desde sus inicios, y así como ocurre con el Tonalá de México, la idea consistió en que la casa sea un espacio que ofrezca una experiencia cultural completa, no solo audiovisual sino también gastronómica. ¿La gran variedad de servicios que hoy en día ofrece Tonalá no corre el riesgo de opacar la oferta cinematográfica?

En cierto modo no porque todo lo que ofrecemos se desprende de las películas. Por ejemplo: en las cartas tenemos nombres de actores. Hemos hecho fiestas temáticas de películas, fiestas de soundtracks de pelis de Tarantino o de películas de los años 80 o 90. Entonces ese corazón se expande a todo el resto de las áreas. En gastronomía, como tenemos tanto énfasis en el cine latinoamericano, ofrecemos comida mexicana o también tenemos los «sábados de sancocho». Intentamos que todo esté ligado. No creo que le quite foco sino al revés: le suma al foco mucho más.

Viéndolo desde una perspectiva más general, ¿considera que otros proyectos culturales independientes, como ciertas librerías, deberían dejar de concentrarse en vender un sólo producto, sino también en vender otro tipo de experiencias?

Sí. Sin duda alguna deberían intentar que esa experiencia se agrande y que llegue a otro tipo de gente que nunca había pensado leer un libro, pero que termina comprándolo y leyéndolo. Aquí en el segundo piso tenemos una galería y venden editoriales y moda independiente, así como un 85 por ciento de obras de artistas locales. Juega para los dos lados: el que viene a ver cine puede que vaya y compre un libro sobre cine y viceversa. Venir a comprar un libro puede significar ver arte, bajar y tomarse un tinto. Creo que en este tipo de proyectos todos los temas culturales se unen, y entre más sea la experiencia el funcionamiento será mejor.

Hoy en día hay editoriales o diseñadores, por ejemplo, que se están juntando para que la persona que compra un libro conozca, al mismo tiempo, un artista o diseñador local. Todo se reduce a un tema de colaboración que es beneficioso para todas las partes.

Uno de los dolores de cabeza de muchos proyectos culturales suele ser la financiación. Pensando en el tema de las librerías, puede pasar que sea más provechoso, económicamente hablando, vender un café que vender un libro. ¿En Tonalá pasa algo como esto? ¿Lo que uno paga por una cerveza sostiene parte de la programación de cine?

Sin duda. Es una balanza: la comida apoya al cine; el cine apoya a la comida. Todos los elementos que componen a Tonalá se benefician mutuamente entre ellos. Creo que eso es lo que hace que el proyecto sea exitoso.

En el 2015 Tonalá se metió al difícil mundo de la distribución de películas, pero la iniciativa no tuvo mucha vida. ¿Qué pasó con esa experiencia? 

En sus comienzos, Tonalá distribuyó Güeros, película mexicana del director Alonso Ruizpalacios que ganó el premio a mejor ópera prima del Festival de Berlín. Lastimosamente no fue una buena experiencia, pues no hay muchas salas alternativas y las salas comerciales no aceptaron la película, lo que redujo bastante el alcance del largometraje.

Después de ese intento y teniendo la experiencia de Black Velvet, decidimos juntar fuerzas y montar una distribuidora en conjunto, teniendo lo mejor los dos mundos: la exhibición (Tonalá) y la comunicación (Black Velvet). Se llamará Brutal y la lanzaremos pronto. Vamos a distribuir la nueva película de Felipe AljureTres escapularios, hecha hace dos años pero que nunca salió. La lanzaremos la última semana de agosto, si no me equivoco. Va a ser el primer intento de esta colaboración entre las dos empresas para lanzar una película colombiana arriesgada, con temáticas diferentes. La segunda película que vamos a distribuir es ¿Cómo te llamas?, de Ruth Caudeli. Es la historia de dos chicas que se aman y en el momento que tienen un hijo la relación se afecta profundamente. Son esas temáticas y narrativas las que esperamos que la gente vea y sienta. Queremos que el espectador, al ver estas películas, tenga emociones diferentes a cuando está frente a una película comercial, cuyo formato parece ser siempre el mismo.

¿Esas películas se proyectarían exclusivamente en Tonalá?

No, la idea es que esas pelis las vea la mayor cantidad de gente posible. Tenemos un circuito alternativo: Cinemanía y Cinema Paraíso en Bogotá, el Museo de Arte Moderno de Medellín, el Museo la Tertulia en Cali… En ese circuito este tipo de  pelis siempre serán bienvenidas, pero vamos a intentar que las salas comerciales también las reciban y les den un chance. Vamos a intentarlo.

Un intento por revivir ese proyecto… 

Claro, volvemos al ruedo. Hay que intentarlo porque a la mayoría de distribuidoras les da miedo traer unas películas arriesgadas. Terminamos viendo lo que nos quieren dar, no traen propuestas nuevas. La idea es que Brutal, en primera instancia, ayude a las películas colombianas que no encuentran una pantalla. Eso es lo que más ganas tenemos de hacer. Mostrarle a los espectadores esas pelis y que ellos decidan si quieren ver ese tipo de cine o no. En cuanto a prioridad, ya luego vendrían películas de América Latina y luego las gringas y europeas. Pero el gran objetivo es sacar estas películas colombianas que no tienen papá o mamá.

La película de Aljure tiene un aura de mito: se sospechaba de su existencia pero no había muchas explicaciones de por qué no se había proyectado…

Él no quería mostrarla, sobre todo porque estaba en contra de pagarle el VPF (Virtual Print Fee, un impuesto para todas las películas digitales que quisieran ser mostradas en los teatros colombianos) a las salas comerciales. Hasta que no se quitó ese impuesto, hace poco, él no la quiso lanzar. Había estado guardada en un cajón porque no podía combatir contra esa situación. Ahora con esta alianza entre Black Velvet y Tonalá, podremos ver esa película.

En los primeros días de apertura de Tonalá, circuló una columna de Nicolás Morales en ARCADIA titulada «¡Mil Tonalás!». Nicolás aplaudió el proyecto y paralelamente deseó que Tonalá no fuera la excepción sino la regla. Sin embargo, en estos cuatro años ningún otro proyecto de sala independiente o alternativa ha florecido con fuerza en la capital. ¿Por qué cree que pasa esto?

Creo que para Bogotá, no sé si decir que incluso Colombia, este no es un proyecto fácil. Vale mucha plata, se necesita una gran inversión de tiempo, la afluencia a veces baja. El tema de hospitality en restaurantes es complicado -muchos están cerrando-, entonces proyectos como Tonalá siempre terminan siendo de riesgo. Por eso no mucha gente se le mide a meterse en un proyecto como este. No sólo es un restaurante, bar o sala de cine: es un lugar donde constantemente están pasando muchas cosas. No es un proyecto fácil de crear. Tenemos la intención de tener muchos más Tonalás, no sólo en Bogotá sino en ciudades como Cali, Medellín o Cartagena, pero es difícil, a veces no hay mucha inversión pública. No estoy enterado de todo el asunto, pero no he visto inversiones públicas directas para proyectos como este. Si hay más proyectos como Tonalá, para nosotros es mejor porque tendremos más lugares para poner nuestras películas. Lo más cercano que se viene en la ciudad es la apertura de la nueva Cinemateca, que espero tenga una programación alternativa y con un enfoque particular.

Mencionó que en Tonalá se están planteando la apertura de otras salas, incluso en otras ciudades. Después de todo lo que han planeado y discutido, ¿si es factible para ustedes abrir otra sala? 

Tenemos un proyecto avanzado en Cali, pero todo toma su tiempo. Hay muchas variantes que van apareciendo a medida que avanzamos en el proyecto, entonces lo que responda es mentira. La sala de Cali podría pasar ya, pero hay variantes como la situación económica del país, los socios que lleguen… Son muchos los factores que a veces se salen de nuestras manos. Entonces esa es la idea, pero no puedo prometer nada.

Se repite con frecuencia que este tipo de iniciativas culturales deben tener buenos aliados para salir a flote. Por ejemplo, este año IndieBo tuvo que ser aplazado, entre otras razones, por no tener salas propias donde proyectar las películas. ¿Cuál es la importancia de tener aliados que crean en la importancia de la cultura y quiénes le han dado la mano a Tonalá desde el 2014?

Creo que los aliados vienen de la mano de la misma vida y son claves. En estos cuatro años hemos tenido aliados prácticamente desde el inicio, comenzando obviamente por el Movimeinto Bogoshorts. Esas noches de los martes donde se presenta un cortometraje nacional ha convertido a Tonalá en un punto de encuentro para la industria cinematográfica. Vienes un martes y te encuentras al director, productor, actores. Entonces es un lugar ideal para las relaciones públicas. Entre todos fomentamos lo mismo: nuevas películas de realizadores colombianos. Medios como Radio Nacional y ARCADIA han sido claves y también algunas marcas de licor, sobre todo, nos han brindado su apoyo

En otra respuesta mencionaba que una de las alegrías de Tonalá ha sido ver que, precisamente, las películas colombianas son las más «taquilleras». Un caso emblemático fue El abrazo de la serpiente (2015), de Ciro Guerra…

Sí, ahí hay una historia. En Tonalá comenzamos con El abrazo de la serpiente y a las tres semanas la quitaron de las otras salas. Nosotros la dejamos un año entero. Resurgió de nuevo cuando quedó nominada al Óscar y ahí sí las salas comerciales volvieron a meterla en su cartelera. Fue raro, pero chévere porque Tonalá estuvo siempre firme al pie del cañón apoyando la peli durante un año. No ha pasado solo con ese largometraje, sino con otro que se llama Las tetas de mi madre (2015), de Carlos Zapata. Esa película fue rechazada por prácticamente el 80 por ciento de las salas e incluso en Bogotá, si no estoy mal, solo estuvo en la Cinemateca. De nuevo, en Tonalá duró un año y venía gente de muchas partes dentro y fuera de la ciudad.

Con esa selección de películas, ¿considera que Tonalá ha roto paradigmas sobre el tipo de cine que se muestra en la ciudad?

Totalmente.

Tonalá le ha apostado a proyectar formatos como el cortometraje o géneros como el documental que no son muy populares. Hoy en día hay un público, pequeño pero fiel, que consume ese tipo de películas. ¿Qué tan difícil fue lograrlo?

Esa pelea definitivamente se la llevó Invitro Visual que fue donde comenzó Bogoshorts. Desde hace 15 años están proyectando continuamente cortometrajes en Bogotá y eso obviamente no ha sido fácil para ellos. Lograron encontrar un público para el formato del corto, y consolidaron Bogoshorts que es un festival que ha creído totalmente en los cortometrajes. Es un espacio de visibilidad y de formación: los espectadores disfrutan al ver el corto y aprenden sobre cómo se hace. Ese aprendizaje, de poder preguntarle directamente al realizador detalles de la película, ha ayudado a muchos de los directores que actualmente están haciendo buenas películas.

A diferencia de otros festivales, Bogoshorts cuenta con dos pantallas para proyectar sus películas en Tonalá. ¿La existencia de Bogoshorts está asegurada mientras exista Tonalá?

Sí. Comparando Bogoshorts con otros festivales, este es un festival self made: solitos lo hicieron y solitos siguen adelante. Mientras que otros, por esperar al patrocinador y cuestiones por el estilo, se quedan ahí y mueren en el intento. Bogoshorts, 15  años después, es uno de los festivales de cortometrajes más grande de Sudamérica. Viene gente de muchas partes del mundo a ver cortos colombianos.

Es muy triste que este año IndieBo no haya existido, porque iba por buen camino, había traído películas para todos los gustos. Pero este año no se pudo hacer por no tener un patrocinador privado. De pronto también en ese punto se necesitan muchos más estímulos.

Arcadia

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