Cargar la suerte: salió el nuevo disco de Andrés Calamaro

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Así es el nuevo disco de Calamaro: Puede rimar con azúcar, puede rimar con veneno

Por Germán Arrascaeta

Andrés Calamaro publicó este viernes Cargar la suerte, un disco que resulta de una grabación clásica, de máxima organicidad.

Un disco que apuesta por cierta noción de “vieja escuela” y que fue realizado con el aporte de sesionistas de renombre dispuestos en un estudio californiano (Sphere, de Burbank) por Gustavo Borner, prestigioso productor que se sumó a un núcleo creativo formado por el pianista Germán Wiedemayer y el mismo Calamaro.

¿Estados Unidos, interacción suntuosa con músicos formidables que se desenvuelven en el mercado anglo? Las circunstancias parecen calcadas de Alta suciedad (1997), el disco que relanzó al Calamaro solista y que, como éste, no tenía una agenda emocional específica.

Es decir, no estaba marcado por circunstancias de vida conyugal como Honestidad brutal (1999) ni afectado por la creación irrefrenable – psicodélica que buscaba revolucionarlo todo como El salmón (2000).
Como en Alta suciedad, entonces, aquí tenemos a un Calamaro que parece haber asumido su condición de clásico de la canción rock hispanoamericana expresándose a su aire, asumiendo que vive por inercia, tal como se le oye en la balada Mi ranchera.

O aclarando que puede “rimar con azúcar o rimar con veneno”, de acuerdo a lo que expresa en Las rimas, una pieza que tiene el mismo movimiento neilyoungnesco de Paloma, aunque a él expresándose con los modos de un rapero.

En otras palabras, encontramos a uno de los mejores compositores de canciones de nuestro rock permitiéndonos viajar a un universo privado en el que la “jornada evolutiva” no arranca sin un mate (Diego Armando Canciones) y las verdades afiladas “lastiman de todos modos” (Verdades afiladas, el corte de adelanto).

En el primer caso, Calamaro surfea un arpegio y un medio tiempo para arribar a una verdad que puede ser oración (“Soy Diego armando canciones”) o nombre propio (“Soy Diego Armando Canciones”). Rara vez se lo oye a este creador en este plan de reafirmación de ego.

Una mezcla enfocada en la supremacía vocal, y que presenta los detalles de grabación con notable claridad, naturaliza el movimiento pendular entre el azúcar y el veneno, entre esos extremos aparentemente irreconciliables pero que en nuestra humanidad conviven armónicos. Pero Calamaro, a diferencia de nosotros, tiene el don de convertir en himnos de canción popular a su observancia sagaz.

Entonces, tenemos como partes de un mismo todo a la emocionante oda a la amistad inquebrantable titulada My mafia y una referencia a “la grieta del nuevo medioevo” que puede hacer que Torquemada quiera “empezar de nuevo” en el funky Falso LV. Y para abonar la certeza de que no descansa en lo políticamente correcto, ahí mismo desliza que no hay revoluciones sin guillotinas.

El recorte de Calamaro expuesto en Cargar la suerte también hace zoom en las horas muertas del pasajero en tránsito (Tránsito lento), en procesiones internas (Cuarteles de invierno) y hasta en los tics de aquellos inseguros que buscan aprobación (Egoístas).

Pero ningún tópico resulta tan estremecedor como el que subyace en el rock Adam rechaza. “Quiero vivir hasta que el padrecito/ me llame para empezar de nuevo/ Escribir mis mejores canciones/ y alegrar los corazones en el cielo”, se le oye a Andrés con una voz recargada y emocionante que alienta un “no te mueras nunca” típico de recital.

En tiempos de algoritmos y dispersión excesiva del objeto antes conocido como disco, es probable que Calamaro logre que Cargar la suerte sea un acontecimiento de impacto perdurable. Faltan apenas tres días para oponer especulación con realidad.

La Voz

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