Chucho Valdés sobre Bebo: “Maestro, padre, amigo”

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Por Rafa G. Escalona

¿Dónde acaba la coincidencia y empieza la mística? Me lo pregunto a menudo, cuando reviso varias veces al día la hora y veo los relojes marcando el mismo número todas las veces (3:33, 11:11, 5:55…), o cuando pienso en qué probabilidades hay de que en un mismo pueblito nazcan un padre y un hijo, el mismo día del año, ambos destinados a marcar de manera decisiva la historia musical de su país a través del piano.

El 9 de octubre no es solo el preludio de las celebraciones por el comienzo de la independencia cubana, sino también el día que la vida, Bebo y Chucho Valdés tuvieron el gusto de fijar como fecha de cumpleaños en su natal Quivicán. En este 2018, a propósito del centenario del nacimiento de Bebo y los 77 suyos, Chucho decidió retornar a su pueblo a reencontrarse con sus raíces familiares y sentimentales, a homenajear con un concierto en el cine local a ese padre suyo cuya sombra se agiganta con el paso de los años.

Tras el paseo de rigor con las autoridades del pueblo por el gobierno y la iglesia en la que le obsequiaron una copia de la partida de bautizo de Bebo–sí, visita a la iglesia acompañado por funcionarios locales, por si la reivindicación de Bebo les parecía un símbolo demasiado pequeño del cambio de los tiempos–, Chucho llegó a un cine Quivicán que para el hombre que ha hecho del Ronnie Scott y del Village Vanguard sus espacios habituales debe haber sido como volver a los días juveniles de tocar donde hubiera un hueco. Pero qué importa que sea esta una sala de un lugar perdido de la geografía cubana, si es aquí donde lo abraza Dulce, la señora de 90 años que le cambiaba los pañales cuando niño, si es aquí donde lo celebra la gente desde la admiración sencilla y honesta, gente tal vez solo conozca de Bebo y Chucho de oídas, pero que siente que ese hombre gigantesco ha hecho algo importante en la vida y es de ahí. En el cine se suceden la puesta de un documental sobre su obra –un tanto insípido para lo que ella merece–, entregas de premios y condecoraciones, y un concierto que se suponía suyo y termina siendo una descarga familiar por la que desfilan tres generaciones de Valdés, cuatro si contamos el ángel tutelar de Bebo, que seguramente lo observaba todo complacido desde algún rincón.

A todas estas, habíamos coordinado previamente una entrevista con Chucho para ese día. Se suponía que fuera una especie de conversación de carretera, de esas que tan bien se ven en los documentales, y confieso que me hacía un poco de ilusión jugar a evocar recuerdos mientras afuera se desplazaban los árboles, las señales y el asfalto. Pero la realidad quiso que todo fuera menos glamoroso, que tuvíeramos que activar nuestro modo paparazzi y perseguir a Chucho hasta Quivicán con la esperanza de entrevistarlo allí, para terminar conversando una vez que nos volvimos a nuestro punto de partida, el capitalino Hotel Nacional.

Para suerte nuestra, Chucho Valdés es un caballero de palabra, uno de tantos rasgos que comparte con Bebo. Pasada la una de la madrugada, después de la agotadora excursión a Quivicán, se sentó a dialogar con nosotros sobre esos lazos más que familiares entre él y su padre.

Para Chucho es un poco difícil deslindar los recuerdos del Bebo papá y del Bebo músico; desde muy pequeño lo recuerda ahí, al piano, practicando, escribiendo, haciendo arreglos.

No es de extrañar que cuando la vocación lo comenzó a halar, comenzara otra relación entre ellos dos, entonces como músicos. Al tiempo que Chucho estudiaba piano clásico en el conservatorio, Bebo lo introducía en los caminos de la música cubana y el jazz. “Para llegar a tocar con él, a los 15 o 16 años, en la orquesta, él me enseñaba la música cubana en la casa”, cuenta. “Me enseñaba a tocar los bajos y él hacía los tumbaos; y después invertía, y yo hacía los tumbaos y él los bajos. Entonces Ya era maestro, padre y amigo”.

Es común que los niños vean a su padre como su primer héroe, pero en su caso, que halló tempranamente el piano y tenía un Bebo Valdés en casa, se justifica aún más.

Bebo fue un innovador, recuerda Chucho. “Fue uno de los artífices del movimiento del filin; en sus primeras etapas él fue arreglistas de todos ellos. Yo vi a José Antonio Mendez, a Portillo de la Luz, vi a todo el mundo –a Osvaldo Farrés, al mismo Arsenio Rodríguez, a Lecuona, a todos esos grandes– que se reunían en la casa, a comentar. Él le hacía los arreglos a José Antonio, las partes de piano. La casa era como un centro musical, siendo yo un niño muy pequeño. Era impresionante ver a José Antonio cuando estrenó Novia mía, decirle a mi papá: ‘Mira lo que compuse ayer’. El primer arreglo de Contigo en la distancia lo hizo Bebo. Se lo hizo a una cantante cubana muy famosa que se llamaba Olga Guillot” (es un poco triste que hoy día haya que hacer la aclaración de que Olga Guillot fue una famosa cantante cubana, pero es lo que hay).

Después de los años iniciales, específicamente a partir de 1960, la relación entre Bebo y Chucho Valdés, la relación entre Bebo Valdés y la Cuba física, tendría un hiato. Un hiato de casi dos décadas, en las que Bebo se convirtió en un anónimo pianista de hotel en Suecia y Chucho saltó a la fama como uno de los más virtuosos pianistas del jazz contemporáneo. Como es inevitable en este tipo de rupturas, reconstruir lo roto toma muchísimo más tiempo.

Desde el reencuentro inicial de 1978 hasta la muerte de Bebo en 2013, Chucho y Bebo intentarán retomar sus conversaciones musicales y espirituales. En ese camino, es esencial el que tal vez sea el verdadero reencuentro, ese momento que recoge Fernando Trueba en el filme Calle 54, en el que los dos se juntan después de quién sabe cuánto tiempo y posan sus manos en sendos pianos. Ahí, mirándose y con un aire de complicidad que captura la película, ambos regalan una de las versiones más hermosas que jamás se han interpretado de La comparsa de Lecuona. Por un lado tenemos la sobriedad y lirismo de Bebo, y por el otro está la exuberancia y la pasión de Chucho. El documento atrapa como pocos la esencia de la música cubana. No por gusto el propio Trueba lo define como “la historia de amor de la película”.

Para Chucho obviamente fue increíble. “Yo quería escuchar lo que él estaba haciendo, más que de tocar yo mismo, ¿no? Porque hacía mucho tiempo que no lo escuchaba así”, dice. “También hubo una intercomunicación, porque nosotros no ensayamos nada de eso. Teníamos la práctica de toda la vida, de cuando yo era niño. Él me miraba y ya sabía lo que quería. Me reía cuando me hacía una seña porque yo sabía qué camino iba cogiendo. En ese momento no nos dimos cuenta de que nos estaban filmando. Nos trasladamos a la casa de acá de La Habana, donde nos sentábamos al piano. Y después nos dimos cuenta, cuando terminamos, de que era una filmación. Por eso es tan espontáneo”.

En sus últimos años, en los que recibió un diluvio de reconocimientos y premios como una estrella renacida, Bebo vivió junto a Chucho en Benalmádena, Málaga. En parte para cuidarlo, en parte para recuperar algo que tal vez ya era irrecuperable a esas alturas. Por fortuna sí pudieron cumplir un viejo sueño de Chucho, que era grabar un disco a dúo. Ahí tenemos los amantes de ambos estilos el álbum Juntos para siempre, un disco cuyos temas se grabaron todos en primeras tomas y que obtuvo, cómo no, su Grammy Latino en el 2009, pero que para ellos fue algo más valioso, fue volver al hogar, a estar, efectivamente, juntos para siempre.

Con el paso del tiempo, la figura de Bebo se ha ido reacomodando en el lugar que merece en la historia de la música cubana y en el reconocimiento del público. Tal vez nada de esto hubiera pasado si Chucho no fuera ese gigante que es, o si este hubiera decidido cortar lazos con Cuba como hizo su padre; tal vez sin Paquito D’ Rivera y Trueba y Cigala y todos los que estuvieron involucrados en su retorno al escenario, no pasaría de ser una entrada más en las enciclopedias de música cubana.

Cuando le preguntamos a Chucho si calificaría a su padre como jazzman o intérprete nos comenta que “ni lo uno ni lo otro. Yo te diría dos cosas. Hay artistas que vienen como edición limitada, hay solo unos cuantos. Pero él no es edición limitada, sino única. Ese es uno solo. Como solo hay un Bola de Nieve, ni va a haber otra Rita Montaner. Esos son ejemplares únicos. No se repite más”. Suerte que existe la justicia poética.

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