Historia en fotografías

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‘Aprendí a escribir la historia de Colombia con fotografías’

Jesús Abad Colorado habla de su exposición, una de las más trascendentales en la historia del país.

Por María Isabel Rueda

Una de las cosas más sorprendentes para mí este año ha sido su exposición de más de 500 fotografías en blanco y negro en el Claustro de San Agustín. Me sentí apabullada. ¿Cómo narrar la historia de tanta violencia, de toda esa tristeza, prácticamente sin exhibir un cadáver?

En la tercera sala hay algunos cuerpos. Pero siempre he planteado que para ver la muerte, basta con ver el rostro de los vivos. Son fotografías que permiten generar una reflexión, pero nunca odio o sed de venganza. Mirarnos los rostros es asumir un poco de responsabilidad frente a eso que ha pasado en el país y que no quisimos ver.

¿Detrás de esa exposición hay un corazón roto?

Fue un trabajo difícil de lograr. A la curadora, María Belén Sáenz de Ibarra, yo no sé cuántas veces la vi llorar. Fue un proceso curatorial muy fuerte durante tres meses.

¿Con el propósito de que no hubiera cosas gráficas innecesarias?

Sí, claro. Lo que buscamos lograr es que se entienda la riqueza de un país pluriétnico y multicultural, pero profundamente racista y clasista, y mientras eso no cambie, los perdedores van a ser siempre los mismos.

¿De dónde viene Jesús Abad Colorado?

Te voy a contar un pedacito de mi historia. Vengo de una familia que vivió muchos dolores. Mi abuelo fue decapitado con su hijo menor afuera de la casa; mi abuela se murió a los 4 meses de amor, de pena moral. Mi madre fue cuatro años y medio monja; era de familia conservadora, y mi papá de familia liberal. Toda la familia de mi papá salió inmediatamente de San Carlos, Antioquia, y mi mamá se quedó unos mesesitos mientras mi papá buscaba algún empleo fijo en la ciudad de Medellín o donde fuera. Consiguió trabajo en la Nacional, entonces yo digo que la universidad pública lo formó a él y a nosotros, porque yo aprendí a leer casi que en las paredes de la Nacional. Pero siempre nos educaron desde la solidaridad. Ahorita llamé a mi mamá cuando venía para acá… y estaba rezando la oración de San Francisco de Asís: “Hazme instrumento de tu paz. Que allí donde haya odio…

… yo siembre amor”. Es hermosa, me la sé de memoria…

Otra característica de la exposición es que ideológicamente no tira para ningún lado. Es la versión de un testigo, caminante, fotógrafo, que vio lo que vio.

Así es. En este país siempre buscan encasillarte, y obviamente yo he visto la tragedia ocasionada por todos. Por la guerrilla, como en Machuca; como en Bojayá, que va de la mano de los paramilitares, pero donde hay también omisión y complicidad del Ejército colombiano, porque la hubo. Yo llegué a ver en el Urabá, en el oriente antioqueño, en el Chocó, inaudito, al ejército reunido con los paramilitares. Pero no quiero sembrar odio en este país; aquí todos los sectores han cometido crímenes, pero hay gente que se lava las manos con jabón Poncio Pilatos. Hay una clase política responsable de todo esto. Que ha cogido los recursos del Estado para volverlos riqueza familiar o de grupos políticos, mientras a la gente en las comunidades la hemos utilizado como carne de cañón para la guerra. Si yo me hubiera quedado en el campo con mi padre, muy seguramente hubiera tomado las armas de un lado o del otro. Reclamo grandeza a los dirigentes de este país. Esta exposición fotográfica es un trabajo pedagógico para llevar no solamente a los muchachos de las escuelas y de las universidades, sino a nuestra clase dirigente, a esos de un sector amarillo, rojo, verde, azul, del color que tengan; y por eso para mí es tan importante que esta exposición esté ahí al pie de la Casa de Nariño, al pie de donde está el poder, independientemente de quién la habite hoy. Aspiro a que la gente que vaya le diga a otra: ‘por allá tiene que pasar’.

¿Entonces, cuál es la marca de su equipo?

Yo pertenezco es al partido de las mamás. ¿Sí? Puede ser un soldado, un civil, un guerrillero, un pandillero, pero si hay una madre que se da cuenta de que su hijo murió, esas lagrimas son universales.

Sé que el dolor de una madre no tiene diferencias…

Digo que aprendí a ver con el ojo izquierdo, pero porque está más cercano al corazón. Por eso le agradezco tanto a esa hermana mía Martha, que siempre me dice: hermano, mucho cuidado porque los extremos siempre se juntan. Tan criminal es un acto de la derecha como de la izquierda. Me solidarizo más con las víctimas. Cuando empecé a caminar por este país como periodista, me aterraba que la gente que entrevistaban fueran alcaldes, gobernadores, generales, comandantes de grupos guerrilleros o paramilitares, pero no a las víctimas… Mira, es la primera vez que en una exposición yo tengo fotografías de comandantes o de presidentes. Jamás en mi carrera de periodista, en una exposición o en una conferencia, yo había mostrado fotografías en donde estuviera un comandante que se llama Timoleón, un señor que se llama Salvatore Mancuso, y está con un funcionario llamado Luis Carlos Restrepo.

¿Recuerda la primera foto que tomó?

La de un tablero en una escuela de un lugar en donde hubo una matanza. Lo retraté desde una ventana, pues en él permanecían las letras de la última clase, la historia bíblica de Caín y Abel. Es la historia de la violencia en Colombia: un hermano matando al otro hermano.

¿Qué línea, no sé si tenue o gruesa, separa el amarillismo de la estética, que es la clave de su exposición?

La ética y la estética tienen que ir unidas de la mano para que el trabajo permita que la gente lo vea y genere una reflexión, no ganas de no ver.

Jesús…, la mayoría de los reporteros de guerra son ellos los protagonistas. Usted logró que fueran las víctimas…

Solamente en los últimos años he hablado un poco de mi familia porque la gente me pregunta: ¿De dónde viene? Entonces me toca hablar, pero no me gusta.

Tengo que preguntárselo para que la gente entienda que usted se ha jugado su pellejo. ¿Cuántas veces lo han secuestrado?

Hay que asumir unos riesgos por acercarme a contar la verdad, que es un espejo roto, porque los periodistas tenemos que ayudar a juntar esos fragmentos para entender lo que hemos vivido. Respondiendo tu pregunta, del primer secuestro del que fui víctima fueron autoras las Farc en diciembre del 97. Fue un engaño, fui a la liberación de unos alcaldes secuestrados, y ellos lo que hicieron fue secuestrarnos, porque los seis alcaldes no habían sido noticia. El segundo secuestro fue un tema más delicado; quemaron el carro, fuimos ultrajados, fue la guerrilla del Eln en octubre del año 2000, muy fuerte. Y, más adelante, algún día estuve en manos de ‘Doble Cero’, el comandante militar de las Auc; casi nos mata entre San Carlos y San Rafael, la misma tierra de mis padres, y si él no hubiera ido seguramente nos hubieran matado.

¿Cómo fue eso?

Bajamos a averiguar por la muerte de algunas personas en el municipio de San Carlos, y nadie nos quería dar información; nos dijeron que no nos fuéramos del pueblo porque había un retén de la guerrilla. Yo sentí que había algo raro y me fui a tanquear. Las bombas de gasolina están a la salida de los pueblos; si realmente había un retén, no iban a subir carros. Y efectivamente subió uno, era el fotógrafo del pueblo. Inmediatamente después aparecieron unos carros y en uno de ellos venía ‘Doble Cero’. Él, con pistola en mano, cuando me vio, lo primero que me dijo –lo había conocido en noviembre del 96, cuando entrevistamos a Castaño– fue: “Mono, mono, acuérdese de mí en la iglesia de San Pedro de Urabá”, y yo estaba ya casi orinado porque ese hombre, cuando me bajé, me dijo: “¿Usted que estaba haciendo por aquí? Porque ese carro iba sin insignia, y agradezca que estoy acá, porque nos llamaron a decir que había unos periodistas muy raros investigando…” Y remató: “Agradezca”.

¿Cómo hace para acordarse de los nombres de todas las personas que ha fotografiado? Pero, además, ha tenido el acto ético de seguirle la pista a la vida de muchos de los que ha fotografiado, a ver qué ha sido de ellos…

Soy un contador de historias. Manejo mucho la oralidad, soy como los wayús, como los palabreros. Que las víctimas en el 97 o 98 por ciento de los casos de las fotografías en una sala tengan nombre es porque tienen un rostro. Es lo mínimo que se puede hacer en un país de tantas impunidades. Si yo a doña Fabiola, o a Rosa Elena o a Evangelina, a cualquiera de estas mujeres les escucho su historia, a mí me están pasando por el corazón. O sea, el ejercicio fotográfico y periodístico yo no lo entiendo como un clic que se hace con la punta del dedo. Las fotografías son pulsaciones del alma. Por eso, a veces vuelvo a buscarlos porque me da pena que mis fotografías estén sin nombre. Tú y yo somos periodistas. ¿Qué tenemos que hacer? Contar quién es Eugenio Palacio y qué paso con él, y cómo está retornando a su tierra. Quién es Domingo Chala. Voy a acompañar a una comunidad que va a recoger sus muertos, dos indígenas asesinados. ¿Cómo se me va a olvidar a mí que Orlando y Eneida Deomicó fueron asesinados el 11 de octubre de 1999 y que caminé con su familia 5, 6 o 7 horas?

 

¿Se identifica más como reportero de guerra? ¿Como periodista? ¿Como documentador? ¿Como caminante? ¿Como testigo?

Respondiéndote muy rápido, soy un periodista que he sido testigo de la ignominia, pero también soy testigo de la resistencia y de la esperanza de este país. Nunca me he considerado un reportero o fotógrafo de guerra. Aprendí a escribir la historia de este país con fotografías, para hablar de humanidad, no solamente de la que está herida sino de la que sobrevive y resiste, y por eso nunca pierdo la esperanza.

Yo diría que también es un artista…

El hecho de que vaya a muchos lugares a exponer, eso a mí no me convierte en artista. Soy periodista. Soy fotógrafo. Y son los curadores de arte los que encuentran en mi trabajo una forma de narrar la historia, y lo entiendo y les agradezco. Entonces, eso, soy un testigo. Aquí en el archivo de mi computador encontrarás fotografías de mujeres con ladrillos para reconstruir un pueblo. O gente que huye con animales. Un perro, un gato, un cerdo, gallinas. Y a veces son tan poquitos que tienen nombre. Ayer, mi madre escribía para decirme: “Nos vamos a comer al gallo Celino –el de la casa– porque se estaba poniendo muy bravo. Estaba aporreando a su hermano cada que iba a echarles comida a las gallinas”. Sé que me estoy extendiendo en las respuestas, María Isabel, pero si esta pareja se casó en Granada (me la muestra en el computador), y todo el mundo murmuraba: ‘¿cómo se están casando en medio de la guerra?’, pues, esa foto es muy importante. La tomé el 9 de diciembre del 2000.

Ella tiene un vestido blanco con una larga cola, en medio de las ruinas…

Para mí, la foto de esa escena era la mejor forma de decir ‘este país no se desbarata, por el amor de su gente, por la vida…’ Hoy los visito a Beatriz y a Óscar, y los encuentro en compañía de sus hijos Santiago y Vanesa. Y de sus tres perros, Skuby, Lupe y Koky; de sus dos gansos que me persiguen por la casa, Imelda y Evelio, y me molestan más que los perros; de su vaca, Bolita. Estas fotografías son para mí una forma de llamarle la atención a esta clase dirigente. Y cerraría con esto: Yo reclamo mucho a través de esta exposición, en un país mayoritariamente cristiano como el nuestro, que apliquemos tres mandamientos: ‘no robaras’, ‘no mataras’ y ‘aprende a amar al prójimo como a ti mismo’, con lo cuál seguramente este país sería mucho mejor.

Por todo eso que usted ha dicho aquí, quisiera pedirle públicamente al presidente Duque o a la Universidad Nacional, la autoridad que sea pertinente, que esa obra quede colgada permanentemente en ese claustro como un acto de memoria nacional.

MARIA ISABEL RUEDA
Especial para EL TIEMPO

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