Matacandelas canta 40

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Hace 40 años nació el Teatro Matacandelas

Por Roñal Castañeda

El 9 de enero de 1979 ocho estudiantes menores de 20 años atendieron una convocatoria que hizo un joven del barrio La Mina, en Envigado. Cristóbal Peláez, para entonces de 26 años, quería hacer un grupo de teatro, una actividad que era vista en ese momento como un hobby o una “actividad de vagos”.

Casi que por una necesidad administrativa, para operar en la primera sede, la Casa de la Cultura de Envigado, necesitaban ponerse un nombre. Decidieron tirarlo al azar, una acción patafísica (movimiento surrealista) como ellos mismos , y abrieron un diccionario. El dedo cayó en “Matacandelas” y así quedaron.

Esta aventura colegial formó uno de los colectivos teatrales más recorridos del país.

El medium muerto – Foto: Matacandelas y Juan Pablo Ríos

Inicio

Era una época que los niños los miraban ensayar a través de las rejas. Luego, estupefactos y mordaces, corrían a gritos de “maricas”, “putas”, “degenerados”, “marihuaneros”.

40 años después de poner esa primera piedra, Cristóbal cree que estaban “condenados” a ser un grupo vocacional y juvenil.

Durante esa primera etapa pasaron muchos jóvenes bachilleres. “El teatro era para los papás de estos pelaos como una especie de terapia ocupacional. Pero apenas pasaban a la universidad los sacaban de la actuación”.

Tomó con el colectivo la decisión de profesionalizar el oficio, es decir, vivir y trabajar para el teatro, aunque fuera un arma de doble filo: “Hemos cabalgado mucho la idea de que el oficio no te mate la pasión”, comenta Peláez.

Camino formativo

En 1986 dieron el salto a Medellín y llegaron a una casa del centro, en Córdoba con Maracaibo. Esos días fueron de formación, ejercicio y experimentación teatral. Ahora les tocaba ser grupo y escuela.

Lo principal de este periodo, según su director, fue que comenzaron a huir de cualquier dogmatismo que les dictara los montajes que tenían qué hacer.

Este proceso de experimentación los llevó a ampliar los referentes teatrales, a ver otras obras, a huir del vanguardismo. “Nunca hemos sido, ni creído ser experimentales”, escribe Cristóbal en “Crónica de un nacimiento”, artículo del libro Colectivo Teatral Matacandelas / 36 años (2015).

De esta época surgen obras emblemáticas como O Marinheiro, Juegos nocturnos y Chorrillo Sietevueltas.

En 1994 fue fundamental. Se aventuraron a tener casa propia y consiguieron la Casa de las Ramírez (como se le llamaba a la casona), su actual sede. Siete años tardaron en pagarla pero ahora es el hogar, que califica como suyo.

Entre los pasillos de la vivienda, ubicada en la calle Bomboná, conviven 13 actores, 5 empleados y Jaime Jaramillo Escobar X-505, el schnauzer que saluda o le ladra a cualquiera que entra.

Cristóbal es el capitán de ese barco. Sabe que no puede perder el mando. En la mañana tiene que volver a armar el grupo que se le desbarató en la noche. “Los grupos se acaban muchas veces de una mala palabra, de ser agalludo con el otro”, explica Peláez.

El toque Matacandelas

En el patio interior, en el mezanine, en los corredores o en la nueva sala del Mata, como cariñosamente les dicen, se oye música: un trombón, el acordeón, el clarinete, una guitarra. Matacandelas está siempre con música.

La investigadora Marina Lamus, “la biógrafa” del teatro colombiano, comenta que es único de este grupo la combinación de música y teatro. “No son músicos de profesión sino que combinan ambas artes”.

Indica que otra característica del Mata es su relación con la narrativa, como sucede con Angelitos empantanados, La casa grande, o las adaptaciones de Edgar Allan Poe.

Lamus cree que eso los lleva a hacer propuestas escénicas que las diferencias de otro teatro del país. “El manejo del escenario, la luz o el vestuario los hace únicos ”.

Así lo ven

“Si no existiera Matacandelas habría que hacer un Matacandelas”, dice Jorge Blandón, director de la Corporación Cultural Nuestra Gente, quien los ve, además, como una institución vital y pertinente para la sociedad colombiana.

“Siempre nos están proponiendo como espectadores un nuevo lenguaje, una pregunta nueva y una inquietud por lo humano”.

Jaiver Jurado, director de la Oficina Central de los Sueños, y quien estuvo durante 10 años como actor del colectivo, ve en el Matacandelas estos tres elementos: “Es la constatación de que la disciplina consciente y el trabajo colectivo son bases sólidas para un hecho artístico o humano a largo plazo”.

El segundo punto que destaca es que el Matacandelas ha entendido el arte como un sentido de resistencia humana y política en medio de una sociedad desigual. El tercer elemento es su “estética amplia, libre cercana a nuestra vida cultural, profundamente investigada y ensayada que en nada tiene que envidiarles a las academias”.

El año pasado el grupo pasó por uno de los momentos más difíciles de sus 40 años. Uno de sus actores de mayor trayectoria, Diego Sánchez, murió: “Fue para nosotros un golpe mortal”, se duele Cristóbal.

Dejando esto atrás, el director piensa que siempre está la necesidad de crear. Los 13 integrantes preparan un nuevo proyecto para sacar este año (ver recuadro). Cristóbal, manejando el timonel, los alienta y les dice: “Acuérdense que ustedes están hechos de otro material”.

El Colombiano


El Teatro Matacandelas cumple 40 años

Por Yhonatan Loaiza Grisales

El Teatro Matacandelas de Medellín es como una corriente marítima que bien puede arrasar con furia, removiendo los cimientos del alma, o moverse con calma, convirtiéndose en un espacio perfecto para la contemplación. Una corriente llena de unas criaturas inquietas que, bajo la guía de Cristóbal Peláez, han logrado establecer unos códigos escénicos con los que suelen inundar los escenarios teatrales.

Su puerto principal está en la calle 47 con 40 en la capital de Antioquia, una sede recientemente embellecida en la que bien puede escucharse un concierto de rock, disfrutar de un almuerzo sazonado por el propio Peláez o discutir sobre el país en esa mesa que decidieron bautizar ‘La convocadora’. También se puede gozar de sus rituales teatrales, esas más de 50 puestas en escena que el grupo ha construido a lo largo de 40 años, que justamente se cumplen este miércoles.

Teatro Matacandelas
‘Las danzas privadas de Jorge Holguín Uribe’ – Foto: Cortesía Matacandelas

En sus montajes, el grupo ha revivido las palabras y los pensamientos de artistas incomprendidos, como los escritores Fernando González, Sylvia Plath y Ezra Pound, y el coreógrafo paisa Jorge Holguín Uribe, un visionario de las vanguardias artísticas que, como los mencionados palabras atrás, se fue muy pronto pero regresó en forma de diálogos y coreografías teatrales. Además, Matacandelas ha vuelto carne la literatura de Fernando Pessoa, de Andrés Caicedo, de Samuel Beckett, de Álvaro Cepeda Samudio, de Edgar Allan Poe.

“Uno se siente como parte de la humanidad, y la humanidad siempre está hablando; así haya desaparición física, el personaje sigue hablando. Es el milagro de la escritura y la transmisión de una memoria, entonces es posible entablar un diálogo con estos personajes”, le dijo Peláez a este diario en una entrevista pasada.

Más allá del escenario, Matacandelas, incluso, se le ha enfrentado a la muerte en su plano más tangencial, más horroroso, como lo fue aquella época en la que el cartel de Medellín, además de aterrorizar la ciudad, impuso un toque de queda a sus habitantes.

Sergio Restrepo, gerente del Claustro de Comfama de Medellín, recuerda que los artistas del colectivo respondieron a aquella imposición criminal saliendo al escenario a las 11:59 de la noche para hacer una función de ‘O marinheiro’.

“Haber salido para conquistar la noche y enfrentar la barbarie que ni el Estado, ni la Iglesia ni casi nadie más de la sociedad civil se atrevía a enfrentar nos ayudó a quitarnos el miedo o, por lo menos, a tener ese miedo, pero juntos. Esa presentación creo que se convierte en un punto histórico de la memoria de la ciudad, de la resiliencia”, añade Restrepo.

Su encuentro más reciente con la muerte fue el año pasado, con la inesperada desaparición terrenal de Diego Sánchez, actor, director y mano derecha de Peláez. El grupo dio a conocer la noticia del fallecimiento en un tuit tan profundo y sentido que se podían sentir las lágrimas de quien lo escribió.

“Hoy domingo 29 de julio, a sus 51 años se ha ocultado Diego Sánchez, alias Faustroll, Joe Flannegan, Pinocho, Lucas de Ochoa, Reinel, don Manoplas, Nando, Presbítero León Villegas, El Pretendiente… Una multitud. El resto es silencio (‘Neófito, no hay muerte’: Pessoa)”, se leyó en las cuentas oficiales de Matacandelas.

Fue una paliza, una catástrofe de lo irremediable, como la definió el propio grupo, que la afrontó como mejor podía y sabía, haciendo teatro. Incluso, el funeral de Sánchez fue una pequeña puesta en escena en la que la escenografía fueron las vestimentas de sus personajes más recordados.

La agrupación siguió sus funciones en Medellín y un par de meses después viajó a Bogotá y a Manizales, sus segundas ciudades, por decirlo de alguna manera, en las que han conquistado un público fiel que siempre los acompaña y se deleita con las locuras que ponen en escena.

De hecho, en su presentación en la capital, donde estuvieron con una función más de su versión teatral de ‘Angelitos empantanados’, de Andrés Caicedo, el grupo llenó las casi 1.800 butacas del teatro Jorge Eliécer Gaitán. Razones como esta son las que le dan a Matacandelas ese apelativo de grupo de culto.

“Cuando nosotros éramos chiquitos, que éramos un grupo vocacional, le teníamos pánico a Bogotá; era el susto del provinciano, y eso nos parecía muy simpático. Como buenos montañeros, soñábamos con la capital; de repente recalamos en la ciudad, fuimos entrando, y de pronto ese público bogotano ha sido maravilloso con nosotros”, le contó Peláez a EL TIEMPO hace unos años en una entrevista.

Diego Sánchez, uno de los emblemas de Matacandelas, en una de las escenas de ‘Fernando González – velada metafísica’ – Foto: Cortesía Matacandelas

Mensajes de amor

En esas visitas a otras ciudades, en esas giras que lo han llevado de país en país, el colectivo paisa ha desarrollado profundos lazos de amistad y cariño con otros teatros que comparten esa filosofía de grupo. Por ejemplo, La Candelaria, la casa del maestro Santiago García, que se ha convertido en un hermano de batallas.

La actriz, directora y dramaturga Patricia Ariza, quien fue una de las artistas que acompañaron a García en la fundación de La Candelaria, considera que entre los dos grupos hay una relación de cofradía, pues han compartido situaciones vitales, como armar ladrillo a ladrillo cada una de sus sedes, y también han remado, muchas veces a contracorriente, frente a una “institucionalidad que no aprecia lo suficiente el teatro que hacemos”.

“Matacandelas es un teatro emblemático, ha cruzado el siglo en 40 años y ha dado testimonio de su tiempo. Sus obras, originales en su mayoría, tienen una denominación de origen inconfundible. Son actores y actrices que, a la vez que actúan con la gala de la formación y la experiencia, son sujetos de la creación, inventores de imágenes inéditas, y eso hace que cuando están en la escena sean los propietarios de las palabras”, sostiene Ariza.

Otro amigo del arte es el director y escritor Sandro Romero Rey, quien desde hace más de 30 años ha acompañado en sus travesuras a los artistas de Medellín. Para Romero, Cristóbal Peláez y “su equipo de poetas” son un ejemplo contundente de que el teatro sí es posible si se tiene una disciplina de hierro y si se esconde la genialidad debajo de las tablas.

“El Teatro Matacandelas, junto con el Teatro La Candelaria, es el último GRUPO de teatro colombiano que se puede considerar como tal. Se han inventado una estética, una ética y una disciplina en torno al placer de la creación como nunca lo había visto en ninguna otra parte del mundo. Ir a su sede en Medellín es entrar en una dimensión donde solo caben la alegría, el rigor, el placer, el arte, la celebración”, añade Romero.

Cristóbal Peláez, creador de Matacandelas – Foto: Guillermo Ossa

Él menciona entre sus obras favoritas del grupo ‘O marinheiro’, ‘Angelitos empantanados o historias para jovencitos’, ‘Sylvia Plath: la chica que quería ser Dios’, ‘Velada patafísica’ y ‘Fernando González – velada metafísica’.

Esta última es, tal vez, la obra maestra de Peláez y su tropa. En ella, los artistas ahondan en la pluma y la mentalidad insatisfecha y profunda de ese gigante de las letras colombianas que fue Fernando González, el genio de Otraparte, cuyas letras y críticas llenas de indignación siguen palpitando, quizás hoy con mayor vigencia.

“Es el alma antioqueña a cielo abierto, descubierta por el filósofo de Envigado con todas sus contradicciones vitales”, apunta Octavio Arbeláez, director del Festival de Teatro de Manizales, quien también saluda a los ‘matacandelos’ por estos 40 años.

“Más que un grupo de teatro, es el corazón cultural de Medellín. Desde que hicieron suya la casa de las Ramírez, en la calle Bomboná, se convirtieron en un referente para todo aquel que tenga que ver con las artes en la ciudad, teatro, danza, música, performance y abrazos, muchos abrazos para el que llegue en busca de la paz que traen consigo los gestos y las palabras dichas desde la pasión por la escena que ha guiado a este colectivo teatral”, puntualiza Arbeláez.

El Tiempo

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