Crónica de una masacre

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Una crónica de la masacre de Pergamino

El 20 de abril se presentó el libro «No fue un motín. Crónica de la masacre de Pergamino» del periodista Leandro Albani. Una reconstrucción del incendio de 2017 dentro de la comisaría 1ª y sus consecuencias editada por Sudestada. Aquí compartimos un fragmento del capítulo “De la pelea a la impunidad”.

Por Leandro Albani 

El 1 de marzo de 2017, Noni Cabrera ingresó como aprendido a la Comisaría Primera. Lo agarraron en la calle, después de chocar un auto con su moto. Hasta el día de hoy, la familia de Noni asegura que los policías se la tenían jurada.

Noni no era de callarse la boca. Desde que lo encerraron en la celda 6, gritaba que necesitaba medicamentos, que le dolía el cuerpo por el accidente, que quería ir al hospital. Paco Pizarro les dijo a los policías que lo trasladaran a la celda 1, que él se iba a hacer cargo, que lo conocía y era buen pibe. Noni también conocía a Alan Córdoba. Más allá de los gritos y pedidos de Noni, entre los detenidos todo seguía con normalidad.

En la tarde del 2 de marzo, algunos de los presos estaban en La Matera, mientras otros dormían o jugaban a las cartas en las celdas. Todos los calabozos tenían las puertas abiertas. Un poco antes de las seis de la tarde, Noni y Alan comenzaron a discutir y se fueron a las manos. Estaban en el pasillo, frente a la celda 2. Sacaron facas, y sus cuerpos flacos y huesudos se entreveraron unos pocos minutos. En el revoleo, se hicieron algunos cortes superficiales. En el espacio de imaginaria estaba Carrizo, que escuchó lo que pasaba. Antes de que le avisara por mensaje de texto a Eva -porque en imaginaria no hay otra forma de comunicarse con el resto de la dependencia-, los dos pibes ya habían terminado la pelea. Se dieron la mano, se abrazaron y Noni le dijo a Alan: “Somos caballeros”. Muchos sobrevivientes coinciden en que la pelea duró apenas unos minutos y no pasó a mayores. El saludo entre Noni y Alan, dicen quienes los vieron, lo confirma. Pero a la zona de las celdas ya había llegado Eva, junto a Giulietti, Rodas y Carrizo, acompañados por Mauro Chida, Diego Ulloa y Braian Ciro, de la División del Comando Patrulla, que se encontraban en la comisaría en ese momento.

En sus declaraciones, los policías imputados dijeron que les habían explicado a los pibes–con palabras paternales, según los uniformados- que los iban a engomar. Como respuesta, los uniformados dijeron que recibieron amenazas. En el Acta de Procedimiento realizada el 2 de marzo en la comisaría y firmada por los propios policías, se dejó constancia que cuando los agentes ingresaron al sector de calabozos la pelea ya había finalizado y se comunicó “a los detenidos que ingresen a sus respectivos calabozos accediendo los mismos a ingresar sin oponer resistencia”.

Cuando se cerraron las puertas de las celdas, los pibes de la 1 empezaron a agitar para que le den la abierta, gritaban que no había pasado nada y que no había necesidad de encerrarlos. Los cuatro policías, junto a los uniformados del Comando Patrulla, salieron de la zona de calabozos. Antes de irse, Eva le puso candado la celda 1 y le ordenó a Carrizo y a Giulietti que se quedaran en imaginaria. Una de las puertas que separa esa parte de la comisaria de los calabozos tenía que quedar abierta, como siempre ocurría cuando engomaban a los detenidos. En este caso no sucedió.

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Foto: Micaela Minigo

Desde la celda 1 los chicos pateaban los barrotes y les gritaban a los otros detenidos que les hicieran el aguante, que golpearan lo que tuvieran a mano. Alguien gritó que iban a prender fuego los colchones, algo que sucedió en apenas unos minutos. Un primer pedazo de colchón en llamas salió escupido entre las rejas de la celda 1. En el calabozo, los siete pibes también tenían frazadas atadas a los barrotes, que servían de cortinas que dejaban caer para que nadie viera para adentro y los molestara. Según la versión policial, los chicos ataron ropas en la puerta de la reja para trabarla.

En unos pocos minutos la celda 1 se convirtió en un infierno. Los gritos ya eran frenéticos. Los detenidos de las otras celdas ahora rogaban a los policías que abrieran las puertas, que los sacaran de ese huracán de humo negro, calor y fuego. Los barrotes de la celda 1 se empezaban a enrojecer y, con el paso del tiempo, a retorcerse. En el informe preliminar que consta en la causa judicial, efectuado por el Comisario Inspector Hernán Zelmar Núñez, a cargo de la Dirección General de Protección Federal, de la Superintendencia de Bomberos del Ministerio de Seguridad de la Nación, se afirmó que los ensayos realizados en “hechos similares en alojamientos de personas detenidas” arrojan como resultado “que transcurridos cuatro minutos, un colchón en posición vertical, al que se le ha aplicado una llama libre, desarrolló una temperatura en el orden de los 400 a 500 grados centígrados”. Los peritajes, efectuados al otro día de la masacre, permitieron detallar que en el calabozo “se apreciaron tiznamientos en paredes y techo. Esta circunstancia, es propia del material sobre el que incursionó el proceso ígneo (espuma de poliuretano, material derivado del petróleo) y la escasa ventilación del lugar”. Según el informe, el origen del fuego se produjo en diferentes lugares, siendo el más importante “sobre la puerta de acceso y reja de aseguramiento” del calabozo. En esa puerta “se apreciaron oxidaciones y deformaciones del metal constitutivo por efecto de la temperatura”.

Luego que el fuego se descontrolara, de la celda 1 salieron treinta mensajes de textos. El primero lo envió Franco Pizarro su hermana, a las 18.22: “Mili ya vengan para la primera que hay piquete y nos matan”. A las 18.26, el que envió un mensaje fue Alan Córdoba: “Mamá vení rápido que nos mata la policía”. A las 18.28, el mensaje lo mandó Federico Perrotta, también a su mamá: “Ma vengan que nos van a lastimar a todos hagan fuego afuera avisen a las otra familias que ya vengan”. Dos minutos más tarde, Franco envió otro mensaje: “Hay motín vengan que nos matan”. A las 18.34, Alan mandó un mensaje más: “Decile que nos matan mamá estoy lástimado”. Un minuto después, envió otro: “Lo tengo yo vení que nos matan rápido”. Federico volvió a enviar mensajes desesperados a las 18.41 (“Hagan piquete y prendan fuego ma traigan cubiertas pero dale que nos matan”, a las 18:42 (“Prendan fuego que ya están dando puñaladas”) y las 18:43 (“Avisale a todos que nadie se vaya que nos mata apurencen”). A las 18.44, Franco mandó un último mensaje a su hermana: “Dale que nos matan”.

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Foto: Carmen Rolandelli

La seguidilla de mensajes confirma que en ese lapso de tiempo la policía no hizo nada. Se calcula que desde el primer foco ígneo que se generó en la celda 1 hasta el último mensaje de texto transcurrieron 43 minutos. Desde la comisaría ya habían llamado al grupo GAD y recién a las 18.43 se comunicaron con Medicar, una empresa de salud privada, para que enviara dos ambulancias. Mientras tanto, los bomberos voluntarios estaban en la puerta de la seccional -luego de que los llamaran a las 18.40-, y comenzaban a rogarle a los uniformados que abrieran la puerta que comunica a los calabozos. En el Acta de Procedimiento se hace referencia a los bomberos, cuando se afirma que comenzaron a “efectuar su trabajo desde afuera hacia adentro, arrojando agua, tardando unos minutos en apagar el fuego en el sector”. La verdad de esta afirmación es que los bomberos tuvieron que arrojar el agua “desde afuera hacia adentro”, porque nadie les quería abrir la puerta que comunicaba a los calabozos. La falsedad es que no apagaron el fuego desde ese lugar incómodo en que se pudieron ubicar. Los mismos bomberos declararon que recién extinguieron las llamas cuando los dejaron pasar al pasillo de los calabozos.

Un rato antes, desde esa puerta que tenía que estar abierta, los policías miraban cómo crecía el fuego. En sus planes no estaba reaccionar ante esa situación. Los minutos se acumulaban y los uniformados no hacían nada. Cuarenta minutos, como mínimo. Cuarenta minutos en que los policías decidieron que los siete pibes no valían nada.

La Tinta

 

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