El legado de Medinaceli

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Carlos Medinaceli en la cultura boliviana

El tiempo y espacio en que se movió la vida de Carlos Medinaceli puede establecerse entre el 30 de enero de 1898, fecha de su nacimiento, en la ciudad de Sucre la capital republicana, y el 12 de mayo de 1949 en que falleció en la sede de gobierno La Paz en el Hospital General del barrio de Miraflores.

Realizó estudios de secundaria en el Colegio Nacional Pichincha durante dos años y parte de la carrera de Derecho en la Universidad Autónoma Tomás Frías, de la ciudad de Potosí, sin que se hubiese graduado de abogado por abandono voluntario.

En la obra El Huayralevismo, editada por Los amigos del libro en el año 1972, vierte expresiones que revelan reparos que tuvo hacia la abogacía. Veamos una muestra: “el abogado, el militar y el cura, estas tres personas distintas y una calamidad verdaderamente nacional”; “tiene que ser abogado, forzosamente abogado, terriblemente abogado”. Y esta última mención: “habría sido un estudiante fracasado (de Derecho), como el que habla, para mayor gloria de su arte y disgusto de su familia”. Helo aquí, Carlos Medinaceli en persona, el hombre y el escritor fusionados por siempre, a tiempo completo.

Es preciso apuntar de entrada, para no estar con prolegómenos, que fue uno de los más importantes escritores de nuestro país. Así de modo puro y simple. Publicó en su juventud, junto a otros intelectuales, la revista Gesta Bárbara (1918), dando pábulo en sus quehaceres a un selecto núcleo de escritores bajo dicho denominativo generacional; agrupación constituida por Gamaliel Churata, Carlos Medinaceli, Wálter Dalence, Armando Alba, Alberto Saavedra Nogales, José Enrique Viaña, Valentín Meriles, Saturnino Rodrigo, Daniel Zambrana y otros. El destacado crítico literario Carlos Castañón Barrientos en su libro Literatura de Bolivia menciona que este grupo tuvo mentores de valía, como Abel Alarcón, Gregorio Reynolds, Raúl Jaimes Freyre, José Antonio Arze y Enrique Baldivieso, incluyendo al propio Carlos Medinaceli.

Tan importante fue este hito cultural, que pasados los años se organizó una segunda Gesta Bárbara, fundada oficialmente en fecha 7 de diciembre de 1944 en la ciudad de La Paz, capitaneada por Gustavo Medinaceli e integrada por Oscar Alfaro, Valentín Abecia Baldivieso, José Federico Delós, Beatriz Schulze Arana, Alcira Cardona Torrico, Armando Soriano Badani, Julio de la Vega, Jaime Choque y otros. De similar relevancia que la pionera instalada en territorio potosino. Y como una feliz prolongación en el decurso de los años surge una tercera Gesta Bárbara Siglo XXI, que para seguir por la ruta de los mayores tendrá que continuar dando pruebas óptimas de estudio, amor a la cultura y entrega absoluta a la difusión del pensamiento creativo. Así se habrá materializado la serie de propósitos que animaron a ese gran maestro llamado Carlos Medinaceli Quintana.

En la época juvenil se dio a conocer como vate modernista, y ganó un premio con Las voces de la noche en 1919, abandonando a partir de 1921 su estro dedicado a la poesía. Empezó luego a escribir artículos de estimación y crítica literaria, faceta en la que reveló una profunda formación humanista que forjó paso a paso en el yunque de la constancia y la inteligencia, verdaderas musas que no despiertan después del sueño, si no en el día a día abierto al sol de la superación. Sin embargo, a nivel popular la gente por su contenido le dio más notoriedad a su novela costumbrista La Chaskañawi, publicada dos años antes de su muerte en un periodo crítico de aquel espíritu atormentado, que los sesudos trabajos y ensayos de carácter filosófico literario, contenidos en Estudios críticos (1938) y La educación del gusto estético (1942), Páginas de vida (1955), Medinaceli Escoge (1967), La inactualidad de Alcides Arguedas (1972) y A medio día anocheció (1978), que los editores consignaron en idioma quechua para mantener la voluntad del autor fallecido; además de varios libros, artículos en revistas y periódicos, publicados por otros autores en el afán de rescatar y difundir la producción de nuestro escritor.

En resumen, los impresos de Carlos lo hicieron acreedor por mérito propio a ser considerado el mejor crítico literario de Bolivia, a lo largo de los primeros cincuenta años del siglo XX, por una parte, y por otra, en el campo de la novela, un alto exponente continental de la corriente indigenista: el encholamiento. Se esgrimió una multitud de observaciones críticas a favor y en contra, resultado natural en la órbita cultural y sociológica.

Otro aspecto destacado en la vida de Medinaceli fue el haber ejercido el profesorado en las ciudades de Potosí, Sucre y La Paz. Dejó huellas de sólida cultura y de motivación a las tareas de leer y escribir por parte de los alumnos que tuvieron la suerte de conocerlo y recibir las lecciones impartidas. Asimismo fue nombrado senador de la república (1936 y 1939) en su incursión a la política, actividad que no le satisfizo plenamente.

En lo personal abrigo la íntima satisfacción de poder asegurar que, desde el inicio de la publicación de mis artículos en Presencia Literaria, años sesenta del siglo pasado, me ocupé de la obra de Medinaceli al hacer menciones expresas. Una de las primeras fue cuando recordé que: “En son de confidencia Medinaceli relata que arrebató ‘dos arrobas de literatura nacional’ a las vendedoras de mercado, quienes utilizan las páginas de revistas y diarios en un fin distinto al que motivó su impresión: envolver chancaca, bizcochuelos y manteca. ¡Qué destino!”. Y la más reciente en mi libro Antes de la sombra del olvido, editado hace poco más de un mes, en el cual refiero que la recopilación de las Páginas dispersas, de Ignacio Prudencio Bustillo, y las notas corren “a cargo nada menos que del escritor Carlos Medinaceli, crítico de primer orden y novelista costumbrista. ¡Vaya joyita literaria!”. En fin largo sería traer a colación otras citas y no estoy para cansar ni fatigar a nadie, peor aún a los curiosos –por decir de algún modo- aquí reunidos, intelectuales que lamentan no haber conocido a Medinaceli pero admiran su vasta labor literaria y sus seguidores dentro y fuera del país forman legión.

Aquel día de mayo de 1949 sin perceptibles influencias del fenómeno del niño, del que no se tenía asomo de noticias ni de la niña, extraviados por otras latitudes, la ciudad del Illimani debió estar escampada en los momentos postreros de la existencia de Carlos Medinaceli y una suave brisa tuvo que despedir al cuerpo yerto y frágil. Tras la dura aflicción motivada en el ánimo de Carlos por el deceso de su compañera, adelantándose en la partida al más allá, amén de los rigores de la enfermedad diagnosticada como cirrosis que debilitó su cuerpo físico a menos de cuarenta kilos de peso, sin lugar a dudas llegó la calma apenas cerró los ojos, evocando aquellos dos luceros plenos de belleza de su inmortal Claudina, originaria de las cercanías de su Cotagaita del alma, rebosante de verdor al igual que de esperanzas el corazón que cesó de latir.

Los despojos mortales reposaban al lado de los de su madre Carmen Quintana de Medinaceli en el Cementerio General de la ciudad de La Paz, fallecida cuatro años antes que el escritor, en una tumba difícil de ubicar en el sector antiguo del mausoleo, colindando el nicho con “Los notables” y “Héroes de la Guerra del Acre”. Juan José Toro Montoya escribió en Correo del Sur, en fecha 29 de enero de 2019, un artículo titulado Carlos Medinaceli en el olvido, y en su texto sostiene: “En 2018, con motivo del aniversario de Gesta Bárbara, el movimiento literario que nació en Potosí y fue liderado por Medinaceli, la carrera de literatura de la Universidad Mayor de San Andrés intentó ubicarla (la tumba) pero según refiere (Alba María) Paz Soldán no consiguió su objetivo por diversos motivos”. Aquí llega la novedad tan ansiada que trasmite la nota del diario sucrense: “Quien la encontró fue un periodista, Guimer Zambrana Salas; él, luego de un intento infructuoso, retornó al cementerio con la información provista por Paz Soldán y, finalmente, la ubicó”. El misterio descorrió sus velos y fue aclarado el lugar de descanso, reposo del guerrero.

Gestiones muy dinámicas, no siempre bien ejecutadas en nuestro medio y que en este caso llegaron a buen puerto en poco tiempo, permitieron que el pueblo potosino recibiera los restos mortales de tan insigne hijo, adoptado por voluntad propia de pertenencia y profundo cariño de ambas partes. La memoria de Carlos Medinaceli, redivivo en esta tierra culturalmente hablando, con este hecho se encuentra firme y patente hoy más que nunca, como el vástago que se ausenta del hogar por circunstancias de la vida y, tras varias décadas, retorna para gloria y veneración del pueblo potosino que se enorgullece al rememorar la vida y obra de este insigne escritor.

Estos breves párrafos, escritos a vuelapluma, sólo pretenden destacar la importancia que tuvo y tiene Carlos Medinaceli en calidad de novelista, ensayista y crítico literario. En los días que corren presurosos lo que corresponde es promover una campaña para que los libros escritos por nuestro autor lleguen a todos los estratos sociales y, al propio tiempo, se estudie la posibilidad de financiar y canalizar recursos económicos de diferentes fuentes, a fin de lograr nuevas ediciones de las obras completas. Sólo así la población joven y el pueblo en general podrán tener acceso al pensamiento de Medinaceli, escritor de primer nivel.

El País

 

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