Fotografía cuencana

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La fotografía y la Belle Epoque cuencana

Por Patricio Montaleza *

En las conversaciones entre fotógrafos no suelen faltar las historias no contadas públicamente, las leyendas negras e incluso las autoalabanzas de uno que otro histrión que vive escondido tras el lente de una cámara. Así a lo largo de los años se han escuchado historias de fantasía que harían palidecer de envidia a dramaturgos y escritores. Cuenta una de estas historias, a manera de ejemplo pedagógico, de cómo funciona el mundo, pero sobre todo la fantasía de algunos fotógrafos: que caminando por entre esos pueblos que yacen escondidos a la vera del camino en la larga y calurosa geografía manabita, un fotógrafo se dedicó a caminar entre pueblo y pueblo acompañado solamente de su cámara manual y mucha película de 35 milímetros.

Cada vez que llegaba a un poblado, el fotógrafo era solicitado por las mujeres de esos lugares para una sesión de fotos exclusiva. Primero iban los retratos, una que otra con el paisaje o dentro de la casa y terminaban en una sesión de corte erótico con las mujeres desnudas en poses de lo más sugestivas y provocadoras. El fin era producir una postal para que el ausente recuerde lo que dejó -o sería mejor decir – para que recuerde la razón por la cual tenía que volver. Mito, verdad o fantasía, historias como estas pululan en el imaginario de los fotógrafos. Debo decir – en honor a la verdad-  que conocí al fotógrafo, aunque nunca pude ver ninguna de las fotos que hizo, porque según él una vez hecha la foto y llevada a positivo se quemaba el negativo para que no quede más que una copia. Ese era el acuerdo entre las partes. Todo lo demás quedaba como alimento para la fantasía y el morbo popular.

Cuenca es una ciudad con un imaginario plagado de historias y fantasía. Muchas de estas se anclan en torno a las fotografías producidas por un vasto grupo de jóvenes fotógrafos y artistas que vivieron en la Belle Epoque cuencana, ubicada por muchos historiadores entre finales del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX. Antes de ellos algunos fotógrafos viajeros retrataron a las élites que disponían de los recursos y la curiosidad suficiente como para invertir en un retrato fotográfico.

La fotografía llegó a Cuenca un poco más tarde de lo que había llegado a las ciudades más grandes del continente americano, y si bien existen fotos realizadas hasta mediados del siglo XIX el auge se da durante las últimas décadas del siglo XIX y se extiende hasta los años 30 del siglo siguiente. En esta etapa, la prosperidad económica generada por la comercialización de la quinina y por las exportaciones del sombrero de paja toquilla a nivel mundial permitieron que se levanten las edificaciones señoriales que constituyen el actual Centro Histórico de Cuenca, declarado como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Se construyeron casas y edificaciones, al mejor estilo francés, inglés, alemán, de diseños eclécticos, con materiales y accesorios importados desde Europa y Estados Unidos. Los comerciantes viajeros generalmente zarpaban en barcos cargados de sombreros de paja toquilla y regresaban con dinero, ropa, joyas, planos y muchos otros accesorios que fueron constituyendo el patrimonio cuencano.

La fotografía se puso de moda. Había dinero para comprar cámaras, traer químicos, papeles, películas, placas, fondos, trípodes. La ciudad se volvía cada vez más moderna y hermosa. En esta etapa se construyeron edificaciones como la Catedral Nueva, casas monumentales del centro y la élite cuencana se daba el disparatado lujo de traer vehículos cargados a lomo de indios (a los que llamaban guandos). Construyeron un campo de aviación, llegó la luz eléctrica, los equipos de música, el tren, el telegrama. La prensa impresa entraba en auge. Empezaron a llegar viajeros de muchos lugares de los que solo se había escuchado hablar. La modernidad había invadido a la comarca y la fotografía la estaba retratando.  Muchos jóvenes imbuidos de modernidad se dedicaron a hacer fotos, a retratar gentes, a mostrar como Cuenca se había convertido en ni más ni menos que en la “Atenas” del Ecuador, porque si en Quito se habían afrancesado, en Cuenca había que alinearse a la cuna de la cultura del mundo occidental, Grecia. Es evidente que no existía un proceso identitario propio – en ninguna ciudad del Ecuador lo hubo -. Lo que había de sobra eran muchas ganas de crecer, pero sobre todo de mostrarse como urbes señoriales y modernas. Ese era el ideal político en esta ciudad de apenas 30 mil habitantes.

¿Pero qué retrataban los fotógrafos cuencanos de la Belle Epoque? ¿A quiénes? ¿En qué actitudes? ¿Con que atmósferas? ¿Con qué vestidos?. En un inicio hubo una imitación -como no podía ser de otra manera- de las modas, peinados y estilos copiados de Francia  y los Estados Unidos. Se fotografiaba a las mujeres guapas, a los curas, a las madres, a los presidentes, a los poetas. La colección de Miguel Díaz Cueva, que fue declarada como Patrimonio Fotográfico del Ecuador por el INPC en 2013, está constituida por más de 50 álbumes organizados temáticamente por personajes de relevancia histórica y social para Cuenca. Poses formales, rostros adustos, altivos y distantes conforman la memoria fotográfica cuencana. En esas fotos, salvo alguna damisela inquieta, no estaba permitido sonreír, juguetear o coquetear, incluso los niños lucen formales y serios: “…los niños precozmente adultos revelan la concepción social de la infancia como trámite molesto para acceder a la madurez (…) El esteta de provincia inicia su liberación gay al desentenderse con un gesto de la rígida ortodoxia machista”.

Fotografiarse era todo un suceso. Había que llegar trajeados, limpios, elegantes y además bañados (situaciones no tan presentes en los hábitos y la parafernalia de esa época). Los retratos de estudio realizados por Manuel Serrano alrededor de 1920 son todos del mismo estilo. Realizados a las mujeres más refinadas y elegantes de la pequeña comarca. Todas son fotos en blanco y negro, con el mismo encuadre, la misma iluminación y la misma técnica. Sin ser el registro civil, el estudio del fotógrafo bien podía servir como el archivo visual de la aristocracia cuencana de entonces. “El fotógrafo es, de acuerdo a la época, el representante de una técnica mitad magia y mitad revelación. Entonces un estudio es punto de confluencia de clases sociales a donde acuden toda suerte de gentes a obtener status… a rescatar sus imágenes del paso del tiempo, a conseguir una constancia solemne y digna de transito sobre la tierra”.  

Por la misma época se ha ubicado el trabajo de otros fotógrafos (aficionados en su gran mayoría) como Rafael Sojos, Manuel Agustín Landívar, Salvador Sánchez, Gabriel Carrasco y casos particularmente interesantes -por distintas razones- como Emmanuel Honorato Vásquez, Manuel Antonio Alvarado y Manuel Agustín Landívar.

Emmanuel Honorato, el mago

Emanuel Honorato Vásquez es el más destacado artista fotógrafo cuencano de esta época. Hijo de uno de los próceres de la religión y la política en Cuenca, vivió su adolescencia y parte de su juventud en Europa acompañando a su padre que era ministro plenipotenciario del Ecuador ante la Corte del Rey de España. Su padre, “Honorato Vásquez tuvo un origen humilde y gracias a su dedicación y estudio pudo integrarse a la elite local” 3 “Luego se casó con la quiteña Rosa Mercedes Espinoza con quien tuvo dos hijos: María y Emmanuel Honorato. Dos espíritus selectos, dignos herederos de su padre en el talento y en el sentimiento artístico”. Podríamos continuar con esa cita que dice “cultivados a la sombra y enseñanza de su padre (…) pero los dos hijos de Don Honorato no pintaran con el hermosos paisajes comarcanos al óleo ni escribirán como el a la Morenica del Rosario sentidos versos religiosos ni dejarán clara su fe en Dios. Ellos ejemplificaran la ruptura con una generación anterior, el modernismo y la entrada transgresora del siglo XX” 4.

De Europa, “el joven cuencano volvería con otra forma de ver el mundo, imbuido de inquietudes como la fotografía artística, aparatos, costumbres, modas, vicios, y una intensa y hedonista forma de vivir la vida que contagiaría a otros jóvenes de la capital morlaca, y revolucionaría además de escandalizar, de vez en cuando, a la Santa Ana de los Ríos de Cuenca”.

La obra de Emanuel Honorato, también conocido con el seudónimo Juan de Tarfe, es distinta a la de sus contemporáneos. En ella existe la influencia del cine y la presencia marcada de las técnicas del impresionismo, sus desenfoques, sus brillos, sus halos, todos esos detalles que usaba para en lugar de documentar la realidad dar rienda suelta a su imaginación y fantasía. Vásquez encarnaba el espíritu de la modernidad: era artista, científico, constructor, investigador y un irreverente empedernido. Y si su vida provocó mucho malestar entre sus familiares, su muerte fue un golpe mortal que terminó por devastar a su padre. Es por eso que su obra permaneció oculta. Las placas guardadas en cajas de madera con miles de imágenes de las que se conocen solo unas cuantas que han sido suficientes para dimensionar la obra de este formidable fotógrafo ecuatoriano.

La diferencia entre la obra producida por Vásquez y el resto de fotógrafos es que mientras la mayoría hacia fotografía para reproducir la realidad, Emmanuel estaba conectado a la corriente del impresionismo, que había causado revuelo en Europa, de ahí que su fotografía es distinta y se convierte en la obra de un modernista que habita en los Andes. Las exploraciones y su trabajo sobre los efectos de la luz en la imagen nos han legado una obra maravillosa, que no tiene equivalente en la fotografía ecuatoriana. Y por supuesto, revestida en un halo de leyenda y fantasía, con la cual llega hasta nuestro siglo y convierte a Emmanuel Honorato Vásquez en la gran figura de la historia de la fotografía ecuatoriana.

¿Historia de Cuenca o Historia de la fotografía cuencana?

La manera en la que las elites cuencanas del boom económico de inicios del siglo XX usaron la fotografía para crear la impresión de una ciudad moderna, culta, higiénica, elegante, ha sido parte de las estrategias y circunstancias propias de los avances económicos y tecnológicos que son parte de la historia de nuestro país. Por eso, quizás, muchos piensan que la fotografía nos legó el testimonio de la ciudad atenea enclavada en los Andes, aunque habría que preguntarse si no fue al revés, es decir, que fue esta ciudad enriquecida gracias al comercio y a la exportación de la quinina y el sombrero de paja toquilla la que finalmente nos permitió acceder a la modernidad que trajo con ella la aviación, la luz eléctrica, el automóvil, el agua potable, la higiene, el alcantarillado. Y entre todas esas nuevas maravillas, la modernidad trajo también la fotografía. Las fotos que hay de la Cuenca de la Belle Epoque son más parte de la Historia de la Fotografía en Ecuador que la historia del Ecuador propiamente dicha.

Es decir, que no necesariamente la historia de la ciudad de Cuenca está contada a través de las imágenes conservadas en ciertas colecciones, porque muchas de ellas no eran sino maneras de inmortalizar momentos o expresar ideales de un grupo de personas: Las imágenes de la Fiesta de la Lira son la mejor demostración de la teatralidad exaltada a niveles de posicionamiento jerárquico y homogeneización del pensamiento: Estamos en los Andes pero parecemos Atenas.

La obra fotográfica de fotógrafos excepcionales como Manuel Serrano y Salvador Sánchez, cuya obra está repleta de imágenes de alto valor documental, no puede ser presentada y exhibida bajo las mismas premisas que la obra de fotógrafos que tenían una visión y una formación más artística como Manuel Alvarado o el mismo Emmanuel Honorato Vásquez. Se hace necesario que la investigación se sustente en métodos más claros y exigentes que una visión romántica de la ciudad y de la fotografía.

En Cuenca se conservan las mejores colecciones fotográficas del país, un hecho significativo y merecedor de los mayores reconocimientos. Ojalá estas imágenes nos permitan conocer e interpretar de mejor manera a nuestra sociedad, pues parece que hasta la fecha sólo se conoce una pequeña parte de esos archivos que han sido presentados como si fueran álbumes de familia, destacando en ellos únicamente los momentos felices y más bellos de la historia familiar cuencana, que como bien señala la psicología: “Las familias construyen una pseudonarrativa que realza todo lo que fue positivo y agradable en la vida con una sistemática supresión de lo que fue sufrimiento”.

Iniciamos este ensayo con la anécdota del fotógrafo que fotografiaba mujeres desnudas en Manabí y aunque aún no sabemos si la anécdota era verdad o era fantasía podemos decir que al no existir ni una sola foto que demuestre lo contrario, esta historia será una de las tantas leyendas que circulan en boca de fotógrafos y narradores del Ecuador.  Y aunque en Cuenca exista mucho material conservado y es más lo que hemos visto que lo que hay que descubrir, nos quedan dudas sobre si lo que está expuesto es tal como nos lo han relatado. Todo puede ser posible en este mundo, ya que el universo de los fotógrafos está repleto de verdades, ilusiones y fantasías.

(*) Master en Fotografía y Sociedad Latinoamericana, Universidad de las Artes

El Mercurio

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