Colección Gladys Palmera

Alejandra Fierro's Music Collection. Gladys Palmera
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Colección Gladys Palmera: el tesoro de la música latina y cubana

Alejandra Fierro Eleta, disfruta la libertad de haber podido convertir su hobby –la radio– en su vida; y su patrimonio, volcarlo en la colección de música latina y cubana más grande de que se tenga noticia.

Por Milena Rocío

A sus 60 años, Alejandra Fierro Eleta sigue convirtiéndose en Gladys Palmera día tras día. Le da igual que se les confunda. Una y la otra comparten un solo ser físico y una biografía. Alejandra inventó a Gladys cuando necesitaba inventarse ella misma. Y Gladys le ha permitido a Alejandra vivir una especie de musicantropía intensa y desafiante.

Vueltas música, Alejandra y Gladys son artífices y difusoras de un gran patrimonio musical: la mayor colección de música latina y cubana de que se tiene noticia.

“Yo empecé a escuchar radio hace cuarenta años. Tenía una doble casetera y todo lo poco de música buena que había en la FM lo grababa porque eran cosas que no podías encontrar en ningún lado”.

“Mi padre, español, desde que tuvo 18 años se fue a hacer las Américas. Llegó a Cuba en 1954 o 55, montó su negocio pero enseguida triunfó la Revolución y de ahí pasó a Venezuela y estuvo en varios países por allí. Mi madre panameña –muy “americana”– era una señora rubia, alta, que estudió en Stanford y se casó con un señor –mi padre– de una familia de rancia estirpe, de dinero. Ella escribía a máquina, fumaba, conducía, hablaba inglés… Todo esto a la familia de mi padre, conservadora, de Asturias, como que no… De ahí vengo. Desde pequeñita, en la cuna estaba escuchando a Toña la Negra, Olga Guillot… en mi casa no se oía otra cosa.”

De casta le viene, pues fue su tío Carlos Eleta Almarán quien compuso el que quizás sea el bolero más difundido y versionado en el mundo: “Es la historia de un amor / como no hay otro igual / que me hizo comprender / todo el bien, todo el mal…”.

Siendo pequeña, cuenta, un walkie talkie la hizo percibir la magia de lo que sería su primera pasión: la radio. A los 14 años Alejandra conocía muchísimo de transistores, soldaduras, señales, ondas radiales, pero lo que más le impresionaba era la posibilidad de acceder a través del sonido a otros mundos y otras personas.

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Bola de Nieve y Ernesto Lecuona. Foto: Colección Gladys Palmera.

A sus 18 años debió vivir durante un año en Panamá. Desde antes, rapiñaba los discos de la familia y se iba quedando con ellos. Fue en esa temporada en que inició, sin saberlo, su segunda pasión: acopiar música. En Panamá compró su primer disco. Por supuesto, de Rubén Blades.

“Mi hermano Guillermo, que acompañaba mucho a mi padre en Venezuela, siempre decía que todas las secretarias allí se llamaban Gladys. Él ya me decía así, en plan de cachondeo”.

Y el día que Alejandra decidió empezar a hacer radio en serio, tuvo que prometerle a su padre que sus apellidos no figurarían. Se vio a sí misma como Gladys y cuenta que una especie de flash le instaló la palabra “Palmera” en su mente, significando ese mundo que, al otro lado del Atlántico, en América, había producido la música que en lo adelante la haría vivir.

Fue así como esta mujer de sangre española y panameña se convirtió en una radiowoman bajo el seudónimo de Gladys Palmera.

En 1975, a sus 26 años, fundó su programa “Sabrosura” en una radio de Pozuelo de Alarcón, al oeste de Madrid, en una época en que lo que se escuchaba en España eran baladas y música pop. Y la música latina era una antigualla para el gran público o un reducto de nostalgias para pocos.

Luego se fue a vivir a Barcelona y en 1999 consiguió catorce horas en una radio que trasmitía por los 96,6 FM, un poco “piratilla”. Con sus discos a cuesta, adquiridos aquí y allá, “pinchaba” en su radio la música “histórica” y la del momento, lo mismo nacida del folclore y la tradición que de las modernas urbes americanas, como alternativa o underground: de México, La Habana, Nueva York…

En esa radio, donde Alejandra/Gladys hizo “de todo”, llegó a tener 30 programas especializados en música latina, con muchos colaboradores. “Yo no quería hacer una radio de llamadas de los oyentes; me interesaba profundizar en esa música, difundirla”.

Barcelona, salpicada con la sal de mar, era entonces el centro de esa difusión, en la época en que nuevas hornadas de inmigrantes latinoamericanos –muchos de ellos llegados para trabajar en las obras de las Olimpiadas del 92– pusieron a bailar a la Ciudad Condal y sus alrededores.

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Internet fraguó en la vida cotidiana de la España de los 2000, justo cuando Alejandra estaba sintiendo la necesidad de depositar su mayor esfuerzo en seguir acopiando la música que le interesaba y en difundirla sin límites mucho más allá de España: ya se había transformado en una coleccionista en plenitud, era de las pocas mujeres que se dedican a ello en el mundo.

Así, entre un imperativo y otro, tomó la decisión de cerrar la FM y nació Radio Gladys Palmera, solo online, un oasis para melómanos en la era de los bits: un proyecto que ha crecido hasta hacerse muy distinguido ya entre músicos y conocedores de los ritmos y melodías latinas. Una radio para degustar la música, con foward y rewing sin fin.

“La radio que sabemos hacer sintoniza con oyentes exigentes que desean saciar su sed de música pero no tienen los oídos para garrafón sino que quieren paladear tanto la nueva cosecha musical como otros buenos caldos sonoros”, reza la nota de presentación de Radio Gladys Palmera.

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En su vida, Alejandra Fierro Eleta ha conseguido disfrutar dos libertades que muy pocos pueden realizar. La primera, convertir un hobby –en su caso la radio y la música– en su forma de vivir; la segunda, poder dedicar su dinero, herencia de familia, a erigir un nuevo patrimonio hecho de notas musicales, tumbao, memoria de pueblos, sentimientos.

Junto a la radio, la Colección Gladys Palmera es también accesible desde la web. Sus fondos abarcan ya unos 60,000 discos de vinilo (digitalizados), aproximadamente 35,000 CDs y cerca de 3,500 fotos, además de pósters, cancioneros, revistas especializadas, objetos relativos a músicos y disqueras, partituras, cartas, entre otros documentos.

Se encuentran allí tesoros tan diversos como la discografía de la niuyorquina Fania, un catálogo inabarcable de divas latinas, o una importantísima colección de música africana y el Caribe no hispanohablante.

En cuanto a la música cubana, la recopilación fascina por no hacer distinciones entre la que ha sido creada por cubanos dentro o fuera de Cuba, antes o después de 1959. Eso la hace única.

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Toda esa riqueza se encuentra físicamente rodeada de una intensa vegetación, a los pies de la Sierra de Madrid, en San Lorenzo del Escorial. Desde afuera, la casona revestida en piedra, con múltiples estancias –muchas de ellas modificadas para las necesidades de acoger los fondos de la Colección– no deja imaginar completamente la profusión de luz que predomina en su interior.

Todo en este lugar está decidido desde criterios de funcionalidad y belleza que Alejandra Fierro defiende hasta en los mínimos detalles. Y la casa ha terminado siendo un islote caribeño, decorada llamativamente desde el blanco y la luz natural que inunda las habitaciones.

Cada espacio contiene los acentos de alegría y fiesta que aportan las piezas de artesanía o de arte naíf. En las paredes son protagónicos los pósters coloridos y kitsch de películas, espectáculos musicales, giras… de esas décadas prodigiosas de la música latina, los 40 y 50, donde las mujeres voluptuosas, los guaracheros, las palmeras, consiguen llevarnos a aquellos paraísos explosivos, sensuales y acaso también inocentes.

La Colección ha sido organizada con técnicas modernas de digitalización y catalogación que permiten tener “a vista” sus fondos en la web y ser útiles de manera creciente.

Los usuarios, ya sean curiosos habituales, melómanos empedernidos o investigadores de profesión, pueden sentirse amparados recorriendo este gran archivo virtual cuidadosamente confeccionado. Este acervo reúne los datos técnicos de los volúmenes que incluye la Colección, listas de temas incluidos en los discos, las fotos de las portadas y de las placas de vinilo.

Músicos, productores y estudiosos se sirven habitualmente de la Colección para conformar repertorios, idear remix, o planear discos, bebiendo en estas fuentes.

Este es, para los curadores del fondo y los asesores, uno de sus propósitos fundamentales. No quieren que se vea la Colección Gladys Palmera como un museo de ilustres piezas del pasado, sino como semilla del trabajo musical actual y por venir.

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Lo que Alejandra Fierro Eleta ha perseguido, sobre todo, y como lo hacen quienes van tras las obras trascendentes, es servir; dar la música, perpetuarla y extenderla.

Pocos cubanos conocen aún que hemos tenido en ella a una exquisita veladora de una parte de nuestra cultura, a salvo del olvido, del descuido, de la ignorancia.

“A mí siempre me ha interesado la música cubana, por el lado romántico y por el ritmo. Los boleros de rasgarte las venas me han parecido de lo más auténtico”, comenta con suma sencillez para explicar su vocación.

Cuando se le pregunta por qué entre toda la música latina prefiere la cubana, sorprende con un adjetivo inesperado y revelador: porque es “elegante”, dice.

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