Bateador, intelectual, poeta

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Pio Tai

Roberto Fernández Retamar es nuestro bateador como es el intelectual y poeta imprescindible, el Presidente de Casa de las Américas, el cubano que nos entrega a Martí en toda su universalidad y cubanía

Por Oscar Sánchez Sierra

Él pidió tiempo, como se hace cuando no está el árbitro, donde solo la pasión nos lleva del corazón a la gran jugada, con el barrio como tribuna y el aplauso de la gente de la cuadra, cual si fuera un cintillo de prensa. Pio tai dijo, y le dejó al béisbol, al decir de Norberto Codina, «uno de sus poemas antológicos», y «uno de los textos imprescindibles que tiene como tema la pelota en nuestra cultura».

Roberto Fernández Retamar es nuestro bateador como es el intelectual y poeta imprescindible, el Presidente de Casa de las Américas, el cubano que nos entrega a Martí en toda su universalidad y cubanía: «Estoy seguro de que el porvenir que merecemos no ha visto ni verá a los hombres y las mujeres de buena voluntad conformarse con el destino que los poderosos y los avaros, ya impugnados en el Sermón de la montaña, pesadillean para los pobres de la Tierra, ni ha visto ni verá apagarse la luz encendida por José Martí», sentenciaba en el centenario del Apóstol.

Así como él, Tirándole declama su Pio Tai, donde empastó arte y deporte con la belleza del verso y la hidalguía sobre el terreno, para homenajear a los peloteros, con guantes, bates y pelotas haciéndole brotar la creación, porque le nació la poesía al comenzar el campeonato de pelota de los escritores y artistas; y en ese primer inning agradeció en su lírica a dos intelectuales: Rolfe Humphries y Ernesto Cardenal, estadounidense uno, nicaragüense singular el otro.

Compañeros: que antes de comenzar, nuestro primer recuerdo/Sea para Quilla Valdés, Mosquito Ordeñana, el Guajiro Marrero,/Cocaína García, La Montaña Guantanamera, Roberto Ortiz, Natilla/( Desde luego), el jiquí Moreno de la bola de humo, el jibarito, y más atrás/Adolfo Luque, Miguel Ángel, Marsans,/Y el Diamante Méndez, que no llegó a las Mayores porque era negro, /Y siempre el inmortal Martín Dihigo./­ (Y también, claro, Amado Maestri, y tantos más…)

Inolvidables hermanos mayores: dondequiera que estén,/Hundidos en la tierra que ustedes midieron a batazos/En la Tropical o en el Almendares Park;/Bajo el polvo levantado al deslizarse en segunda,/ Alimentando la hierba que se extiende en los jardines y es/surcada por los roletazos;/O felizmente vivos aún, mereciendo el gran sol de la una/y la lluvia que hacía interrumpir el juego/Y hoy acaso sigue cayendo sobre otras gorras:/dondequiera/Que estén, reciban los saludos/De estos jugadores en cuya ilusión vivieron ustedes/Antes (y no menos profundamente)/Que Joyce, Mayacovski, Stravinski, Picasso o Klee,/Esos bateadores de 400./Y ahora, pasen la bola.

Dentro de unos días, en los Juegos Panamericanos de Lima, los peloteros cubanos van a un todo o nada, a medir con sus batazos un compromiso ineludible con un pueblo al que le corre la pelota por sus venas y, como dijo el poeta, en el que viven las ilusiones de escritores, artistas, médicos, ingenieros, obreros, estudiantes, hombres o mujeres. A ellos, les pediremos que pasen la pelota por aquellos que representan que, como ellos, son bateadores de 400. Y después, Retamar concederá el Pio Tai.

Granma


Roberto, el gran intelectual que ayudó a una guajira

Por Paquita Armas Fonseca

Cuando en 1983 llegué a la revista El Caimán Barbudo como jefa de Redacción, sólo llevaba seis años en La Habana. No eran pocos los que me decían “la guajira”, como si con ese vocablo me ofendieran.

Y en ese mismo año me tocó hacer una llamada difícil: tenía que comunicarme con Roberto Fernández Retamar para proponerle un pequeño cambio en un texto. Si no me equivoco me tomé un sedante, porque se trataba del autor de Caliban, del poeta que armó esos versos increíbles de Felices los normales.

Roberto me escuchó en silencio para luego darme las gracias, y cuando me disculpé me dijo una frase que aun recuerdo en su voz bronca “pobre el escritor que no respete el trabajo y las sugerencias de un editor”.

Aquella tarde nació lo que se convertiría para mí en una lección que aplico siempre: los grandes, mientras más grandes, más sencillos. El brillante intelectual podía estar dos horas en mi oficina hablando de filosofía para discutir de lo divino y lo humano.

Para él yo no era una guajirita, sino alguien con muchos deseos de aprender, y que lo veía a él como un pozo infinito de conocimientos.

El poema Con que puedo retenerte, que Jorge Luis Borges escribió en inglés y permitió a Roberto traducirlo al español, lo publicamos en las páginas de “mi saurio”, pero antes se lo oí recitar a él, como si esta infeliz mortal pudiera opinar de un poema:

Dos poemas ingleses [viii]

A Beatriz Bibiloni Webster de Bullrich

¿Con qué puedo retenerte?
Te ofrezco magras calles, ocasos desesperados, la luna
de los corroídos suburbios.
Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado
largamente a la luna solitaria.

Te ofrezco mis antepasados, mis muertos, los fantasmas
que hombres vivientes han honrado en mármol:
el padre de mi padre muerto en la frontera
de Buenos Aires, dos balas a través de sus pulmones,
barbado y muerto, envuelto por sus soldados
en el cuero de una vaca; el abuelo de mi madre
-con tan solo venticuatro años- encabezando
una carga de trescientos hombres en el Perú, ahora
espectros en desvanecidos caballos.

Te ofrezco cualquier agudeza que puedan contener
mis libros, cualquier hombradía o humor en mi vida.

Te ofrezco la lealtad de un hombre que nunca ha sido leal.
Te ofrezco ese meollo de mí mismo que he salvado,
de alguna manera: el corazón central que no
comercia con palabras, no trafica con sueños,
y está intocado por el tiempo, por la alegría,
por las adversidades.

Te ofrezco la memoria de una rosa amarilla vista
en el ocaso, años antes de que hubieras nacido.

Te ofrezco explicaciones de ti misma, teorías sobre ti misma,
auténticas y sorprendentes noticias de ti misma.

Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre
de mi corazón; trato de sobornarte con
la incertidumbre, con el peligro, con la derrota.

Pasaron algunos años y tuve que salir de El Caimán (eso es otra historia) y allá se me apareció Roberto para hablar de…, cualquier cosa. Hace poco le contaba a Leidy, su hija, lo que significó su papá para mí en aquellos tiempos de batallas, al frente de mi revista.

Por eso, cuando un vecino me dijo que “el hombre de Casa” había muerto, me senté a hilvanar estas líneas que nacen desde un corazón que sigue siendo guajiro, para un gran intelectual que no se lo creía, que lo era, lo es y lo será.

CubaDebate

 

 

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