El gran historiador uruguayo

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Carlos Machado el gran historiador uruguayo y latinoamericano

Por Luis Vignolo

Carlos Machado, el gran historiador uruguayo, aunque ignorado por la academia colonizada, murió en Buenos Aires donde vivió los últimos 45 años.

Aún no me sobrepongo a la conmoción que me produjo la noticia, poco después de la medianoche del 16 de junio. Desde esa herida abierta escribo estas líneas irremediablemente incompletas.

Es justo que sus restos reposen en Argentina porque él fue también, como otros grandes, un «argentino-oriental», un uruguayo latinoamericano y universal.

Yendo y viniendo entre la Casa del Pueblo del Partido Socialista en Montevideo y la casa de Trías en la ciudad de Las Piedras, compartiendo interminables conversaciones hasta la madrugada, se formó esencialmente con Vivian Trías mucho más que en el Instituto de Profesores Artigas (IPA), dónde también estudió historia.

Machado junto con su entrañable amigo y compañero Eduardo Galeano fueron los dos más brillantes y reconocidos intelectuales formados bajo el magisterio de Vivian Trías. Ellos con muchos otros -como Raúl Sendic Antonaccio o José E. Díaz, ambos de mayor protagonismo político- fueron parte principal de lo que debería llamarse la «escuela de pensamiento de Vivian Trias» o «escuela de pensamiento descolonizador de Las Piedras».

Sin esa corriente de ideas no se entiende la historia reciente, ni la de la izquierda uruguaya, ni la del Uruguay en su conjunto. Porque esa corriente intelectual estaba atravesada por todas las tensiones así como todas las confluencias que hicieron posible la creación del Frente Amplio. Contrastes y convergencias aún vigentes.

HISTORIA DE LOS ORIENTALES

Machado fue autor de la célebre «Historia de los Orientales» que forjó la conciencia histórica uruguaya y latinoamericanista de varias generaciones.

Esa obra se inicia desafiante con una cita del argentino Jorge Abelardo Ramos: «…somos un país porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos» agregando que lo mismo puede decirse de los demás países de la región, incluido Uruguay.

Por lo tanto desde el primer párrafo se contrapuso al uruguayismo patriachiquista, a la vez que reivindicó su inspiración en la obra de Ramos tanto como en la de Trías; en las ideas sobre la dependencia colonial y neocolonial respecto de los imperios dominantes y del capital internacional; en la visión crítica o alternativa de la historia oficial rioplatense (visión crítica que habitualmente ha sido denominada de modo impreciso como «revisionismo histórico»); y en la comprensión cordial aunque crítica de los movimientos populares y nacionales latinoamericanos del siglo XX, como el peronismo y el varguismo.

Machado se reconocía como un representante de la izquierda nacional y el socialismo nacional, de camino hacia la Patria Grande o Nación latinoamericana y socialista. Percibía explícitamente su libro cómo una manifestación de esa concepción.

A raíz de esa obra transgresora, recibió injustos ataques por haberse atrevido a citar textualmemte a Carlos Real de Azua calificando a Venancio Flores como «el mayor traidor de nuestra historia» (1).

Seguramente aquellas tempranas descalificaciones lanzadas contra su obra desde los años 70, ya insinuaban el giro social-liberal o simplemente liberal, en gestación dentro de la propia izquierda, aunque evidenciado después de la dictadura y más plenamente hoy.

A pesar de todas las críticas maliciosas y las dificultades para acceder a ella durante la dictadura, la «Historia de los Orientales» fue un suceso editorial tanto como un acontecimiento intelectual apasionante, especialmente para los adolescentes y jóvenes que la conseguíamos semiclandestinamente, nos la prestábamos entusiastas unos a otros y la leíamos con deleite.

Hay mil historias inolvidables acerca de esa vida propia de aquél libro de Machado. Cada uno de nosotros atesora al menos una.

La más extraordinaria es la de Edgar Martínez, el mozo de barra del Mesón Viejo Sancho. Una tarde al salir Edgar de su trabajo, en el intervalo entre el turno del mediodía y el de la noche, vio en la Plaza Cagancha -Plaza Libertad seguíamos llamándola con Carlos- a la senadora Lucía Topolansky, esposa del entonces presidente Mujica. Tímidamente se animó a saludarla y le dijo «¿puedo hacerle una pregunta?». Lucía respondió «si m’hijo, vení» y le dio un beso. Edgar finalmente se animó a pedirle que le recomendara un libro sobre la historia del Uruguay. Lucía dijo «eso se lo tenés que preguntar al Pepe» (es decir al entonces presidente de la República, José Mujica). Le dio un número de teléfono al muy asombrado Edgar y agregó «llamalo a Pepe mañana al mediodía». Algo incrédulo, pensando que en el mejor de los casos quizás lo atendería una secretaria, al día siguiente hizo la llamada a la hora señalada. Lo atendió Lucía y le pasó el teléfono al Pepe. «Muchacho, ¿vos sos el que quiere un libro de historia? Me vienen muchos a la memoria, pero te digo uno. Tenes que leer ‘La historia de los Orientales’ de Carlos Machado» sentenció Mujica.

Pero el encadenamiento de circunstancias asombrosas recién comenzaba. Edgar aún no sabía que Machado cuando venía cada quince días a Montevideo, para dar sus memorables clases de historia en la Fundación Vivian Trías, frecuentaba el Mesón en el que él trabajaba (dónde sigue haciéndolo aunque ahora como encargado).

En el restaurante todos habían visto muchas veces a Machado sin saber quién era. Finalmente Edgar descubrió que aquél cliente del Mesón, al que en broma y en secreto el personal llamaba «Salomón», era Carlitos. Se terminaron haciendo muy amigos. Edgar a pesar de vivir en Uruguay fue de los que visitó en Buenos Aires a Machado, ya muy enfermo, no mucho antes de que muriera.

Así, con innumerables episodios de ese estilo, absolutamente auténticos pero con apariencia de relatos del realismo mágico latinoamericano, revive una y otra vez la «Historia de los Orientales» en la vida cotidiana, más allá de las aulas.

ENTRE LAS DOS ORILLAS Y LA «CRONO»

Luego de su última detención por las Fuerzas Conjuntas en Montevideo, durante la que fue torturado, Machado se exilió en 1974 en Buenos Aires. Permaneció allí incluso después del Golpe de 1976, cumpliendo la misión de reenviar al resto del mundo la correspondencia del Frente Amplio que recibía regularmente desde Montevideo. Tarea clandestina por la que estuvo a punto de ser detenido por represores argentinos.

En tiempos de la recordada revista argentina CRISIS, dirigida por Eduardo Galeano, Carlos Machado -al igual que Vivían Trías- publicó un par de textos en los Cuadernos de CRISIS: «Artigas, general de los independientes» y «La Patria Grande: de Bolívar a Perón». En esa obra se acerca a la historia de las luchas por la unidad de Nuestra América rescatando desde los intentos iniciales e ideas de Bolívar, San Martín, Artigas, Morazán y Santa Cruz hasta llegar a la década de 1970 con las políticas e ideales integradores de Salvador Allende, Velasco Alvarado y Perón.

Su más reciente obra, la monumental «Cronología histórico cultural de América Latina y el mundo» en coautoría con la historiadora argentina radicada en Uruguay, Naguy Marcilla, culminó su consecuente camino intelectual desde la historia uruguaya (oriental pero no uruguayista, no patriachiquista por su concepción latinoamericana) hasta la historia completa de nuestra Patria Grande en la totalidad del mundo.

En esa gigantesca obra se conjugan tres dimensiones intelectuales esenciales de Machado: su vocación profesional de historiador, su convicción latinoamericanista y su pasión enciclopédica. En cierta forma él fue el último enciclopedista, un hombre pleno de la Ilustración. Dedicó su vida entera a coleccionar libros, librillos, folletos, semanarios, revistas, diarios, suplementos, artículos y recortes, sobre todos los temas imaginables y sobre los inimaginables también. Hubiera querido leer todos los libros, conocer todas las manifestaciones de las artes, vivir y gozar todas las experiencias humanas. Machado tenía sed de infinito.

La Cronología, que es libro concreto y proyecto infinito a la vez, le permitió acercarse a ese ideal, gracias a la iniciativa y la capacidad de realización de Naguy Marcilla.

De la magna obra sólo se ha conocido un enorme tomo, publicado por el gobierno de Venezuela. Poco antes de morir, Eduardo Galeano, junto con su mujer Helena Villagra, le pidieron al gobierno bolivariano, a través de su embajada en Montevideo, que editara el libro. En menos de dos meses estaba impreso. Fue el último gran regalo de Galeano a Machado, su amigo y compinche de toda la vida.

La «Crono», como le llama coloquialmente Naguy, es una obra viva, abierta, en permanente actualización y ampliación. La profesora Marcilla trabaja cada día hasta la madrugada para incorporar nueva información documentada al proyecto, desde la prehistoria hasta el presente inmediato. Esa condición de obra viviente es la mejor ofrenda a la memoria de Carlos Machado.

Aún mejor que la vida en permanente renovación de la «Crono», es la vida misma. En estos tiempos oscuros de Trump, de restauración oligárquica e imperial en muchas partes de Nuestra América y del mundo, conozco numerosos jóvenes que son triístas y machadianos sin saberlo.

Aunque no han leído ninguno de los libros de Trías y de Machado, recrean por su cuenta los caminos del pensamiento de Vivian y de Carlos, porque necesitan comprender su propia actualidad. Necesitan impostergablemente interpretar los movimientos populares y sociales latinoamericanos y caribeños de las dos primeras décadas del siglo XXI. Comprenderlos con todas sus complejidades, heterogéneas, contradictorias y a pesar de todo o por ello mismo, ineludibles como la vida misma. Y para ello necesitan conocer su génesis y raíces, nuestra historia pensada desde nosotros mismos.

Y así, de a poco, a través de conversaciones de boliche juveniles o lecturas fragmentarias, frecuentemente mediante Internet, van redescubriendo por retazos las obras de Trías y Machado.

MAÑANA

No puedo recordar a Carlos sin hacer referencia a su calidad humana. Su sencillez carente de toda altanería, su generosidad ilimitada y su desinterés son legendarios. Eludió honores y privilegios.

Vivió como si fuera inmortal, intensamente, sin hacer previsiones, como si el mañana no existiera. Por eso Machado murió pobre, algo que ya no se estila entre destacados intelectuales. Pobre materialmente pero muy rico en amigos y alumnos incondicionales.

De ellos, de su colaboración económica y su sacrificada dedicación personal al cuidado de él y su hermana, dependió totalmente en sus últimos tiempos. No quiero dejar de mencionar a Carlos Sobrero, Fernando Benítez, Esteban Chaij, Sofía Perelstein, Daniel Pisciottano, Analía Moreira y Marcelo Posada entre los que lo atendieron incesantemente en Buenos Aires. Además de las dos personas a las que Carlitos, la última vez que lo vi internado, llamó sus «madres»: Raquel Sierra y Naguy Marcilla, a las que adoraba.

Pido perdón a todas y todos los que no nombro, porque la lista sería más larga que el artículo.

Por último, los actuales, muy recientes calumniadores de Vivian Trías y Carlos Machado, es decir los secuaces y colaboradores locales de Olavo de Carvalho y de Bolsonaro, paradójicamente sólo lograrán muy a pesar suyo, difundir la obra de ambos. Así que les agradecemos su odio compulsivo y macartista que seguirá gestando amores eternos y revolucionarios por Vivian y Carlos.

Ahora Carlitos y Vivian seguirán caminando con nuestras piernas, como escribió Eduardo Galeano cuando murió Trías.

Por mi parte espero que algún día en el Mesón Viejo Sancho «de allá arriba» o «de allá abajo» -en el que Carlos no creía- volvamos a compartir unas copas de «medio y medio», y retomemos la misma conversación, siempre diferente, sobre todas las cosas, como si el tiempo no existiera.

Mientras tanto al decir de Carlos Quijano «la vida comienza mañana».

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