Debate: Apropiación cultural en la industria de la moda

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Apropiación cultural y moda: un profundo debate

Por Juan Luis Salinas T.

El debate había comenzado a aparecer entre los especialistas y los estudiosos de la industria de la moda en la última década. Pero ahora la pregunta se ha encendido: ¿la reinvención de prendas, detalles, siluetas o técnicas propias de otras culturas o grupos étnicos en diseños de lujo es un homenaje o una copia desconsiderada? La discusión sobre la apropiación cultural –que ya había sido debatida en la música, la gastronomía y otras manifestaciones– se instaló de lleno en la industria de la costura y las grandes marcas.

En las últimas temporadas, etiquetas de moda mundialmente reconocidas han sido acusadas y criticadas por presentar colecciones que aparentemente sobrepasaban el límite de la inspiración para utilizar elementos artesanales ancestrales y patrones de identidad sin atribuirles su propiedad ni su consentimiento.

El miércoles 12 junio, la ministra de Cultura de México, Alejandra Frausto, hizo pública una carta que había enviado a la firma de la diseñadora venezolana Carolina Herrera y a su director creativo, Wes Gordon. El motivo: varias de las prendas de su colección Resort 2020 tenían decorados o claramente estaban basadas en elementos propios de algunas de sus comunidades indígenas. Vestidos de noche con los bordados prehispánicos de animales provenientes de Tenango de Doria (que en 2017 habían visto cómo la cadena Mango realizó lo mismo en un suéter); otros diseños que utilizaban íntegramente el multicolorido patrón horizontal del sarape de Saltillo (con que los indígenas confeccionan ponchos o mantas) o chaquetas con los motivos florales que bordan las mujeres oaxaqueñas del istmo de Tehuantepec. En su carta la ministra mexicana además de exigir explicaciones, preguntaba si los artesanos se habían beneficiado.

Wes Gordon contestó dos días después: su colección “rinde homenaje” y “reconoce el maravilloso y diverso trabajo artesanal de México”. Aunque reconoce que la presencia de México es indiscutible en esta colección, en ninguna parte de su discurso habla de compensación económica.

Esta no es la primera vez que una marca internacional toma algún detalle (bordado, adorno o técnica textil) de alguna comunidad tradicional mexicana y la incorpora a sus diseños sin considerar su valor cultural, el trabajo de sus artesanos ni los significados ancestrales o de identidad que encierran. Hace cuatro años la diseñadora francesa Isabel Marant usó el diseño de una blusa que desde hace más de 600 años realizaban costureras mexicanas del municipio de Santa María Tlahuitoltepec, que la Unesco acabaría declarando como legado cultural apenas dos años más tarde.

México ha protestado previamente contra situaciones similares con diseños firmados por Zara, Michael Kors y Dior. El caso de Dior fue especialmente polémico. En 2017 presentó un modelo de su colección de bolsos Dior Book Tote y cuatro pulseras tejidas que se inspiraban en México. Las piezas compartían un gran parecido con el arte de las comunidades Huichol (grupo indígena de la Sierra Madre), pero, irónicamente, las piezas fueron elaboradas –según un cortometraje de ‘Vogue’ Paris– en un “pequeño taller familiar en Italia”.

Tradiciones a la venta

La apropiación cultural es un concepto que académicos e investigadores culturales anglosajones ocupan desde fines de los 80, pero solo fue incluido oficialmente por el Diccionario de Oxford en 2017. Lo define como “la adopción no reconocida o inapropiada de las costumbres, prácticas, ideas, etc. de una persona o sociedad por parte de miembros de otra, y típicamente personas o sociedad más dominantes”. En pocas palabras, es cuando alguien adopta algo de una cultura que no es la suya: un peinado, una prenda de vestir, una manera de hablar, una técnica ancestral. Cuando esta utilización se realiza sin permiso –excluyendo a la comunidad a la que le pertenece originalmente– y tiene caracteres comerciales, el escenario se complica. Según los especialistas, esto perpetúa la idea de una clase dominante, potencia los estereotipos y, en el caso de alguna técnica o trabajo artesanal, niega cualquier posibilidad de beneficio económico a comunidades que lo originaron.

Y en la industria del lujo y de la moda, esto es cada vez más común. Aunque los ‘homenajes’ de la moda a la cultura, textiles y personajes de México son habituales (¿cuántas veces no se ha recurrido a Frida Kahlo después de la colección que realizó Gaultier en los 90?), sus comunidades o grupos étnicos no han sido los únicos que han reclamado la utilización comercial de prendas o elementos de su identidad.

En mayo de 2017, la firma francesa Chanel presentó un ‘boomerang’ australiano con el logotipo de la firma y con un valor en sus tiendas que superaba los 1.200 dólares. La sofisticación del artículo y su elevado precio enfurecieron a la comunidad. La etiqueta francesa reaccionó rápido y sacó de sus tiendas el ‘accesorio de lujo’.

La firma deportiva Nike utilizó en sus prendas estampados tribales en blanco y negro que aseguraba habían surgido de la inspiración de los tatuajes indígenas de Fiji, Samoa y Nueva Zelanda. La colección, llamada ProTattoo Tech, fue atacada por antropólogos y las comunidades oceánicas.

La misma marca, en mayo pasado, se vio obligada a cancelar el lanzamiento de un nuevo modelo de tenis, luego del airado reclamo de indígenas guna (o kuna) de Panamá, por el uso de un símbolo ancestral de esa etnia, que comparte territorio con Colombia.

En 2008, la firma Urban Outfitters empezó a utilizar el término navajo para describir prendas de sus colecciones. Solo en 2012, el pueblo Navajo llevó el asunto a los juzgados: denunciaban el uso de la palabra y la creación de “colecciones baratas, vulgares y culturalmente ofensivas inspiradas en los nativos americanos”.

El diseñador Marc Jacobs también generó críticas de grupos de afrodescendientes por utilizar pelucas con rastas en las modelos de su desfile (mayoritariamente blancas). Jacobs agravó la situación al asegurar que era “gracioso cómo no critican a las mujeres de color por alisar su cabello”. Luego, el diseñador se disculpó.

El año pasado quedó en evidencia que la firma Dior había utilizado sin autorización el vestuario tradicional de los habitantes de la región de Bihor, en el interior de Rumania, para su colección Pre Fall. La revancha –y la forma de evidenciar la situación– la realizó la revista de moda rumana ‘Beau Monde’, que lanzó una campaña en la que aparecían los diseñadores y costureros originales de la región, quienes anunciaban que desarrollarían una nueva línea de ropa para preservar las tradiciones de su comunidad con el nombre de Bihor Couture.

El nuevo escenario

Las cosas ya no son como antes. Así se puede resumir la reflexión que la periodista de ‘The New York Times’ Vanessa Friedman realizaba hace unas semanas al analizar el incidente de Carolina Herrera. En su texto recordaba que en 2013 Hermès vendió pañuelos con estampados de comunidades mexicanas y nadie reclamó. Lo mismo se puede decir de las colecciones que realizaba Galliano para Dior, que tomaban libremente referencias culturales y prendas étnicas mientras todos aclamaban su originalidad. En 2003, Galliano presentó un desfile que mezclaba elementos de Japón y China (dos culturas opuestas), y al año siguiente se apropiaba del simbolismo del antiguo Egipto a modo de un homenaje que tenía estética de fiesta de disfraces.

En los inicios de la moda como industria, Mariano de Fortuny recreó la vestimenta de la antigua Grecia, y Paul Poiret se dejó seducir por la corriente orientalista que inundó Europa a principios del siglo XX. Y qué decir de las inspiraciones africanas, rusas u orientales de Saint Laurent. La moda llevaba décadas usando elementos de culturas que consideraba exóticas como motor creativo. Pero el escenario era otro. Se hablaba de homenaje y nadie lo ponía en duda.

Pero ahora, cuando la moda se ha transformado en una industria mediática y millonaria, la visión es otra. Las tradiciones y los elementos de identidad tomados como una forma de inspiración no convencen a las minorías étnicas o raciales, mucho más cuando ni siquiera ellos han participado en el proceso.

Bien lo sabe Kim Jones, el antiguo diseñador de línea masculina de Vuitton, quien en 2011 tomó la iconografía de los Maasai. Específicamente tomó la ‘shuka’, famosa túnica a cuadros roja y azul de este pueblo que vive entre Kenia y Tanzania, y fue criticado: esta comunidad y sus artesanías han sido históricamente ‘homenajeadas’ en la moda y la publicidad, y hoy están organizados contra esto. Hace unas semanas, en una entrevista con la agencia France Presse, Jones recordó el episodio: “Los diseñadores pueden dejarse llevar tratando de hacer historias a partir de otras culturas, pero a veces no conocen la historia de fondo y las personas de ella”.

Los derechos, cada vez más protegidos

La Declaración de Derechos de los Pueblos Indígenas de la ONU de 2007 protege su propiedad intelectual: “Al menos hace falta consulta y consentimiento (…)”. En junio de 2017, en la sede de la ONU en Ginebra –en la World Intellectual Property Organization (Wipo)–, más de 160 representantes de distintas culturas discutieron una ley que regula esta situación. El texto asegura: “Pueblos indígenas y comunidades locales de todo el mundo poseen un rico acervo de conocimientos tradicionales y expresiones culturales tradicionales que quieren, con toda razón, proteger y promover (…). Por desgracia, sus sistemas de conocimientos y sus expresiones culturales a veces son utilizados sin su autorización y sin que ellos participen en los beneficios que genera dicho uso”.

El Tiempo

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