Tepic Literario

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Literatura “de provincia” contra el centralismo cultural y la ideología conservadora: la revista Tepic Literario

Sus miradas estaban puestas en hacer las cosas de manera diferente; romper los moldes, criticar la estructura, hacer comunidad en un ambiente que estaba roto, no sólo por la geografía sino por consigna. Era el año de 1907 y existía, entre los integrantes que le daban forma a la recién creada revista Tepic Literario, una necesidad cada vez mayor de forjar una revista que pusiera a la capital nayarita en el mapa cultural del país.

Así lo indicaron ellos, entre quienes se encontraban los escritores y periodistas Solón Argüello, Arturo Moreno Contreras y Pedro Aguirre de la Barrera, en su editorial del número uno, correspondiente a enero de ese año: “Tepic, lleno de atractivos por sus hermosas huertas y pintorescos rededores, por la exuberancia de su suelo, por la cultura y caballerosidad de sus honorables vecinos… teniendo calles alumbradas en las noches por la brillante luz que la ciencia ha puesto… carecía sin embargo de un periódico literario, lazo común entre las inteligencias.”

Eso lo expresaron ante la incredulidad de que no se podía hacer carrera de escritor si no se fincaba en Ciudad de México. Ahí estaba el caso de Amado Nervo, tepiqueño, quien salió prontamente de su ciudad natal. Pero ellos no creían que esta fórmula fuera la regla, y es que pocos en el centro de México, e incluso en los estados vecinos, conocían lo que se desarrollaba dentro de esta capital ubicada cerca de la costa del Pacífico. Pero estos inconformes, los llamados “escritores de provincia”, desarrollaron un aliento para dar a conocer que existían, que estaban escribiendo su obra literaria y artística, su pensamiento sobre las letras, sobre México, sobre el mundo, y que estos conocimientos no se reducían ni a la figura ni a la sombra del poeta Nervo, y por ello pensaron que una revista era “el único medio que tenemos de ponernos en contacto con nuestros hermanos residentes en las demás fracciones de nuestro hermoso país”.

Como dice la investigadora Beatriz Gutiérrez Mueller en el estudio introductorio a la edición facsimilar de Tepic Literario, cuya edición acaba de publicarse y que ella recuperó de entre bibliotecas y librerías de viejo, “el panorama para los escritores de provincia, como solían denominarles, era poco halagüeño. Debían moverse a la capital o hacer esfuerzos en ciudades o pueblos para sacar adelante alguna publicación”, ya que era un tiempo en que “el centro lo era todo”, comenta.

Las páginas de esta redescubierta revista –contemporánea de Savia Moderna, revista de los del Ateneo, y Arte de Enrique González Martínez– parecían una máquina del tiempo donde convivieron ideas del pasado con los aires renovadores que se aproximaban. Por ejemplo, entre sus editoriales existe la idea de alcanzar la “inteligencia” como motor civilizatorio en ese 1907, proceso en el que se deja percibir aquel tufo de positivismo porfiriano que intentó forjar una idea de sociedad y de nación basados en la exclusiva idea del progreso técnico, científico y económico por sobre lo humanístico, cultural o político; idea del progreso que los editores de Tepic Literario van a poner en reflexión a lo largo de sus trece números y en su único año de existencia.

Estos aires de “progreso” porfiriano que estaban en el ambiente tras casi treinta años de dictadura, van a chocar con las ideas liberadoras que venían principalmente del director-fundador de esta revista, el poeta nicaragüense Solón Argüello, quien con el tiempo se convertirá en uno de los más férreos opositores al sistema dictatorial para acercarse, después, a la revolución emprendida por Francisco i. Madero. Hay que recordar que Solón, poeta decadentista, llegó a ser secretario de Maderoy que morirá asesinado por la policía de Victoriano Huerta,en el mismo año del crujir de la metralla, 1913.

Aires de cambio social

Aunque Tepic tuvo una vida efímera no fue frívola, pues las ideas plasmadas en sus artículos se adelantaron a la Revolución que, como lo dice la doctora Julieta Ortiz Gaytán en La crítica de arte en México (1896-1921), “fue un factor detonante de ciertas ideas renovadoras que pugnaban por abrirse paso en un contexto ideológico predominantemente conservador”.

En las páginas de esta revista, que hoy vuelve al mapa literario mexicano, están estos dos mundos en constante enfrentamiento. Por ejemplo, en sus textos se observa que a la par del manejo cerrado en torno a los roles de género, también están atentos a los movimientos sociales de su tiempo, como el movimiento feminista con el que coinciden: “las mujeres han tomado como punto objetivo de sus conquistas las ocupaciones reservadas hasta hoy únicamente al hombre; saltan a la arena en el periódico, en la tribuna, en el foro, en las artes, habiendo llegado a generalizarse el movimiento feminista que pide para las mujeres iguales derechos políticos que los hombres”. De esta manera, los creadores de Tepic entablaron una valiosa amistad y vínculos con las editoras de la revista La Mujer Mexicana, cuya directora en 1907 era Antonia l. Ursúa, quien se convirtió en una de las primeras mujeres médico graduada de la Escuela Nacional de Medicina y una de las más importantes activistas en la lucha por los derechos de las mujeres.

En ese sentido, Tepic Literario es un campo de batalla en donde se hizo un llamado para combatir y
para deshacerse del yugo del centralismo político y cultural en el país, y un grito para vencer el prejuicio que había y sigue existiendo en contra de los escritores de la llamada “provincia”, aquellos quienes no decidieron trasladarse a Ciudad de México, como ellos mismos lo expresaron: “Los editores se quejaban: ‘un error craso hace pensar a muchos que el talento, el conocimiento y la inspiración son privilegios exclusivos de las grandes capitales’”, idea que Liliana Pedroza, en pleno siglo xxi, también refuerza en su libro Historia secreta del cuento mexicano (uanl, 2018), al mencionar que un “grupo de jóvenes de diversos puntos del país tuvieron que migrar a la capital para que su trabajo literario fuera reconocido”, pues “escribir y publicar fuera de la capital era sinónimo de sepultar un oficio”.

Por ello, esta revista, en 1907, es también un aviso del cambio social y de roles, en un tiempo en que el viejo sistema rígido y de valores conservadores se aferraba a permanecer en el poder. Tepic es una trinchera que subsistió entre las viejas y las nuevas ideas que los escritores estaban experimentando. Se trata de una radiografía del instante, una luciérnaga que ilumina la estructura que para ese momento estaba constituida más de preguntas que de respuestas.

Hay otro punto interesante en la conformación de esta publicación desde su primer número, y podría parecer elemento menor, pero resulta significativo en términos geopolíticos: en vez de preferir con ahínco las letras europeas o anglosajonas, la revista fundada por Argüello y sus colegas tiene el objetivo de difundir “lo nuestro”, lo hispanoamericano, pues a lo largo de sus trece números publicaron a autores de la región, tan importantes hoy para la historia de la literatura como el nicaragüense Rubén Darío, el argentino Leopoldo Lugones o el colombiano Julio Flórez.

Alianzas para la apertura

Solón se esforzó para que esta revista no sólo fuera literaria sino también periodística, ya que era consciente de la importancia mediática de una revista periódica para colocar temas y asuntos de Tepic en las mesas públicas de discusión, un espacio que en ese tiempo estaba cerrado y controlado por los periódicos y revistas ligadas al poder central. Desde esta nueva trinchera de la información periodística y la creación literaria, Solón Argüello, Arturo Moreno y Pedro Aguirre, entre muchos y muchas más, criticaron también a quienes acaparaban el medio periodístico, a quienes lo elitizaban y lo cooptaban para algunos pocos. Ante la creación de un medio de comunicación y los ideales con los que nació Tepic Literario, ¿acaso no estaban buscando la democratización del debate sobre lo que nos incumbe a todos? ¿No son ellos y ellas luchadoras a favor de las libertades de expresión y la prensa libre tres años antes de la pugna revolucionaria?

Para conseguir estas libertades, entablaron amistad con otras revistas de puntos distantes a quienes les hacían llegar ejemplares. Los de Tepic sabían bien que se necesitaba vencer el sistema de privilegios y cambiar hacia algo más colaborativo por medio de alianzas con el resto de las publicaciones; así lo piensa la doctora Gutiérrez Mueller al decir, en su estudio introductorio, que por ello se formó una alianza entre diversas revistas de la llamada provincia: “es posible saber que esta red de revistas de provincia, al menos en 1907, estuvo conformada por Tepic Literario, de Tepic, Arte, de Mocorito; Revista de Zacatecas, de dicho estado y Revista Guadalajara y El Correo Literario”.

Así pugnaron, entonces, por la apertura no sólo
de la prensa, sino también por la apertura de las conciencias de quienes creían que los jóvenes no serían capaces de hacer semejante empresa. La recuperación de Tepic Literario, de este eslabón perdido en la historia de las revistas literarias de aquella época, es fundamental para reflexionar sobre cuánto hemos modificado estas dinámicas culturales y periodísticas, qué libertades hemos ganado o perdido y cuáles se han estancado o fueron en retroceso; conocer Tepic es vernos a nosotros mismos a la luz del tiempo y a través de paradigmas como la relación del poder con las letras, la constante lucha por la libertad de prensa o la existente (o no) rivalidad entre centro y provincia. Tepic Literario es una invitación a recordar lo que fuimos para pensarnos hoy, no en sepia, sino en presente y a todo color

 

Jornada

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