Uruguay: Teatro El Galpón cumple 70 años

4.279

Por Daniel Cholakian – Nodal Cultura

El 2 de septiembre de 1949, en un galpón de demoliciones de la ciudad de Montevideo y bajo el impulso de Atahualpa del Cioppo, maestro y militante político, un grupo de jóvenes que eran parte de distintas experiencias actorales vocacionales e independientes, fundaron un teatro.

“Nos reunimos y decidimos alquilar un local, junto a los integrantes del Teatro del Pueblo porque solos no podíamos. Era un galpón de demoliciones y para que eso llegara a ser un teatro teníamos que trabajar todos ahí. El segundo día vino la policía porque los vecinos se habían quejado de los ruidos que hacíamos. Claro, nosotros trabajábamos durante el día y llegábamos al galpón a las 8 de la noche. Ese fin de semana salimos a tocar los timbres casa por casa para hablar con los vecinos y contarles. A la semana los teníamos a todos ayudándonos con la construcción. Incluso algunos se hicieron socios y aportaban dinero”, contó a Nodal Cultura Susana “Ñatita” Ferrer, actriz que fue parte del grupo fundador y que desde los 4 años es ha sido actriz, ya sea en la radio como en el teatro de Uruguay.

Susana «Ñatita» Ferrer

El grupo del que era parte se llamaba La isla, estaba integrado por jóvenes y era dirigido por del Cioppo. Ante la imposibilidad de contar con los recursos necesarios para abrir la primera sala, se juntaron con integrantes del Teatro del Pueblo y fundaron la nueva institución, que tomó su nombre del depósito de barraca que habían alquilado.

El nacimiento de El Galpón se dio en un momento de cambio en el mundo, en la región y en el país. El final de la llamada segunda guerra mundial anticipaba un período de recuperación económica, que permitió la reconstrucción de la vida social en las urbes y la reaparición de los movimientos intelectuales y de izquierda alentando nuevas ideas sociales. En la región, el ascenso de movimientos populares al poder, y el comienzo de un desarrollo de nuevas formas artísticas vinculadas a los mismos y a las izquierdas, se reflejó especialmente en los teatros vocacionales y comunitarios.

Uruguay, y particularmente Montevideo, vio crecer intensamente su vida cultural y artística, con lo que el teatro independiente se consolidó allá por los comienzos del’ 40.  El movimiento respondió al interés del público montevideano por ver teatro de calidad, y al interés de los hacedores del teatro por independizarse de los empresarios o de cualquier otro factor que no les permitiera hacer el teatro que querían.

“Es verdaderamente conmovedor como esta gente, que tenía un paredón en contra, lo atraviesa con una enorme voluntad de generar espacios de vinculación con la propia realidad, con el pueblo”, cuenta Carlos María Domínguez, escritor y periodista que trabaja en el libro sobre la historia del El Galpón. “Cuando uno ve la fragilidad y la vulnerabilidad de la que partieron y la gran cantidad de cosas que lograron, se comprende el sentido épico que atraviesa esta casa”, dijo en una charla dentro de la actual sede.

El trabajo es arduo porque no existen trabajos previos con un relato articulado. Domínguez ha encarado un búsqueda sistemática de recuperación de archivos fotográficos, testimonios, búsqueda en medios de comunicación, los que debe organizar para dar forma a esta historia atravesada por aquel esfuerzo original, la consolidación, la represión, el exilio, el renacimiento y la nueva institucionalización. La historia encuentra hoy a El Galpón como una de las marcas centrales del teatro uruguayo.

Los inicios

“El Galpón se fundó en una asamblea. Ese 2 de septiembre de 1949 era un día horrible. Se los ve en la foto que se sacaron ese día con muchos abrigos, a las mujeres cubriéndose la cabeza con pañuelos, en ese galpón que se llovía y en el que estos locos decidieron armar un teatro”, cuenta Héctor Guido, actualmente Secretario General de la institución. “En ese momento no había director artístico y esa ha sido nuestra identidad. A diferencia de otros grupos que se consolidaron alrededor de un director o una estética, El Galpón ha sido un grupo que ha tenido distintos directores que han aportado su óptica, su estilo, su percepción de la estética y el mundo”

La búsqueda de la colaboración popular para convertir ese galpón en teatro no era solo una manera de obtener recursos, era también parte de una posición ideológica en relación con el hecho teatral. Para los fundadores esa relación abría una puerta al contacto directo con su público y les otorgaba representatividad artística y social. A la vez les permitía la independencia, pues para ellos no hay teatro si no hay salas en manos de los propios creadores, que puedan así consolidar su desarrollo artístico.

Esos primeros años fueron de búsqueda en diversos sentidos. Así como pusieron obras de los principales dramaturgos de diferentes lugares del mundo, intentaban llevar el teatro más allá de las tradiciones formales. Domínguez cuenta como una audacia artística la puesta de Juan Moreira en 1956, que incluyó 15 caballos en escena. El espectáculo se ponía en los estadios de futbol, porque no había escenario posible. “El resultado no estuvo a la altura del esfuerzo, las escenas quedaban lejos del público, la voz se la llevaba el viento, pero revela una enorme audacia”. Esa audacia estética y política marcó la historia de El Galpón.

Durante sus primeros 27 años (desde el 2 de setiembre de 1949 al 7 de mayo de 1976) «El Galpón» inauguró, en 1951, un primer espacio teatral con capacidad para 150 espectadores, la Sala Mercedes, en un local – hoy demolido – ubicado en la esquina de las calles Mercedes y Roxlo.

Una de las actividades que el grupo asumió desde el comienzo fue la docencia en el campo del teatro. La fundación de una escuela de arte escénico le ha permitido formar a sus futuros integrantes, no solo en su condición de actores, sino en la pluralidad de capacidades que exige una institución de esta naturaleza. Además siempre mantuvieron una marcada apertura a otras disciplinas, como literatura, plástica, música y danza, lo que permitió que se constituyera en un espacio convocante para distintos sectores de la cultura uruguaya.

En 1964, el crecimiento de «El Galpón» llevó a sus integrantes a adquirir un cine cercano a su sede, en la Avenida 18 de Julio – el Grand Palace – para comenzar a transformarlo en una nueva sala teatral. “Cuando salió el aviso que vendía el cine Grand Palace, pusimos en venta la sede que teníamos. Un compañero hipotecó su casa y con el dinero este y el que sacamos de la venta de la sede, dimos la primera parte de la plata para comprar esta sede”, cuenta Ñatita Ferrer en la misma sede de la Av. 18 de julio. “Después hipotecamos esta sede para poder seguir adelante con las obras”.

Después de años de trabajo, la sala fue inaugurada el 9 de Enero de 1969, con el estreno de la obra de Bertolt Brecht » El Señor Puntila y su criado Matti», bajo la dirección de César Campodónico, uno de los fundadores de 1949.

Crisis y exilio

Hacia fines de los sesenta el país atravesaba una crisis fruto del proceso de liberalización, con la consecuente caída de la incipiente industria y los salarios. Así la situación en Uruguay se complicó políticamente. Creció el autoritarismo político y fueron intervenidos y militarizados varios entes públicos. El ejército, justificando su accionar en la represión contra la guerrila urbana conocida como Tupamaros, gana poder en el Estado. La crisis concluyó con un auto-golpe de estado del presidente Bordaberry, quien, en junio de 1973, disolvió las cámaras legislativas con el apoyo del ejército. Así se abrió el camino a la dictadura militar que lo desplazaría y sumiría al país en uno de los períodos más oscuros de su historia.

Según explica Domínguez, cerca de la etapa de la dictadura el teatro tenía dos posibilidades “o replegarse y callarse o salir a contestar al proceso siniestro que finalizó en la fuerte represión del campo popular. Los compromisos de El Galpón fueron fuertes y la voz del teatro se potenció. El coraje fue decisivo en ese momento”.

En esos años las obras eran estrenadas en medio de amenazas, ataques de bandas parapoliciales, detenciones y prohibiciones para los actores. El elenco siguió trabajando sustituyendo actores y sosteniendo un repertorio que respondía a la necesidad de resistencia popular.

Pero por decreto, el 7 de Mayo de 1976, la dictadura «ilegalizó» a la institución, disolvió su elenco, confiscó sus bienes y prohibió toda actividad teatral y cultural de sus integrantes.

Decreto de clausura de El Galpón 07/05/1976 – Museo de la memoria Montevideo

“Muchos estuvieron presos, torturados y fueron al exilio en México, donde el grupo siguió produciendo. Yo estuve exiliada en Argentina. ¿Y qué hacíamos nosotros? Teatro”, se pregunta sin inocencia Ñatita Ferrer.

En septiembre de ese año El Galpón retomó sus actividades en el Distrito Federal mexicano. La historia del exilio colectivo es narrada con mucho detalle en la obra Vou Voltar, del grupo brasileño Ponto de Partida, lo que de alguna forma da cuenta del significado regional de El Galpón.

El regreso

Pasada la etapa de la resistencia durante la dictadura, el 1° de septiembre de 1984  Atahualpa del Cioppo regresa a Uruguay junto con Daniel Viglietti. Ellos fueron recibidos por una manifestación popular, que los acompañó en caravana hasta el centro de Montevideo. Al día siguiente todo el movimiento teatral uruguayo, incluida la Comedia Nacional, le ofreció un homenaje al gran maestro y al elenco, que permanecía en el exilio.

Concentración frente al teatro El Galpón con motivo del regreso de su elenco del exilio. Al centro: Atahualpa del Cioppo, 12 de octubre de 1984. – Fuente: Centro de Fotografía de Montevideo

“Cuando asume Sanguinetti nos entrega el teatro. Los compañeros de El Galpón venían de México con varios espectáculos nuevos que habían creado allí”, agrega Ferrer, quien retornó desde Argentina.

En 1985, el nuevo gobierno democrático decretó el levantamiento de las prohibiciones que sufría El Galpón, así como también la devolución de los bienes que le habían sido confiscados. El estado de la sala era calamitoso. “El teatro estaba desecho”, explicó Ferrer. La sala sido demolida, todo el equipamiento técnico estaba perdido, al igual que la biblioteca, los archivos y aún las máquinas de oficina. Hubo que trabajar mucho para reabrirla, dos meses después, con una gran fiesta popular y el re-estreno de «Artigas, General del Pueblo». La obra bajo la co-dirección de Atahualpa del Cioppo y César Campodónico, se había montado durante el exilio para recorrer América como un testimonio de oposición a la dictadura.

Si bien en los años ’90 y lo que va del siglo XXI El Galpón ha crecido y se ha institucionalizado, y aun cuando el marco legal reconoce derechos que permiten a los grupos y las salas funcionar adecuadamente, las condiciones económicas no alcanzan para sostener un modelo de profesionalización del trabajo teatral, cosa que habían logrado en México. Sin embargo, desde el retorno de la democracia, se construyeron dos nuevas salas en la sede de la Avenida 18 de Julio: la Sala Cero, con capacidad para 70 espectadores y un tamaño adecuado para los espectáculos de experimentación, y la Sala Atahualpa de disposición circular, con una capacidad para 250 espectadores.

Presentación programación por los 70 años del Teatro el Galpón. Frente al micrófono Héctor Guido

“Siempre nos dicen que somos un teatro político, nosotros decimos que somos un teatro comprometido con nuestra realidad”, resume Héctor Guido. “70 años en el teatro es mucho más que la historia de un teatro, es la historia de un país. Y si revisamos nuestra historia y la de la historia de América Latina, mirá si tendremos circunstancias hermosas y de las otras, de las terribles. Nuestra historia no es más que la historia de América Latina. Siempre recordamos una frase de Atahualpa cuando la dictadura militar en 1976 disolvió la institución y la declaró ilegal. Él dijo ‘no sacaron un país, pero nos regalaron un continente’, porque a partir de ahí la voz de El Galpón pasó a ser una voz de resistencia que se escuchó en toda la región”.

También podría gustarte