En 2016, Guadalupe Gallo y Pablo Semán publicaron un libro sobre nuevos emprendimientos musicales en la Argentina poscrisis de 2001 (Gestionar, mezclar, habitar: claves en los emprendimientos musicales contemporáneos, Buenos Aires, 2016). A partir de conceptos y métodos provenientes de la sociología y la antropología, sostienen la hipótesis de la emergencia en la región de “un archipiélago de pequeñas escenas socio-musicales” que, en diferentes rubros (como la música electrónica, el indie-rock y la “cumbia digital”), plantean nuevas formas de creación, de producción y de recepción musical. Por un lado, estas escenas están influenciadas por la expansión mundial de nuevas herramientas tecnológicas (que democratizan no sólo la escucha, sino también la grabación, la edición y la difusión de contenidos musicales). Son consecuencia, además, de la crisis, o la deconstrucción, del modelo del éxito y de la popularidad promovido por las grandes industrias musicales (ya presente, desde los años 90, en algunas variantes del rock estadounidense como el grunge o, más tarde, del llamado indie) y la consecuente redefinición de la relación con el público, más empática tal vez y menos idílica. Por otro lado, en contextos de inestabilidad económica, en los que la industria musical es más restringida y menos heterodoxa, la autogestión y las redes de cooperación entre artistas se vuelven casi un imperativo de sobrevivencia, sobre todo en lo que respecta a las propuestas estéticas que se alejan del mainstream.

Si bien de este lado del Plata el modelo del estrellato siempre fue austero y la cercanía entre el público y artistas es más común que disruptiva, no hay duda de que las nuevas tecnologías también revolucionaron las prácticas de auditores y de creadores. Sin embargo, este acceso virtual a una dimensión global de la música y a posibilidades inéditas en materia de autoproducción, presenta al mismo tiempo un fuerte correlato local, en lo que respecta a la gestación de nuevas formas de socialización y circulación musical.

En Uruguay, los y las artistas del sello independiente Feel de Agua parecen demostrarlo editando nuevos discos, habitando espacios en la ciudad y gestionando colectivamente la producción y la difusión de sus prolíficas creaciones. Luego de varios recitales en la sala Camacuá durante el invierno, inauguran la primavera montevideana con un ciclo acústico en El Castillo Vagabundo (todos los viernes de setiembre) y con tres lanzamientos recién salidos de los estudios domésticos (Oxxo, de Amigovio; El otro que despierta, de Portillo; y Sirviendo a un solo amo, disco colectivo de integrantes del sello). Auguran además nuevos discos en lo que queda del año (como los próximos de Mux, Excelentes Nadadores y Cielos de Plomo).

¿Cómo es hacer música en un país donde escasean los lugares para difundir este tipo de propuestas? ¿Es posible hablar de la consolidación de una escena sociomusical alternativa en Montevideo, que vendría a completar el nuevo archipiélago regional?

Un proyecto independiente

El sello Feel de Agua es, según las palabras de su fundador, el músico Fabrizio Rossi, un “cuerpo mutante” que ha venido haciéndose un lugar en “la música popular-experimental de Uruguay” desde hace ya una década. Creado en 2008, nuclea varias propuestas musicales con una misma necesidad: la de “tener un lugar donde juntar y compartir la música que veníamos grabando y editando de forma independiente”. “En esa época comenzaron a ser más accesibles ciertos recursos tecnológicos que nos permitieron empezar a grabar y mezclar los discos nosotros mismos, lo que, más allá de las diferencias técnicas, nos dio la oportunidad de experimentar más libremente con el sonido y con las ideas, sin pensar en el tiempo, la hora, la plata y todas las cuestiones clásicas que corren en los estudios profesionales”, afirma Rossi, quien ha grabado muchos de los discos del sello, además tener su proyecto solista y ser miembro de la banda Mux.

Por otra parte, los diferentes artistas del sello lo conciben como un espacio de amistad, de cooperación y de afinidades estéticas, que reúne hoy más de 20 propuestas musicales heterogéneas. Patricia Turnes, quien editó sus dos discos con Feel de Agua, afirma: “Nos dimos cuenta de que juntos podemos trabajar mejor, potenciarnos, hacer más cosas”.

En 2018 y con más de 50 discos accesibles en la página web (www.feeldeagua.net), el sello continúa expandiéndose, integrando a nuevos artistas y renovando sus formas de funcionamiento, basadas fundamentalmente en la autogestión y en la colaboración entre los diferentes integrantes de los proyectos que lo integran. La complementariedad de saberes es fundamental, tanto en la realización concreta de los discos como en la organización de recitales, de ciclos o eventos. “Quienes integramos esta comunidad sabemos que vamos a contar con respaldo en cuanto a infraestructura técnica, contactos, canales de difusión, etcétera. Si hay que vender discos, si hay que hacer sonido, conseguir lugares donde tocar, si hay que diseñar un afiche, escribir una gacetilla para un lanzamiento, contactar con los medios para difundir nuestra música y actividades, presentar un proyecto a un fondo, etcétera, siempre alguno de nosotros se ofrece –según la habilidad que tenga, claro– para que tanto los proyectos solistas como los grupos puedan concretar sus objetivos artísticos”, relata Turnes, quien cerrará el ciclo en curso en El Castillo Vagabundo.

El reciente disco titulado Sirviendo a un solo amo. Versiones de Fue un susto, concebido por Leandro Dansilio, Karen Halty (Excelentes Nadadores), Flavio Lira (Amigovio) y Gabriela Costoya, es un ejemplo singular de esta cooperación materializada en canciones: diferentes artistas del colectivo y otros que si bien no son parte del sello se reconocen parte de una misma escena musical, versionaron textos del libro Fue un susto, del escritor Martín Batallés. El disco está dedicado a Mena, artista integrante de Feel de Agua fallecida este año.

Corrientes unificadas

Al escuchar los diferentes discos disponibles en el catálogo online, la heterogeneidad parece ser la norma: atraviesan géneros que van desde el rock, el pop y la electrónica hasta el folclore. “El catálogo no está basado en ningún género específico, sino en músicas que desde su lugar propio tienen una búsqueda particular entre la canción y la experimentación. La originalidad, la innovación o la virtud de conmover son valores que se tienen en cuenta a la hora de integrarlo”, dice Turnes. Francisco Trujillo (Cielos de Plomo) sostiene que hay “una sensibilidad general compartida, aun en lo muy distintos que son los proyectos que componen el sello”, y esto tiene que ver con un “gusto por la experimentación sonora y el descubrimiento de la canción en lugares inesperados”.

Más allá de la multiplicidad, es posible identificar algunas búsquedas comunes, que se alejan de lo que se escucha habitualmente en otras vertientes de la música nacional de difusión más masiva. Por un lado, pueden identificarse fusiones no evidentes entre las referencias musicales nacionales y las internacionales. Por otro lado, hay un trabajo de escritura que plantea otras formas de decir y de contar mediante las canciones. En este sentido, hay una suerte de empatía generacional en la forma poética elegida para traducir en canción las vicisitudes de la vida cotidiana, que pone nuevas palabras a viejos sentimientos o convierte en estrofa situaciones inesperadas. Resulta curioso, además, cómo el imaginario del interior del país se mezcla con el capitalino en las letras y en la sonoridad de varios de los discos del catálogo, como Despedida, de Cielos de Plomo, o el disco homónimo de Excelentes Nadadores, o incluso los tres volúmenes editados de Música para viajes interdepartamentales (un proyecto que continuará con otros artistas, hasta completar una serie de discos que sumen siete horas y media de música, tiempo que lleva el viaje más largo que se puede hacer en territorio uruguayo).

Según Rossi, “todos comparten una inquietud por encontrar su propia manera, su visión particular de cómo hacer música. Hay discos de folclore, de música electrónica, de improvisación, de pop, de rock… Pero, en mayor o menor medida, resultan difíciles de encasillar en una definición concreta de lo que son”.

Montevideo como contexto

Montevideo siempre ha sido una ciudad restrictiva para los emprendimientos musicales independientes. Pocos lugares con las condiciones técnicas adecuadas, recursos técnicos de difícil acceso, un público poco numeroso: la sensación de agotar rápidamente las posibilidades de producirse en vivo reaparece en el relato de los músicos nacionales. Según los integrantes de Excelentes Nadadores, muchos de los proyectos del sello tienen ciertos requerimientos técnicos (escenario, sonido, luces) para presentarse al público, algo que hace aun más difícil encontrar lugares que permitan desarrollar a pleno estas propuestas. Ahí, la cooperación, no sólo entre músicos y músicas, sino también entre un circuito de otros artistas que se desempeñan en áreas como la iluminación, el sonido, la fotografía, el vestuario, el diseño gráfico, resulta crucial para organizar las diferentes presentaciones.

Por ahora, no hay ningún espacio que nuclee las propuestas del colectivo, más allá de la sala Camacuá, que ha albergado varias de las recientes presentaciones, El Castillo Vagabundo y lugares más íntimos, como las casas donde se ubican los estudios de grabación o el Club Narvaja, punto neurálgico de la movida. La espacialidad de los circuitos culturales es importante como espacios de sociabilidad artística, de circulación e intercambio, así como de visibilización más allá del núcleo cercano. Estos lugares, pocos pero germinales, delimitan geográficamente el pequeño y revitalizado mapa de la escena musical independiente montevideana, un tanto al margen de los grandes circuitos de difusión y de legitimación.

Online, en las diferentes plataformas de escucha musical, o en vivo, en los múltiples conciertos que el sello organiza regularmente en diferentes recodos de la ciudad, vale la pena navegar un rato por estas diferentes sonoridades y descubrir, como dice Trujillo, “música un poco extraña, emotiva e inesperada”.

La Diaria