Dramaturgas unidas

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Dramaturgas en acción: las autoras ahora están unidas en un nuevo colectivo

Con la experimentada Susana Torres Molina a la cabeza, un grupo de guionistas y autoras se unieron para lograr la igualdad y hacer valer el lugar que tienen ganado en el mundo de la ficción

Por Leni González

ejor Dramaturgo, con «o», fue el premio Luisa Vehil que recibió hace pocos días la autora Susana Torres Molina por Un domingo en familia, en una terna íntegramente femenina completada por Laura Sbdar (Turba) y Felicitas Kamien (Alfa). «Me dijeron que fue un error de impresión, pero me parece raro (risas). No es mala intención y menos del jurado que nos eligió: son cuestiones administrativas que irán cambiando para no volver», dice la ganadora, una de las integrantes del colectivo de Autoras, que desde marzo es una de las felices novedades de 2019.

Formado por unas 200 autoras -no solo de teatro, sino también de cine, televisión, danza y música- pero con 50 miembros activos, el grupo reúne a distintas generaciones de escritoras de muy diversas ideologías, estéticas y trayectorias, pero con un denominador común que atraviesa a todas. «Lo más interesante fue conocernos entre nosotras y ponernos de acuerdo en objetivos comunes», dice Mariela Asensio, al lado de Torres Molina, Anabel Ares, Judit Gutiérrez y Sandra Franzen, las cinco dramaturgas y directoras que se sentaron en torno a una mesa en el flamante Teatro del Pueblo para hablar sobre su actividad y todo lo que preparan para lograr más visibilidad y presencia en 2020.

El proyecto más importante es el trabajo sobre una ley de igualdad para la participación de las autoras en todos los ámbitos culturales. Con el reciente antecedente del cupo femenino para eventos musicales, prefieren no hablar de «cupos», sino de igualdad, repiten, porque hay espacios que continúan vedados.

«Nadie nos va a decir en la cara ‘acá no se puede’. Te invitan a participar, pero te dan la tarea más gruesa y el que decide es un hombre. No podemos acceder, especialmente, a los espacios donde hay un rédito económico, eso es clave», dice Judit Gutiérrez, autora de las obras infantiles Nina atrapamundos y Fortunata en el jardín de las delicias. En el mismo sentido, para Anabel Ares «hay un peso simbólico que marca ciertos lugares como pertenecientes a hombres. No se trata de una negación explícita, parece abierto, pero estamos invisibilizadas», opina la autora y directora de Ellas no reciben flores y una de las pocas integrantes veinteañeras, por ahora.

La estadística más elemental demuestra que la autoría de varones y mujeres está equilibrada solo en el teatro off; en el circuito oficial, poco a poco ha comenzado a cambiar (por ejemplo, recién este año Torres Molina estrenó una obra en el Teatro Nacional Cervantes), pero, decididamente, la distancia es muy marcada en el comercial.

«Claro, justo donde puede haber una retribución económica», subraya la de mayor trayectoria artística del grupo. «O te dan un ciclo para mujeres, en algún lugar medio escondido, algo segmentado. Mi regla es pensarlo al revés: ¿no te suena raro decir ciclo de varones? Me pasó una vez en el Cervantes, ya hace varios años, me dieron un espacio marginal. La segmentación desde la función pública no puede admitirse. Desde lo público me parece inadmisible», dice Asensio, que va a dirigir una obra de Torres Molina para el 45º aniversario del Celcit. De todos modos, para Gutiérrez no es lo mismo si son las propias mujeres las que gestionan sus espacios que cuando es otro el que se los otorga.

A partir de este disparador, el de la etiqueta «teatro de mujeres» o «ciclo dedicado a.», surgió un ping pong de opiniones. Para Asensio, que recordó que fue ella quien hizo Mujeres en el baño más de una década atrás, las mujeres no solo tienen que escribir sobre «temas de mujeres»: «Yo quiero escribir sobre el mundo, no solo sobre menstruación». En este sentido, Torres Molina contó que cuando le toca ser jurado de premios de dramaturgia apuesta al leerlos (con seudónimo, por supuesto) si quien escribe es hombre o mujer y, en general, su presunción es correcta: «Me doy cuenta y me encantaría que eso no me pasara. Venimos con menos experiencia, publicamos y estrenamos menos. Pero todavía hay algo desde adentro, estamos capturadas por ciertas imágenes, algo de la índole de lo poético, con menos acciones dramáticas, menos conflictos, más mundos cotidianos. Hay que trabajar esos imaginarios de lo femenino. Y animarnos y competir en los concursos, porque se presentan más varones».

Los cánones de lo que es y no es valioso no fueron determinados por mujeres. Ese también es un campo de lucha para Sandra Franzen, autora de Un susurro de alas: «Desde Aristóteles para acá, está determinado cómo deben ser el conflicto, la estructura, los personajes. Las escritoras rompemos paradigmas de cómo deben hacerse las cosas y por eso quedamos afuera, porque proponemos otra voz: eso es lo que hay que conseguir».

El camino a la propia voz, históricamente silenciada y «ninguneada», es el punto de encuentro de las artistas. Como dice Gutiérrez, «encontrar nuestra voz significa poder sacarla hacia algún lugar estético que puede ser la acción o la poesía, para cualquier edad incluido el público infantil y adolescente: se trata de expresar lo que una quiera con valor, haciendo a un lado el prejuicio de que somos pocas, de que escribimos sobre temáticas que no interesan tanto al público o que nos vamos a pelear».

Pero entonces ¿podemos hablar de un teatro feminista? Para ninguna de ellas, todas feministas, se puede escribir desde ese a priori. Una por una se pusieron de acuerdo en que se escribe sin mandatos previos, que no hay que atarse al carro de lo políticamente correcto, que debe escaparse de los estereotipos y las bajadas de línea. En resumen, que el feminismo no es solo para mujeres.

En el rol de dirección que todas ejercen, hubo algunas precisiones. En obras donde aparecen femicidios -por ejemplo, en clásicos como Carmen u Otelo-, coincidieron en que si tuvieran que dirigirlas harían algo superador. «Preferiría no meterme con esos textos. ¡Hay tantos que cuestionan esos vínculos! La programación de esos títulos es también una decisión política. Pero si me tocara, no puede quedar naturalizado, tiene que generarse esa discusión», dice Torres Molina.

Otro punto en el que coincidieron fue en notar que el periodismo le da más lugar en las notas a la dirección que a la dramaturgia. En general, señalaron que el/la autor/a aparecen mucho menos que los responsables de la «sobrevaluada» dirección. «Somos el último orejón del tarro», fue la afirmación unánime. Por eso, para marcar la cancha, el colectivo de autoras presentará una performance basada en su manifiesto fundacional, el miércoles 29 de enero, a las 15, en el Hall del Teatro San Martín, en el marco del FIBA. «Está todo por hacerse, estamos en un gran momento», coinciden las cinco.

La Nación

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