El legado de Atehortúa

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Blas Emilio Atehortúa: el legado de un artesano de la música

El compositor, fallecido el domingo pasado, dejó alrededor de 400 obras.

‘Suite paisa HPTU Op. 227’ fue la obra que, en el 2009, el maestro Blas Emilio Atehortúa le regaló al hospital Pablo Tobón Uribe de Medellín, después de que en esta entidad le hicieron un trasplante de riñón.

La partitura, que está en la foto que acompaña esta nota, es una de las alrededor de 400 obras que el músico –fallecido el domingo pasado en Bucaramanga, luego de una intervención quirúrgica– le deja al país.

Su legado es grande, y Jaime Andrés Monsalve, jefe musical de Radio Nacional, afirma que uno de los grandes fuertes de Blas Emilio Atehortúa fue que “pasó por muchas tendencias; arrancó en la tonalidad, estuvo en lo clásico y en lo electroacústico, y de esta última etapa, a mí me parece muy interesante su creación ‘Syrigma’”, dice.

Atehortúa hizo música religiosa (realizada especialmente para grupos infantiles), elegías, obra coral, cantatas, obras para orquesta, canciones, música para teatro, cine y televisión; música instrumental, música orquestal como solista, de cámara y electroacústica, e hizo arreglos de obras de otros compositores.

Entre estas últimas figuran la orquestación de ‘Doce preludios americanos’, de Alberto Ginastera, y la de ‘Tres preludios para piano’, de George Gershwin, así como la transcripción de ‘Ocho cantos populares rusos Op. 58’, de Anatoli Liádov, entre otras.

De música colombiana, el maestro hizo arreglos para San Pedro en ‘El Espinal’, bambuco de Milciades Garavito; ‘El sotareño’, de Francisco Diago, también bambuco; el pasillo ‘Patasdilo’, de Carlos Vieco; ‘Lejano azul’, intermezzo n.º 2, de Luis A. Calvo, y el currualo ‘Mi Buenaventura’, de Petronio Álvarez.

Todo lo anterior sin contar su vasta producción, que es interpretada por sinfónicas y filarmónicas no solo de Colombia, sino también de Venezuela, país en el que colaboró con su Sistema Nacional de Orquestas y donde una de sus escuelas lleva su nombre, así como de otras naciones.

De la grandeza de Atehortúa también habla el músico Guillermo Gaviria, uno de los forjadores de la Facultad de Música de la Universidad Javeriana de Bogotá y quien fue su alumno en la Universidad Nacional.

Y dice que Atehortúa es “tal vez, el compositor más prolífico en la historia de nuestra música. Todo el tiempo se la pasaba componiendo, y este quizá sea su principal legado: la imagen del compositor que se dedicó a escribir bien”.

Agrega que Atehortúa se describía como “un artesano y decía que la música no podía ser compleja a la hora de escribirla, que debía salir como si fuera un cuento o una novela”.

De hecho, como maestro lo recuerda diciéndoles a sus alumnos que debían “insistir en el oficio fuerte de compositores, con un método laborioso y de todos los días”.

Además, sintió su apoyo total de maestro. “Lo conocí en 1972, y yo tenía muchas dudas de la estructura estudiantil, lo que años después me llevó a estar en la fundación de la facultad de la Javeriana. Alguna vez pretendí que me autorizara a tomar otras asignaturas, algo que burocráticamente era complicado, y le pedí una cita. Cuando por fin lo pude conseguir, empecé mostrándole unas partituras mías. Él las miró y me dijo: ‘De esto no le voy a decir nada ahora’. Pero empezó a preguntarme cosas personales.
Yo tenía una situación familiar difícil, y me pidió que le llevara a algún pariente. Llegué con una de mis hermanas, y él le manifestó que yo no me podía poner a perder tiempo trabajando, que debía dedicarme a la música. ‘Mire, un Beethoven o un Mozart no nacen a diario’, fue su frase”.

Agrega que Atehortúa fue muy generoso con él, pues las partituras que le presentó no tenían ningún mérito para semejante afirmación, “pero sus palabras sirvieron para que mi hermana me ayudara”.

Trayectoria importante
Blas Emilio Atehortúa Amaya nació en el corregimiento de Santa Elena, Medellín, el 22 de octubre de 1943, y durante su vida se desempeñó, además de compositor, como director de orquesta y docente.

Sus estudios los inició en el Instituto de Bellas Artes de Medellín, y en 1959, en Bogotá, ingresó al Conservatorio de la Universidad Nacional, donde tuvo como profesores de teoría y composición a Olav Roots, José Rozo Contreras y Andrés Pardo Tovar, entre otros.

Entre sus primeras composiciones están tres obras orquestales que ya mostraban su talento.

De 1963 a 1964 estudió en el Centro de Altos Estudios Musicales del Instituto Torcuato di Tella, en Buenos Aires, donde tuvo clases con compositores europeos y estadounidenses como Iannis Xenakis, Olivier Messiaen, Riccardo Malipiero, Luigi Dallapiccola y Alberto Ginastera.

Para Gaviria, “entrar en contacto con estos músicos le permitió convertirse en un gran maestro en muchos estilos, entre ellos el neoclásico, y escribir con facilidad”. Agrega que entre sus composiciones favoritas están los cuartetos de cuerdas. “Me parecen de muy buena calidad”, dice.

Además, Atehortúa estudió en Estados Unidos, en el Institute of International Education, gracias a una beca. Y con otra beca, de la Fundación Simon Guggenheim, en Washington D. C., en 1993, creó una de sus obras más importantes: el Concierto n.º 2 para piano y orquesta Op. 171.

Monsalve rescata la orquestación que hizo de las músicas independentistas. “Les dio un vuelco sinfónico a La vencedora y La libertadora, entre otras”, y las musicalizaciones que hizo para series como Los pecados de Inés de Hinojosa y películas como Milagro en Roma.

Seis generaciones
Pero más allá de su trascendencia como músico sigue pesando, para varias personas, su valor como educador.

“Sus alumnos, entre los que se puede hablar de unas seis generaciones, tuvieron de él, tanto en Colombia como en Venezuela, enseñanzas de vida y técnicas muy importantes para emplearlas al servicio no solo de la música clásica, sino también de las populares”, dice Monsalve.

Edson Velandia, uno de los más reconocidos músicos colombianos de la actualidad, fue otro de sus alumnos.

“Yo estaba más o menos en la mitad de la carrera en la Universidad Autónoma de Bucaramanga, cuando llegó la sorpresa: el maestro Blas Emilio Atehortúa nos iba a dar clase. Es decir, nos íbamos a encontrar con un personaje muy grande, con un hombre que no solo nos iba a enseñar música, sino la historia de la música contemporánea”, dice.

La relación entre Velandia y Atehortúa siguió y no terminó el martes pasado, día del entierro del maestro en Bucaramanga. “Tenía una manera de enseñar muy descomplicada, nos mostró que la música es fácil y nos regaló todo su conocimiento de las diferentes escuelas”, agrega.

Para él, lo más importante “era la forma como se acercaba a sus estudiantes. De hecho, en el velorio del maestro conocí a un joven de 20 años al que, pese a su delicada salud del último tiempo, le daba clases”.

Durante tres años, Velandia fue alumno de Atehortúa, en orquestación y composición, y también hizo su trabajo de grado junto a él.

“Básicamente no era una clase, sino un laboratorio de pedagogía, de camaradería, como un juego en el que uno lo veía de manera sencilla hacer música, a través de su propia filigrana”.

Esa filigrana está en obras como ‘Tres canciones corales sobre coplas colombianas, Op. 26’, ‘De las rondas del viento de América para coro mixto, Op. 73 n.° 2’, ‘Tres piezas corales a cap-pella, textos de Cerezo Dardón y Ritter Iguarán, Op. 98’; ‘Cantico delle creature, para barítono, dos coros, vientos y percusión, Op. 29’; ‘Himno de tierra, amor y vida, para soprano, dos pianos, dos percusiones y banda magnetofónica, Op. 33’, y ‘Concertus (J. P. C.), motete para coro mixto y siete instrumentos, Op. 94’.

Y entre las que recibieron premios están ‘Kadish, Op. J 07’, el ‘Cuarteto n.º 4 Op. 87’ para cuerdas, la cantata ‘Tiempo-Americandina, Op. 69’, y la cantata ‘Apu Inka Atawalpaman, Op. 50’.

El músico también fue intérprete de viola, y de ahí la importancia que les dio a las cuerdas en buena parte de su creación.

Leo Marulanda, director titular de la Orquesta Sinfónica de Caldas, afirma que Atehortúa tuvo la “particularidad de que su obra no está apegada a un estilo, lo que la hizo especial. Si bien en su formación tuvo profesores con una tendencia marcada, se desligó de todo eso, cogió lo que más le gustaba e interesaba”.

Tuvo oportunidad de interactuar con él en varias ocasiones, una de ellas para los 50 años de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, cuando le encargaron la creación de la Obertura festiva al maestro.

“Esa obra me gustó mucho, así como las que escribió para solista de timbales y clarinete. Su trabajo fue muy interesante, y espero que ahora, luego de su muerte, la interpretemos mucho más”, dice.

Velandia, el buen alumno, dice que su forma de vivir la vida tiene mucho que ver con el músico.

El Tiempo

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