Carlos Bosch: la fotografía como ética

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Adiós al fotógrafo Carlos Bosch: la cámara como herramienta para contar el despojo y la muerte

Por Milena Heinrich

Para el fotógrafo, artista y antrópologo Carlos Bosch, que murió hoy a los 75 años, la fotografía fue siempre una herramienta antes que una disciplina estética y así lo testimonia la colección de potentes imágenes que deja como legado, entre ellas su fotorreportaje a los falangistas en Madrid -entre los que se infiltró durante tres años para poder lograr su cometido-, el retrato de Julio Cortázar meses antes de su muerte o la foto del artista Salvador Dalí postrado en el hospital.

Bosch decía que odiaba las fotos compuestas para parecer buenas, esas donde todo encuadra a la perfección. Una imagen, en su opinión, debía tener un efecto sobre quien la observa, una emoción, «un golpecito». «Cuando hago una foto, no la hago por lo que van a decir o no van a decir. Las hago para comunicar lo que me pasa a mí y que se entienda», definió en una de sus últimas entrevistas a la web documental Fotógrafos Argentinos.

«La única aspiración que tengo es que se acuerden de que yo fui un buen tipo. La fotografía forma parte de todo eso: si yo fui un buen tipo, quiere decir que fui un buen fotógrafo, es decir, que fui fiel a lo que pensaba, a lo que creo».

Premio Nacional de Artes Visuales 2011 y 2016 y Gran Premio de Honor Nacional de Fotografía en 2017, Bosch (Buenos Aires, 1945) se formó en la Editorial Abril, donde trabajó como paparazzi, reportero gráfico -fue socio de Argra desde 1970-, fotógrafo de moda, de arquitectura, y realizó fotografía publicitaria. También estuvo al frente de la sección fotografía del diario Noticias en 1973 y compartió redacciones clandestinas con Juan Gelman, Rodolfo Walsh y Paco Urondo.

En 1976 decidió irse a vivir a España, una partida que prefería no definir como «exilio» por la buena experiencia que había tenido en el exterior: allí fundó la primera Asociación de Reporteros Gráficos de Barcelona. Cubrió la invasión soviética en Afganistán, retrató a Dalí postrado en un hospital y al rey Juan Carlos haciéndole muecas.

Por aquella época, se infiltró como falangista durante tres años entre los fascistas en Madrid para hacer un fotorreportaje: él mismo dijo 40 años después que ese reto fotográfico había sido una hazaña propia de «un loco». Algunas de esas imágenes que Bosch tomó en las paradas y manifestaciones integraron la exposición «El huevo de la serpiente», que tuvo lugar en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.

«La fotografía para mí es memoria. Desde el momento en que vos haces el clic eso es pasado y hay gente que modifica la memoria, modifica el lenguaje, depende la intención política, moral y ética de cada uno», dijo sobre su obra fotográfica, atravesada por la relación entre arte y memoria. Es que para él, la fotografía era mucho más una herramienta que una disciplina estética.

Después de su paso por España, Bosch se instaló en 1986 en Luxemburgo, en una granja que él mismo restauró, y desde allí colaboró con diversas revistas europeas como Opinión, Tiempo, The Observer, Sunday Times, Stern. Un año después paró con toda su producción y se dedicó al cuidado de su hija Eliane, que actualmente vive en Cuba.

«Era fotógrafo, y no exactamente relajado: hizo fotos que cambiaron el curso de la historia, miró y fotografió bombas cayendo encima de él en varias guerras, una vez se perdió en el Amazonas durante semanas, fue encarcelado y arrestado y perseguido por los países (y fuera de), se infiltró en grupos extremistas y finalmente tuvo un documental hecho sobre él…oh, y fue atropellado por un camión en el Vaticano mientras fotografiaba a Miguel Bosé una vez», resumió hoy su hija en las redes.

«Vivió una vida tremenda, y cuando contaba sus historias, todos se reunían a su alrededor con aperitivos y cojines y escuchaban durante horas», evocó Eliane.

Hacia fines de los 90 se mudó temporalmente a Madrid donde fue subdirector de la agencia fotográfica Cover y entre 2001 y 2007 alternó su residencia entre Luxemburgo y Barcelona, hasta el año 2007 cuando volvió a la Argentina y decidió concentrarse en la docencia y fundó el «Taller Continuo de Imagen», orientado a la fotografía periodística-documental contemporánea.

El notable retrato que realizó del escritor Julio Cortázar tomándose su rostro con las manos, meses antes de morir, fue la imagen elegida para acompañar el centenario de Cortázar en 2014. También participó de varias exposiciones en la Argentina vinculadas a su obra documental. En 2015 integró una muestra colectiva sobre Latinoamérica en el CCK con una imagen emblemática de un hombre en extrema situación de pobreza.

Así como la desigualdad económica, Bosch problematizó con su cámara y su capacidad artística temas que le preocupaban como la violencia, el despojo, la injusticia, el abandono y la muerte. Algunos de estas preocupaciones recorren el relato audiovisual que se hizo sobre su vida y obras: «Sombras de luz», un documental de Daniel Henríquez que se estrenó en 2018.

Aunque venía mal de salud, en el marco de la pandemia, Bosch se había sumado a la acción colectiva solidaria con la organización La Poderosa y donó una imagen suya junto a otros 100 fotógrafos.

Luego de darse a conocer la noticia de su muerte, seguidores de su obra y colegas lo despidieron en redes sociales. Su amigo, Mempo Giardinelli, con quien compartió coberturas durante la década del 60 y 70, escribió: «Entrevistamos a Salvador Allende y a Cortázar, relevamos la General Villegas de Manuel Puig y viajamos a decenas de ciudades y países y cubrimos marchas, represiones, fugas, y yo siempre admirando su valor, su decisión, su pensamiento blindado, su honradez. Fue mi amigo más ejemplar y permanente».

Bosch será recordado, entre otras cosas, por su compromiso y sus planteos en torno a la manera en que la ética debe interceptar el oficio del fotógrafo. Esas indagaciones estuvieron siempre presentes en frases como ésta: «La fotografía debe reflexionar sobre ella misma, debe buscar, preguntarse y debe manifestar su diferencia respecto a la fotografía que no es más que una herramienta al servicio del dinero, de la política, del poder y de la falsificación de la realidad».

Telam


Murió Carlos Bosch, el fotógrafo argentino que hizo de la noticia cotidiana un arte

Por María Paula Zacharías

En la madrugada del lunes 22 de junio falleció a los 75 años el fotógrafo, artista y antropólogo argentino Carlos Bosch , uno de los mayores exponentes del fotoperiodismo argentino. Hizo de la noticia cotidiana un arte por el que no dudó en arriesgar su vida y comprometer su alma. Su obra se conserva en la Bibliothèque National de Francia, el Chateau d’eau de Toulouse, el espacio Memorial Democratic de Barcelona, la colección de Sam Wagstaff en Nueva York y el Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires.

Bosch estudiaba antropología en Córdoba cuando alguien puso en sus manos una cámara Contax junto a unas indicaciones en un papel, y le encomendó registrar un trabajo práctico. Después, se formó en artes plásticas y cine, pero dedicó su vida a la fotografía, de la que fue maestro.

Estudiaba pintura con Demetrio Urruchúa, en 1968, cuando Bosch planteó que mejor que un mural era una foto para retratar una injusticia social. No quería que dijeran al pasar «qué lindo», sino «pobre pibe», y cambiar su situación. Urruchúa lo echó del taller y Bosch se convirtió para siempre en fotógrafo comprometido con su tiempo. «Le dedicaron un fascículo en la enciclopedia Pintores Argentinos. Pero era uno de los fotógrafos que más prometía», señala Ataúlfo Pérez Aznar, memorioso de la profesión.

Se formó como fotoreportero en la Editorial Abril, entre 1968 y 1975. Fue jefe de fotografía del diario Noticias (1973), donde compartió redacción con escritores como Juan Gelman, Rodolfo Walsh y Paco Urondo. La fotografía para Bosch era «testimoniar, construir memoria. Y para eso el fotógrafo siempre toma una posición que es política, moral o ética- dijo en una entrevista reciente-. Uno saca lo que piensa de la realidad y ahí yo soy muy cabrón porque más de una vez me ha pasado de tener que montar una escena». Si era necesario, podía desviar una manifestación feminista para que se leyeran mejor los carteles o, en Afganistán, ponerle en brazos un fusil Kalashnikov a una señora.

Con la Dictadura Militar, en 1976, se radicó en Barcelona, donde trabajó para medios como El Correo Catalán, Cambio 16, Primera Plana, Interviú , El País (Barcelona), y fue el cofundador de El Periódico de Cataluña . Fundó la primera Asociación de Reporteros Gráficos de Barcelona y se infiltró durante tres años entre los fascistas en Madrid para hacer un fotorreportaje (el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en 2014, le dedicó una exposición a este trabajo). Registró la primera manifestación del orgullo gay, cubrió la invasión soviética en Afganistán e hizo reportajes en encuentros clandestinos con ETA. Fotografió a Salvador Dalí en la cama de un hospital. Logró una foto del rey Juan Carlos haciéndole morisquetas y fue uno de los últimos en fotografiar a Cortázar antes de que muriera en París. Vivió en Luxemburgo por años en una granja, y fue el primer hombre en cobrar un subsidio por maternidad cuando nació su tercera hija. Publicó sus trabajos en The Observer, El País y Sunday Times. A fines de los 90 se mudó a Madrid, donde fue subdirector de la agencia fotográfica Cover.

Franquistas en Paracuellos del Jarama, 1976

En 2007, volvió definitivamente a la Argentina, donde colaboró con medios nacionales y europeos, abrió El Taller Continuo de Imagen, generoso con sus alumnos, y se dedicó a desarrollar una obra autoral poderosa y libre de todo límite. Fue padre por cuarta vez a los 65 años.

En 2011, ganó el Primer Premio Adquisición del Salón Nacional de Artes Visuales en Fotografía. El artista Oscar Smoje fue gran amigo suyo desde los días de Editorial Abril, donde Smoje oficiaba de diagramador. A él le había dicho que iba a seguir mandando autorretratos al Salón Nacional hasta que le dieran el gran premio, «para no verlo más», molesto por haber recibido en 2015 una mención. Y así fue en 2016, cuando mereció el Gran Premio Adquisición por una imagen en blanco y negro donde se lo ve desnudo, envuelto en hierros, sobre un túmulo funerario. La obra es parte de la serie más impresionante de su último período: Los miedos . Bosch se retrató como protagonista de cada uno de sus temores más profundos: la cárcel, la pobreza, el geriátrico, el linyera, el Alzheimer, un ACV, la muerte… «Hay muchos fotógrafos que susurran, que son hermosos para ver y quedarse delante. Yo no susurro: intento gritar para comunicarme», dijo Bosch en el documental Sombras de Luz , estrenado en 2018.

«Fue un fotógrafo que amaba su profesión. Valiente, divertido, original, le buscaba la vuelta para comprometerse visualmente con la realidad, pero que al mismo tiempo buscaba no aburrirse ni caer en lugares comunes ni trillados», dice la investigadora Cora Gamarnik, que narra sus comienzos en el oficio en su libro El fotoperiodismo en Argentina, recién publicado por ArtexArte. Así lo define: «Tenía una mezcla de mirada experimentada y profesional con una mirada de niño siempre listo para una próxima travesura. Era un viejo niño que no perdía la capacidad de juego y de imaginación y que usó la fotografía para tener mil vidas».

Aunque no estaba bien de salud, durante la cuarentena por el coronavirus, Bosch se había sumado a la acción colectiva solidaria con la organización La Poderosa y había donado una imagen suya junto a otros 100 fotógrafos. Seguía muy ligado a la profesión. La Colección Pequeño Formato que edita Argra, le dedicó en 2015 la publicación en homenaje a un referente. «Es el único libro editado en la Argentina dedicado a su trabajo, que es inmenso, y no termina de hacerle honor. Generosamente nos abrió su archivo. Estamos muy dolidos por su partida», dice Diego Sandstede, responsable de la edición de ese volumen. En el prólogo, escribió el propio Bosch: «Básicamente intento que se repita en mis fotos el mismo proceso que en la vida, la existencia». Quedan por siempre sus imágenes.

La Nación

 

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