Gusanos de la Memoria

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Aclaración de los organizadores
En la nota se habla de Gusanos de la Memoria, cuando lo correcto es mencionar al proyecto Jùmà mèphàà/Pensamiento mè’phàà, de quien surge  Gusanos de la Memoria.
En 2010 surgió en La Montaña, Guerrero, el Seminario Jùmà mè’phàà/Pensamiento mè’phàà, colectivo de jóvenes preocupados por la sistematización de la memoria oral. En el ámbito comunitario el Seminario Jùmà mè’phàà formó grupos de reflexión en las comunidades de la región y la Cooperativa Xtája mè’phàà, ahora Producciones Xtája, se dedicó al registro fotográfico y la generación de materiales audiovisuales.
En 2017, una línea del proyecto se enfocó a impartir talleres de creación literaria a niños, niñas y jóvenes en comunidades mè’phàà, nahuatl y na savi, teniendo como base la memoria oral y la creación desde la propia lengua. Y se autodenominó Gusanos de la Memoria.

Proyecto Gusanos de la Memoria cumple 10 años en Guerrero

Por Merry MacMasters

El proyecto cultural Gusanos de la Memoria surgió hace 10 años de manos de un grupo de egresados de la Universidad Autónoma de Guerrero oriundos de la región de La Montaña, hablantes del idioma mè’ phàà, que se vio en la necesidad de recuperar y repensar la memoria oral de su lengua ya que en la casa de estudios no habían encontrado materiales que siquiera hicieran referencia a su pensamiento.

Ante esa carencia, expresa el poeta y cuentista Hubert Matiúwàa (Malinaltepec, Guerrero, 1986), “decidimos regresar a nuestras comunidades para hacer un trabajo de sistematización de la memoria oral, de preguntarnos a nosotros mismos qué somos”. En una primera etapa conformaron círculos de lectura. En 2017, Matiúwàa vio la necesidad de organizar talleres literarios en lenguas indígenas para rescatar la oralidad, para lo que se coordinó con los maestros de la región, de telebachillerato, por ejemplo.

Con su quinto libro de poesía, Mbo Xtà ridà/Gente piel/Skin people, edición trilingüe, se inaugura el sello editorial de Gusanos de la Memoria, en coedición con Ícaro, editorial guerrerense de poesía. El libro será presentado el jueves 16 a las 18:00 horas en la página de Facebook de Gusanos de la Memoria, con la participación de Elizabeth Susman Anguamea, Ulber Sánchez, Anya de León, Salvador Jaramillo y el autor.

Para el entrevistado el acto de escribir es “un hecho de hacer memoria del lugar en donde uno está. Piensas en lo que quieres contar de la mano con el lugar donde creciste, tu idioma; todo esto tiene que ver con la identidad de lo que uno es”.

Al cursar una maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Nacional Autónoma de México, en una investigación sobre la cultura mè’phàà se dio cuenta que ésta estaba relacionada con el piel, aunque de una manera negativa. Una imagen de “malos y caníbales” generó una narrativa de odio contra los mè’phàà. La madre de Matiúwàa, sin embargo, le contaba las historias de otras maneras.

Entonces, quiso escribir un libro para voltear la mirada del discurso de terror hacia una distinta en que “estos personajes son creadores del mundo con la capacidad de estirar la piel. Por ejemplo, extender la oreja para hacer su cama, o la cabeza para taparse con la cobija”. Siempre cargaban un tronco lleno de abejas cuyo ruido, decían, era el llanto de sus hijos”. Gente piel es un poema basado en un cuento.

Para la cultura mè’phàà la idea de la piel es su matriz ético porque por medio de esta palabra nombran el mundo. Los verbos estar y vivir tienen su raíz en la palabra piel. Todo tiene piel, acota el entrevistado.

En sus libros Matiúwàa ha abordado temas diversos. El primero, Xtámbaa/Piel de tierra (2016), está dedicado a Mauricio Ortega Valerio, estudiante mè’phàà, de la comunidad de Malinaltepec, uno de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa.

Tsína rí nàyaxà/Cicatriz que te mira (2017) habla sobre los estragos del narcotráfico en La Montaña, específicamente entre el empleo de los niños en los campos de amapola. Las sombrereras de Tsítsísiín (2018) obtuvo el V Premio de Literaturas Indígenas de América. Cordel torcido/Mañuwìín (2018) narra la transformación de la vida de las personas con la llegada de elementos de modernidad, tan sencillos como una tortillería, y la violencia. Es la mirada de Matiúwàa de cómo su pueblo se transformó.

La Jornada


Gusanos de la memoria | Mbo Xtá rídà: Chiín, chiín, chlòo chlòo de la piel que protege

Por Inés Giménez Delgado * (Ilustraciones Salvador Jaramillo)

Este es un poema-cuento encendido en el manto de estrellas.

Cuando Hubert Matiúwàa me habló por primera vez de los Xtá rídà, estos seres orejones que estiran sus lóbulos para guarecerse en ellos, que caminan lánguidos con los pasos del venado y cargan un panal de abejas zumbonas tras su cabello de luciérnagas, sentí que ya los había soñado, los había visto caminar por los montes, por esa tierra fértil, de raíces, ombligo y luna. Después supe que al salar su cuerpo en nombre de un dios ajeno fueron arrojados a la penumbra, destinados a arrastrarse y comer insectos, a hacerse bola como un armadillo en la jauría, a llorar en el viento y a convertirse en nopal para poder sobrevivir.

Este libro de poesía-cuento de los Mbo Xtá rídà es triste, pero también de esa luz que renace bajo la piel desollada. Editado en versión trilingüe, con las brechas y desafíos de inteligibilidad que supone la traducción, abre caminos para sus niños y jóvenes del xàbò mè’phàà. Su enseñanza sostiene: “desde tu piel-identidad, puedes escribir y crear”. También descubre algo de la historia del pueblo mè’phàà a quienes no la conocen y a la que ahora, con esa distribución hecha de encuentros que tienen las editoriales independientes (Ícaro Ediciones y Gusanos de la Memoria), podrán acercarse.

Es un poema lengua-pueblo, lengua-piel, lengua-territorio, lengua-infancia. Una de sus grandezas es la capacidad de imaginar mundos mejores desde territorios devastados por la guerra, el hambre y el colonialismo. Desafía la colonización del imaginario: retomando los cuentos de su mamá, su autor voltea la mirada hacia los Xtá rídà, quienes eran utilizados para espantar a los niños; y descubre con asombro que la imagen de estos seres de terror infantil, había sido fabricada por poderes colonial-caciquil-blanco-católico-capitalista-mercantil-masculinos, un dispositivo para que la propia gente mè’phàà tuviera miedo de sí misma, de su pasado, rituales y lengua, tan vinculada a la piel.

A contrapelo de algunos paradigmas absolutos hegemónicos y categorías de muerte, en el poema Mbo Xtá ridà, la piel (Xtá) se abre camino como génesis y sustrato ético del pueblo mè’phàà, una ética de la vida, la resistencia y el cuidado que se arraiga en un territorio nombrado y animado desde ella: Xtóaya’, la deidad piel de agua; Xtája, la piel del trabajo (cooperativa), Xtíya, el panal/ropa de agua; Xtáya, el tallo del árbol; kuxtá, el murciélago. Todo lo que vive tiene piel: el agua, los montes, las emociones, hasta el día del nacimiento: Xtámbaa/piel de tierra, ritual de encuentro con la piel animal.

Hubert nos cuenta que para los mè’phàà vivir es ser piel: es aprender a reconocerla, cuidarla, escucharla y renovarla. Y es también desafiar ese racismo de la blanquitud, que exige rechazar la propia piel a través de la asunción de un supuesto ethos civilizatorio (mecanicista, individualista, monetario, hiper-productivista y patriarcal) como condición de la humanidad moderna. Ese racismo de la blanquitud no es solo piel sino actitud. No sólo sigue reproduciéndose en las altas esferas de poder y en las metrópolis periféricas, sino en el actuar mismo de los pueblos, a través de salvajómetros y civilizómetros y complejos coloniales que también afectan a quién partió y regresa y quiere anclarse en el seno de su pueblo, urdiendo la necesidad de un pasado místico desde el nombrar y la necesidad de crear puentes entre ese pasado y otras formas de modernidad. Verdades que, a decir de Franz Fanon, en Piel Negra, Máscaras Blancas, “deberían haberse escrito hace años, pero quemaban” y que no pueden resolverse a través de la ruptura total o el mero entusiasmo, sino “tocando el caparazón de los Hombres”, manteniendo el fuego y la palabra por auto-combustión.

Desde esa piel desollada que se abre camino, el libro de los Xtá rídà muestra un pedazo de Guerrero donde los Xtá rídà sobreviven en la memoria y en “la cobija del monte”; donde, en los rescoldos de la muerte, crecen las palabras, el ritmo, los rituales, las asambleas, y el juego, ese Xo comunitario del pueblo, ese nosotros, esa tierrita-raíz-de-Montaña que resiste en un mundo fracturado.

En el escenario de violencias de Guerrero, este poema-cuento también me recuerda algo que un día me compartió Víctor Cardona, cronista de Atoyac: “Un niño sicario es aquel al que nunca le leyeron un cuento”, lo que me hizo pensar en las infancias sin apego y sin cuentos que crecen como vidas secas, inseguras, secuestrables; y en la necesidad de las historias y la ficción para normar y entender lo que de otra manera resulta difícil de nombrar y entender, para transmitir saberes y conocimientos, y para construir, desde ellos, horizontes más justos y armónicos.

Mbo Xtá rídà nos lleva a esos territorios de la infancia donde podemos sentir la vulnerabilidad del ser en la piel y mirar en los espejos cóncavos de nuestro tiempo. Después de leerlo, quizá algunas personas se topen con un Xtá rídà en el taco de chivo, al escuchar una orquesta, caminar la milpa, agarrar el taxi, echarse un jicarazo, apagar la luz, calentar el comal, o tomar un avión, y desde esos encuentros, puedan hallar formas de subir a los cerros, entrar en las cuevas, nadar en los ríos, encender los fuegos y detener la guerra (la que se lee en los diarios y la que está en nuestras cabezas): otras maneras para vivirse en el mundo como mundo y no como cosa.

Recomiendo que Mbo Xtá ridà se lea con un montón de crayones y paredes, hojas y brazos que se puedan rayar, y la garganta y los labios listos para silbar como viento, zumbar como abeja, rugir como jaguar, o berrear como venado, porque este es un cuento hilado de onomatopeyas. Y bueno, si leen Mbo Xtá ridà tres veces y no lo entienden, le preguntan a Hubert o van a la Montaña de Guerrero; conocen a los Xtá ridà, calientan café con jengibre en la hoguera, y se echan un cabo de vela para escuchar la noche.

* Inés Giménez Delgado es periodista y antropóloga latinoamericanista. Ha trabajado temas de ecología política, género, política de drogas, migración, y derechos humanos de pueblos indígenas en organizaciones de Chile, Colombia, Guatemala, Costa Rica, México- Guerrero y Londres.

 

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