Marisol, la artista anónima en las calles de Caracas

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Marisol

Por Inger Pedreañez

Marisol Escobar en Venezuela no es Marisol. Es un anónimo que se observa en la cotidianidad del transeúnte que pasa por Caño Amarillo y ve la estatua de Carlos Gardel; o atisba a reconocer el pasado en los restos del monumento a Bolívar y Bello, en el IVIC; es un anónimo para quien avista la escultura del pintor Juan Pedro López en la plaza que lleva su mismo nombre, en el centro de Caracas; es casi un espejismo para quien se pregunta qué fue del medallón de bronce de Rómulo Betancourt que estaba en Parque del Este; o quien mucho más lejos, en Isnotú, Trujillo, se encuentra a José Gregorio Hernández dando la bienvenida a su ciudad natal. No ha habido una de sus obras en bronce que no haya sufrido actos vandálicos, un riesgo que es latente en el espacio público del país.

Marisol con su obra Mi madre y yo (1968) Foto por Allan Tannenbaum, New Jersey 1974

Diferente ha sido su vínculo desde las instituciones culturales. El Museo de Bellas Artes de Caracas fue el primero en incorporarla a su colección. Le seguiría el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, donde además, bajo la gestión de Sofía Imber, se le dedicó en 1996 una exposición individual que reunió las obras de colecciones públicas y privadas del país. Para ese homenaje se contó con la presencia de la propia artista. La última vez que el público venezolano apreció dos de sus esculturas fue en la exposición “Pop Art y Figuración”, realizada en 2013, en el Centro Cultural BOD, comisariada por María Luz Cárdenas y con el patrocinio de la Embajada de Estados Unidos.

Diferente es la presencia que ha tenido en la ciudad que la acogió. El primer museo que adquirió una obra de Marisol fue el Albright-Knox Art Gallery, en Nueva York, en 1962, razón por la cual la artista legó todo su patrimonio a esta institución. La pieza seleccionada fue Los Generales (1961-1962): cabalgando en un caballo elaborado con un barril de madera van Simón Bolívar, quien tiene las riendas, y George Washington detrás. Y se puede decir que la última producción destacada fue cuando ganó en 1988 el concurso para hacer el Memorial a la Marina Mercante Americana en las aguas de Battery Park, escultura en bronce basada en un hecho real, y cuyo boceto se realizó a partir de una fotografía tomada por los nazis tras bombardear un submarino estadounidense. La obra se inauguró en 1991. También destaca la escultura Father Damien (1969), que se preserva en la fachada principal del Capitolio Estatal de Hawaii, en Honolulu, y una obra similar se encuentra en la National Statuary Hall Collection, en el Capitolio de los Estados Unidos.

Son muy distintos estos trabajos de fundición en bronce con las tallas de madera ensambladas que le dieron personalidad a su arte. Se podría decir que eran collages en tercera dimensión. Marisol tiene una serie de obras en pintura, que destacan por su colorido y el contenido que refiere a la mujer, o a la cultura indígena; pero la escultura fue el vuelco que le dio para interpretar su momento. “Comenzó como una especie de rebelión. Todo fue muy serio. . . Yo estaba muy triste y la gente que conocí era muy deprimente. Comencé a hacer algo gracioso, que me hiciera feliz, y funcionó. También estaba convencida de que a todos les gustaría mi trabajo porque era divertido hacerlo. Y así fue.”

Además de ser una de las mujeres precursoras del movimiento POP, llegó a trascender a su generación. Andy Warhol la reconoció como su musa; participó en varias de sus películas, entre ellas, Bob Indiana ETC., El beso y Trece hermosas jóvenes. Contradictoria siempre en sus respuestas, como si quisiera dar pistas diferentes para convertirse en un acertijo, afirmó una vez que nunca se sintió discriminada ni por ser mujer, ni por ser latina, pero en una entrevista con la crítica de arte y feminista Cindy Nemser, dijo en 1995: “… en los años 60, los hombres no se sentían amenazados por mí. Pensaron que yo era linda y espeluznante, pero no tomaron mi arte tan en serio. Ahora, toman mi arte más en serio, pero no les gusto mucho”.

Se hizo ciudadana americana en 1963, neoyorkina por hábito, francesa de nacimiento, venezolana en sus raíces…, a fin de cuentas fue una nómada que vivió su vida entre Caracas, París, Los Angeles y Nueva York. “Estábamos siempre en movimiento, mi hermano y yo, con maletas… alojándonos en hoteles. En los primeros años de mi vida, pensé que todos vivían así”, refiere el ensayo biográfico Hilos de identidad: la exploración del yo de Marisol, realizado por Emily Williams. El encuentro intercultural moldeó la personalidad de la artista, tanto como ella misma lo expresó tallando sus propias esculturas.

Aún cuando declaró en una oportunidad que no le gustaba Venezuela, no perdió contacto con el país y tenía una casa en El Hatillo. En una nota para Prodavinci, el crítico Perán Erminy considera que la relación de Marisol con el país no era tan distanciada, dado que en toda bienal y exposición se presentaba como venezolana. Como amiga de Isaac Chocrón muchas veces ayudó en la escenografía y en el vestuario de sus obras de teatro. Pero una sentencia lapidaria se asoma en la imagen que tiene de sus connacionales. Estaba consciente del poco interés que tenía en el mercado del arte local, y así lo responde a Caresse Lansberg en una entrevista del año 1991 para la revista Estilo, cuando le preguntó: “¿Por qué piensas que a Venezuela no le gusta tu obra?: Porque nunca compraron nada, sólo les gusta para mirarla…Venezuela es un país de “mineros” y hombres de negocio, a quienes sólo les interesa hacerse una fortuna lo más pronto para darse un viaje a Europa. No tienen tiempo para cultivar lo espiritual.”

Era una mujer de pocas palabras, pero las que decía eran certeras. Su falta de expresividad al hablar la compensaba ampliamente en su discurso artístico. En un ensayo de 2008, “Marisol: Stories of the self”, Stephanie Buhmann describe el sentido expresionista de sus esculturas: “…son extraordinarias en su capacidad de combinar lirismo con ambigüedad y expresiones contundentes. Con su ardiente sentido de la ironía y la sátira, el trabajo de Marisol puede ser a la vez poético y profundamente estimulante. La belleza compositiva y la provocación emocional van de la mano. Son historias cortas para ser absorbidas en lugar de metáforas para ser descifradas. ..Cada personaje o retrato es un reflejo de sí misma”.

Marisol. The party 1965-66

La obra de Marisol habla de una profunda humanidad, curiosa, irónica o burlesca, de la representación de la sociedad moderna. Con sus tallas de madera se apropió de los aires precolombinos para ensamblarlos con dibujos animados que personificaban situaciones que le conmovían o inquietaban. En The Party (1965-66), se encuentra el modo de vida que ella misma experimentó en los años 60, convirtiendo su propia imagen en múltiples personajes de expresión severa, porque así, multiplicándose, también se hacía invisible en las masas. La máscara en el arte también podía ser revelación del propio celo a su privacidad. En su vida social, más de una vez se presentó a una fiesta o reunión de amigos, portando una careta que se veía como un rasgo de su excentricidad.

Así como en la década de los años 60 expone con éxito en el MoMA, en compañía de Marcel Duchamp y Pablo Picasso, también es el momento cumbre para representar a Venezuela en la Bienal de Venecia (1968), cuando Simón Alberto Consalvi para entonces presidente del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (Inciba) la selecciona como única artista invitada, rompiendo así la tradición de llevar a un grupo de artistas, pero además fue la primera mujer de las artes en Venezuela en representar al país. Entre las obras que se expusieron se incluyó la escultura que le hizo a su amigo Andy Warhol. Ese mismo año, el Museo Boymans-Van Beuningen en Rotterdam también le dedica una individual. En 2004, el MoMA vuelve a incluirse en su exhibición y en 2014, se le dedican sendas retrospectivas en el Memphis Brooks Museum y el Museo del Barrio en Nueva York.

La vida en una sátira

De una personalidad enigmática como independiente, hizo de sus facciones la interpretación de la sociedad.Marisol iba a sus propios aires. La primera vez que mostró su trabajo en público fue en una individual de la Galería Betty Parsons en 1951. Pero cuando Leo Castelli la incluyó en una colectiva del año 1957, junto a artistas como Jasper Johns, Robert Rauschenberg, Morris Louis y Alfred Leslie, comenzó su vinculación con el Pop Art. Nada más lejos para ella que entrar en una categoría. Se formó en el expresionismo abstracto, de hecho, considera que su único maestro fue Hans Hoffman, pero también es justo decir que William King le amplió la mirada al arte popular estadounidense y al arte precolombino, estas influencias hacen que su creatividad se pasee por el concepto minimalista, haga referencia a su sensibilidad surrealista, la vinculen con el dadaísmo y hasta podría interpretarse como cubista. Simplemente, ella tenía un estilo único y propio.

La crítica de arte e historiadora Sara Torres Sifón, en la página Woman Art House trata de explicar la sátira en la obra de Marisol, con una de sus pocas declaraciones: “Cuando quiero decir algo profundo, para que no sea deprimente, más fácil de entender, recurro al humor”.

La familia fue un tema recurrente en su trabajo, desde la elaboración desde diferentes versiones de la Sagrada Familia, como La Virgen con el niño Santa Ana y San Juan (1978), pasando por diferentes grupos filiares, en situaciones de paseo, visitas o conduciendo un auto, hasta llegar a famosos como La familia Kennedy (1983), o la familia de la Reina Isabel. En estas agrupaciones también se encuentra Children Sitting on a Bench (1994, colección del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas).

En ese nexo sanguíneo también se inscribe su primer autorretrato, en donde posa en el banco de un parque al lado de su madre, a quien cubre con una sombrilla. A los 11 años, Marisol presenció el suicidio de su mamá, hecho que le hizo decidir dejar de hablar, para luego terminar diciendo sólo lo necesario. Después del trágico suceso, decidió estudiar arte, y fue distanciándose de su padre, razón que atribuyen a su preferencia de firmar simplemente con su nombre.

Además de las representaciones críticas a los valores familiares, también estaba subyacente un discurso de los roles de género, como ocurre en Women and dog (1964), el contraste entre las estructuras sociales y las figuras políticas. Pero también banalizaba con la imagen de las estrellas de cine y figuras del arte. Entre estos retratos se incluyen los artistas Georgia O’Keefe (hizo dos versiones 1997 y 1980), Marcel Duchamp, Virgilio Thompson frente a su piano (1981), Martha Graham (1977) y Pablo Picasso expuesto con cuatro manos.

El taller de Marisol en Nueva York.

Siempre atrajo la atención de los medios aún cuando conservó su actitud retraída y de genuina timidez. Desde el éxito de su primera exposición la prensa se interesaba en ella. En 1959 fue portada del suplemento cultural del New York Times. La revista Life le comisionó en 1963 una escultura de John Wayne; Vogue, Glamour y Cosmopolitan hablaba de su porte y elegancia, y fue bautizada como la “Garbo latina”; en 1963, la revista Time eligió para su portada la escultura que recién se estrenaba, Family, con un sugerente título: The US Family: Help!.

En ese frenesí mediático y de bullicio social, abrumada por la fama, Marisol decide hacer pausa en su trabajo en dos oportunidades. La primera vez se va durante dos años a Roma (1958-1969). Estudió de manera casual la pintura renacentista y fraternizó con William de Kooning y sus amigos. Vuelve a marcar distancia con el medio artístico por segunda vez entre 1968 y 1970, años en los que se dedica a viajar por el Caribe, América Latina, India y el sudeste asiático. Marisol no volvió a aparecer en Nueva York hasta 1973. Pero ya el escenario cultural era diferente.

Para entonces, tenía una narración más reposada y quizás menos satírica. El ser humano seguía siendo su objetivo, como por ejemplo el tema de la soledad, que se ve reflejado en su obra La Última Cena (1989), donde una Marisol cena acompañada de otra Marisol. Puso el énfasis en la yuxtaposición de materiales como yeso, y piezas esculpidas, acentuó el uso de su imagen como modelo (decía que no podía disponer de otras personas por su horario de trabajo, nadie iría a su taller a la una de la mañana a hacer una mueca). De esta etapa es su obra Self-Portrait Looking at The Last Supper (1982-1982), en una deuda que tenía del reencuentro con Leonardo da Vinci cuando visitó los museos en Roma. Allí aparece Marisol sentada y con distancia frente a la mesa donde cena Jesús con los apóstoles.

En el ensayo que realizó la historiadora de arte Emily Williams se pone en evidencia la disposición de la artista en ese período, que incluso hacía la concesión de hablar más de su proceso creativo. “Nunca me quedé atrapada o atascada en una pieza, porque me entrené para saber que un error no lo es. Solo lo dejo y lo resuelvo. Siento que casi está destinado a ser; se convierte en parte de la pieza, y nunca se ve tan mal porque no estoy haciendo un tipo de arte puro”. (traducción propia)

En 1997, Marisol recibió el Premio Gabriela Mistral de la Organización de Estados Americanos por su aporte a la cultura interamericana. Era miembro de la Academia Americana de Artes y Letras desde 1978. En Venezuela recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas (1984). Pero mayores fueron sus reconocimientos en Estados Unidos al obtener doctorados honoris causa del Colegio de Arte Moore de Filadelfia (1968), de la Escuela de Diseño de Rhode Island (1986) y de la Universidad Estatal de Nueva York (1992), así como la Medalla de Honor de The National Arts Club, Nueva York (1995).

Marisol falleció el 30 de abril de 2016 en el Hospital Presbiteriano de Manhattan, Nueva York. Como buena nómada, pidió en su testamento que sus cenizas se esparcieran en Molokai, una de las islas de Hawaii. Trajo humor como también reflexión en sus personajes totémicos, tal como lo destacan las palabras de la investigadora María Luz Cárdenas, en una fracción de un ensayo que publicó la Fundación Cultural Chacao: “La obra de Marisol hiere, gusta, estremece por la profundidad a la hora de representar las referencias visuales e iconográficas acerca de nuestras vidas. Ella habló al mundo sobre los placeres y dolores que vivimos día por día; y lo hizo con un idioma depurado, violento y elegante”.

Revista Estilo

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