Recordando al Roberto «el negro» Fontanarrosa, un creador de las artes populares

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Por Daniel Cholakian – NodalCultura

Muchos en Argentina y seguramente todos dentro de su Rosario natal, entienden rápidamente de quien hablamos si decimos que un día como hoy que se fue el «Negro». Y eso no puede dejar de sorprender.

En esos juegos que construye la elitización de la cultura, con el paso de los años Roberto Fontanarrosa se redibuja por sobre todas las cosas como un escritor. Que lo fue y notable. Pero a contrapelo de una generación que hizo de la erudición y de ciertos lugares del arte y la vanguardia su razón artística, el «Negro» fue un cultor de las artes populares.

Dibujante, historietista, guionista y cuentista, Fontanarrosa narraba la Historia desde el punto de vista de los que la construyeron desde los márgenes, aquella inmensidad de personajes parados al costado del camino del poder. Y de ellos tomaba rasgos, lenguaje, gestos o acciones casi íntimos.

Lo prototípico de un personaje, que en cualquier registro costumbrista es pura exterioridad, en los relatos de Fontanarrosa estaba cargado de un decir profundo e interior. Esos gestos que aparecen casi como confesión brutal en Boogie el aceitoso, o el existencialismo de la soledad pampeana, ignorante de esa condición, de Inodoro Pereyra, así como las confesiones viriles de la Mesa de los galanes, todo devela lo íntimo de estos personajes laterales de las historias oficiales.

No es casual, aventuro, que el Fontanarrosa escritor haya destacado en el cuento, como lo hicieron Borges y Cortázar, en esa suerte de particular argentino, ya sea por vagos, narradores de la oralidad (que supone brevedad y precisión) o portadores de un destino de derrota que nos impide soñar con la universalidad.

Como sea, el relato breve (en la historieta, el cuento, el artículo periodístico o el guion) se acomoda a lo popular también desde la llegada a los lectores. En sus trabajos esta brevedad se hace principio o tal vez condición necesaria, a partir del facilidad que parecía tener para apropiarse de la voz de sus personajes. Ellos decían, se explicaban y narraban el contexto y sus historias en una misma frase. Las palabras en su obra hablaban más allá de si mismas. Eran precisas, y en ese uso eficaz, se multiplicaban.

Aquella diferencia sonora significante entre las palabras «boludo» y «pelotudo», que él refirió en una recordada exposición en el Congreso de la lengua, habla de su propia escritura. En la exactitud de sus frases está el origen de toda brevedad.

Fontanarrosa fue un paradigma de la cultura popular argentina del siglo XX. Su obra se entrama con la tradición del circo, la literatura obrera de los comienzos de siglo tanto como con Borges o Cortázar, con la inolvidable Mafalda de Quino, como también con la presencia de la picardía costumbrista de otro rosarino, Alberto Olmedo. Entre el trabajo de ambos había encuentros especialmente cuando recorrían las charlas de hombres urbanos, convencidos de ser ganadores aunque siempre derrotados en el último segundo -que nada tienen que ver con los falsos machos de humor dudoso-.

He ahí algo de lo que hace de Fontanarrosa un hombre que puede pensarse como una figura central de la cultura popular urbana del siglo XX en Argentina.

Si pensamos la relación de su obra con lo universal, en el sentido en que Tolstoi proponía con «pinta tu aldea y serás universal» solo podría imaginar un dibujo del perro Mendieta mirándo al cielo estrellado y diciéndo: «Que lo parió, Don Roberto»

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