Las escritoras olvidadas del boom

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Los años sesenta significaron un proceso de maduración y modernización definitiva en nuestras narrativas y en general en nuestra literatura. Se asimilaron las vanguardias y el trabajo literario se profesionalizó al mismo tiempo en que se dio un crecimiento de la conciencia de un destino cultural y social común en los países del subcontinente.

Pero no vamos ahora a detenernos en los avatares de esta década literariamente prodigiosa. Ya hay suficientes textos escritos sobre ello. Lo que me interesa plantear ahora es la relación de algunas escritoras con ese momento de nuestras letras.

Al referirnos a este fenómeno podemos relacionarlo con el campo literario definido por Bourdieu, en su obra ‘Las reglas del arte’: “El literario es un campo de fuerzas que se ejercen sobre todos aquellos que penetran en él. Y de forma diferencial, según la posición que ocupan (por ejemplo, tomando puntos muy alejados, la de un dramaturgo de éxito o la de un poeta de vanguardia), al tiempo que es un campo de luchas de competencia que tienden a conservar o a transformar ese campo de fuerzas”.

Es claro que el ‘boom’ además de ser una explosión de calidad estética y literaria, fue también un fenómeno generado por escogencias y políticas editoriales y por procesos de amistad, solidaridad y camaradería.

Los escritores se retroalimentaron mutuamente, se relanzaron unos a otros y se constituyeron como un grupo de presión más o menos exclusivo. Una muestra palpable de ello es el título de uno de los libros que los presentó: Los Nuestros, de Luis Harss, en cuyas páginas enfatiza la pertenencia estricta a un grupo.

La pregunta entonces es: ¿No hubo mujeres que literariamente trabajaran en la misma longitud de onda en esos días? ¿No hubo expresiones literarias de calidad producto de algunas de las escritoras contemporáneas? ¿O la ausencia de mujeres en el grupo se debió, por el contrario, a políticas y condiciones externas a la literariedad misma?

Hay algunas autoras contemporáneas de este grupo que bien pudieron hacer parte del fenómeno, pero que fueron excluidas del canon oficial, como en otros momentos y ocasiones. Estrictamente contemporáneas podemos mencionar dos nombres. Cada una de ellas con una obra de peso a sus espaldas: Rosario Castellanos y Elena Garro, ambas mexicanas.

Nacida en 1925, Rosario Castellanos murió prematuramente en la ciudad de Tel Aviv, Israel, en 1974. Su carrera literaria se desarrolló en paralelo con la de Carlos Fuentes. Ambos publicaron su primera obra en 1958. Castellanos la bautizó ‘Balún Canán’.

Otra obra suya, ‘Oficio de tinieblas’, vio la luz en 1962, el mismo año que ‘La muerte de Artemio Cruz’ y recibió el premio literario Sor Juana Inés de la Cruz. Con esta novela nos encontramos ante una gran escritora. Una obra de hondura psicológica y estructura complejas que muestra un conocimiento muy profundo de la formación social posterior a la revolución mexicana y de las relaciones entre indígenas y mestizos en el México de los años 30 al 60.

La creación de personajes tanto masculinos como femeninos es una de las muestras de la calidad de esta escritora, igualmente el manejo extraordinario de la heteroglosia social. El logro de la polifonía étnica, de clases y de géneros es muestra de la pericia literaria de la escritora.

La novela y su autora son realmente reconocidas en México mismo. Sin embargo, para explicar el escaso reconocimiento internacional de ese momento, algunos críticos hablan de una estructura novelística demasiado clásica y tradicional, lo cual es fácilmente desmontable si atendemos a la multiplicidad de planos, voces y aconteceres que desarrolla esta novela total.

Años después, Rosario Castellanos publica ‘Rito de iniciación’, en la que pone en juego otros tipos de experimentación formal.

Otra autora que hace parte de estos mismos años y ejes es la también mexicana Elena Garro. Nacida en Puebla en 1920, muere en Cuernavaca a los 68 años, dejando tras de sí una densa obra literaria como narradora, ensayista y dramaturga.

Al igual que Rosario Castellanos tiene al interior de su país un gran reconocimiento y recibió varios premios literarios. En 1963 publica su obra más conocida ‘Los recuerdos del porvenir’, por la que recibe el premio Xavier Villaurrutia.

Se trata de una novela extraña y contundente que ha sido insistentemente estudiada por diversos críticos y en varias latitudes. Uno de ellos fue Emanuel Carballo, quien asegura que su “realismo anula el tiempo y el espacio, salta de la lógica al absurdo, de la vigilia a la ensoñación y al sueño. Por eso se le considera una de las iniciadoras del llamado realismo mágico”.

La Revolución Mexicana fue uno de esos acontecimientos fundacionales de la identidad nacional, al que siempre se vuelve desde varias perspectivas. ‘Los recuerdos del porvenir’ se instaura como una novela de crítica radical a estos eventos y sobre todo al mundo que se estableció después de ella.

Vale la pena destacar que la obra de Elena Garro se inscribe en las novelas que desde la modernidad abordan estos acontecimientos arrojando sobre ellos evaluaciones y miradas nuevas e inéditas: ‘Al filo del agua’, ‘La muerte de Artemio Cruz’ y ‘Arráncame la vida’ posteriormente.

En ‘Los recuerdos del porvenir’ la autora nos presenta la voz y el protagonismo de un pueblo: Ixtepec. Allí todo ocurre o puede ocurrir y en sus calles se viven de manera intensa los estragos que la revolución y contrarrevolución han dejado a su paso.

Uno de los logros mayores de la novela es el manejo del tiempo, no sólo un tiempo mítico sino un tiempo que va y viene, del futuro al pasado y en el que algunos viven recordando el porvenir.

A su muerte, Elena nos legó más de diez novelas e igual o mayor número de libros de cuentos. Y a lo largo de su vida escribió y en ocasiones colaboró en el montaje de muchas obras de teatro. Estuvo siempre muy cercana además el grupo del ‘boom’, ya que su marido, con el cual tuvo una hija antes de divorciarse, fue Octavio Paz.

Elena vivió en Estados Unidos y en París muchos años porque se autoexilió de México a raíz de la mala interpretación de unas declaraciones suyas sobre la matanza de Tlatelolco; errónea interpretación por la que fue tratada con severidad en el ambiente intelectual y cultural de su país.

Haber excluido a estas dos escritoras mexicanas del fenómeno del ‘boom’, no mencionarlas cuando se hace referencia a esa época, literariamente es una clara exclusión y una clara injusticia.

Pero si ampliamos un poco el espectro encontramos que esa exclusión canónica es aún mayor. Hay dos escritoras que, aunque de menos edad, por las fechas de publicación de sus obras también se enmarcan perfectamente en este ámbito: Luisa Valenzuela, argentina y Alba Lucía Ángel, colombiana.

La primera publica sus novelas iniciales a fines de los 60 y principios de la década siguiente. Ángel hace lo propio en 1970 y en 1975. Fue en esos años que supimos de ‘Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón’, novela de singular importancia y trascendencia.

Son los años de plena producción literaria del ‘boom’. Y en ambos hablamos de escrituras de vanguardia y de conciencia latinoamericana madura.

Luisa Valenzuela, una de las escritoras latinoamericanas vivas de mayor importancia, se mantiene en permanente producción tanto en lo narrativo como en lo ensayístico. Su legado hasta hoy es una extensa y densa obra que profundiza como nadie en la argentinidad y su dictadura, con textos como ‘Cambio de armas’, con una propuesta psicológica impactante y una estructura narrativa novedosa. Dueña de múltiples premios y becas, su obra ha sido traducida íntegramente al inglés y parcialmente a otras lenguas como portugués, francés y alemán.

El caso de Alba Lucía Ángel tiene similitudes y diferencias. No se trata de una escritora que continúe produciendo, pero sus novelas son de un trabajo formal y experimental muy importante, especialmente ‘Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón’ y ‘Misiá Señora’.

Dos novelas que revisitan la historia colombiana del Siglo XX y la evalúan desde el mismo proceso estético llevado a cabo, con una clara conciencia de género. Obras de significativa trascendencia que han sido estudiadas en la academia anglosajona especialmente.

¿Por qué entonces fueron ignoradas por el ‘boom’? Solo el juego de poderes al interior del campo literario puede explicar su ausencia en los análisis del fenómeno literario latinoamericano de los 60.

El País

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