El «Cine Minga», donde todos ponen

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Timbío, el pueblo que se adueñó de una película

 

En Timbío, Cauca, municipio cafetero y agrícola ubicado a 15 kilómetros al sur de Popayán,  donde no hay salas de cine, el rodaje de la película caleña ‘Vía Crucis’ se convirtió en un suceso, y  dio origen a un nuevo modelo de producción, el Cine Minga. Los actores, los recursos, las locaciones,  las historias y, sí,  hasta la música las aportó el pueblo.

Aunque ha sido un municipio golpeado por las incursiones guerrilleras, los timbianos no recuerdan cuándo fue la última, es un pueblo de gran actividad comercial, habitado por  campesinos que viven de sus cultivos.

Cuando el guionista y realizador  caleño Harold De Vasten y el actor Luis Ariel Martínez fueron a hablar con la alcaldesa de Timbío, Maribel Perafán Gallardo, estaba  reacia. “Como diciendo ‘estos qué’”, asegura Ariel,  uno de los timbianos más populares “por ser el actor del pueblo y salir en la televisión”. 

-¿Y qué necesitan? -preguntó escéptica la Alcaldesa. -Apoyo y dinero- le dijeron Harold y Ariel. -Déjenme  pensarlo bien- respondió la primera autoridad de Timbío, según cuenta este actor que ha trabajado en películas colombianas como  ‘Perro come perro’ y ‘180 segundos’ y  varias series de TV. Harold y Ariel temiendo un no por respuesta se  arriesgaron a pedir apoyo a la  comunidad para rodar en Timbío.

Cuando el Secretario de Gobierno les  preguntó  cuándo empezaban a grabar, ya llevaban dos semanas de rodaje y no había uno de los 30.028 habitantes del pueblo que no tuviera que ver con la película.

Una puesta en escena sui generis, pues mientras los timbianos vivían los festejos  de diciembre, debieron recrear un ambiente de Semana Santa en Navidad, y luego  en enero, en plenos  Carnavales de Blancos y Negros.  Al ver el  fervor del pueblo ante el acontecimiento cinematográfico, la Alcaldía se metió la  mano al bolsillo.

De Vasten, el director, les dijo: “Es una película de ustedes, para ustedes, pero    necesitamos que  nos den la mano.  La gente vio que su aporte  era imprescindible para terminar la película”.

Todos los timbianos querían aportar. Y nació una minga espontánea. Ahí surgió ese modelo de producción. Minga, vocablo quechua, se refiere a una  práctica de trabajo comunitario de los antepasados, para lograr una utilidad social. Es un “todos ponen” en el que se participa por  convicción, respeto y compromiso y la palabra vale más que cien firmas en un contrato. “Es una solución a la dificultad que tenemos los realizadores para contar  historias. La limitante del presupuesto la suplimos  con  mano de obra y ayuda de la gente”.

“¿Qué falta?”, “¡Yo lo pongo!”, decía la gente y  daban lo que tenían o  lo conseguían. Llegaban con  cosas de más que los de producción necesitaban. Lucero Herrera  le dio hospedaje al equipo en su finca  durante las dos primeras semanas de rodaje e   hizo parte del elenco.

Cuando el equipo de producción volvió en enero,  iban con menos presupuesto, y la gente les llevó yucas, plátanos, huevos, leche, pan, y los hospedó en sus casas. El pueblo se apoderó de la película. No era la película de Comin Sun Films, la productora, sino “la película de Timbío”.

Harold y sus amigos pegaron cartelitos por todo el pueblo en los que anunciaban un casting. Buscaban niños, adolescentes, adultos. El director y sus amigos fueron un fin de semana al pueblo. Llegaron cien personas y tuvieron que dividirlas en grupos de 50, para verlas durante dos días. 95% de los que hicieron casting formaron parte de la película.

Los que no grabaron fue porque no pudieron, como  Gilberto Obando que viajó desde el Putumayo, pero   le tocó ausentarse en los días del rodaje.

El boca a boca hizo que el rumor de la película de Timbío llegara hasta las fincas más apartadas. “Mirá que estoy actuando en una película. Tengo que llevar la misma ropa, porque tengo continuidad, le decían a los vecinos”, relata el caleño Héctor el ‘Mono’ Mejía, uno de los actores profesionales de la película y ‘partner’ de Harold y Ariel en Comin Sun Films. “Las personas del pueblo se sentían actores y lo tomaron con respeto. Era su película, no la de unos forasteros”.

Es la historia de “Isabel y Jesús María que viven su propio Vía Crucis tras la promesa de alivio para la enfermedad de su hija;  la mamá apela a la religiosidad, el papá a la política,  sin darse cuenta que la solución está  en la inocencia, el amor y la fe”. 

Uno de los talentos descubiertos fue el voceador del pueblo, quien hizo de él mismo. Miguel Angel Viera, quien interpreta al vagabundo, se entrenó durante muchos días y caminaba por el pueblo vestido de su personaje y con una talega.  Y contrario de lo que pasa en la película, la gente le daba comida, frutas y plata. Un día,  frente a la estación de bomberos, lo acorralaron entre varios para bañarlo y la producción tuvo que intervenir, para hacerles ver que no era un indigente.

Tanto Harold, como Ariel y ‘el Mono’ quedaron sorprendidos con tanto  talento. “Hay jóvenes que  luego de participar en ‘Vía Crucis’ dicen que la actuación será su carrera. Entre ellos Juan Orlando Bolaños, un joven mesero con muchas ganas  e histrionismo, al igual que  Valeria Ochoa, quien canta, y Judith Chaux, quien tenía sus sueños artísticos guardados, pero se motivó para seguir ese camino. Margoth Martínez, quien hizo teatro en su adolescencia, pero se dedicó al comercio, cuenta con una gran capacidad  de manejar cada escena. “Ella   decía ‘quiero hacer de mala’ y le dimos uno de una señora repelente, pero  insistía en  el rol de villana”, según Harold.

Intermediario.

Anécdotas del rodaje hay muchas. Don José ‘Chepe’ Trejos, uno de los organizadores de la Semana Santa en Timbío, se convirtió en el intermediario entre la producción y el curita del pueblo, Santiago Martínez, que se oponía  a que grabaran  en la iglesia. “A veces el padre decía que ‘no’ y era Don Chepe quien intercedía, argumentando: ‘Cuidado padre, recuerde que esta es la película del pueblo’”.

Más curioso aún es que siendo un conservador a ultranza, Don Chepe hizo de liberal. Le pidieron  que se pusiera un corbatín rojo y aunque hizo caras, y un “¡Uy!” de repulsión, hizo su papel como si fuera el más antigodo. Y cuando la protagonista,  conservadora,  acude a su casa a pedirle ayuda, él  se niega con una perorata que le salió tan fluída, que parecía  el más liberal de todos.    Y hasta su esposa, Sandra Rojas Alegría, organizadora de la Semana Santa Chiquita, terminó actuando.

A mediados del 2014,  un mes antes de morir don José, los productores le  pusieron   la película en su DVD y la vio  desde su lecho de enfermo, riéndose  mucho  al verse  en la pantalla.

Héctor, quien  hace de ‘el Mono’ en la serie ‘Metástasis’, cuenta que cuando la gente del pueblo lo veía llegar,  murmuraba como quien ve  a un bicho raro: “llegó el actor”. Cuando  lo vieron junto a Ariel, el actor del pueblo, quien hace de Jesús María, un conservador recalcitrante en ‘Vía Crucis’ y  que actúa con su esposa, Elizabeth Castillo, los perseguían y repetían en coro: “¡Queremos trabajar con ustedes!”.

“Cuando nos vieron  durmiendo en la misma finca con los actores del pueblo, se les olvidaba el cuento de las estrellas, y se sentían a la par”, cuenta Héctor. Convivieron por cinco semanas con los timbianos, dos y media en diciembre y  tres en enero.

Confiesan Harold y su combo que si no hubieran trabajado con el modelo  de producción de Cine Minga, la película les habría costado lo que vale una de bajo presupuesto  en Colombia: $500 millones, $700 millones o hasta $1000 millones. Ariel echa lápiz: “Si uno hace la relación de cuánto cuesta un guion,  director de fotografía, dirección de arte, protagónicos, hospedajes, alimentación, de no haber sido donados, sumarían $700 millones. Eso lo suplimos con talento y donaciones. La  producción  corrió con gastos básicos como desplazamiento de Cali-Timbío y  de Timbío-Cali. La alimentación fue donada por un político y  la gente”.

Eso sí aclara que  las historias, creadas por Harold De Vasten, son muy sencillas pero contundentes y no requieren de la parafernalia y  andamiaje de otras películas. Solo necesitaron una cámara fotográfica con  buena resolución. Parte de la música de la película fue hecha  por  la banda juvenil de la Casa de la Cultura, dirigida por el maestro Manuel Collazos.

Cuenta Harold que lo más se necesita en este tipo de producción es la gente, y en Timbío encontraron personas tan cálidas como  los 18 y 23 grados centígrados que  abrazan a esta población. La gente le abrió las puertas al equipo, les sobraban invitaciones para comer. Doña Carmen Martínez, madre de Ariel, acogió a varios en su casa y con doña Teresa  madrugaba a despacharlos desayunados, y al igual que Gloria Saavedra,  la esposa de Harold, se ocupaba de que no les faltara refrigerio ni almuerzo.  Gloria  administró   los recursos financieros y como en la multiplicación de los panes obró milagros.

Como la historia se desarrolla de día, no  había escenas de noche. Grababan de  5:00 a.m. a  6:00 p.m. y a partir de ahí su papel consistía en aceptar las invitaciones, desde jugar fútbol con la comunidad, hasta disfrutar de las delicias gastronómicas que les ofrecían las hermanas Evelia y Nelsy Díaz, profesoras pensionadas, que los atendían con banquetes que incluían tamales de pipián y  sancocho de gallina.  Las novenas navideñas no faltaron e incluían al coro del pueblo.

Nelsy tenía un  sembrado de orquídeas, en el que rodaron una escena.  “Nos daba pena  tocarlas, pero  era feliz de ver sus flores a través de la cámara y  ella misma acomodaba todo”, dice Harold.

La idea es llevar este modelo de producción a otros municipios, como una forma de contribuir  al proceso de paz. Antes de desplazarse a la población, mucha gente les dijo: “Ojo que allá hay guerrilla”. Ariel aclara que las incursiones guerrilleras no son cosa de todos los días, que no hay una presencia permanente de esos grupos en la zona, pero que como muchos municipios del Cauca, Timbío, sufre de la estigmatización de la guerra.

“Reina esa creencia de que los realizadores no podemos rodar en Colombia y con las comunidades, porque estamos sitiados por el conflicto armado. Se trata es de llevar cultura  a los rincones del país. De adentrarnos  comunidades donde no han llegado los medios, dejar  el germen de la cultura y generar el ambiente mágico del cine”, afirma De Vasten.

Eso sí, para los timbianos esto del cine es  nuevo. Solo saben del séptimo arte a través del DVD. En la deteriorada  Casa de la Cultura de Timbío se proyectan  pocas películas. La producción de las escuelas de teatro del lugar es esporádica, amateur, según Ariel, quien es  el máximo referente de los timbianos en cuanto a producciones de cine y televisión colombianas se refiere. En el pueblo sólo han visto  avances de la película y un  corte en crudo, cuya proyección en la Casa de la Cultura, en septiembre, duró tres horas.  La gente  les pidió que les vendieran el DVD, pero el estreno mundial  será en el Parque Bolívar de Timbío, en febrero o marzo de 2016.

Ya lo que empezó como un proyecto pequeño se creció. Muchos directores que han visto   cortos de ‘Vía Crucis’,   le han ofrecido ayuda al equipo de producción,  en cuanto a sus  conocimientos para su distribución y promoción. Pronto empezará  su recorrido por los festivales del mundo. Quieren estrenarla en el Festival Internacional  de Cine de Cartagena del   2016 antes de exhibirla en salas  en   Semana Santa de ese año.

Harold tiene más historias que se pueden aplicar a la realidad de los pueblos de Colombia, “la riqueza del país no está tanto en su oro, sino en sus historias, en la imaginación de su gente”, dice.

Por ahora, la película le dejó a Timbío una habitante más, una de las integrantes del equipo de producción que viajó desde Cali, se enamoró de un timbiano e hizo del pueblo su segundo hogar.

El País

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