La mujer que cautivó a Fidel Castro

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En Contexto
Fidel Alejandro Castro Ruz, más conocido como Fidel Castro, es el líder histórico de la Revolución Cubana y un referente insoslayable en el proceso político moderno de Latinoamérica y el Caribe. El sábado 13 de agosto cumple 90 años y se constituye simultáneamente como parte del presente y del futuro, por la lucidez con la que plantea los debates, al mismo tiempo que es sin dudas un sujeto de la historia que nos antecede. Pocos hombre como él condensan los debates del pensamiento político de la modernidad.

Era una mujer extraordinariamente bella. De porte elegante, rubia, con unos ojos verdes que deslumbraban al que osara mirarla, fue una de las reinas de la burguesía habanera de inicios de los años 50. Inteligente y sensible hacia la política y las artes, casada con uno de los cardiólogos más importantes de Cuba, Orlando Fernández, con quien había tenido una hija. Un hombre que le daba, en apariencia, todos los gustos. Pasear por los lujosos comercios de la calle Galiano surtiendo su vestier en las tiendas El Encanto. Una oportuna visita a la Joyería Riviera para los aretes, collares y anillos. Encontrarse en el fantástico mundo del Havana Biltmore Yacht Club para almorzar con sus amigas en el restaurante, jugar toda la tarde una partida de canasta en la cafetería del Country Club, darse una vuelta por el Vedado Tenis Club o de correría nocturna; cuando las ocupaciones de su marido lo permitían, al cabaret Sevilla-Biltmore, el Comodoro, El Parisién, Montmartre y otros.
Una vida ciertamente soñada y de fantasía. Una mujer con una terrible suerte, según contaría, años después en el exilio, su hija Alina. Si se le ocurría entrar en un campeonato en el Vedado Tenis Club salía coronada de campeona. En las piscinas era admirada por su cuerpo y su capacidad de nadar dejando regadas a sus competidoras. Los hombres apenas la conocían caían en una especie de arrobo, un amansamiento que los obligaba a jurarle amor eterno y a decirle que por ella le alcanzaban la estrella más distante y refulgente.
A todas estas todavía no se las he presentado. Se van a enamorar. Su nombre es Naty Revuelta Clews, una hija única nacida en 1925. Estudió en los Estados Unidos, en donde se graduó de administradora de empresas, regresando a la tropical Habana para trabajar en la Embajada de ese país y con la petrolera Esso. De nada le valió la educación norteamericana ni tanto roce social encumbrado, pues nuestra Naty tenía un pecho idealista y revolucionario que la hacía soñar mejores destinos para Cuba.

TUMBEMOS A BATISTA
La alta sociedad habanera detestaba a Fulgencio Batista por mulato y por su bajo nivel de refinamiento. En los clubes, para ingresar, le abrían puertas especiales. En los círculos intelectuales y universitarios era peor. Un advenedizo montado en una dignidad presidencial que por casta no le correspondía, un hombre al que era necesario tumbar del poder a través de cualquier medio. En una de esas reuniones en la Universidad de La Habana conoció nuestra heroína Naty al fogoso abogado Fidel Castro en 1952, recién instaurado en el poder Fulgencio Batista.
Enseguida quedó deslumbrada con su verbo, su impetuosidad y decisión para afrontar el gran reto de su vida: cambiar el sistema político de Cuba a las buenas o a las malas. Mientras Naty atendía a su hija, y su marido, a los pacientes, se planeaban acciones concretas en la sala de su casa. Vendió sus joyas –igual que Isabel la Católica–, para financiar la causa revolucionaria de la toma del Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, y ella misma, ese día, en caso de problemas de comunicaciones, saldría a recorrer emisoras solicitando la ayuda de amigos periodistas, repartiendo el “Manifiesto a la Nación”, escrito por la pluma iluminada de Fidel Castro, de quien cada vez se sentía más atraída, pese al matrimonio del abogado con otra de las grandes damas de la sociedad habanera, Mirtha Díaz-Balart.
Toda la operación resultó en un enorme fracaso con Fidel preso en la Isla de Pinos, carteándose con Naty en un tono de sincero apasionamiento. Desde la cárcel Modelo le dice: «Querida Naty: ¡Qué escuela tan formidable es la prisión! Desde aquí termino de forjar mi visión del mundo y completo el sentido de mi vida. Desprecio la existencia que vive aferrada a las bagatelas miserables de la comodidad y el interés. Si has tenido que sufrir por mi culpa, piensa que daría gustoso mi vida por tu honra y tu bien. Las apariencias de este mundo no deben importarnos, lo que vale es lo que está adentro de nuestras conciencias. Hay cosas duraderas, a pesar de las miserias de esta vida».
Naty, con el corazón en la mano, rendida de amor ante su héroe bélico, le responde: «Querido Fidel: Te escribo bajo la gratísima y dulce impresión de tus cuatro últimas cartas. Me siento en todo sentido muy pequeña frente al marco monumental que encierra tu pensamiento, tus ideas, tu cariño, lo mucho que sabes y sobre todo porque es aún más monumental la forma halagadora y generosa en que me quieres y consigues compartirlo con la mayor naturalidad. Me llevas de la mano a través de la Historia (con H mayúscula como Hombre y Humanidad), de la Filosofía, de la Literatura; me regalas todo un tesoro de sentimientos, de principios; me abres nuevos, inexplorados e insospechados horizontes y, después de todo esto, me quieres hacer ver que detrás de tus ideas y de tus actos se halla esta persona persistente como la conciencia. No, Fidel, toda esa riqueza está en ti y no se la debes a nadie; naciste con ella y contigo morirá; sería muy insincera si no te dijera que me hace muy feliz que seas así y que sería motivo de orgullo para mí que nunca cambiaras. Tuya siempre. Naty».
A todas estas, el cardiólogo Fernández auscultaba el corazón de sus pacientes, mas no el de su esposa, que pronto se vio envuelta en una serie de rumores públicos a raíz de unas cartas enredadas. En efecto, Fidel, aturdido por los rigores de la prisión, confundió las destinatarias y una carta para su amada Naty cayó en manos de su esposa.
Años después, en entrevistas para medios españoles, contaría el increíble episodio: «Mirta me llamó y me dijo que había recibido una carta de Fidel que parecía dirigida a mí. Al mismo tiempo, yo había recibido otra que al parecer era para ella, en un sobre que le entregué sin abrir. Ella, que sí había abierto mi carta, vino a mi oficina y ¡menudo lío me armó! Aquel papel visitó muchas peluquerías de La Habana, pero Mirta nunca me lo dio; nunca lo leí».

EMPIEZA EL ROMANCE
No se sabe si en medio de semejante escándalo que recorrió los clubes de la élite habanera el cardiólogo Fernández se haya enterado de las aventuras sentimentales revolucionarias de su esposa. Parece que no, pues siguió con ella. Así que al salir Castro de la prisión –merced a los auspicios de la poderosa familia de su esposa, los Díaz-Balart–, lo primero que hizo fue buscar a Naty.
Era el año 1955. En una entrevista para el diario Vanguardia confesaría: «Me llamó al llegar a La Habana. Ese mismo día fui a verlo a casa de su hermana Lidia. Fue durante esos 53 días en que estuvo aquí haciendo contactos –antes de salir hacia México para preparar la travesía y desembarco en el yate Granma– cuando sucedió lo inevitable. Lidia tenía dos apartamentos… Pero fue muy poco: dos, tres o cuatro veces. Y alguna vez en algún hotel. Fue breve nuestra relación».
De esos encuentros furtivos quedaría embarazada. Pero no se lo dijo a Castro, que andaba ocupado en el exterior proyectando su invasión marítima. El Dr. Fernández tampoco se percató del embuchado, pues le dio el apellido a la nena, bautizada como Alina. Cuando Fidel la conoció solo atinó a decir «es muy linda»; mas esta, sin embargo, no tiene recuerdos muy lindos de su padre. Entrevistada por Jesús Quintero diría que la primera imagen de su padre era «entrando a La Habana montado en un tanque de guerra». En la misma citada entrevista, las confesiones se vuelven recriminaciones amargas: «Cuando lo necesitaba para aclararme el teorema de Pitágoras, él estaba en la televisión explicándole Genética vacuna a todo un pueblo durante 12 horas. Yo estaba a su disposición cuando él necesitaba ejercer de padre».
Fidel con sus barbudos entran el primero de enero de 1959 a La Habana. La élite en la que se codean Castro y sus mujeres celebra el suceso. Batista, el odiado advenedizo, se pierde entre los tiempos. Pero muy pronto pasan del alborozo al miedo. Se habla de expropiaciones, de juicios revolucionarios, de privilegios perdidos y todos corren a la causa del exilio. Menos Naty, que ve este triunfo como suyo, y su hija Alina, que con absoluta tristeza recuerda el duelo familiar al perder al hombre que consideraba su padre –el Dr. Fernández– y su hermana mayor emigrados rumbo a Miami convertidos, por obra del régimen, en gusanos desertores.

REVUELTA EN LA REVOLUCIÓN
El ambiente ideal de Naty eran las galerías de arte, los escritores, los cineastas e intelectuales. Conocida en estos espacios como habitual desde antes de los tiempos de la revolución, cuando al fin llegaron estos tiempos con su estropicio, estuvo en primera fila de la militancia del Partido Comunista compartiendo largas y tediosas –según confesaría varias veces en el exterior su hija Alina– reuniones diseñando las estrategias de la nueva sociedad. Fue vinculada al Hospital Nacional en el cargo de directora de compras. De allí, sería enviada a París en una misión diplomática y al retorno la vinculan al Centro de Investigaciones Científicas, de donde pasaría al Ministerio de Comercio Exterior hasta su jubilación. Nunca más tuvo contacto con el padre de su hija, con quien mantuvo prudente distancia, pero rayana en una admiración y respeto incólume.
Por su parte, Alina, tras su exilio en 1993, pasó a detestar a su padre con una fuerza de ciclón tropical. Recuerda pocas cosas de él, siempre distante, en plan de mito de estado, buscando siempre al tío Raúl para que le solucionara los problemas de la adolescencia y juventud, por su carácter de hombre apegado a los valores familiares. Alguna vez Fidel le regaló un muñeco, con rasgos de «compañero militante», enfundado en su correspondiente uniforme verde oliva, barbas de guerrillero de la Sierra Maestra, botas de campaña, gorra, estrella roja y la hoz con el martillo.
Cuando Alina cumplió 15 años Fidel fue a su fiesta. En una foto de ese día aparece el Comandante en Jefe, alto, con su invariable uniforme militar, abrazando la cálida belleza de su hija adolescente. Naty, denominada en todas partes la “amante” secreta de Castro, no aparece en la escena familiar. Seguía con cuidadoso escrúpulo de militante el libreto de la buena revolucionaria, pasando de las esplendideces de su pasado de reina de la alta sociedad habanera a una mujer que sobrevivía espartanamente sin quejas ni reproches con su antiguo amante.
Así vivió sola, con sus hijas lejanas, escrutando el mundo con sus hermosos ojos verdes, rodeada de los cuadros de sus pintores favoritos hasta el día de su muerte, el 2 de marzo de  2.015, a los 89 años de edad. Alina, con  el dolor de hija, retornó a La Habana para ofrecerle el postrer adiós.  Quizás, ante el féretro de su madre, le musitaría un consejo inolvidable otorgado alguna vez por su padre para las causas de la vida:  «Nunca seas buena con ningún hombre».

El Heraldo

 

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