Entrevista al músico argentino Andrés Calamaro sobre su flamante libro «Paracaídas y vueltas»

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Andrés Calamaro: “Mis años más salvajes corresponden a mi vida adulta”

Paracaídas y vueltas no es una biografía de Andrés Calamaro, pero sí permite una aproximación a sus pareceres y pasiones, expuestos en 300 páginas de un modo tan anárquico como visceral. Entonces, en desorden cautivante se leen sus reflexiones acerca de su rol en cuanto músico popular, sus asociaciones con la aristocracia del flamenco, su defensa aireada de la tauromaquia, sus posiciones intransigentes ante situaciones como la de compartir un country con un represor sin condena…

Calamaro se expone sin concesiones y desafiando a la corrección política. O más precisamente, peleándose con un nuevo extremismo de la moderación que, en situación de entrevista, confiesa aborrecer. El valor agregado de este libro: el cantante se tira en paracaídas, pero no le importa si éste se abre como corresponde. Certifica esta actitud con las respuestas a un cuestionario que Ciudad X le envío. “Lógicamente que me ofrecieron publicar una biografía, pero la idea me parece un espanto. Una biografía, autorizada o no, sería demasiado blanda o francamente inconveniente”, interpreta. Y luego concluye: “La realidad violenta está guardada, olvidada o escondida. Una biografía sólo conseguiría hacerme sentir incómodo o avergonzado, siempre se quedaría corta. La crítica (o análisis musical) me hizo bastante daño como para acreditar un volumen de vida propia. Prefiero practicarme una colonoscopia en público”.

En Paracaídas y vueltas, entre otras tantas, Calamaro corta por lo sano con algunas imposiciones de la historia del rock nacional, como la de mitificar la década de 1980, en la que él conoció la popularidad como miembro de Los Abuelos de la Nada. Efectivamente, así como el Indio Solari cantó recientemente que “los ‘60 fueron sólo tres putos años”, cuando se lee a Andrés sobre el devenir sociopolítico de aquella década, queda retumbando una sentencia similar. Al parecer, la “primavera alfonsinista” tuvo un anticlímax tan nefasto que, por pudor, no se debería reivindicarla tanto. “Es posible que rescatemos la actividad subterránea, así en lo sutil (las almas como antojadizo escenario subterráneo) como en lo concreto (sótanos parakulturales). En la periferia, la década fue complicada. Respiramos profundo porque el destino, en su coyuntura, nos devolvió un orden cívico, aunque sin haber luchado por esta vuelta a una normalidad que nunca termina de llegar. Dejamos la lucha para los otros, aquellos que militaron hasta el exilio o la muerte, aquellos que pelearon en las absurdas fronteras de un océano frío que nos pertenece porque los mapas lo dicen”, analiza.

“Reivindicamos despertar de una pesadilla y ofrecernos a una realidad orgiástica y colorida. Fueron años de más imaginación que dinero, aunque mi punto de vista es parcial y subjetivo, se trata de mi imaginación y mi humildad”, redondea un Calamaro que considera más práctico, al menos en cuestiones musicales, contar las décadas de 5 años en 5 años.

“El primer lustro / década tendría entonces un final feliz y, al mismo tiempo, el despertar a una realidad complicada. Aquella primavera mostraba sus complicaciones y complicidades, así en el orden cívico y moral, como en lo social y económico. El segundo tiempo nos encuentra definitivamente arruinados, intoxicados y perdiendo soldados en la batalla de la enfermedad y la ruina. Una nueva orfandad, celebrada en funerales subterráneos de imaginación. El segundo período de la década (adoptando el sistema del cinco, insisto) termina en una profunda crisis social y económica, un caos inflacionario y moral que no recordamos lo suficiente, y se proyecta hacia una nueva década (en números redondos o impares) que iría a ofrecernos un insólito desenlace de distinta decadencia, navegando en corrientes de dólares y cocaína”, cierra.

En la prensa española, la militancia “pro toros” de Calamaro casi siempre encuentra un contrapunto con el puritanismo de Morrissey. Sucedió hace unos meses con el diario El País de Madrid: Andrés reivindicando jornadas gloriosas en Las Ventas al tiempo que el británico clamaba por la muerte vía cornada del matador en el tema Bullfighter dies. ¿Qué le diría Calamaro al excantante de The Smiths de tenerlo al frente? “Morrisey es un gran artista supongo, es británico y allá hay una densidad de población musical muy interesante. Es un millonario. Si se molesta en ver suficientes corridas (de toros), entendería la maravilla que encierra una liturgia que es estética, ecologista, popular, intelectual y misteriosa. No tengo dudas de que, de tomarse la molestia, sería taurino. Si no te involucrás un poco, no llegás jamás a percibir los destellos del arte… Casi nadie desarrolla oído musical sin escuchar música”, contesta.

E inmediatamente acota: “Curiosamente, me muevo en ambientes en donde jamás se duda de la fuerza ética y estética de la tauromaquia. Allí me consideran un paladín de la libertad, me agradecen por manifestarme con sinceridad en una defensa que no querría protagonizar. Creo que estamos en una corriente negativa que podría denominarse como ‘Fundamentalismo de la moderación’, una nueva Edad Media en donde se aplaude la pena de muerte pero se condena el divorcio o la despenalización del cannabis. Una idea de lo políticamente correcto que insulta a la política y a la corrección, porque es el némesis del arte. Ningún intelectual de prestigio condena la tauromaquia, porque una persona en sus cabales estaría aturdida por otra clase de gritos y sabría hacia dónde reconducir la piedad y la compasión”.

Para Andrés Calamaro, ignorar los aullidos del hambre, de la guerra, de los mataderos y del orden ultra corporativo, es un pecado de progresismo tardío: “Es infantil y responde a una serie de falacias (incluso mentiras) repetidas mil veces hasta convencer a los esbirros de una nueva vida digital que es el colmo del posmodernismo que se propone el cambio por el cambio mismo, el movimiento por el movimiento sin pensar hacia dónde nos lleva. Nada sacro, litúrgico, tradicional, popular, intelectual o folklórico vale lo suficiente. Todo puede ser destruido o descatalogado. Son las juventudes hitlerianas del posmodernismo”.

–Prologaste muchos libros de amigos, periodistas o personajes decididos a contar algo. ¿Por qué no elegiste un prologuista para “Paracaídas y vueltas”?

–Supongo que no quise molestar a Rodrigo Fresán. Rodolfo (Palacios) me hubiera comparado con Roberto Arlt. Quise evitarle el momento incomodo a… Arlt. En un libro de estas características no entendía muy bien la importancia de un prólogo, aunque podría funcionar en una segunda edición.

Confianza y cercanía

En pocas páginas, Calamaro ofrece su diagnóstico emocional con respecto a los grandes del rock, mediante la narración de historias de camaradería y respeto mutuo. Y cuando surge alguna fractura y/o distancia (como en el caso de Charly García), nunca se deja ganar por ninguna sensación agria. Ahora bien, ¿cómo creerá que ellos lo ven? ¿O cómo creerá que lo veían Cerati y Spinetta? “Con Gustavo y Luis alternamos la distancia con la calidez. Todos los músicos tenemos diferencias estéticas, pero eso es inevitable y yo siempre me sentí muy honrado de la amistad de ellos. Fuimos camaradas o compañeros. Por muchos años. Y compartimos alegrías y secretos, ese pasillo confidencial que te involucra en una amistad basada en la confianza y la cercanía”, contesta.

“Luis Alberto fue siempre muy generoso y tierno conmigo, y nos vimos muchas veces en el ámbito privado, incluso grabamos juntos. Con Gustavo también. Compartimos momentos de vibrante intimidad, nos encontramos en países lejanos, en disquerías londinenses, en estudios de grabación. El ‘Flaco’ me esperaba en su estudio con mate y torta frita. Los músicos somos compañeros, en esos términos no compartimos giras, ni grabaciones largas, pero fuimos cercanos cuando estuvimos juntos. También hay que considerar que me fui de viaje y tardé casi 15 años en volver. Caramba, tengo un enorme afecto por Luis Alberto y Gustavo… Es la única prueba de que existe alguna clase de eternidad”, complementa.

–Kierkegaard es un filósofo omnipresente en tu libro. Y siempre asociado a la tenencia (o no) de Wi-Fi. ¿Militás a favor de un existencialismo de banda ancha?

–Caray, no… Es una broma académica. No soy un académico, ni universitario, ni erudito, ni entendido. Es un guiño a los colosos del pensamiento occidental. Soy un militante de la desaparición de Internet y de la recuperación de un paraíso pudiente para los músicos y para aquellos profesionales testigos de la decrepitud inevitable que propone la red. Es la continuación del chiste de las embarazadas sin televisión, o el corte de luz en Nueva York en 1977. Florece la vida cuando se apagan los fluidos tecnológicos, algo así… Apenas superado el meridiano de Paracaídas y vueltas, aparece Johannus, al que puede interpretarse como el alter ego politoxicómano del autor. No se impone en ese momento una retórica pontificadora. Tampoco otra redentora que aluda a una salida del infierno. Leamos cómo ve en retrospectiva aquellos años de “aeropuertos”, “corte español”, “plástico fino”:

“Curiosamente, mis años más salvajes corresponden a mi vida adulta. No fui un jovencito conflictivo, ni me arrepiento de haber vivido con intensidad en la tríada folklórica del rock. No fui adicto a la heroína, ni tardé 30 años de salir de la espiral de las sustancias peligrosas. Considerando que también fueron (sustancias) aliadas de cierta intensidad creativa, y que vivimos pensando que era imposible no curtirse un poco todos los días, entonces estoy en una posición bastante cómoda para transitar, aliado de la dimensión literaria de aquellos laberintos”.

“Como este no es un libro de confesiones, ni de episodios folklóricos y extremos en el rock, entendí que la forma más elegante de confesarse un poco era involucrando una especie de argumento pretenciosamente intelectual o ficcional”, suma.

–¿Qué entidad le das a “Tirados en el pasto”, tu libro junto con Alejandro Rozitchner?

–Buena. Aquellas fueron conversaciones con Alejandro. Un tiroteo libre de conversaciones informales en Cataluña. La capacidad de Alejandro le dio mayor entidad e interés a un libro… Un libro de conversaciones con nadie, o con un testigo apenas, hubiera sido otra cosa de mucho menos peso específico. Esas conversaciones sin Alejandro no tendrían interés alguno. No me gusta publicar palabras dichas, trasladar una conversación al papel me parece inapropiado, o soy yo el que no sirve para eso.

–En tu correspondencia con Enrique Symns apuntás que “tocando rock tengo que fumarme las opiniones más idiotas del mundo”. Sinceramente, ¿te afectan esas opiniones? ¿Pueden indignarte hasta la parálisis?

–Vivimos aceptando un permanente maltrato, cualquiera te insulta pero jamás se toma la molestia de decirte las cosas en la cara; entonces la indignación es mayor. Otro invento infame: permitir que cualquiera apriete dos botones y lea lo que escribió en letras de molde, en una pantalla. La violencia cuando es cobarde subleva la paciencia de cualquiera. Otra clase de violencia merece, quizás, una reflexión más profunda, pero cuando son pelotudeces, la estupidez y la cobardía son una combinación tremenda. La sociedad degradada, sentenciosa, mayormente imbécil. Internet permite que las conversaciones en los bares se trasladen a una pantalla, las redes dieron cierta entidad a muchos que no saben ni atarse los cordones.

La Voz


 

EN EL CAMINO

Apuntes, fragmentos reordenados, inmersiones en la intimidad y crónicas del mundo que late ahí afuera, en las plazas de toros, en los estadios, en las grandes ciudades, en el Buenos Aires de ayer, en el camino. Con Paracaídas & vueltas, Andrés Calamaro debuta en el “formato” libro con la paradoja de disolver los rastros literarios –Sam Shepard, Bob Dylan, Arlt– que pudiera haber cultivado en sus lecturas pero con una lírica y búsqueda de estilo para nada ajena a su larga carrera de músico, compositor y letrista. El resultado es una apuesta a alejarse del anecdotario del rock star para disparar, desde un rincón más personal, un bienvenido trabajo con la escritura.

Todo ejercicio de escritura es un salto al vacío. Algunos prefieren la seguridad de tener el diagrama terminado antes de sentarse a escribir la primera página: pasaba con Héctor Tizón, por ejemplo, que armaba todo el croquis de la novela que pensaba escribir y después se disponía a poner las primeras palabras. Pero, en última instancia, por más planeado que esté todo, siempre hay un componente de incertidumbre que, en la mayor parte de los casos, abisma y hace temblar al escritor (o proyecto de escritor) que se inmoviliza frente a la página en blanco. Andrés Calamaro no parece, a primera vista, un artista (para hacer justicia también a su lírica, a su poesía) poco prolífico. Todos recuerdan las anécdotas de escritura de los temas reunidos en tres discos imprescindibles de su producción, Alta Suciedad (1997), Honestidad Brutal (1999) y el infatigable El Salmón (2000), tres discos que muestran no sólo una tremenda curiosidad musical por ir tanteando diversos géneros –tango, flamenco, reggae, rock–, sino que también lo presentan como un poeta popular que plasma rabiosamente sus pareceres, sus impresiones, sus versos en canciones que todo el mundo conoce o que completan el circuito de un género de todos y para todos como es el rock y sus aristas: canciones que guardamos para los días de la vida, canciones con las que hemos amado, llorado, vencido y caído.

Y aquellos cuatro momentos, cuatro niveles, digamos, y el desparpajo por decir las cosas y, al mismo tiempo, filtrarlas por el tamiz del estilo (que, recordemos, no es un atributo sino una hermosa imposibilidad: tal o cual no pueden escribir de otra manera) están presentes en Paracaídas & vueltas: diarios íntimos, un libro que reúne textos escritos en los últimos quince años que, al comienzo, pueden enganchar al lector por el lado del breve anecdotario, pero esto de lo “íntimo” va resignificándose tras pasar cada página para alejarse de la historia biográfica y convertirse en un verdadero mapa sentimental, en un auténtico, aguerrido, notable trabajo de escritura.

PAPERBACK WRITER

No por nada la primera imagen que evoca Calamaro en el prólogo es la del “cántaro roto” o “la fuente seca”, dos figuras que aparecen en varios de sus temas (“Media Verónica” y “Los Divinos”, este último del disco de 2011 On The Rocks): la idea que tiene todo el texto es mover todo un imaginario lírico plasmado en canciones hacia un espacio literario, mucho más volcado a la paciencia de la lectura y al ritmo del texto, cambiando de fuente. La idea aquí no es confiar plenamente en el problema de la inspiración que, como la historia lo ha demostrado, es apenas un pretexto para no hacer las cosas, para no meterse en el arte. Calamaro ha trabajado con pasión y método sus canciones y eso mismo notamos en estos escritos, apuntes marginales que, como bien indica el mentado prólogo “Palacios de arena”, está compuesto por fragmentos reordenados según pareceres compartidos con Rodolfo Palacios, periodista, mucho más conocido en su rol de redactor de las noticias policiales y responsable de la edición de este libro y de Senderos extraviados de otro protagonista de la literatura y el rock, Enrique Symns (con quien Calamaro comparte un intercambio de mails, bah, de cartas y que publica también en el libro).

Apuntes, entonces. Ahí reside la clave de todo el libro: un apunte es una impresión capturada en la letra y bajada al papel, como si el responsable fuera una lámina sensible que captura todo lo que tiene a su alrededor. Así, tenemos increíbles descripciones del Retiro de la niñez del autor, pasando por recuerdos tomados de sus seres queridos y allegados (como su padre hablando de Gardel) o un muy particular racconto que trae a cuenta situaciones vividas, camufladas en un código que al principio resulta imposible de entender pero que, a la larga y con el paso del tiempo, va cobrando sentido, como nombres de una fauna particular (en un ejercicio cuasi-dylanesco: Miguel Abuelo es “Mike”, el “citizen García” es Charly, etc.), nombres de su memoria que no caen en la nostalgia. O sea, más que evocación, cuando el libro se concentra en los nombres de los que acompañaron al autor, la lógica es la de un diálogo abierto con los que no están. “No soy un adicto a la nostalgia ni presento un libro de anécdotas de un pasado que, como todos los pasados, ya no transcurre”, agrega Calamaro en entrevista “postal”, vía mail. “Siempre fui la misma persona y espero tener una vida longeva siendo el mismo. La imagen de diálogo abierto que nunca se cierra es muy… agradecida. Doy las gracias. Mi pasado, si es que molesta, es apenas un elemento decorativo en este libro, que no es una biografía formalmente y responde a la intimidad del diario libre. Honrar la presencia es lo mejor que pude haber hecho porque estaría siendo un ejercicio de respeto y de memoria, sin necesidad de generar nostalgia ni tristeza. Quizás una emoción de otra clase. Sinceramente, dejé de lado cierto tipo de anecdotario más ‘comercial’ para enfocarme en hacer el mejor libro posible, por así decirlo. Mi experiencia personal me ayuda porque no puedo confiar completamente en mi fantasía o en mi poder literario. Lógico.”

HAY QUE SER TORERO

Otro rasgo insistente en Paracaídas & vueltas es el tono de crónica que sigue a varios fragmentos. En principio, hay una gran cantidad de reseñas de corridas de toros, la mayoría reunidas en “Cargar la suerte (aguafuertes taurinas)”, viñetas acompañadas no por el objetivismo periodístico, sino por la implicación de quien ve y disfruta del evento, estrictamente, como parte de una conexión con la cultura popular del lugar que visite, sea ya México, España o inclusive Ecuador y Perú. Bien podría decirse, en la tradición del Hemingway de Muerte en la tarde o del “aguafuertismo” de Roberto Arlt, aunque cargado de otro estilo. En esa misma tónica aparecen los comentarios de recitales de la sección “La vuelta al día en ochenta mundos (On the Road)”, y es que tanto el torero como el músico deben enfrentarse cara a cara contra el imprevisto toro que lo desafíe en la plaza o el público de corazón abierto que resiste cualquier injerencia climática, cualquier escenario, para ver al torero-cantante.

“Lamentablemente, nunca escribo con lecturas en mi horizonte”, puntualiza Andrés. “Lo siento porque no me vendría mal escribir con modelos literarios o académicos. Leí a Sam Shepard y conozco alguno de sus guiones para cine y teatro; y leí las Crónicas de Bob Dylan. Cualquier comparación es buena, teniendo en cuenta mi status anecdótico de casi debutante. Pero no pude imprimir mis lecturas en mis propios textos, lo mismo me ocurre con las grabaciones de música. No tengo tanta organización ni esa clase de conducta que me permita replicar estilos o formatos de producción musical. Me gustaría ser más disciplinado y poder copiar formas de grabar discos o algo en la redacción o en el poder del texto. Quizá no pase de la anécdota de ser un libro escrito por un músico con una vida interesante, pero nuestra intención (estoy incluyendo a mi mentor, Rodolfo Palacios) fue presentar un libro de literatura. Intenté evitar las fotos y la portada con retrato pero entendí las razones de la editorial. Lógicamente, sé la distancia entre lo que yo escribo y lo que escribieron tantos grandes intérpretes de la literatura. Ni siquiera leí el Ulises de Joyce, ni a Marcel Proust. Y conozco mis límites y limitaciones. Sé todo lo que mi libro no es. La literatura es un universo académico y virtuoso. En ese sentido estoy editando con mucho respeto”.

Paracaídas & vueltas resulta un libro que se lee, primero, con cierta curiosidad, luego, con un interés cada vez mayor, a medida que se descubre a alguien que tantea con diversas formas literarias para encontrar el meollo de lo que quiere contar. “Ficcionarios y Findelmundismos (Diarios íntimos)”, por ejemplo, funciona como una sección que combina en igual grado hechos que aparentemente han sucedido con un esquema de ficción que sorprende: los nombres elegidos, las fechas y autores inventados (¿heterónimos?), las referencias, la frase corta y tajante (herencia de su costado lírico) que cierra casi como el remate de un chiste de risa fría y distante, etc. Calamaro reverencia a la literatura desde su lugar artístico pero no por eso la deja sin tocar: la humildad que demuestra en sus declaraciones a la hora de hablar de él como escritor es el contrapeso exacto a un libro que parece una biografía de rockero (imagen fetichizada que penetra más de un imaginario) pero que termina siendo una apuesta literaria con algunas victorias a cuestas. “En ese contexto mi inspiración son todos los peines que se me cayeron”, cierra Calamaro en una carta enviada desde España, durante los primeros minutos de su despertar, mail que bien podría ser el epílogo del libro que acaba de editar. “Por lo visto fueron muchos… Metafóricamente hablando. No tengo una clase de inteligencia que me permita recordar nombre de libros y de personajes, autores. Mucho menos el estilo de un escritor y sus traductores. Me faltan muchos libros para poder decir que hay algo de homenaje a mis lecturas. Ni siquiera mis discos reflejan la música que escucho. Lógicamente, lo lamento en ambos casos. Sigo despertando. Juntando los peines caídos mientras tenga pelo”.

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