La vena mestiza del arte

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Enriquestuardo Álvarez: El rostro oculto del mestizaje

Por la memoria de Enriquestuardo rondan implacables óleos de nuestros imagineros, quienes, a más de no abdicar de su cosmovisión ni de su religión, se mostraban reacios a firmar sus telas. En lo conceptual también se les acerca, apostatando del mestizaje, develando sus estigmas, zahondando en sus aparencialidades, regodeándose en sus fruslerías, espetándonos sus simulaciones. Los pueblos indios saben adónde van, los mestizos no.
Luego de graduarse de arquitecto, fue a trabajar a Cayambe y Otavalo, zonas devastadas por el terremoto de 1987. Allí se impregna de la cultura indígena: sus usos y costumbres, sus fiestas y ceremonias, su sabiduría milenaria, su sincretismo. Agua, fuego, piedra y viento intemporales marcados por la intrusión de civilizaciones y culturas extrañas y, sin embargo, en su raigalidad, tercamente rebosantes, vivos, indóciles.
Esta experiencia es axial en vida y obra de Enriquestuardo. Constata su desarraigo: no es indio, pero tampoco parte de ese género amorfo, anodino, llamado mestizaje. Desnuda su soledad. Observa, perplejo, el guiño del vacío. Palpa su inermidad, el vértigo de saberse despoblado. Para resarcirse de su ajenidad se aferra para siempre a su arte. En él refundirá sus ideas, sacralizándolas y desacralizándolas en una proyección sin finales; en él urdirá sus trampas para la vida y la muerte en un ludismo desgarrador a través del cual se mofa vitriólicamente del espectador. Imposible ingresar al mundo de este artista sin sentirse parte del mismo.

Entre la memoria y el futuro extraño
Viaja a México para estudiar Arte Urbano, pero el director académico de la universidad se da cuenta de que lo suyo son las artes visuales y le recomienda esa disciplina. Más que escuelas pictóricas y los excepcionales artistas mexicanos, Enriquestuardo ahonda en el mestizaje. Verifica que la raíz indígena es fundamental y definidora para la cultura y la vida del pueblo mexicano. Aprende que los signos del mestizaje son los mismos aquí y allá.
Enriquestuardo es un artista ecléctico. Reniega del decorativismo. Va en pos del arte y no de tendencia alguna. Escoge materiales vitales para su expresión. Junta contrarios para lograr la fricción, instante único que solo el arte genuino puede paralizar. Ternura y fiereza, amor y odio, muerte y vida, en simbologías ricas e impactantes. ¿Será por eso que los jóvenes se dejan seducir por el arte de este gran maestro?

La estética del espanto
El discurso de Enriquestuardo fractura cánones, subvierte estatutos, desmoviliza imposiciones y consigue una saga pictórica mediante la cual muestra el otro rostro del mestizaje: dolor y angustia, miedo y abismo, extrañamiento, búsqueda desgarradora de donde asirnos.
Los reconocimientos vienen de afuera. Acude a la Bienal de Grabado en Puerto Rico; a la Trienal de Pintura de Tokio y El Cairo, a Malasia y Suiza. En 1998 gana un premio de la Fundación Pollock-Krasner, Nueva York, junto a otros cinco pintores del mundo. (Este suceso pasó desapercibido en nuestro medio aunque varias agencias comunicacionales lo difundieron para todos los países del mundo, incluido Ecuador).
Grandes formatos como denotando cierta nostalgia por las paredes o muros de una ciudad, no por el muralismo, que esa es otra cosa, sino por aquellos sitios urbano-marginales donde él quisiera pintar toda su vida. Criaturas de cemento que emergen para la plástica por obra y gracia de su genio y obsesiones. Imágenes ambulatorias adaptadas al estrépito demencial del ruido citadino. Estampas dolientes y apasionadas de una convivencia trágica que destellan el fulgor helado del caos, ¿social?

Su rastreo incesante
Enriquestuardo trabaja sin tregua. Doy fe de su fecunda creación. Cuando de instalaciones se trata, deja huella indeleble, de arte efímero, de multimedia, de arte urbano. En todo queda la impronta de su genio. Así llegó a otra de sus históricas series: ‘Intervención urbana Quilago’, sus rostros históricos. Formatos impresionantes: vallas monumentales. Una treintena de rostros inolvidables, arrancados de nuestra historia profunda. Rostros que abruman y obnubilan.

Enardecen. Convocación a la rebelión y a la esperanza. Homenaje velado de nuestra mujer india y mestiza. Exaltación abrumadora de los valores de la mujer: sus luchas históricas, sus combates cotidianos, pujanza y brío, soledad y pluralidad.
El maestro no queda en la piel de sus “retratadas”. Mujeres símbolos: Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña, Nela Martínez, Consuelo Benavides, Manuela Sáenz y muchas mujeres cotidianas. Álvarez se internaliza en ellas. Se adueña de su ser íntimo. Atrás de todas está él, una vez más solo, despoblado, inquiriéndose adónde vamos los mestizos, qué somos. Por los surcos de algunas mujeres, por las miradas, por las texturas de los rostros, braman volcanes y mares, soles y tempestades; sobre todo tiempo, no aprehendido, congelado, tiempo tumultuoso, yéndose en estampida, y antiguo. El futuro ofreciéndose con doble imagen: fin de los tiempos y recomienzo, degradación del pasado arquetípico y resurrección. Una música lerda reverbera en las pupilas de estas mujeres. Esta es nuestra América.
Y Enriquestuardo sigue trabajando sin tregua…

La Hora

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