Cali rapea: el baile de los inconformes
¿Cómo el hip – hop marcó territorio en Cali?, crónica del lenguaje de los inconformes
José Manuel Gamboa comienza a mover sus caderas. Levanta sus larguísimos brazos afro, cierra los ojos, sonríe. Explica que eso, bailar salsa choque, es a lo que se dedica en los últimos días, “lo que mejor están pagando”. Enseguida cambia de ritmo, baila breakdance.
– Yo, cuando bailo break, es decir hip – hop, me siento más a gusto. Si dependiera de mí, solo bailaría esto.
El rapero John J Ulloa, de la banda Zona Marginal, me propondrá días después un experimento: ir al oriente de Cali, y averiguar qué prefieren los jóvenes: la salsa, el género con el que identifican a la ciudad en todo el mundo, o el hip – hop.
– Sin desconocer la gran influencia de la salsa en los barrios populares, la mayoría te va a decir que su verdadera música es el rap.
Es lo que sucede justo ahora, en el barrio Potrero Grande, construido para reubicar a por lo menos 5000 familias que permanecían asentadas en el jarillón del río Cauca, las lagunas de El Pondaje y Charco Azul y la invasión conocida como Colonia Nariñense.
José Manuel, que también integra algunos grupos de baile del sector, es apenas uno de los muchachos que hacen parte de Poetas de la Calle, un colectivo de hip – hop conformado por estudiantes del colegio Comfandi de la zona y liderado por su bibliotecaria, María Inés Martínez.
– El hip – hop está en el ambiente del barrio, dice a propósito Marcela Urrutia, cantante de rap y miembro del colectivo.
– Para los que vivimos aquí, el hip – hop es una adicción: si no bailas, rapeas o haces graffiti. Es parte de nuestra vida. Como si hubiéramos nacido para este arte. Hasta en los recreos cantamos. Organizamos ‘la tiradera’ o ‘pelea de gallos’. Es como una trova, solo que rapeando.
Alguien le dice algo a alguien, y el otro responde. Se forma un círculo y los que están alrededor participan, hacen, con la boca, los sonidos, la música, cuenta Luis Miguel Riascos, bailarín, otro de los muchachos de Poetas de la Calle.
En los 90, comentaba el rapero John J, que también es miembro de la Fundación Hip – Hop Peña, a la ‘tiradera’ o ‘pelea de gallos’ le decían ‘zapatearse’. Se reunían muchachos de su barrio, Unión de Vivienda Popular, y se iban a competir con raperos de otras comunas.
“No me las pico de número uno, pero yo rapeo más que ninguno”, cantaba alguien, por citar un caso, y le respondían. El que más rimara, el que tuviera un amplio repertorio, vencía, obtenía el respeto de los demás. El rap sigue siendo una herramienta para relacionarse con el otro, ser reconocido.
Según los cálculos de John J, quien también es uno de los líderes del festival Ciudad Hip – Hop que se intenta realizar cada año, en Cali son por lo menos 300 los grupos y las propuestas artísticas dedicadas a esta cultura, pero no todas, como se podría pensar, están en el oriente. En realidad el gusto por este género se está extendiendo entre los jóvenes del resto de Cali, “como un virus”, dirán los Poetas de la Calle.
– Esto es una filosofía de vida. El hip – hop permite reunir a mucha gente con distintas formas de pensar en un solo cuerpo representado en el movimiento. Nosotros nos consideramos una cultura emergente, dice Ingrid Parra, ‘Grillo’, bailarina de break y fundadora – junto con el rapero Edwin Roa, ‘Profeta’, de la Casa Beat, una organización que promueve la cultura del hip – hop y que está ubicada en el barrio Los Cámbulos, apenas a un par de cuadras de las Canchas Panamericanas.
Es decir: en la capital de la salsa, no solo el oriente rapea.
II
La leyenda asegura que el hip – hop llegó a Cali en los años 70 a través de los polizones que, desde el puerto de Buenaventura, zarpaban hacia Estados Unidos. La tradición era enviar de vuelta un casete con música americana como señal de supervivencia, prueba del sueño cumplido.
Pero el cine también hizo su aporte. En los 80 llegaron a Cali películas como ‘Breakin’, que narraba el mundo del breakdance estadounidense, al igual que Beat Street, un filme sobre los cuatro componentes del hip – hop (el rap, el breakdance, el graffiti, el disk jockey) o la película ‘Breakin 2: Electric Boogaloo’, un musical de 1984.
Los jóvenes de los barrios populares de Cali, explica John J, se sintieron atraídos por ese ritmo, esos movimientos, tradujeron las letras de las canciones, se identificaron plenamente con lo que narraban, que no era otra cosa distinta a su propia realidad: pobreza, racismo, violencia, hacinamiento, la marginalidad.
– El rap hizo parte de las luchas de los negros por sus derechos en Estados Unidos. Y eso te tiene que llegar porque lo que cantan ellos es lo que vivimos nosotros en nuestros barrios. El rap revela, denuncia lo que te pasa, y por eso uno termina enamorándose de él. Nuestro primer disco con Zona Marginal (1999) se llamó ‘La expresión de un pueblo’. Eran historias que describían, denunciaban, lo que viven los jóvenes en los barrios populares de Cali: las milicias, la pandilla. Esa realidad se la contamos al mundo a través del rap, que también le llega a los jóvenes porque hay una especie de relación genética, ancestral, étnica. El rap como tal y sus sonidos, su forma de rimar, proviene de África. Entonces es como un encuentro muy íntimo con algo que nos ha pertenecido desde siempre, solo que no lo sabíamos.
III
Es miércoles en la mañana y los Poetas de la Calle están reunidos en la biblioteca del colegio de Comfandi. Cantan una de las canciones que aspiran a presentar en un concierto que tienen programado para el próximo 21 de noviembre. Marcela toma la batuta, rapea.
Son historias de la gente en el vecindario, el metal pa’ matar no tiene horario, amigos muertos desaparecidos pero no olvidados…
La canción se llama ‘Son historias’, y es un homenaje, justamente, a los caídos, los asesinados, explican los muchachos. Todos tienen una historia por contar sobre la violencia, todos de alguna manera son sus víctimas. Alguien perdió al parcero, el de más allá a un hermano, la jovencita de al lado a sus dos tíos.
La violencia les arrebató la felicidad de la infancia, los obligó a madurar antes de tiempo, el rap, en cambio, los ayudó a escapar, sobrellevar lo que sentían. El hip – hop, para muchos, es compañía.
– Es como si el rapero que estás escuchando te entendiera, supiera exactamente lo que estás viviendo. ¿Has escuchado a Los Aldeanos de Cuba? Cuentan las mismas cosas por las que uno está pasando. Cuando los escucho, me desahogo. O cuando estoy aburrido, o con rabia, bailo y es como si me trasportara a otro mundo. Como si descargara toda la ira bailando después de que, por ejemplo, un policía nos requise en la calle con insultos, con maltratos. Entonces eso hace que nos identifiquemos con el hip – hop, lo sintamos nuestro. Nos lleva a escribir lo que nos pasa, y eso al final se convierte en una canción. Para nosotros rapear es una manera de comunicar. Casi el 100% de lo que habla la gente en este barrio es música, dice Luis Miguel Riáscos.
Omar, uno de los Poetas de la Calle, compuso una canción que dice así, por cierto: Tuve caídas y amores escasos, mis familiares me trataron como un payaso. Tuve una madre que de niño no me dio abrazos, por eso salí a la calle a recibir balazos…
El rap de Cali, explicará ‘Grillo’, le canta a eso, lo que pasa en el barrio, en la vida de cada quien, pero también protesta contra el sistema, las injusticias, denuncia la corrupción de los políticos y las autoridades, el machismo, “rap conciencia” que te convierte en una persona de mirada crítica.
– El rap te ayuda a tener conciencia de tu realidad, tener conciencia de dónde estás y te ayuda a entender que la violencia no es el camino, confirma ahora Christian Becerra, de Poetas de la Calle, quienes aseguran que aunque no todos los que practican hip –hop son santos, libres de todo pecado, lo cierto es que a muchos los sacó de la violencia o incluso evitó que llegaran a ella.
– En los barrios populares pasa que lo más visible es lo negativo. Muchos pelados terminan viendo el ejemplo del bandido, del sicario, porque no tienen la posibilidad de reflexionar la vida. Pero el rap es una manera de abrir los ojos. Yo tuve esa opción. Gracias al rap estoy aquí. Es un movimiento con un gran poder pedagógico, te lo digo yo, que además de rapero soy docente. Las letras me enseñaron cosas que ni la familia, ni los profesores, me enseñaron. Si algo les aconsejo a los papás es que se aseguren de que sus hijos escuchen música que dignifique, agrega John J, y le pregunto si ese poder pedagógico del rap ayudará a cambiar la mirada de buena parte de Cali sobre quienes practican el hip – hop.
Algunos colegas, de hecho, me preguntaron por qué iba escribir “sobre unos marihuaneros”. A los artistas del movimiento los ubican en el mismo bando del de los delincuentes y los drogadictos.
– Es difícil, pero se viene haciendo a través de la música. Con el rap no solo denunciamos, sino que también proponemos, buscamos soluciones a los problemas de la sociedad. Y cuando eso lo escuchan 10 mil personas, que son las que van en promedio al festival Ciudad Hip – Hop, comienza a darse una transformación en la mirada de la ciudad. Además el rap también transmite mensajes de paz, amor, reconciliación. Muchos no sabían que el hip – hop es contar historias, contar la vida.
IV
Zona Marginal es una de las agrupaciones más importantes del hip – hop de Cali y Colombia. Se han presentado en Cuba, varios países de Europa, sus discos han estado disponibles en las principales tiendas de música y sin embargo, no viven propiamente del rap, aunque lo intentan.
– Es muy difícil abrir espacios, darse a conocer, y yo tengo que reconocer que Cali es una ciudad excluyente en ese sentido. Es decir: pese a que se han hecho intentos, apuestas por tener en cuenta la escena del hip – hop, y la actual Secretaría de Cultura nos ha respaldado, si nos comparamos con el apoyo a otras artes, los aportes son escasos, teniendo en cuenta que hay miles de jóvenes practicando el arte. Uno se queda con ese sinsabor, dice John J.
Ingrid Parra, ‘Grillo’, explica por su parte que los recursos desde la institucionalidad se destinan sobre todo a la salsa o al Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, así que a los colectivos de hip – hop les queda como opción competir, ganar, convocatorias. A través de esas convocatorias, precisamente, Casa Beat, su organización, ha logrado organizar las cinco versiones del Feminal Battle, tres días de talleres, conversatorios, conciertos de rap.
– Sin embargo la cultura del hip hop resiste. Hacemos nuestros eventos, abrimos nuestros espacios, desde la autogestión. Reunirnos, encontrarnos, expresarnos, es nuestra forma de resistir, abrir nuestros espacios.
Si algo define a un rapero, agrega John J, es que su motivación para hacer las cosas no es el dinero, sino hacer lo que le dicta el corazón. A él de hecho le han propuesto cantar otro tipo de música con la promesa de “llenarse de plata”, pero se ha negado.
Zona Marginal, mejor, decidió organizarse como empresa discográfica, ser un sello disquero, así cada uno de sus integrantes deba salir a la calle a distribuir los discos, cuenta John.
‘Los hijos de la calle’, además, otro colectivo de hip – hop integrado por jóvenes del oriente y del norte de la ciudad, apela a otras alternativas: organiza conciertos comunitarios cuya entrada es “solidaria”. Cobran $2000 por persona. José Manuel Gamboa, de Poetas de la Calle, a veces baila break en los semáforos con tal de sobrevivir, visibilizarse. El hip – hop, sus colectivos, se abren espacio en la capital de la salsa literalmente sudando la gota.
– Sin embargo yo sí espero que Cali reconozca al rap como un arte que le ha aportado mucho, no solo la salsa. El caso nuestro en Zona Marginal: tres chicos a quienes el hip – hop les cambió sus vidas y hoy somos profesionales, educadores, artistas que salimos al mundo a contar la otra historia del Distrito de Aguablanca. La ciudad debería reflexionar sobre esto, valorar el arte, permitir que otros jóvenes hagan una historia similar. Yo comparo mucho la apuesta cultural que tiene Bogotá y Medellín. Allá la expresión artística tiene un apoyo masivo de la institucionalidad. Si yo fuera Secretario de Cultura en una ciudad como esta, en la que todos los días están muriendo los jóvenes por la violencia, la droga, tantas cosas, y viendo todo el movimiento hip – hop que hay, esa identificación de los muchachos con esta música, haría un experimento: organicemos a esos jóvenes, promovámoslos, capacitémoslos, permitamos que se presenten en los espacios públicos, que hagan una vida entorno a lo que aman, dice John J.
Ahora, en la biblioteca del colegio Comfandi de Potrero Grande, les pregunto a los Poetas de la Calle precisamente qué esperan de Cali para su colectivo.
– Que crea en nuestros sueños, comenta Luis Miguel Riascos, y el grupo se dispone a ensayar uno de los coros que hará parte del concierto que realizarán el 21 noviembre, así hasta ahora no les hayan confirmado un escenario para hacerlo.
Se dice que en Potrero hay balas, pandillas, y nada de dinero; pero lo que no saben es que actuamos con el corazón primero.
Publicado en El País