Moulián: «La dictadura marcó de un modo muy profundo a la sociedad chilena actual»

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Tomás Moulian, sociólogo: «Con el premio, me he visto de nuevo como intelectual público»

Dice que ha estado “feliz por lo que me concedieron”. Feliz y emocionado, también, porque tras recaer en él el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2015, “he tenido que participar en muchas conversaciones acerca de lo que pienso de la sociedad chilena”.

Se refiere el sociólogo e historiador político Tomás Moulian (75) a conversaciones con diarios, radios y otros medios que acaso reviven el interés que él mismo generó en otros momentos. Hace 10 años, por ejemplo, como precandidato presidencial apoyado por el PC. O en 1999, cuando ofició de generalísimo de la campaña para llevar a La Moneda a Gladys Marín. También entre 1997 y 1998, cuando su libro Chile Actual: Anatomía de un mito, análisis de un país culturalmente travestido y “blanqueado”, lo convertía en impensado superventas.

Ahora no está con esos niveles de exposición, pero los que está volviendo a tener revalidan su condición de participante en el debate público. Y sigue haciendo clases en la U. Academia de Humanismo de Cristiano, en cuya biblioteca se le veía antes de conversar con La Tercera, sumergido en La historia oculta del régimen militar. Reconocido estudioso del período de la UP, así como del arco 1938-1973, dice estar releyendo el referencial volumen de Cavallo, Salazar y Sepúlveda porque “la dictadura es un tema de mis clases y éste es un conjunto de crónicas de gran valor”.

En Chile actual usted constataba el “triunfo de la revolución capitalista” en los años de Pinochet. ¿Cabía para usted responder con una revolución de signo contrario? 

Hoy yo hablaría, más bien, de contrarrevolución capitalista. La revolución de Pinochet es una contrarrevolución que tiene que ver con eliminar el Chile de Frei Montalva y el de la UP. Al gobierno de Frei, en su tiempo, lo criticábamos mucho, pero creo que es necesario mirarlo con otros ojos. Hizo un conjunto de reformas de mucha significación, que la UP trató de llevar más lejos.

¿Tiene en curso algún examen del régimen de Pinochet, como lo ha tenido de los años de la UP y otros períodos? 

La dictadura marcó de un modo muy profundo la sociedad chilena actual. Y la Concertación, especialmente en los dos primeros gobiernos, aplicó políticas semejantes. Con Lagos se eliminaron los enclaves autoritarios, pero se aplicaron políticas semejantes. En el actual Gobierno ha habido un intento de girar desde una perspectiva neoliberal a una de carácter socialdemócrata. En el pasado, si uno lo piensa, “socialdemócrata” era un insulto.

¿Era casi un eufemismo para decir reaccionario?

Sí. Hoy es un eufemismo para decir “progresista”.

El mesianismo del que se acusa a la DC de los 60, ¿no es también atribuible al Mapu, donde usted militó?

Hay un mesianismo, hay la idea de ser la nueva izquierda, pero es una idea que finalmente fracasa. Podemos decir que ese Mapu que quería conducir a la nueva clase obrera termina por integrarse al PS y por ser, desde allí, uno más dentro de la Concertación. Algunos juegan roles preponderantes, como José Antonio Viera-Gallo.

También lo juega José Joaquín Brunner, con quien Ud. sostuvo una polémica muy encendida en 2001.

Podríamos decir que Brunner y [Rafael] Guilisasti se corren hacia una centroizquierda distinta, como podría pensar de sí mismo Andrés Velasco. Por lo demás, Guilisasti, Brunner y otros ex Mapu están con Velasco. Bueno, son tiempos nuevos también y hay grupos que tratan de generar una centroizquierda -o una centroderecha- liberal e intentan crear un nuevo partido con este nombre insólito de Fuerza Pública, en un mundo post comunista donde los reformismos avanzados de América Latina están también en crisis.

En este nuevo escenario, aparecen nuevas direcciones. Aparece un libro como Ecosocialismo, de Michael Löwy, que muestra que el mundo se diversifica y cobran importancia elementos que antes eran dejados de lado: el ecologismo, el feminismo. La palabra de uso corriente ya no es socialismo.

Situaciones como la crisis ambiental, ¿han desplazado el eje de sus preocupaciones políticas?

Creo que hay que pensar en un nuevo socialismo. El que pensábamos antes tenía dos elementos: socialización de los medios de producción y democracia de trabajadores o dictadura del proletariado. Hay que pensar en otro tipo de dirección. Una dirección que tenga que ver con las reformas ecológicas, para que el sistema social no vulnere la naturaleza en los modos que conocemos. Otra tiene que ver con el feminismo, con la aceptación de la diversidad sexual, de modos de vida que antes eran rechazados. Antes, uno se decía socialista y al mismo tiempo miraba a los homosexuales como una especie de lacra. Uno de los valores de Gladys Marín fue la apertura a esos mundos. Ya no se puede pensar en la no aceptación de la homosexualidad, así como no se puede pensar en Cuba como un modelo.

Si se acepta la diversidad sexual cuando ya no es muy aceptable rechazarla, ¿podría pensarse que hoy hay cosas que uno no entiende y que quizá va a aceptar en 30 años?  

Sí. No las sabemos todas. En los 60 creímos tener la verdad absoluta y eso era el marxismo y la revolución, y hacia allá tenía que caminar el mundo.

En la controversia con Brunner usted defendía una “democracia participativa” ante una de tipo representativa. ¿Qué tipo de partidos tendría esa democracia?

Una democracia participativa es una donde haya competencia interpartidaria, partidos que expresen todas las tendencias de la sociedad. La única condición es que sean democráticos.

¿Es un escenario muy distinto del actual?

Esto tiene que ver con la elaboración de una nueva Constitución. Y con una asamblea constituyente amplia, que comience en el barrio, en el lugar en el que la gente se encuentra, y que lo haga para discutir. La democracia tiene la virtud de que permite discutir y todos tenemos que buscar una democracia en la que se discuta más. Una democracia participativa es aquella en la que el ciudadano, agrupado en distintas entidades, puede plantear proyectos. Donde el ciudadano ejerce la soberanía. Donde las instancias de participación se diversifican. Hay que buscar formas más amplias de organización de la democracia.

Sus experiencias como generalísimo y precandidato presidencial, ¿las ve hoy como necesarias para un intelectual público? 

Necesarias, no.

¿Educativas, al menos?

Educativas, sí, porque lo obligan a uno a poner los pies en la tierra. Pero no necesarias. Hoy, prácticamente no tengo participación política muy decisiva. Lo último que había hecho fue escribir en The Clinic. Pero ahora que me dieron el premio, me he visto de nuevo como intelectual público. Nunca dejé de serlo, pero estaba menos visible, más en silencio. Eso sí, también soy intelectual público cuando hago clases.

Habiendo sido rector -y hoy profesor- de la U. Arcis, ¿cómo le toca su situación actual?

Lamento lo que ha ocurrido y espero que se puedan enmendar lo antes posible los errores graves que se han cometido. Ahora, el Arcis siempre tuvo problemas de financiamiento. Cuando era rector, me encontré alguna vez con que no podía pagar los sueldos. Creo que nunca ha habido una adecuada proporción entre alumnos y funcionarios: con 5 mil alumnos, había 100 funcionarios y después, con 800 alumnos, seguía habiendo 100 funcionarios. Eso produce desajustes horrorosos. Y yo dije en su momento que me pareció un error que personas del PC retiraran platas de la universidad.

La Tercera

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