Marcial Gala: «Trato de dar un bosquejo de la realidad cubana actual»

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El camino de Marcial Gala hacia la construcción de la identidad cubana

De visita al FILBA, el festival de Literatura de Buenos Aires, Gala (La Habana, 1965) se define a sí mismo como «un escritor cubano que publicó varios libros». Vive en Cienfuegos, el mismo escenario de su novela que por primera vez se publica en Argentina de la mano del sello Corregidor, y estudió arquitectura. Un dato no menor a la hora de construir La catedral de los negros, un texto edificado entre la plasticidad de los giros cubanos, coral, fragmentario y con una multiplicidad de sentidos en los que sumergirse.

Gala es elíptico e irreverente en su escritura, desacraliza y rompe paradigmas con una historia, que bien podría ser barrial, pero también es universal. El autor plantea la generación de conflictos -criminales, pasionales, raciales, homofóbicos y relacionales- a partir de la llegada de una familia a Cienfuegos, que pretende instalarse y construir un templo que supere toda monumentalidad.

«Es una novela sobre el fracaso y la capacidad del ser humano de vencerse a sí mismo», define en diálogo con Télam este trabajo donde, según la especialista en literatura caribeña, Celina Manzoni, se ven dos gestos de ruptura: «despliega formas inusitadas de la lengua popular, realiza un quiebre de la voz única del autor-narrador y abre una multiplicidad de voces que se van entrelazando en el chisme barrial».

Télam: ¿Cuál fue la idea motora de la novela?
Marcial Gala: Esta novela es parte de un ciclo que estoy por escribir con las que trato de dar un bosquejo de la realidad cubana actual, del 59 para acá. La catedral de los negros intenta de captar lo mucho de surrealista y barroca que tiene la realidad y lo que esa realidad ha hecho en el hombre cubano tras muchos años de búsqueda de la utopía del hombre nuevo, que resultó en parte, pero en gran parte no resultó.

T: ¿Por qué no resultó?
MG: Es como toda utopía. Construir un hombre nuevo en planes, en papeles y en filosofía funcionaba perfectamente, pero cuando se lleva a la práctica no se puede realizar porque el ser humano es un ser que, como decía Ortega y Gasset, depende de su circunstancia. Es difícil construir un hombre con valores utópicos porque, entre otras cosas, no existe la posibilidad de la policía del pensamiento, ni la forma de incidir en el pensamiento, todos somos diversos, lo que es bueno para unos, no es bueno para otros.

T: Esa diversidad la aborda en su novela a través de las voces, los giros y la fragmentariedad…
MG: Me identifico con autores que piensan que mediante el lenguaje pueden construir tanto como con descripciones, quizás por eso, hay una premisa fundamental: lo terrible no puedes narrarlo de manera terrible porque resultaría de un impacto tan grande que sería casi imposible de leer.

La novela parte de la anécdota de dos hermanos matando a su padre. Tenía deseos de narrar eso, pero de soslayo, donde lo importante lo va construyendo el lector. Es una historia de reticencias y elipsis y, a pesar de que lo que cuento es muy violento, trato de emplear la sugerencia con un lenguaje de la poesía llevado a la novela. Es una búsqueda de un relato construido por fragmentos, una especie de collage.

T: A partir de esto trata temáticas como la homofobia y la piel como territorios de conflictos…
MG: El tema de la homofobia y del racismo en Cuba son una constante fuerte que va más allá de voluntades políticas, en cierto modo está en la misma construcción de la nación. La cercanía o no al paradigma del blanco constituía el sitio donde se encontraban las personas. Una de las novelas que más define a la identidad cubana es «Cecilia Valdés», de Cirilo Villaverde, alguien que quiere pasar por blanca.

Durante mucho tiempo, los escritores cubanos han vivido a espaldas al tema negro, a pesar de ser una isla más mestiza que otra cosa. El racismo y la homofobia son cosas de las que casi no se habla. Al inicio de la Revolución y en la construcción de este hombre nuevo el hecho de ser homosexual era una especie de reblandecimiento, de defecto, que no era necesario para la construcción de la nueva sociedad. Se llegó a prohibirlos y reprimirlos con penas de cárcel. Las cosas cambiaron, pero aún queda mucho de esa impronta.

T: Y el cristianismo muy presente en su novela ¿qué papel juega?
MG: Sobre todo son las iglesias protestantes, muchas con base en Estados Unidos y Canadá, con una militancia que nunca ha tenido la iglesia católica que, con sus sacerdotes españoles, fue propia de la clase burguesa cubana, mientras que las protestantes son más sociales, van a lugares donde no van ni las organizaciones de masa de la Revolución. Es muy fuerte. Casi ningún cubano tiene alguien conocido que no sea adventista, metodista o bautista.

T: La novela ¿es una manera de enfrentar al intelectual con el espejo de sus orígenes?
MG: Es una manera de darle voz a los que no tienen voz. En Cuba hay una cultura muy marcada por lo jerárquico y piramidal. Últimamente ha tomado mucha fuerza que las personas quieran expresar su real opinión porque durante años hubo una especie de reglamentación que determinaba quién podía decir lo que piensa y quién no. Cuba es un país muy plural donde cada persona tiene una opinión y donde es muy difícil definir a las personas como negros, blancos, homosexuales o cubanos. Hay muchas maneras de construir una identidad y esa es una de las pretensiones de este texto, además de entretener.

A partir del derrumbe del campo socialista esa sensación de que Cuba era un lugar importante fue descendiendo y los cubanos se empiezan a dar cuenta de la diminuta dimensión de un país que tiene un eco fuerte, pero es un pequeño país. Ese deseo de traer la modernidad a una ciudad chica con un templo que emulara a los grandes templos del cristianismo es también uno de los elementos que mueve a la novela.

T: ¿Cómo analiza el proceso histórico que vive Cuba?
MG: A la larga, va a ser positivo. Porque Cuba se encuentra consigo misma y con la gente que tiene al otro lado. Pero también va a conllevar pérdidas de muchas cosas, no de valores, sino de seguridad económica. Va a ser difícil porque durante mucho tiempo los cubanos tenían a alguien que pensaba por ellos, una sociedad paternalista. Ahora va a cambiar, veremos.

T: ¿Las tragedias, como en su libro, se construyen o signan a las personas?
MG: Yo soy agnóstico, pero el reformador Juan Calvino con quien discrepo, pero en esto fue acertado, decía que el hombre es innatamente perverso y que sólo con una educación y preocupación puedes sacar a una buena persona. Parece muy pesimista, pero hace que la sociedad deba estar alerta sobre los monstruos que tenemos.

Esta tendencia hacia el mal de muchos personajes de la novela que parecen casi predestinados es lo que puede dar una sociedad cuando empieza a desmoronarse. Hay monstruos adentro, no somos buenos por naturaleza. La construcción del hombre nuevo cojea porque al eliminar la moral religiosa que era muy fuerte, con la caída del campo socialista y la pérdida de valores revolucionarios, el hombre nuevo se quedó sin una bandera que le diga ‘es por aquí’ y eso es lo que provocó y provoca en Cuba una gran pérdida de sentido.

Publicado en Télam
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