El 17 de Octubre contado por el propio Perón de la mano de Pino Solanas y Octavio Getino del Grupo de Cine Liberación

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«La revolución justicialista» y «Actualización política y doctrinaria para la toma del poder»: Memorias sobre los documentales históricos de Perón

Por Octavio Getino – Aparecido en revista “Desmemoria” Nº 8, julio-octubre 1995.

Existen experiencias personales que por el sólo hecho de insertarse en determinados acontecimientos políticos, forman parte, quiérase o no, de la historia de un pueblo. Ellos podrían mantenerse reservados en la intimidad de los recuerdos, desapareciendo con quienes las vivieron, o bien, trascender como parte de una memoria socializada. Dudé más de una vez sobre la importancia que podría tener la difusión de hechos experimentados hace ya casi un cuarto de siglo; sobre todo, porque parte de los mismos pueden ser motivo de utilización política con fines bastante ajenos de la objetividad histórica. Sin embargo, entiendo que su divulgación podría servir a quienes se ocupan de la investigación de nuestra historia reciente y de la reconstrucción de nuestra memoria nacional, con más rigor científico, sin duda alguna, que quién ha participado directamente de los hechos. Tal el propósito de estas notas.
17 de octubre de 1971 en Puerta de Hierro.
La noche del 17 de octubre de 1971, un grupo de altos dirigentes del justicialismo y de las «62 organizaciones», asistió en Madrid junto al Gral. Perón, a la primera proyección de un film que quienes integrábamos el núcleo inicial de «Cine Liberación» habíamos rodado algunos meses atrás. Se trataba de «La Revolución Justicialista», el primer capítulo de lo que ha sido el más amplio documento histórico filmado con Perón sobre su experiencia política y sus propuestas para el futuro del país. El extenso documento se completaba con otro capítulo, «Actualización política y doctrinaria para la toma del poder», de carácter más doctrinario, y que, junto con el primero, tendría una amplia difusión en la mayor parte del país entre los años 1972 y 1973.
La proyección se llevó a cabo en una amplia galería que daba sobre el extenso parque de la residencia de Puerta de Hierro, donde Perón pasaría los últimos años de su exilio en España. No faltaron a ella ni Isabelita, ni López Rega. Tampoco, algunos agentes de servicios de inteligencia, vestidos de civil, del gobierno franquista y de la dictadura militar argentina. Uno de estos últimos me fue presentado por el secretario personal de Perón, como un «leal amigo de la Policía Federal de nuestro país». En el grupo predominaba el optimismo por el recientemente anunciado regreso del General a la Argentina. Escuché algunos comentarios laudatorios sobre altos jefes de las FF.AA. que estarían tramitando los acuerdos para dicho regreso. Recuerdo también que Perón habló de Massera, como si estuviera entre ellos, refiriéndose a él, como «masserita». Entendí que lo hacía con un gesto amable de reconocimiento. Arriba de nosotros, en la planta alta de la residencia, se encontraban los restos de Evita, según la información recogida años más tarde.
En ese momento, los personajes, los diálogos, la situación misma, me resultaba entre inusitada y apasionante. Me sentía como en el mismo epicentro de los sucesos por donde transitaba la historia nacional. Me tocó hacerme cargo de la proyección, con una flamante copia en 16 mm y un viejo proyector cedido por la productora del español Elías Querejeta -uno de los empresarios más lúcidos del cine independiente de ese país- mientras que Fernando Solanas había quedado en Roma supervisando la edición del segundo capítulo del documental («Actualización…»). Transcurrida la proyección, y de regreso a la pequeña habitación de una pensión familiar que ocupábamos frente al Museo del Prado, pensé que algo nuevo había comenzado a ocurrir en Madrid, más concretamente en Puerta de Hierro, desde que habíamos iniciado, apenas diez meses atrás, las primeras conversaciones con Perón para la realización del proyecto. Tanto el General como quienes integraban su entorno más directo, explicitaban diversos cambios, todavía demasiado sutiles y contenidos. Tuve recién entonces la primera impresión de que esos cambios podrían incidir en la historia de nuestro país. ¿De qué manera?. Confieso que lo ignoraba por completo.
Los trámites para la concreción de la entrevista
La primera entrevista filmada que logramos hacer a Perón, único antecedente de los dos documentales referidos, se había llevado a cabo en Madrid en el transcurso de 1969. Ella contó con el apoyo del empresario argentino Jorge Antonio, residente entonces en España, y el rodaje estuvo a cargo de un integrante de «Cine Liberación», Carlos Mazar Barnett, radicado en ese país desde hacía algunos años. Se trató de un registro de alrededor de 3 minutos de duración, que acompañaría desde 1968 -sin que se le modificara ni un solo fotograma- la difusión clandestina en la Argentina de la segunda parte del film «La hora de los hornos» («Violencia y liberación»).
Perón tuvo expresiones muy contundentes en esa entrevista, que luego serían empleadas por Bernardo Neustad, desde uno de sus espacios televisivos, para atacarlo con igual o mayor contundencia; aunque, sin ofrecerle, obviamente, la posibilidad del hoy tan mentado «derecho a réplica». De ese modo utilizó en numerosas oportunidades -fuera del verdadero contexto histórico de la entrevista- aquella frase de Perón, dicha con tánta convicción como apasionamiento: «Al amigo, todo; al enemigo, ni justicia». Se estaba refiriendo a un enemigo para el cuál conceptos tales como «justicia» o «democracia» eran sinónimos de «subversión» y, por lo tanto, motivo de represión y censura.
La idea de realizar la extensa entrevista filmada al General surgió a partir de la experiencia hecha en la difusión de «La hora de los hornos». El impacto que produjo la misma en los jóvenes y no tan jóvenes militantes peronistas la imagen de Perón -inclusive en sectores ajenos a la militancia partidaria- estimuló la idea de trasladar a la pantalla las experiencias y las ideas del General. Recuérdese que en aquellos años su imagen estaba totalmente proscripta y que los odios hacia su figura y hacia su política, habían ocasionado bombardeos a la población civil (16 de junio del 55), desapariciones (cadáver de Evita), fusilamientos al margen de la Constitución y las leyes (basurales de León Surarez), muertes, torturas y persecuciones de todo tipo a militantes del peronismo y de otras fuerzas políticas. Por otra parte, los únicos medios a través de los cuales había llegado la palabra de Perón desde su exilio en el 55, eran mensajes escritos o cintas grabadas, los que más de una vez fueron motivo de suspicacia o desconfianza. La imagen y la palabra de General claramente sincronizadas en una pantalla podrían, en cambio, resistir cualquier tentativa de falsificación y se convertirían en el más irrefutable documento y puente de comunicación directa entre Perón y los argentinos. El proyecto se convirtió así en el hecho político-cultural más importante que podíamos asumir después de «La hora…»
El ex-teniente Julian Licastro que había sido expulsado poco antes del Ejército junto con Fernandez Valoni y otros suboficiales, fue uno de los principales promotores del proyecto. En 1970, visitó al General en Puerta de Hierro y consiguió proyectarle, con algunas dificultades técnicas, varios rollos de «La hora…», para dar una idea de la importancia que podría alcanzar un reportaje filmado destinado a adelantar su retorno al país, valiéndose de su propia imagen.
A finales de ese año fuí invitado por la Casa de las Américas, de Cuba, a participar como jurado de su conocido concurso anual literario. Acordamos entonces con Licastro, Solanas y otros compañeros, aprovechar mi obligada escala en Madrid, para tomar contacto con Perón y tratar de concretar el proyecto.
Al llegar a España llamé a Puerta de Hierro. Me atendió López Rega, que ya tenía alguna referencia sobre el tema, y me invitó a encontrarme con él al día siguiente. Fue la única persona con la cual hablé ese día, una vez traspasada la guardia de seguridad que controlaba la residencia. El secretario de Perón me «interrogó» con bastante cautela y amabilidad, sobre los propósitos de la entrevista. Le expliqué la importancia de la imagen y la palabra de Perón para las nuevas generaciones de argentinos, aquellas que no lo habían conocido directamente y que sin embargo se movilizaban -o daban su vida- en todo el país invocando su nombre. López Rega quedó al parecer satisfecho con mis explicaciones y prometió trasladarlas al General, quién, según él, se encontraba entonces fuera de Madrid. Fue así que acordamos un nuevo encuentro al regreso de mi viaje a La Habana
En esa época, la dirigencia política e intelectual cubana tenía suma avidez por conocer de boca de un peronista sus ideas sobre Perón y sobre la Argentina, avidez que había sido estimulada con la presencia y la prédica de John W. Cooke en la isla. Recuerdo un caluroso debate que tuvo lugar en la sede del Instituto Cubano de Cine (ICAIC), a finales de enero de 1971, en torno a la figura de Perón. Al igual que solía ocurrir en otros países de Europa y América Latina, los principales cuestionadores de la misma fueron nuevamente algunos intelectuales argentinos de origen marxista. En este caso, la visión más lapidaria sobre el General estuvo a cargo de David Viñas, quien, para hacerlo, recordó las relaciones de Perón con Pérez Gimenez, Trujillo y Franco, invocando a la vez su carácter de representante del «socialismo revolucionario argentino». (Como dato anecdótico, en nuestro regreso a Madrid, Viñas me confesó, que no lo tomara a broma, pero estaba obligado a alojarse en un departamento que quedaba nada menos que en… la Avda. Perón de esa ciudad).
Me consta que en la más alta dirigencia política de Cuba existía mucho interés en mantener sólidos puentes de diálogo con el General -no exentos de cierta cautela- y que en esa actitud había influido, de una u otra forma, la presencia del Che y, particularmente, la de Cooke. Ello hizo que el ICAIC me ofreciera la más amplia colaboración técnica en la realización del documental. No me preguntaron sobre la finalidad del proyecto, ni sobre los temas de la entrevista o la posición que tendría el General en relación a los mismos. El ofrecimiento no tuvo condicionamiento alguno y la confianza fue total. Mostraron así una actitud claramente distinta a la que habíamos observado en nuestro país, concretamente dentro del peronismo, cuando se trataba de utilizar la palabra de Perón. Las mezquinas disputas por el poder partidario o la habitual manipulación sectorizada de sus mensajes -características predominantes en ese entonces en el Movimiento- contrastaban fuertemente con el generoso ofrecimiento de los cubanos.
Sin embargo, pese al mismo, habíamos tomado ya la decisión de mantener absoluta independencia en todo lo relativo a la producción del documental. El proyecto debía realizarse de la manera más autónoma posible, involucrando sólo al Justicialismo y evitando cualquier otro compromiso con fuerzas políticas de otro signo y, menos aún, con otros países. Sabíamos, que en caso de transgredir esa decisión, se desnaturalizaría la finalidad principal del film y el sentido de transpariencia que queríamos darle a la comunicación de Perón con su pueblo.
Algunos dirigentes cubanos me entregaron obsequios destinados al General, entre ellos una caja de cigarros (sin saber que Perón no fumaba) y una edición de las obras completas del Che (que dudo que Perón haya leído realmente). Su comentario en Madrid, cuando me entrevisté con él por primera vez haciéndole entrega de los libros, fue observar la tapa de uno de ellos y murmurar «pobrecito…», con un tono reflexivo, casi paternal, que podía tener diversos significados.
Ese encuentro directo con el General, sin la presencia de ningún otro testigo (Isabelita y López Rega no aparecieron en ningún momento) fue para nosotros una formidable experiencia. Más aún, diría casi conmovedora, si se tiene en cuenta la pasión con la cual vivíamos muchos jóvenes el accionar político y cultural de ese entonces y lo que representaba Perón para nuestra visión de la liberación argentina.
Perón aprobó el proyecto con un lenguaje claro y sencillo, en el que puso la calidad humana y el poder de seducción que lo caracterizaban. Insistió sólo en no perder de vista el carácter del documental. En ese entonces, a diferencia de lo que sucedería pocos meses más tarde -cuando, al parecer, ya estaban avanzados los acuerdos con algún sector de la dictadura para su retorno al país- enfatizó en el sentido «histórico» que debería tener la entrevista y descartó cualquier especulación política sobre el tema. Destacó claramente ese día del mes de enero de 1971, que su palabra sólo podría servir a una labor de esclarecimiento si ella se difundía sin discriminación alguna en el conjunto de los argentinos. También parecía desear -aunque ello no se explicitó en ningún momento- que su prédica lograra repercusiones en otros países donde se advertían procesos de cambio, como Cuba, Chile y Perú. (Los dirigentes cubanos me habían encomendado especialmente que se les facilitara una copia del documental cuando estuviera concluido).
Aprobación del proyecto
De regreso en Buenos Aires, quedamos a la espera de una respuesta formal del General. Ella no tardó en llegar. Con fecha 10 de marzo de 1972, Perón nos hizo llegar dos cartas, una de carácter personal y otra destinada a los «Grupos de Cine Liberación», junto con un mensaje grabado para la juventud argentina.
En la carta que me dirigió insistía en el carácter histórico («un documento histórico gráfico de amplio contenido político») que debería guiar el contenido «de la película», agregando que dentro del mismo, «(podríamos) meterle todo cuanto les resulte a ustedes de interés». A continuación, pasaba a describir, capítulo por capítulo, los posibles temas que proponía desarrollar e incluía una probable duración de los mismos. En ningún momento fijaba normas o pautas a seguir, sino que trasmitía, con más humildad que autosuficiencia, sus ideas sobre el tema.
El destinatario del proyecto, según Perón, no debía ser el peronismo solamente, sino «el espectador (argentino) que debe juzgar». A su vez, en materia de formalización de su mensaje, creía conveniente evitar «la monotonía de una exposición larga y uniforme». De igual modo, entendía que el escenario más adecuado, podía ser el de «un parque amplio (el de la residencia) que en la primavera puede ofrecer un fondo excelente». Su interés por el proyecto quedaba ratificado cuando pedía en esa carta que se le avisase con suficiente anticipación «para permanecer (en Madrid) el tiempo necesario».
Ello dio como resultado el único documento de Perón -junto a la nota dirigida a los «Grupos de Cine Liberación»- que informa sobre su visión de la técnica fílmica, orientada en este caso a finalidades de «contrainformación» y de reafirmación de la memoria histórica.
Dos personalidades de la política peronista de ese entonces -ambas residentes en Madrid y a las que nunca habíamos tratado personalmente- colaboraron de manera activa con el proyecto, cada una según sus ideales o intereses. El empresario Jorge Antonio fue, sin duda, la principal. El estaba convencido que el documento fílmico de Perón podría convertirse en su principal «testamento histórico y doctrinario» para las nuevas generaciones -de ningún modo sospechaba, al igual que nosotros, de su próximo retorno al país- y que la imagen filmada sería un documento irrefutable, muy superior en efectividad persuasiva a sus cartas y cintas grabadas. Adelantó, además, los recursos económicos para la producción -en la que «Cine Liberación» aportaba su trabajo técnico y profesional- tras el compromiso de la conducción del Movimiento Justicialista y de las «62 Organizaciones», de hacerse cargo de los mismos (compromiso que luego no se habría llevado a cabo). La producción estaría en consecuencia, a cargo del Movimiento y nosotros no percibiríamos honorario profesional alguno por nuestro trabajo. Pero nos reservábamos el derecho de difundir por nuestros propios medios copias de los documentales entre todos los agrupamientos políticos peronistas que lo requiriesen, sin restricciones de ningún tipo.
Todo esto quedó formalmente documentado en un convenio interno entre Jorge Antonio y «Cine Liberación», en el que se invocaban los acuerdos ya preestablecidos con la conducción del Movimiento. Una de esas copias fue entregada a Perón y la que nos correspondía, desapareció entre otros documentos y pertenencias personales, cuando en el 76 grupos parapoliciales, que respondían presuntamente a López Rega y otros altos funcionarios, asolaban miles de domicilios en todo el país. Entre ellos, el mío, ubicado entonces en el Gran Buenos Aires.
La otra personalidad que colaboró con el proyecto, fue Héctor Villalón quien tenía fácil acceso a la residencia del General. Ignorábamos sus ocupaciones, aunque poseíamos información de que tenía buenas relaciones con los cubanos (al parecer, habría sido su intermediario en la comercialización internacional de tabaco) y con algún sector del mundo árabe. Villalón se mostró siempre interesado en facilitar nuestro trabajo dentro de la residencia, previendo cualquiera intromisión que pudiera afectarlo. A diferencia de Jorge Antonio que estaba fuertemente enfrentado al secretario personal de Perón y mantenía prudente distancia de Isabelita, Villalón parecía familiarizado con ellos y los visitaba con cierta asiduidad. Los encuentros entre Jorge Antonio y el General -me tocó ser testigo, a distancia, de uno de ellos- se realizaban a puertas cerradas y con cierta periodicidad, en las oficinas que éste poseía en la avenida Castellana.
La elaboración final del temario de la entrevista la hicimos junto a Solanas y lo ajustamos con el General en la conversación que tuvimos en Madrid, el 23 de junio de 1971, días antes del inicio del rodaje. Más tarde, en la etapa de realización del documental se incorporó a la filmación Gerardo Vallejo. Recurrimos a la apoyatura técnica de un reducido grupo de confianza que integraban técnicos de la empresa madrileña del productor vasco Elías Querejeta, enemigo acérrimo del franquismo y, en consecuencia, muy desconfiado y crítico del Perón «protegido» por Franco, pero solidario con nosotros y con el proyecto durante la etapa de rodaje.
La realización y el contexto de la entrevista
Definidos con el General los términos de la entrevista, ella se llevó a cabo en el interior de la residencia de Puerta de Hierro entre junio y julio de 1971. La última jornada de rodaje se llevó a cabo el día 10 de ese último mes.
La situación que vivían en ese entonces, tanto España como nuestro país -uno, sometido al régimen franquista y el otro a la dictadura militar- nos hizo tomar diversas medidas para garantizar la terminación del proyecto. Estábamos convencidos que el mismo podría representar cierto nivel de amenaza para algunas fuerzas políticas y económicas, dentro de la Argentina y fuera del país. Sospechábamos, y creo que con justa razón, que en el interior de la residencia de Perón existían conexiones con distintos servicios de inteligencia, fueran ellos argentinos, españoles o de otras nacionalidades.
Las vinculaciones casi explícitas del secretario personal de Perón con funcionarios de la Policía Federal y de sectores locales de las FF.AA. -particularmente de la Armada- nos obligó trabajar en condiciones de alguna manera forzadas. Diariamente debíamos encomendarle a López Rega la vigilancia de las latas supuestamente recién filmadas -y por ello impedidas de abrirse- mientras que, al mismo tiempo procedíamos a retirar en nuestros bolsos los rollos efectivamente rodados. Rollos que serían trasladados luego a Italia para su procesamiento en laboratorios romanos. Si López Rega no nos inspiraba ninguna confianza, los laboratorios madrileños tampoco parecían ser entonces un lugar seguro para el proyecto.
En Roma, donde trabajos entre julio y septiembre de 1971, contamos con el apoyo de otro director de producción cinematográfica, Francesco Orefici, una persona altamente solidaria con nosotros, aunque escéptica y desconfiada también -al igual que Querejeta- de la figura de Perón. Orefici había trabajado al lado de Roberto Rosellini, figura heráldica del neorrealismo y del cine italiano y ahora lo hacia con su hijo Renzo, simpatizante de todo movimiento «contestario» en el campo de la cultura y del cine; y en consecuencia, seguro aliado nuestro durante el trabajo de montaje en Roma.
En esas jornadas entre Madrid y Roma, asistimos como testigos involuntarios a las dificultades y tensiones que ya se adelantaban en el interior del Movimiento. Es el caso de los duros enfrentamientos entre Rodolfo Galimberti y Norma Kennedy en el sótano de un restaurante madrileño, mientras tratábamos ingenuamente de interceder en favor de la unidad del peronismo. O también, las maniobras cómico-patéticas a las que debíamos recurrir para que, por ejemplo, Rodolfo Vitar, en ese entonces dirigente cordobés de la juventud peronista, pudiese entrar con nosotros como «fotógrafo de filmación», sorteando la prohibición a la que lo había condenado López Rega para encontrarse con Perón.
También en Roma aparecieron algunas situaciones relacionadas con ese contexto. Recuerdo, por ejemplo, la visita que hice a pedido de López Rega a un «buen amigo del peronismo», y que según supe más tarde, se trataría de una figura vinculada a grupos filofascistas. Eso fue al menos lo que me confesó, hondamente preocupado, un conocido crítico italiano, simpatizante de «Cine Liberación» y director en ese entonces la Muestra Internacional de Cine de Pesaro, cuando le describí la conversación mantenida con el «amigo del peronismo». (Inclusive, si la memoria no me engaña, dicho personaje integraba ya la logia masónica «Propaganda Due», más conocida como «P-2» y que recién salió a la luz en los últimos años).
En respuesta a mis palabras entre ingenuas y desprejuiciadas, nuestro buen amigo confesó entender menos que nunca el «fenómeno» peronista y nuestra participación en el mismo. La única interpretación que intentaba darse al respecto, tenía como referencia el «realismo mágico» que en esos años habían impuesto en Europa algunos escritores latinoamericanos.
La imagen de Perón como espacio de poder
Para nosotros estaba claro desde el principio, según lo acordado personalmente con el General y ratificado en el documento que se firmó con Jorge Antonio en base a lo convenido con la conducción del Movimiento, que el documental sería difundido sin restricción alguna entre todas las agrupaciones políticas del peronismo que lo requiriesen. También en otros sectores del país o fuera del país, evitando todo tipo de discriminación. Inclusive, entre los sectores más duros y combativos del peronismo, aquellos que el General definía como sus «formaciones especiales» y de los cuales nos hablaba casi paternalmente una tarde, en la planta alta de la residencia -en un tono parecido al que tenía cuando se refería al Che como «pobrecito»- mostrándonos un facón de plata que, según nos dijo, le habían enviado los «Montoneros».
Pese a esto, la entrevista estuvo a punto de fracasar. Al promediar la misma, López Rega nos invitó a Solanas y a mí a un almuerzo en un lujoso hotel de la zona residencial de Puerta de Hierro. Participó también del mismo Jorge Paladino, quién estaba comprometido directamente con la producción del documental en su carácter de representante político de Perón en la Argentina.
Bajo el cálido sol madrileño, y a corta distancia de una pequeña pileta en la que retozaba Brigite Bardot con dos jóvenes pelilargos, el secretario personal de Perón y su representante político nos felicitaron calurosamente por la labor que habíamos emprendido, destacando sobre todo nuestro «profesionalismo técnico-cinematográfico». Este podría ser de suma utilidad al General cuando regresase al país, hecho que no tardaría en concretarse.
Fueron dos las sorpresas recibidas en ese encuentro y que confirman la ingenuidad con que algunos militantes del peronismo nos movíamos entonces. Una de ellas, era la del anuncio del próximo regreso de Perón a la Argentina, que nosotros entendíamos como inviable durante la dictadura y que nuestros compañeros de mesa daban ya por hecho. López Rega nos juró que el retorno se daría antes de un año y para probar sus conexiones con la dictadura argentina, nos señaló que había recibido informaciones fidedignas de los servicios de inteligencia sobre nuestros presuntos orígenes «marxistas», rápidamente desestimados por él, por cuanto Perón nos había avalado claramente cuando aceptó nuestro proyecto.
Otra de las sorpresas estuvo dada por el pedido explícito de López Rega -Paladino se limitaba a asentir con algunas interjecciones- de que le derivásemos el manejo político del documental, apenas estuviera concluido. Nuestra gestión quedaría así limitada a lo específicamente cinematográfico, campo éste donde nosotros, según nos reiteró, podríamos tener un futuro muy promisorio con Perón en el gobierno.
Ambos temas nos tomaron de improviso. En lo referente a la tentativa de López Rega de reservarse la exclusividad de la distribución del documental, la sorpresa fue menor. Ella confirmaba lo acertado de nuestra decisión, cuando habíamos resuelto procesar la película fuera de su alcance. Sin embargo, nos asombró la forma abrupta de la propuesta. Con más razón aún, cuando acabábamos de realizar ese día una de las habituales jornadas de trabajo con el General sin que hubiera aparecido alguna insinuación sobre lo que su secretario nos estaba proponiendo ahora.
Solo atinamos a ratificar enérgicamente nuestra decisión de cumplir lo acordado con el General, es decir, garantizar la distribución del documental entre todos los argentinos que estuvieran interesados en verlo. Suponíamos que la propuesta formulada por López Rega era una maniobra exclusiva y excluyente de su parte -Paladino no tenía significación alguna para nosotros- y que había sido hecha sin consulta alguna a Perón. Hoy no estoy tan convencido de esto último, como sí lo estábamos aquel día del verano del 71, cuando dimos por terminada la conversación supeditando la continuidad de nuestro trabajo a la decisión que el General tomara al respecto.
Apenas traspusimos al día siguiente el control policial de la residencia, fuimos al encuentro de Perón para pedirle hablar a solas con él. Queríamos hacerlo bajo los árboles del parque, distanciados de la residencia, y al margen de los eventuales escuchas que suponíamos existían dentro de la misma. Aceptó con la amabilidad de siempre y nos guió hacia el exterior del edificio. Le expusimos entonces, no sin cierta inquietud, la conversación mantenida con su representante político y su secretario personal, solicitándole una ratificación o una rectificación de los términos del proyecto. La decisión sobre el tema le correspondía, obviamente, por completo, pero queríamos conocer en forma directa, a través de sus palabras, si se habían producido cambios entre el momento que aprobó el proyecto y el actual, cuando estábamos promediando su concreción.
Perón volvió a conmocionarnos una vez más, despejando -al menos en ese momento- las dudas que se habían desatado el día anterior. Bajo los árboles del parque, con un grabador de sonido que Solanas puso rápidamente en marcha, el General ratificó que sólo a él le correspondía decidir sobre la divulgación de su mensaje. Este, tal como habíamos acordado en un inicio, debía llegar a la mayor cantidad de argentinos y, de ser posible, a otros países de América Latina y del mundo.
Mientras Perón nos hablaba, observamos a López Rega desplazándose hacia nosotros, medio oculto entre los arbustos, para entrometerse en una conversación a la cual no estaba invitado -un dato más, sobre su creciente ingerencia en el entorno del General- aunque sólo se limitó a decir que habíamos entendido mal sus palabras. La difusión del documental sería tan libre como Perón ordenaba y no tendría discriminación alguna. El, acotó, sólo había querido contribuir, junto a Paladino, a mejorar el uso político de la difusión. Pese a su actitud de firme obediencia al General, percibí que su intromisión en la conversación era un claro avance, y que ella no hubiera sido previsible algunos meses atrás. Algo, había cambiado en la cotidianidad de Puerta de Hierro, pese a que no tuviéramos en ese entonces ninguna explicación convincente sobre el tema.
Esa mañana se definió la suerte del proyecto. Concluimos la entrevista y procedimos a entregarle al General una trascripción de los textos grabados que irían en el documental, así como de los que estarían a cargo nuestro. También le señalamos las imágenes y los títulos que acompañarían cada texto. Hizo una sola observación. Sugirió prescindir, de entre las figuras que considerábamos prominentes en el proceso de liberación de América Latina, del nombre de Juan Bosch. Sostuvo que la historia del dirigente dominicano estaba marcada por fuertes contradicciones y reafirmó que la revolución justicialista sólo podía referenciarse en líderes auténticos, como eran los casos de Allende en Chile, Fidel en Cuba y Velazco Alvarado en el Perú.
Allí concluyó nuestro diálogo con el General en la etapa de filmación. Volvimos a encontrarnos con él el 17 de octubre de ese mismo año para proyectarle «La Revolución Justicialista», primer capítulo terminado de la larga entrevista. Ví lagrimear a Perón, en la penumbra de la galería, durante la escena que documenta la muerte y el sepelio de Evita. Tras la proyección hubo fuertes aplausos de la dirigencia sindical y política del Movimiento. No podíamos distinguir entre aquellos que procedían de una verdadera lealtad al General y los que respondían a una conocida obsecuencia.
Isabelita y López Rega también nos felicitaron efusivamente. En el caso del secretario de Perón, éste confesó su «agradable sorpresa» por la manera respetuosa con que habíamos tratado el mensaje del General. Se franqueó confesándonos, que en algún momento había desconfiado sobre nuestras intenciones; llegó a sospechar que sólo queríamos manipular la imagen de Perón (y la misión de su vida era la de protegerlo, tal como nos había dicho en otras oportunidades).
Isabelita, por su parte, sostuvo que estaba realmente conmovida, tanto por la figura de Evita, a la que reiteradamente destacó -recuérdese que el cadáver de Eva Perón se hallaba en esos momentos en el interior de la residencia- como por la claridad expositiva del General y, sobre todo, por su imagen «realmente linda y rejuvenecida».
La imagen de Perón en el país: anticipo de su retorno
Al cabo de algunas semanas, finalizando el año 1972, los documentales históricos de Perón comenzaron a difundirse clandestinamente en el interior de la Argentina. Diversos agrupamientos del peronismo se responsabilizaron de la utilización de las películas. Unos diez duplicados («dups») del negativo del documental y cerca de cincuenta copias del mismo, dieron a este proyecto una envergadura política nunca alcanzada hasta ese momento en los circuitos de cine militante.
Pocos meses después, y de manera imprevista para nosotros, un canal de televisión de Buenos Aires, difundió pequeñas escenas del documental. Ello tuvo lugar en el Canal 9 de Alejandro Romay y estuvo a cargo de Bernardo Neustad, nueva confirmación de los acuerdos que se estaban realizando en las más altas esferas del gobierno para preparar el regreso de Perón.
Aunque nunca supimos la razón por la que esas imágenes habían llegado a manos de Neustad y de Romay -sólo caben algunas suposiciones al respecto- lo cierto es que el conductor del programa, para sorpresa de millones de argentinos, presentó escenas de la entrevista, como si ésta se estuviera desarrollando en ese momento, vía conexión satelital con Puerta de Hierro.
Neustad se limitaba a formular determinadas preguntas -con respuestas que conocía, dado que había visionado previamente el material- y Perón se limitaba a «responder» automáticamente a las mismas. Pese a la manipulación grosera del material, el impacto fue tremendo. Por primera vez en 17 años, la televisión argentina difundía la imagen del General. Poco importaba entonces que en una respuesta, Perón apareciera vestido de traje en el escritorio de su despacho y que en la respuesta siguiente lo hiciera en guayabera, bajo los árboles de un frondoso parque. Los detalles y la manipulación eran lo de menos. Neustad proponía un determinado sentido a la lectura de las palabras de Perón, y los argentinos decidían el sentido real de dicho mensaje, según la memoria político-cultural de cada uno.
Reflexiones finales (de valor provisorio)
Al rememorar los hechos vividos entre enero de 1972 -fecha del primer encuentro con Perón- y octubre de ese mismo año -primera proyección del documental en Puerta de Hierro-, surgen algunas reflexiones de valor puramente especulativo. Ellas se originan en la percepción -antes que en la convicción nacida de pruebas constatables- de que en ese lapso de diez meses, aparecieron situaciones no previstas inicialmente y que ellas incidieron en las intenciones de Perón -y particularmente de su entorno más inmediato- para redefinir el sentido original del proyecto. Si en un inicio la propuesta de Perón era registrar su imagen y su palabra para que ellas pudieran llegar a todos los argentinos y también a otros pueblos de América Latina y del Tercer Mundo -intención clara de afirmar su liderazgo en dicho campo- bastarían apenas seis meses (enero-junio) para que López Rega se propusiera manejar personalmente la difusión del documental, y no ya para una finalidad «histórica», sino con propósitos políticos bien definidos y sectorizados.
Es posible que en enero de 1972 Perón no estuviera convencido de su retorno al país, como no lo estábamos tampoco nosotros ni la mayor parte de quienes promovimos el proyecto. Precisamente por ello se puso en marcha la entrevista. Ella no hubiera tenido importancia alguna si se hubiera previsto el regreso del General al país y al gobierno para poco más de un año más tarde. Lo que el General había registrado con nosotros, podría hacerlo con mucho más ventajas de toda índole, teniendo la autoridad de gobierno sobre la mayor parte de los medios audiovisuales.
El cadáver de Evita no estaba en la Residencia cuando iniciamos la primera conversación. Pero sí, el día de la primera proyección del documental, según los datos ahora existentes. Los trámites desarrollados por Paladino, López Rega y otros, con sectores de las FF.AA. para el retorno de Perón, tampoco tenían en enero de 1972 el mismo desarrollo que parecían haber alcanzado en junio de ese mismo año, cuando ambos nos afirmaron la inminencia del viaje de regreso del General. Menos aún, el que tendrían en el mes de octubre. Bastaron muy pocos meses para que el proyecto cambiara rápidamente de sentido y de significación. Ese proceso fue simultáneo al de los acuerdos de Perón con el gobierno militar, dentro de los cuales no es difícil suponer la firme decisión del viejo líder de regresar al país, con la condición de que se le reconocieran todos los honores y derechos que legítimamente le correspondían.
Si sus enemigos lo habían echado del gobierno y del país, como si se tratará de un depravado y un corrupto, Perón intentaba -y lo logró- restituir ante los argentinos y sobre todo, ante quienes se habían ensañado con su figura, la dignidad histórica -a la vez que personal- que siempre tuvo ante su pueblo. Pero si los cambios que nosotros percibimos en apenas diez meses habían sido importantes, los experimentados por el país entre 1955 y 1973 lo eran mucho más todavía. El General se encontraría a su regreso con una sociedad muy distinta de la que él posiblemente se imaginaba. Una situación de desencuentro que se prefiguró en algunos hechos vividos durante la entrevista, aunque no tuviéramos entonces una clara conciencia de los mismos.
Al cabo de casi un cuarto de siglo de esa experiencia, es posible suponer que en aquellas tensiones vividas en Madrid en torno a quienes podían acceder o no a su imagen y a su palabra, se preanunciaban las sangrientas horas de Ezeiza y la salvaje disputa en torno a un palco donde el imaginario colectivo esperaba reencontrarse con su líder.
Asimismo, la complicidad del entorno inmediato de Perón con sectores de las FF.AA. y de la represión argentina para establecer las condiciones de su regreso ¿no pudieron ser una un claro anticipo de los acuerdos de López Rega -y de otros- para la creación de las «Tres A» y los nefastos días del Proceso?
No es la finalidad principal de estas notas sacar conclusiones definitivas sobre los hechos referidos. Ellos han sido expuestos con la mayor objetividad posible, a la cual no le es ajena cierto grado de subjetividad involuntaria aparecida con los infaltables tamices del tiempo y la nostalgia. Quizá los aportes de quienes están dedicados a la investigación histórica, puedan servir para limpiar y transparentar -con mayor distanciamiento y lucidez- el ríspido campo donde toda memoria se instala. A ello se orientan precisamente estas notas y reflexiones. También los interrogantes que son implícitos de las mismas.

Observación final:
Los negativos de la entrevista filmada con Perón, nunca volvieron al país. Se encuentran en algún lugar de Italia esperando que el Movimiento Justicialista -comprometido en su producción- o el actual Gobierno, que invoca esa doctrina- decidan repatriarlos. Entiendo que para ser respetuosos con la memoria de quien condujera felizmente los destinos del país durante buena parte de este siglo, debería imitarse su claro ejemplo. Aquel que dio cuando siendo ya nuevamente Presidente de la Nación dispuso por Decreto, en 1973, la repatriación de los negativos de las películas que, a causa de la dictadura militar, debieron procesarse en el exterior y se encontraban retenidas fuera del país. Fue el caso de «La hora de los hornos» de Fernando Solanas y de «El camino hacia la muerte del viejo Reales», de Gerardo Vallejo. Obras producidas en la misma época en que «Cine Liberación» llevó a cabo lo que, personalmente, considero fue su experiencia político-cultural más importante.

Buenos Aires, noviembre 1994.

Fuente: Blog de Octavio Getino

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