Un estudio completo del arte de Delia Weber

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En Contexto
Delia Weber nació en República Dominicana el 23 de Octubre de 1900. Fue una mujer que como las grandes personalidades de su tiempo conjugó el empeño intelectual, la batalla en el campo político y social y el talento artístico. Fue una de las primeras feministas y como tal, una luchadora por el voto femenino. Poeta, dramaturga, cuentista, además una notable pintora , Weber también protagonizó la primera película dominicana “La emboscada de Cupido”. Su obra poética incluye Ascuas vivas (1939),Encuentro (1939), Apuntes (1949), Espigas al sol (1959), Estancia (1972); dos obras de teatro Los viajeros (1944) y los Bellos designios/Lo eterno (1949) y un texto narrativo Dora y otros cuentos (1952). Ha sido reconocida por su labor como artista plástica y su lucha por los derechos de las mujeres está reflejada en el documental «Las sufragistas» de Jatnna Tavares

Por Ylonka Nacidit Perdomo

Delia Von Weber (Delia Weber) nació en Santo Domingo el 23 de octubre de 1900, y falleció en la misma ciudad el 28 de diciembre de 1982.

Hasta la edad de ocho años no asistió a escuela pública o privada. Ingresó a los doce años en el Liceo Núñez de Cáceres. En 1914 recibe el diploma titular que la acredita como Bachiller en Estudios Primarios Superiores. En 1918  obtuvo el título de Bachillerato en Ciencias Naturales, y más tarde se graduó como Maestra Normal.

Delia  Weber publicó sus primeros poemas en 1918, en la Revista Fémina que dirigía la Maestra Normal Petronila Angélica Gómez, desde la sultana del Este,  San Pedro de Macorís; era asidua colaboradora de El Diario, de Medellín;México Moderno de México; El Ateneo de Honduras; Proa de Buenos Aires; La Democracia de New York, y de otros diarios de América del Sur.

Delia  Weber en 1923 en una carta que enviara al crítico colombiano Bernardo Uribe Muñoz (y que,  posteriormente,  se publica nueve años después  en la edición del 16 de enero de 1932 del periódico El Diario, de Medellín), Delia escribió: “En 1917… absorbía por esos días mis actividades intelectuales la pintura que hoy como entonces es mi mayor pasión. Pero la carencia de medios en nuestro país, me ha hecho abandonarla… Mi temperamento, genuinamente contemplativo y exaltado en la soledad de su sueño, se refugia, por así decirlo, en sus concepciones, cuyo carácter un poco fantástico vine a justificar el hecho de la carencia de escenario… Este es… uno de los elementos que… ha determinado en mi obra literaria el predominio, casi absoluto, del elemento irreal…”.

Luego de concluir su actuación como primerísima actriz en la película “La emboscada de Cupido” realizada por Francisco Arturo Palau en 1923, Delia se une en matrimonio a  Máximo Coiscou y Henríquez (1898-1973), hijo del doctor Rodolfo Coiscou, primo de Pedro Henríquez Ureña, con quien procreó cuatro hijos. Vivió diez años en Europa (entre Viena, París y España), acompañando a su esposo cuando se desempeñaba como diplomático, y era Jefe de la Misión  Oficial Dominicana de Investigaciones en los Archivos de España y de Francia.

Fue fundadora del Club Nosotras (1927) y de la Acción Feminista Dominicana (1931), liderando  el movimiento feminista dominicano junto a Las Sufragistas.

Posteriormente, en medio de las tensiones políticas y luchas por alcanzar el derecho al sufragio, en 1942 contrajo segundas nupcias  con el profesor universitario, el exiliado español  Álvaro Cartea Bonmatí.

Su obra edita e inédita  incluye poemas dramáticos y líricos, cuentos, ensayos, notas críticas y comentarios de pintura, apuntes o crónicas de viaje, artículos sobre derechos de la mujer, pensamientos místicos, y guiones de comedias para cine. Su bibliografía publicada comprende cinco poemarios Ascuas vivas (1939),  Encuentro (1939), Apuntes (1949),Espigas al sol (1959), Estancia (1972); dos obras de teatro  Los viajeros (1944) y los Bellos designios/Lo eterno (1949) y un texto narrativo Dora y otros cuentos (1952).

Estudió pintura en la Academia de Abelardo Rodríguez Urdaneta, luego con Adolfo Obregón, y Celeste Woss y Gil. Obtuvo premios de pintura en el Concurso Eduardo  León Jiménes  en los años de 1970 y 1971.

I. ALGUNAS APRECIACIONES SOBRE EL ARTE DE  DELIA WEBER. La obra pictórica  de Delia Weber requiere para su comprensión, estudio y análisis dividirla en tres etapas. La primera va de 1920 a 1930, la segunda se registra de 1930-1960, y la tercera de 1960-1980. Esta última se bifurca en dos direcciones: por un lado, hallamos una tendencia impresionista, y por el otro,  un expresionismo lírico abstracto.

A la primera etapa de la obra pictórica de Weber corresponde un óleo realizado y fechado en París en 1918. Los colores del mismo son ocres, e inicia una tendencia en la artista de monocromía de figuras: mesas arrimadas a la pared con floreros u otro tipo de adorno. Algunos de los trabajos parecen ser producto de una mediación afectiva, puesto que,  hay en ellos un suspenso de la luz imperceptible.

II. ETAPA DE  1930-1960. La segunda etapa de “el arte de Delia Weber”  se caracteriza por el academicismo, inclinación hacia los elementos de la clasicidad, y por su marcada tendencia al retratismo y a la pintura de naturaleza muerta.

En este período  Weber evidencia sus dotes de pintora. El tema es el retrato, rostros sobrios, rostros en un entorno melodramático, rostros impasibles, rostros expectantes, rostros de severa composición, densos, complejos.

Pero también están presentes los bodegones, la solemne sobrerrealidad de las tonalidades oscuras con una función estelar en la aspiración weberiana de alcanzar la profundidad de los negros y la profundidad del ocre.

Entonces la creación estética weberiana se encontraba inmersa en un mundo auroral de frustraciones y triunfos, significando una forma mística de identificar su huida romántica con la identificación del hombre en sus singulares mundos sociales.

La tonalidad de sus cuadros y la atmósfera enigmática de los rostros a través de marrones oscuros, no nos sugieren ni movimiento ni transfiguraciones, sólo meditación o un destino alterno. Las gradaciones de claroscuro son prácticamente inexistentes en este período. La figura permanecerá definida, plasmada sin ningún tipo de fuga, reposada, tal vez, sin conciencia.

Weber ha llevado al lienzo su idea de temporalidad, el tiempo mítico y el tiempo psicológico de su ahora, puesto que, entonces no era espectadora de ninguna hipótesis, sino que su existencia tenía una frontera movediza: lo inhabitual, el oculto mundo colectivo.

Sin embargo, Weber crea una obra absolutamente explícita, de advertencia, de identidad circunscripta a lo dramático.  Su  lienzo El Arrepentido (1930), es una pintura excepcional. Es indudablemente un monólogo de desilusión. El “hombre nuevo” no existe, no está presente allí, a pesar del título de la obra.

Weber nos presenta en el lenguaje de los colores un fragmento irónico, crítico, degradado de la vida cotidiana  que habita, a la cual está sometida. Esta es una pintura que presagia la catástrofe, el accionar sonámbulo, la decadencia de los valores, en la cual la multitud estará provista de signos vacíos, de cánones donde el yo ya no entiende al otro.

Si se examina esta pintura podría decirse que, la misma es el reflejo de una trilogía de realidades: la debilidad humana que se arrastra a un no-saber-aún, que son las fuerzas desconocidas; por otro lado: la insensatez o inconciencia ante el absurdo, y por último: el problema del ya-saber como alegoría al andar sonámbulo.

Esta pintura de Weber es realista, objetiva y de una calidad indiscutible. Su título abarca con exactitud de manera directa e indirecta la derrota de los valores humanos y de los valores estéticos, la anulación de las facultades éticas del individuo,  y las consecuencias del juicio implacable que trae el después en la vida de quienes son  débiles de carácter y de temperamento. Es una obra sin ornamentalismo superlativo.

Una valoración estética de la misma nos permite observar que  el rostro es  una imagen de un hombre que transmite en sus rasgos delineados de manera fluyente, una composición definida, la perfección de los trazos y el cuidado de los detalles. Las sombras oscuras son el símbolo de la desolación, de la ausencia señalada, de la experiencia culposa, de la alucinación tardía.

El hombre de este cuadro parece masticar su memoria, el máximo mal, las instancias del presente, el callado hoy con el vaso  y el trago.

Lo extraordinario de este lienzo es, que su atmósfera envuelve una constatación del instante que desaparece. El instante existencial captado por Weber es, la nostalgia como origen primigenio del desaliento, como des-ocultamiento del ente o un acto beatífico halado por el misterio.

Este cuadro está fechado en 1930. Se desconoce qué tiempo Weber trabajó en el mismo, pero se sabe que posó para su realización el también pintor Javier (o Xavier) Amiama, que se “autoexilió” en Haití, según nos explicara don Enrique Coiscou Weber, hijo de la autora, en 1995.

Parece ser que el arte de la pintura resulta para las poetas  una manera  de reflexionar  para   narrar los asuntos de su cotidianidad,  las circunstancias halladas en su existencia, la acción de su escritura como contrapartida a su realidad provista de simultaneidades, o bien,  resúmenes subjetivos y proemiales buscados.

El arte visual les ahorra palabras a sus consideraciones metalingüísticas, a su contemplación, a su “modestia”  afectiva, a su discurso o al desaliento, a veces,  de ser testigo de sí misma o de sus temores intuidos.

La pintura es un recurso plural para colocar a la palabra en posición invertebrada, y  enunciar a la ficción; quizás sea un “modus” para generalizar sus  textos o  vincularlos a los signos cromáticos.

Zoilo A. Ulloa escribió en 1942 en edición la “Dominical” de la Revista Nacional Dominicana: “Delia Weber es una escritora consagrada… el amplio salón de su hogar está lleno de sus soberbios cuadros y como descuella en los colores de los paisajes, también descuella de una manera magistral como retratista, en cuyas pinturas revela un gran temperamento artístico, no por la pureza de las líneas sino por la rigurosidad de los detalles. En los cuadros de naturaleza muerta, su pincel es de una vivacidad sorprendente”.

DELIA WEBER NO PINTA DESNUDECES. En la segunda etapa del arte de  Delia Weber, que corresponde  de 1930 a 1960, hallamos una variedad de bodegones.

Son óleos, algunos de estudio o investigación; otros,  elaborados en  tonalidades ocres de gran intensidad. Weber en éstos combina una síntesis formal de la naturaleza través de los siguientes símbolos: frutas, flores, mesas, lámparas, candelabros, jarrones… son reiterados con un interés  emotivo-conceptual.

La retina del espectador conocerá en esta tendencia temática que, la paleta de Delia Weber la integran cuatro colores: el verde, el amarillo, el marrón, el negro y el rosado.

Weber no pinta desnudeces. El universo para ella, entonces, no está desnudo, ni tiene complejidades; no hay instantes inconclusos en su cotidianidad, sólo rutina en sus manos, reconocimiento de las cosas, aceptar reflejar la luz; nada se mueve, todo está inmóvil, demorado. El espacio son sólo los cuerpos, los objetos mirados-buscados, el ojo-avizor, las formas inequívocas, los contornos proporcionados por la perspectiva lineal o geometral de la visión.

En esta etapa el espacio es para Delia  racional y homogéneo. Las materias tematizadas son un rito venatorio de la pintora. No se resiste a los imperativos cotidianos, a los contornos previstos del mundo, a la textura del color que se adhiere al aire.

Los bodegones constituyen la materiatura significante del mundo registrado;  específicamente son una “visión-cuadro”,  una formulación deseante, obstinada del ver viendo.

La mirada de Weber no urge en ser sartreana, no se induce a un molde cóncavo o convexo ni de pulsiones. Sólo cuando transita a habitarse la descongela, entonces surge paralelamente a esa tendencia en ella (academicista, clásica de retratismo, bodegones y naturaleza muerta), un neoimpresionismo revelado en un cuadro donde plasma al personaje en relación a sus circunstancias.

Corresponde a esta etapa un óleo fechado en 1930 donde interviene en su creación (por vez primera) un símbolo hermético, con una connotación dual: el símbolo de la puerta.

El cuadro al cual aludimos requiere una lectura visual fragmentada. Hay que mirarlo para conocerlo, para internarnos en él, para ver la imagen de una mujer configurada de espaldas que parece entrar por el marco estrecho de la puerta de su hogar. ¿Por qué de espaldas? ¿Por qué no de frente? ¿Por qué una mujer y no un hombre? Es largo pensar en esto. Ella entra, y el mundo es ya inconcluso, perturbado, inexplicable.

¿Cuál es el significado de este símbolo en la pintura de Delia Weber? ¿La inmovilidad, la no-salida, la no-comunión de amor con el otro, lo efímero de permanecer, la falta de luz y esperanza?

Pero en síntesis: este símbolo de la puerta es un signo portador de la estaticidad atribuida al sexo femenino, es sinónimo de pasividad y subordinación, puesto que, la mujer de espalda de este cuadro ha quedado inscrita en un código de deber-ser, que implica el mito de la figura maternal “suave, sentimental, afectiva, intuida, frágil, dependiente y pasiva”.

En 1930 Delia Weber, en el movimiento feminista de vanguardia, ya había expuesto y examinado la problemática de la mujer en una sociedad cerrada, machista y de autocensura. Ella en este cuadro muestra un símbolo de represión hacia la mujer: el ámbito del hogar, y los prejuicios institucionalizados alrededor de su entorno.

Delia Weber, a los 30 años
Delia Weber, a los 30 años

La casa era, entonces, un círculo estrecho, y quizás: el único símbolo cultural para lo femenino en 1930, porque la ciudad, las calles… que son sinónimo de actividad y conciencia no era un ámbito –en opinión de los otros- (de los tíos, hermanos, parientes, cuñados, sobrinos, esposo, compañero) para la mujer.

Las obras de Delia Weber de esta época, aunque parezca sofocada, son de una visión crítica desde donde se observa lo que ocurre en un carrusel enajenante.

DELIA WEBER Y LOS “COLORES SONOROS”.

En la tercera etapa del arte de Delia Weber, que estableceremos de 1960 a 1980, conoceremos a una pintora en permanente soliloquio, próxima, inmersa en el bosque, en el paisaje con insistente lirismo. Aquí está la Delia impresionista que evoluciona hacia el expresionismo abstracto.

Integran su paleta para esta época cuatro colores fundamentales: rojo, verde, amarillo y azul, y ocho colores intermedios.

Weber muestra su arte yuxtaponiendo en el lienzo pinceladas para lograr los efectos del color-luz. Sin embargo, prevalecerán en sus cuadros dos “colores sonoros”: los azules nocturnos y los violetas.

Sin embargo, para 1969 ya había abandonado las sombras penetrantes de la noche, las sombras quejumbrosas, los recuerdos obsesionantes, para que el mar, las rosas, el agua, el bosque, sean sus nuevos símbolos, los cuales van a exaltar con juegos cromáticos. El blanco-luz será el signo de su liberación. Los tonos celestes, lilas, anaranjados y púrpuras darán a sus cuadros un gran colorido.

En septiembre de ese año, presenta su primera exposición individual (y, tal vez, la única) cuyos títulos celebran su integración a la atmósfera lírica del paisaje. Hay en estos trabajos una abolición de los objetos, hasta cierto punto, una inclinación manierista.

La crítica María Ugarte, en ocasión de la exposición que Delia Weber presentó en septiembre de 1969 en el Palacio de Bellas Artes, compuesta de 42 óleos expresó:

“La riqueza cromática de la paleta de la señora weber, es quizás, la característica más visible de su pintura actual. Y en el conjunto de sus trabajos hay un evidente predominio de los azules que son para ella el tránsito natural hacia la pureza del blanco”.

Pedro René Contín Aybar escribió un artículo titulado “Exposición de Delia Weber”, en el cual refería:

“Delia Weber expone sus últimas obras en el palacio de Bellas Artes después de un largo silencio, diríase, que nos hacía pensar que estaba alejada de la pintura.

“Cuando la conocí, hace ya largos años frecuentaba ella la academia de pintura y dibujo de Celeste Woss y Gil, donde se iniciaron muchos de los actuales pintores dominicanos […]

“Pero Delia era algo más que una estudiante de pintura. Delia es una mujer excepcional, rodeada siempre de un aura misteriosa como los personajes de Maurice Maeterlinck, con grandes y bellos ojos “que le darían a Dios lecciones de inocencia”.

“Admiradora ella del poeta belga, como del admirable Rabindranath Tagore, escribía poemas y piezas de teatro, a su semejanza, y me hablaba con voz de olvidados tonos ensoñadores en un delicioso francés de parloteo hasta cuando pude convencerla de que era dominicano.

“Su casa olía a especias: sándalo, pachulí, canela, clavel y la luz se amortiguaba, porque a casa de Delia no era posible que nada desentonase, que nada alterase la amable quietud de su maravillosa presencia.

“En su pintura, sin embargo, entonces, había relativa violencia. Una violencia contrastante y duros colores un poco atierrados [sic], a veces.

“Pero en esta exposición del palacio de Bellas Artes, Delia viene con un bello color brillante, admirablemente entonado, donde los contrastes (algunos cuadros están llenos de colores) están en perfecto equilibrio, como en Árboles en el río, por ejemplo.

“Es delicioso el Paisaje en violeta y casi todos los paisajes están llenos de sugerencias, de hermosos hallazgos pictóricos, de intensa emoción y de encomiable disposición de tonos.

“Como en sus poemas y sus dramas, Delia pinta Flores, árboles, o hace fantasías cromáticas, llenos de sugerimientos [sic] que obligan al espectador a contemplarlos con detenimiento y le sumen en una deliciosa sensación de amor, de bondad, de alegría, de esperanza.

“Delia Weber ha logrado formar un conjunto de bellísimos cuadros entre los cuales predomina una perfecta armonía de forma, color y dibujo”

“Todos ellos tiene fuerza, sentido de composición, ordenamiento, lozanía, y, sobre todo, una gran espiritualidad”.

TRANSFORMACIÓN DEL ARTE WEBERIANO.

Delia Weber amaba a la ternura y a la sabiduría verdadera. De ahí que esta frase que copiamos de Maurice Maeterlinck, fue el epígrafe de su texto en prosa poética (inédito) que tituló “Interior”: “No se ama verdaderamente sino haciéndose mejor; y hacerse mejor es hacerse más sabio” (MM).

En el paisaje marino, que se hace el paisaje emblemático de esta experimentada transformación del arte weberiano, la artista afirma la esencia de su ser, para participar de la inmutabilidad, de la individualidad marcada por esta metamorfosis, abierta a toda inmanencia.

Por tanto, de manera íntima y voluntaria inicia su tránsito diciendo: “Espacio abierto…/ (…) El camino, dulce y agrio, de playas y piedras, se muere al sol crepuscular. Y al hilo del canto se parte en la urdimbre del tiempo. /Toda cuenta ajustada. /Todo adiós resuelto/. Ya, inmensamente lejos…/ ¿Y los grandes amores que dejo sobre la tierra de muertos, cómo los reconozco?/ ¿Y los grandes amores idos cómo los encuentro en el océano infinito del ser vivo?” (Delia Weber, poema “En Fuga”, inédito, s/f).

A partir de ese momento vital, de irresistible entrega a la espontaneidad de su espíritu, encontramos en su arte cuatro símbolos-claves: 1. el mar o el agua, 2. el crepúsculo o la hora violeta, 3. el interior nocturno del azul y 4. La montaña o cima blanca.

Primer símbolo. El mar es la liberación innombrable, la huida premeditada de lo cotidiano, la vivencia fascinante, la aventura espiritual posterior a la ausencia, un signo de vida, la intensa infinitud del mundo.

Segundo símbolo. El crepúsculo es el descanso, la re-construcción del yo, reminiscencias elípticas, la vida expresiva, conciencia intuida, extrañeza pero al mismo tiempo fascinación y éxtasis en el mar borrascoso.

Tercer símbolo. El interior nocturno del azul es espacio de revelación, conocimiento, umbral hacia lo absoluto, efluvios del mundo, sensaciones ocultas, entes de habitual acontecer, lo inefable con su intimidad de motivaciones, acercarse al mito, a la existencia insinuada.

Cuarto símbolo. La montaña o cima blanca es el lugar de lo verdadero.

Los 42 lienzos que conformaron esa muestra representaron -sin dudas- la etapa de madurez de Delia Weber dentro del impresionismo. Su creación artística estuvo enmarcada a partir de entonces en el “antes” y en el “después”, diferenciándose de las anteriores por los signos que entremezclándose constituye su soliloquio, su silencio roto.

Luego nos encontramos con una colección de acuarelas fechadas desde el año 63 hasta el año 74, en las cuales advertimos un expresionismo lírico-abstracto que marcará su última etapa.

Estas acuarelas –las conocimos gracias a su hijo Enrique Coiscou, que se dedicó al arte de la xilografía, cuando él compartía en su hogar en la avenida Rómulo Betancourt, próximo a la avenida Núñez de Cáceres- son una apoteosis de la luz en perspectiva elegíaca, recurrente y mistificadora de la imagen; son una exploración del espacio poético, de la supra temporalidad de la edad y la disposición lineal retrospectiva en las búsquedas interiores.

En estos trabajos priman los tonos pasteles, el color azul claro, el violeta, el amarillo y el anaranjado. Parece que fueran tropos o citaciones recurrentes a algunas de las polarizaciones básicas del arte weberiano: presente/pasado, sombra/luz,como registro de “lo visto y lo vivido”, de lo visto y de lo imaginado.

 UNA ÚLTIMA NOTA

He tratado de hacer un bosquejo de los símbolos visuales del arte pictórico de Delia Weber. Esta es una primera aproximación. No obstante, pienso quemirar sus obras es como leer el sentido de las palabras en sus poemas, que es lo mismo que leer en orden su nostalgia de ternura, la búsqueda expresiva e indagatoria de los espacios donde se multiplica su función poética, la percepción de lo ajeno, la materialidad visible irremediablemente weberiana, ostensible y, quizás, cronológicamente, en contrapunto.

Cierto es, que el lenguaje es gestación, que el arte obedece a las posturas y contradicciones de una época. Pero no menos cierto es, que la realidad es una máscara que requiere su desrealización.

Sólo la mirada en el rugido de la oscuridad puede encarnar al verbo, a las líneas de la divagación elucubrativa para habitar las orillas del presentir a través del lenguaje. Considero, finalmente, que es el presentir el corpus del mundo visto y vivido por Delia Weber, dotado de dualidad y un micro universo que se entrevé.

Delia Weber falleció el 28 de diciembre de 1982, en su casa de paterna, de la calle Arzobispo Meriño No. 84, en horas de la mañana. Había nacido el 23 de octubre de 1900. Fue sepultada en el Cementerio Cristo Redentor por los suyos (sus hijos Rodolfo, Enrique, Antonio y Salvador Coiscou Weber, sus nueras, sus nietos y sus amigos entrañables).

Quedó suspendida en un largo sueño, buscando “la verdad íntima del Universo”. Entregó su corazón de manera callada, plegó su alma al encanto del sueño. Dejándonos pendiente contestar las preguntas que ella misma se hacía “¿Quién era? ¿Qué había hecho? ¿Dónde había vivido?”.

Y, creo, como Delia misma dejó escrito que “El pasado no muere. Está grabado no sé donde, con caracteres indelebles”, que hemos podido cumplir un poco su voluntad, recordando un sentir de ella al final de su vida: “… Y como si alguien se compadeciera desde ignotas regiones de mi estado [empecé a] sentir un alivio y una fe, disponiéndome [a] dormir profundamente y soñar toda la vida de aquel ser, hasta con detalles de poca importancia”.

Publicado en Acento

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