Cuarto día en el Festival Internacional de cine de Mar del Plata: De cómo los satélites y una película mexicana sirven para hablar de soberanía cultural

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“El Arsat es el punto máximo de la soberanía” enuncia de un modo algo más solemne de lo deseado Joaquín Furriel que pone la voz al texto del documental “ARSAT-1. A la altura de las estrellas”. La película, que se presentó el lunes en el marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, describe cómo fue que Argentina decidió, frente a la posibilidad de perder las dos órbitas geoestacionarias que le correspondían por los acuerdos internacionales, desarrollar defender satélites de tecnología completamente nacional y que sea el Estado quien asuma su desarrollo, producción y control. De este modo lo que era un momento de zozobra se tranformó en un logro tecnológico y político de alcances más que interesantes para toda la región. Al Arsat-1, del que la película cubre el proceso completo desde la decisión inicial hasta el lanzamiento, se ha sumado el Arsat-2, que ya instalado en su órbita, está pronto a comenzar a operar.

Estos satélites  fueron desarrollados para transportar Internet, telefonía y señales de video con una cobertura geográfica que concentra su potencia máxima sobre la totalidad de América Latina y el Caribe e incluye las bases antárticas e islas Malvinas, lo que permite brindar conectividad de calidad a toda nuestra región.

La importancia para nuestra región se basa en que a partir de esta puesta en marcha se podrá quebrar la hegemonía de los países centrales en el control de la trasmisión de contenidos. Argentina podrá facilitar tanto el canal, como los satélites y transferir a los países de América Latina la tecnología y el control de sus propios equipos geoestacionarios.

Para que se entienda claramente: En América Latina, hasta ahora, la circulación de contenidos digitales (películas, internet, TV satelital o digital terrestre) está mediada por el control de potencias extranjeras en la provisión de los satélites, en el manejo de los mismos o en los contenidos que circulan a través de ellos (o las tres cosas a la vez). En este sentido, más allá del impacto en el avance tecnológico que significa para Argentina, la posibilidad de que se establezcan acuerdos regionales de circulación de contenidos propios, en nuestras lenguas y con nuestras representaciones, sin que estén mediados por los intereses de los 4 grandes monstruos de la producción de contenidos audiovisuales globales, abre una puerta fundamental a la posibilidad de integración cultural entre nuestros países.

El cine, por ejemplo, dejará de circular en soportes físicos (ni rollos de películas, ni blu-ray, ni DCP). Toda la circulación, desde los servidores de las casa productoras hasta las salas o televisoras, será digital. Disponer de satélites controlados localmente permitirá tener espacio para la circulación de las producciones regionales, sin depender de las asociaciones con diferentes países o empresas, ni de las limitaciones por las prácticas imperiales de los países centrales imponen.

Uno de los grandes problemas de integración de nuestros países está, claramente, en la dificultad de circulación de las obras en la región. En que las voces que escuchamos no sean las nuestras y que nuestras representaciones estén desdibujadas en un permanente proceso de homogeneidad en la construcción de los relatos audiovisuales. Esta es una puerta a una posibilidad de batallar contra estas.

¿De qué hablamos cuando hablamos de estas producciones en las que se desdibujan las identidades? De películas como 600 millas de Gabriel Ripstein.

Mexicano de nacimiento y de estirpe cinematográfica, Ripstein se formó en Nueva York y trabajó en gran cantidad de producciones de Sony. Esta película es una narración de fronteras, que carga con toda la construcción estereotipada de las incontables producciones estadounidenses a propósito de las actividades ilegales en torno a esa zona que es de cruce.

Arnulfo va de un lado al otro de la demarcación fronteriza manejando una camioneta. Compra armas en EEUU y las pasa hacia México. Es joven, bastante inocente y trabaja para su tío. Aparecen aquí algunos cuantos blancos violentos y un policía con quien Arnulfo queda atrapado en un problema inesperado.

¿De qué modo cuenta Ripstein esta historia de todos malos? ¿Hay alguna construcción social de unos y otros? ¿Es Arnulfo acaso mirado de un modo diferente que su amigo estadounidense que compras las armas, a todas luces un violento? ¿Son construidos sus proveniencias, sus lugares sociales, los motivos que los llevan a ser socios en este tráfico de armas? No. Los personajes son todos, regularmente malos, malos o extremadamente malos, pura exterioridad, pura acción. De modo que lo que hace Ripstein es algo completamente ajeno a las tradiciones diversas del cine mexicano. Ni melodrama social, ni melodrama romántico, ni registro semi documental de la zona caliente. La película aparece como una más de una incontable serie de producciones cuya mirada local está subsumida a los intereses y posibilidades de la venta al mercado más grande del mundo.

De esto se trata pensar la cultura y el cine desde una perspectiva latinoamericana. La soberanía no es una bandera y un himno, es la posibilidad de que la gente de nuestra región sea reconocible con su propia voz, su propio tempo, sus propios deseos y sus propias carencias. No bajo la luz que borra todo matiz y sutileza de los sistemas de producción globales que asignan roles, formas y sonidos de acuerdo a sus propios intereses y conveniencias.

 

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