El ballet Nacional de Uruguay celebra sus 80 años

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El Ballet Nacional de Uruguay celebrará su 80 cumpleaños con dos funciones de una gala internacional, este lunes y el martes, en la que participarán artistas invitados del Teatro Colón de Buenos Aires, de la Compañía de Danza de Sao Paulo y del Ballet de Santiago de Chile.

El Auditorio Nacional Adela Reta de Montevideo será el escenario en el que, bajo la dirección del maestro Julio Bocca, se presentarán estas funciones extraordinarias e irrepetibles, conmemorativas de un longevo ballet que ha alcanzado su plenitud artística los últimos cinco años a las órdenes del artista argentino.

Las funciones incluyen títulos que la compañía ha interpretado desde que Bocca asumió como director del cuerpo de baile del país sudamericano, en marzo de 2010. «Para un país como Uruguay tener un ballet con 80 años de historia ininterrumpida, y si a eso agregamos que el año que viene la Orquesta Sinfónica cumple 85, es un hito para festejar», expresó a Efe Jorge Orrico, presidente del Servicio Oficial de Difusión, Radiotelevisión y Espectáculos (Sodre), organismo del que depende el ballet.

Asimismo, destacó Orrico que este octogésimo aniversario toma a la institución en un momento de «auge total», debido a que en términos de cifras la prensa argentina calificó a Montevideo como «el lugar de la escena y la danza», en donde unas 280.000 personas han presenciado las diversas obras del Sodre en este año.

En ese contexto, el presidente del Sodre remarcó que «el desafío» para la institución en el próximo año será superar los 300.000 asistentes e impulsar las giras por el interior de Uruguay, sin descuidar los periplos internacionales como el que este año han llevado al ballet a Colombia, Tailandia e Israel con notable éxito de público y crítica.

El programa de la gala del 80 aniversario estará conformado por las obras Bayadera, Leaves are fadin, Esmeralda, Giselle, Nuestros valses, In the midddle, Corsario, Sinfonietta, Mesías, El lago de los Cisnes, Trazos Without words y Don Quijote. En estas dos presentaciones, el Ballet Nacional del Sodre estará acompañado por la Orquesta Sinfónica, el Coro Nacional y la Escuela Nacional de Danza.

Durante los actos de celebración, Julio Bocca recibirá, en la función del próximo martes, el título de Caballero de la Orden de las Artes de Francia y la medalla Delmira Agustini de Uruguay, por parte del presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, y la embajada de Francia y en base a su aporte a la cultura a lo largo de su extensa trayectoria. El estreno del Ballet Nacional uruguayo tuvo lugar el 23 de noviembre de 1935 bajo la dirección del coreógrafo Alberto Pouyanne, con la obra «Nocturno Nativo», con música de Vicente Ascone y coreografía del propio Pouyanne.

Publicado en La Voz del Pueblo

 

80 años del Ballet del Sodre

Durante estas ocho décadas, la compañía atravesó una bonanza inicial, marcada por un incendio y una lenta recuperación; entre todo, lo que prevaleció fue la lucha

Al principio, la radio, la orquesta sinfónica, la de cámara y el coro habían sido las manifestaciones iniciales del Sodre, resultado de una vida cultural rebosante, prometedora como el país mismo, aún la “suiza de América”. Aquel 27 de agosto de 1935, cuando se inauguró el Cuerpo de Baile del Sodre (ahora BNS), una compañía de ballet era lo más pertinente, lo más adecuado para un país que quería forjar su nombre propio con todos los elementos necesarios.

Conjugando la herencia europea con las raíces locales, la compañía montó su primera producción el 23 de noviembre de ese mismo año, Nocturno nativo. En las décadas de 1940 y 1950, la Segunda Guerra Mundial mantuvo ese equilibrio entre lo europeo y lo local, al provocar la llegada de rusos, franceses e italianos que buscaban un refugio que les permitiera elevarse sobre las puntas de sus pies sin el temor de andar en puntillas.

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Entre aquellos nombres exóticos, el de Roger Fenonjois fue de los que más resonó. Fue responsable de darle forma al cuerpo de baile tomando como inspiración la Ópera de París de la que provenía. Sin embargo, en 1957, Fenonjois se fue de Uruguay y se llevó consigo a las principales figuras del BNS, dejando un vacío ocupado por bailarines argentinos como Margaret Graham, Tito Barbón y Eduardo Ramírez.

“Yo no debía tener 18 años aún, me faltaría poco, porque mi mamá tuvo que hacer un trámite para que pudiera viajar solo”, recuerda Ramírez, quien llevaba entonces solo cuatro años en la danza.

“Empecé tarde, pero hice una carrera muy rápida. Era trabajador y tenía la necesidad económica de llegar a algo. Lo que había elegido era esto”, afirma. El primero en llevarlo a ver ballet, específicamente del Teatro Colón, fue su tío, fanático de la música clásica y linotipista. “’¿Y? ¿Qué te pareció?’, me preguntó. ‘Lindo. Yo quiero ser eso’”, reproduce, emulando una convicción que mantiene hasta hoy.

Ese impulso inicial le dio comienzo a incontables clases de danza de la mano de bailarines exiliados en Buenos Aires, que le enseñaban sin cobrarle.

Sin información alguna sobre el BNS, Ramírez fue llamado para socorrer a la compañía y eligió Uruguay por encima del Teatro Argentino, con sueldos bajos, y del Teatro Colón, sin jubilaciones. “Acá se pagaba muy bien, a diferencia de Argentina y yo tenía responsabilidades. Tenía a mi mamá y era único hijo”, agrega, y la palabra “responsabilidad” se inaugura, acompañándolo siempre.

Así, sin casa, la estructura se volvía endeble, pasaba a depender de la “limosna” de las embajadas, del compromiso de los bailarines que decidían quedarse en Uruguay y de un público que de a poco perdía el interés. En medio de la lucha por espacios, recursos y profesionales, Ramírez, el “bombero”, debía entregarse al socorro, contraponiéndose incluso a los intereses de coroneles de la dictadura. “Fue muy duro mantener esto, pero yo sabía que si nosotros no nos movilizábamos y alguien levantaba las manos para decir basta, el Sodre perdía su ballet”, cuenta.

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La falta de concursos para el ingreso al BNS era otro síntoma de una época de carestías. Para Sofía Sajac, ex solista y actual maestra asistente del BNS, la casualidad tuvo un rol importante, al permitirle egresar de la Escuela Nacional de Danza en 1985, mismo año en el que el Sodre convocó a nuevos bailarines por primera vez en más de un lustro.

“Cuando ingresé al BNS hubo momentos muy buenos, cuando hacíamos ballets completos”, en vez de fragmentos de obras conocidas. A pesar de esos requicios, como bailar en el Solís, “que era como tocar el cielo con las manos”, la oscuridad continuaba prevaleciendo, rogando resiliencia.

“Había momentos de luz, no digo que no, pero costaba conseguirlos. No podías focalizarte en lo que estabas haciendo. Tenías que concentrarte en que mañana había asamblea para tratar tal tema”, explica. Sajac rememora visitas de los bailarines principales a embajadas, pidiendo maestros, y paros que oscilaban entre cancelar ensayos y bailar en la calle, en pleno 18 de Julio, ante un público asombrado.

“Sentíamos mucha impotencia porque queríamos resolver las cosas y no sabíamos cuál era el mejor camino. Nos peleábamos para conseguir mejores condiciones de trabajo”, cuenta. En aquel entonces, el BNS se concentraba en la ex sala Brunette, hoy Nelly Goitiño, “un espacio con condiciones precarias”, dice: “Había sido un cine y lo adaptaron a teatro; entonces los camarines, el escenario y el piso no eran adecuados”.

A zapatillas que llegaban solo tres días antes del estreno y vestuarios que se debían reciclar para una infinitud de obras, se añadía un espacio con pocas duchas, camarines mínimos para varios bailarines, falta de calefacción en invierno y calor agobiante en verano.

La batalla también se peleaba en la platea, con espectáculos que iban de los 30 espectadores hasta las localidades agotadas. “Era una lucha porque los horarios estuvieran bien puestos en las carteleras de los diarios. Eso también hacía que el público se desmotivara. Si vos no demostrás interés al ofrecer un espectáculo, ¿cómo puede interesarse el otro?”, reflexiona la bailarina, que abandonó los escenarios en 2011. Entonces se conviritó en la mano derecha del argentino Julio Bocca y se dedicó a la docencia con planificación, ponderación, sin la improvisación a la que se tuvo que enfrentar Ramírez.

En esa época, mientras la compañía peleaba por su supervivencia, la posibilidad de un auditorio propio se desvanecía año a año. La promesa había iniciado en 1985, pero, tras las licitaciones correspondientes, la obra comenzó y perdió rápidamente el vigor.

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El futuro incierto y disminuido de la compañía no era suficiente para desanimar a la ahora primera bailarina Giovanna Martinatto, que se había iniciado en la danza a los seis años.

 “A mi madre siempre le gustó el ballet, pero en su época las zapatillas eran muy caras y sus padres no podían pagarlas. Fue algo que le quedó pendiente”, comenta Martinatto, al tiempo que el ballet se presentó como una opción para que dejara de jugar en la calle.

Tras concurrir a una academia cercana, Martinatto entró en la Escuela Nacional de Danza a los ocho años, la edad mínima para ingresar. A los 16, a dos años de recibirse, fue seleccionada por la entonces directora del BNS, Elena Madam Vera, para hacer una suplencia en el cuerpo de baile de Bayadera y fue contratada para continuar al finalizar el espectáculo, en 1997.

Pese a que debió conjugar la Escuela con el BNS y el liceo en los dos años siguientes, la exigencia nunca disminuyó su pasión: “Yo quería estar dentro de la compañía. Era una idea fija que tenía, porque si no tenías que irte del país”.

Cumplido el objetivo, el progreso de Martinatto no se hizo esperar. En 1999, el coreógrafo Rodolfo Lastra visitó Uruguay con una obra y eligió a Martinatto como primera bailarina. “No podía creerlo. En esa época se usaba mucho el tema de las categorías, y no era fácil que a una, siendo recién llegada, la pusieran de primera figura”, señala Martinatto.

Desde entonces, la bailarina alternó los roles de solista con los de primera bailarina, sin tener el título que acompañara la responsabilidad. Para alcanzarlo eran necesarias jubilaciones y concursos, y, hasta la llegada de Bocca, en 2010, la esperanza era lejana. El cargo, secundario.

A finales de 1990, recuerda, “todavía iba gente, al haber una maestra cubana que era un nombre importante en esa época”, aunque la imagen de las plateas vacías seguía repitiéndose. El esfuerzo y la abnegación también eran constantes, en especial de parte de Ramírez, que volcaba dinero de su sueldo para insuflarle nueva vida al vestuario. “Él muchas veces me compraba flores para el pelo, para que tuviera un tocado. Nunca me dijo: ‘Mirá que estoy pagando esto’, sino que yo después me enteraba. Él los cosía. Él lo hacía. Tenía un amor increíble por la compañía”, agrega emocionada.

A pocos años del retiro de Ramírez, la construcción del auditorio adquirió un nuevo y definitivo impulso, con la llegada de Bocca como sello final. Entonces, los cambios comenzaron a darse en las salas de ensayos, entre los bailarines, para luego extenderse más allá de las tablas.

Lo que antes eran giras esporádicas al interior del país, en pocos años se convirtieron en tours internacionales que llegaban a otros continentes. Las clases y los ensayos, en tanto, comenzaron a agregar horas, e incluso días, cuando fuese necesario.

Aunque el nombre de Bocca fue el primer llamador, el engranaje perfeccionado, dedicado, fue el que logró retener al público en sus butacas. Algunos conflictos en torno a la figura de Bocca sucedieron, pero el ascenso del BNS nunca frenó.

“Ahora es una compañía internacional, tenemos bailarines de muchos países, y a veces pasa que el que viene de afuera no sabe con qué se va a enfrentar”, señala Martinatto. Sin embargo, hay “una energía especial, una unión increíble” que dirime los enfrentamientos, las dificultades. Una herencia de viejas generaciones y tiempos menos gentiles.

“Me parece importante que los más jóvenes conozcan la historia del Sodre. No digo que no tengan cosas para poder valorarlas, pero sí que sepan que esto no fue tan fácil”, agrega Sajac. Que la lucha fue larga, y el compromiso fuerte, con oportunidades soslayadas y carencias sufridas.

 

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