Yusa: «Hoy se puede hablar de música realmente latinoamericana desde Latinoamérica»

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Por María Alejandra Casanova García

Una entrevista de cuarenta minutos en la que conversamos de todo. Yusa no solo me habló sobre su música, porque con ella un tema lleva a otro. Se hace inevitable compartir sobre su creación y no caer en la Yusa mujer, amiga, hija, enamorada. Entre los tantos rasgos que la caracterizan hay uno que salta desde el primer instante en que la conoces: es espontáneamente sincera, y eso también se refleja en su música. Letras que hablan sobre las verdades de la vida, las crudezas y las dulzuras, el amor al terruño, el deseado encuentro, los buenos ratos. Eso, dicho muy a lo Yusa, es Libro de cabecera en tardes de café, una selección de diez temas de artistas a quienes ha reconocido como sus maestros.

Entre otras razones, tal vez, su vicio por el café la llevó hasta el título de este, su más reciente fonograma, grabado entre La Habana y Buenos Aires en 2012. También por la canción de su amigo el trovador cubano Kelvis Ochoa, “Tardes de café”, pista número seis en la selección de este grupo de temas que marcaron diferentes etapas en la vida de la artista.

Es un disco de y para los amigos –los de Cuba, los de Argentina, los del mundo–. La acompañan los de conciertos y de descargas: Quique Ferrari, Christian Fayad, Raly Barrionuevo, Liliana Herrero, Verónica Condomí, Liliana Vitale, Hilda Lizarazu, Hugo Fattoruso, Roberto Carcasés, Eme Alfonso, Oliver Valdés, Julito Valdés, Telmary Díaz y hasta la gran Omara. También su “amiga de dominó” Sara González, a quien recuerda con “Amor de millones”.

Con toda intención o no, Yusa nos deja un álbum para toda Latinoamérica, o –aun más– para América toda. Las fronteras lingüísticas escapan de sus límites. Tan desinhibida como se le conoce, la artista mezcla con arreglosjazzie-funkies la obra de grandes como Noel Nicola, Charly García, Gilberto Gil y hasta del propio Michael Jackson.

Me contó sobre su pasión por la chacarera argentina, la cual se vio frustrada por la ausencia de bombos legüeros en Cuba. No fue hasta que llegó a Argentina que pudo saciar esa sed, cuando le regalaron un legüero santiagueño con el que dice tener a los vecinos locos. “Es maravilloso y tiene que ver porque soy cubana y me hala el pulso, me hala la tierra, la conexión entre esa música y la música afrocubana. Ahí te das cuenta, por ejemplo, que está la presencia negra en lo rítmico”, comenta orgullosa de su nuevo juguete, en tiempos en que se hacen más populares entre los jóvenes argentinos las tendencias tradicionales.

Yusa ha encontrado en la región porteña lazos con su tierra natal. De ahí que declare que “no hubiese elegido otro lugar para vivir porque más que Cuba no me gusta ningún otro país del mundo”.

“Siguiendo las constelaciones a favor” –como comentó en la rueda de prensa–, el próximo viernes, a las 7:00 p.m., ofrecerá, una vez más, un concierto en la sala Che Guevara de la Casa de las Américas.

Quizás a diferencia de otras entrevistas, yo quiero empezar no con una pregunta sobre música, sino sobre literatura. Hago esta acotación porque sé que entre tus entretenimientos está leer. Conozco que has seguido la literatura de Orhan Pamuk. Este es un autor que ha escrito sobre el recuerdo, la ciudad, la amargura, conflictos lingüísticos, religión, amor. ¿Qué ha hecho a Yusa sentirse identificada con el Nobel de Literatura 2006?

Con esos temas tengo la conexión que tiene que ver con las necesidades de todos los días del ser humano y por todos los lugares que transita, que son todos esos estadios de dolor, de pérdida, de desafío, de angustia. Un día, hace muchos años, me cayó en las manos uno de sus libros. Estaba necesitando una literatura que me cambiara un poco. Me gustó porque hacía mucho tiempo que no me gustaba tanto un escritor. Es muy buen escritor, para mí va hacia lugares de la propia literatura de los conocimientos, del amor que él tiene por la historia y por la literatura.

Me gustaba hacia dónde me llevaba su palabra, justamente a buscar lugares, como en uno de sus libros, la tienda Aladino, donde todos los juguetes que buscas se encuentran. Esa fantasía tiene que ver con el hecho de recuperar los lugares, en su caso, de Turquía. Vi todo el tiempo los guiños a ciertos escritores y eso me encantó porque me iba llevando por muchos lugares en Turquía, o sea, por los lugares de otros escritores. Disfruté mucho Me llamo Rojo y El libro negro. Fue un buen encuentro el que tuve con Pamuk.

Entrando en materia de música. En una ocasión declaraste que tu música representa tu época. Hay en tu creación una mezcla entre tradición y autenticidad. Sin hablar de generaciones, ¿es esa época en la que te reconoces, a la vez, añeja y nueva o –si se quiere– novísima, híbrida?

Siempre hablo de representar mi época porque hay muchas cosas que nos representan en lo que hoy es la música moderna. Siempre me ha gustado rescatar los sonidos tradicionales y para mí es una necesidad. No es algo que premedito, va conmigo, sobre todo partiendo de la misma música clásica. Disfruté mucho del juego entre las estructuras que uno crea y cambia cuando empiezas a aprender de figuras y de ritmos. Para mí, eso del lenguaje musical, en el sentido gráfico, es muy para jugar, es muy flexible. Disfruto mucho tener, incluso, esa posibilidad de contar con los recursos para poder hacer con mi música un viaje totalmente propio y al mismo tiempo nuevo.

Cuando estoy tocando siempre hay giros melódicos que me llevan, por ejemplo, al danzón; pero no quiere decir que vaya a hacer un danzón en ese momento, sino que paso por esos lugares y hago como una especie de guiño –que es como la cosa de la literatura que hablábamos anteriormente–. Esos guiños también que uno hace a ciertos lugares que tienen que ver con el recuerdo. En el caso de Cuba hay mucho de ayer, de pasado muy presente, más en las personas que en la propia música. Muchas de las cosas que están representando a Cuba, en sentido general, tienen que ver con la música del pasado, de la época de los cincuenta. Eso también es una manera de empezar a rescatar, darle el lugar que siempre tuvo esa música pero que no la tuvo por mucho tiempo.

También existe hoy la necesidad de empezar a redirigirse hacia Latinoamérica, hacia los sonidos más étnicos. Entonces, se rescata ese lugar que Cuba en una época perdió en el mundo, al tiempo que es parte de la música pero no es todo lo que uno pensó de la música de hoy, sino que también es ese recuerdo del pasado que está conviviendo hoy, al mismo tiempo de la música más moderna cubana.

En mi caso, hago un mélange, que es lo que me caracteriza como músico. Es el hecho de poder intercalar y mezclar las herramientas que veo como manera de expresarme, lugares que creo para poder expresar mi música desde una manera objetiva y desde mi propia realidad, sin dejar de ser deudora de lo que me ha precedido, de los músicos que han hecho historia y los que siguen haciendo historia como Marta Valdés, que hoy vuelve su música después de tantos años a ser parte de nuestro legado cotidiano. Eso es importante porque nos mantiene al día. Es una necesidad imperiosa también. Veo en sonoridades, por ejemplo, como en los nuevos discos de Silvio Rodríguez, en compositores modernos contemporáneos conmigo como Kelvis, Descemer, Vanito Caballero, X Alfonso, que mantienen el rescate de ciertos sonidos, pero sin dejar de ser modernos, de su tiempo.

Tengo la impresión de que este último disco es Latinoamérica, es América toda. Pero siempre con un trasfondo latente en cada tema está el sabor cubano. Cuba está en la guitarra, en el tres, en la fluidez en “Amor de millones”, en la selección de voces como la de Omara, por ejemplo. ¿Cuánto más hay de tu país en Libro de cabecera…? ¿Por qué es importante para ti mantener esa identidad cubana?

Parte de mi sonoridad y de mi esencia como músico, en sentido general, tiene que ver con el pulso de mi raíz. Con el pulso de que toda mi vida viví acá en Cuba y estoy rodeada del ritmo de Cuba, de los sonidos de Cuba, del sonido del mar y de una idiosincrasia que es muy visible en mi música, que es lo que tiene que ver con lo extrovertido, con el hecho de usar sonoridades de risa, juego. Todo eso está en función de que nosotros tenemos esa cultura tan rica en la que hay clave, rumba por todas partes. Eso también hace que en mi música, aunque la canción no sea un son, siempre esté presente ese pulso. Pienso, por ejemplo, en la clave cubana. Hay momentos en que uno inconscientemente piensa en ella, hasta para tocar el ritmo más simple, una balada a lo mejor. Es como un sistema de asociación que tienen los músicos con respecto a los géneros, a los ritmos que permiten a nuestra música decodificar otros géneros.

De las cosas que más disfruto de la música cubana está eso que llamamos el contratiempo, la síncopa, que también es parte de los ademanes del cubano. Ese mismo ademán, ese guayamí –como le decimos nosotros–, está en cada tema que, aunque sea de otros compositores y de otras latitudes, tiene como pulso general el hecho de que soy cubana.

Me encontré afortunadamente en ese disco con referencias que también fueron mías. Evidentemente uno siempre cae en los lugares que son la consecuencia de los propios actos de uno. Al llegar a Argentina, pude entrar en una escena muy fuerte con artistas que realmente estaban representando un movimiento importante dentro la historia de ese país. Ellos han venido con ese legado y, de repente, soy parte de eso.

Has comentado en otras ocasiones que los viajes que has realizado han marcado, en cierto sentido, tu creación, tu música. Y este precisamente ha sido un disco grabado entre La Habana y Buenos Aires. ¿Cómo fue ese proceso? Y ¿cómo influyó el contexto argentino en la confección de este fonograma?

La decisión de haber creado Libro de cabecera… creo que tiene mucho que ver con mi presencia en Argentina, porque hasta ese entonces no había visto la necesidad de hacer un disco con esas características. En todo este tiempo estuve haciendo muchos conciertos, mientras estuve yendo y viniendo de Cuba a Argentina. Me sucedió que al llegar a Argentina entré por la puerta ancha porque estuve convocada a conciertos y a producciones culturales donde se encontraban compositores representativos en esta época. Con ellos tuve la suerte de estrechar relaciones. Soy muy amiga de esas personas, con quienes empecé a compartir. Entonces, se crea ese “mimetismo” que siempre existe cuando hay una unidad cultural, un pensamiento latinoamericano. Eso es lindo, ¿no?

Recuerdo que fui a un concierto en Ciudad Vieja, en La Plata. Era el primer lugar donde tocaba. No había disco de Yusa, ni nada, pero sí un montón de personas esperándome. Fue maravilloso porque te das cuenta de una pasión, una fidelidad que tiene el público argentino que es muy especial. Es de mis públicos favoritos del mundo.

Fue maravilloso porque fue la primera vez que vi bailar chacarera a los jóvenes. Eso me fascinó. Me acuerdo que era un concierto que se hacía en La Plata, en la vieja estación, que es un lugar colonial, que se parece a La Habana Vieja, muy lindo todo, con adoquines. Ese era un concierto que producía mi manager Paula Rivera. Ella estaba produciendo también para Cultura y fui invitada como parte del concierto del 24 de marzo, que es el Día de la Memoria y la Justicia en Argentina. Estábamos rotando varios artistas: Liliana Herrero, Verónica Condomí, Aca Seca Trío, Mariana Baraj, Raly Barrionuevo; músicos que luego formaron parte de mis discos y de mis conciertos y yo formé parte de los de ellos. Incluso, fui productora musical de uno de los discos de Raly Barrionuevo.

En ese momento empecé a estar en contacto con algo que tenía en Cuba. Cuando era joven escuchaba música tradicional argentina, pero nunca más pude utilizar un legüero. Recuerdo que en uno de los temas de mi primer disco, Yusa, quería hacer una chacarera, pero en Cuba no había legüero y terminé haciéndolo con los tambores batá, hice una mezcla. Pero ese fue un tema concebido para bombo legüero. Imagínate, llegar a Argentina fue como cerrar un ciclo. Argentina siempre para nosotros tenía más que ver con la historia, con el Che Guevara. En las generaciones posteriores a los setenta y ochenta hubo una desconexión, con lo cual no se supo más qué pasó con la música. Sin embargo, yo sí tenía ese recuerdo. Además, viajando tenía contacto con algunos géneros de artistas como Leon Gieco y Fito Páez.

Recuerdo que mi primer concierto empezó por Corrientes, el norte argentino. Imagínate lo que es escuchar de repente esos sonidos, donde nació el chamamé. Llegar a Argentina era también llegar a un lugar común para la historia de la propia música cubana que tuvo tanta conexión con la argentina.

De momento, llegar a Latinoamérica, a Argentina, y de ahí proyectar todo lo que tenía que ver con Latinoamérica: era el lugar donde quería estar. Nada más quería estar en América Latina y no quería ir a Europa. Encontrarme con Argentina me reencontró también con América Latina. Sobre todo encontrarme con un público como el argentino, tan pasional, tan de su lugar y tanto “mucho estadio, mucho estadio, mucho rock”, como digo yo.

Cualquier persona del mundo –artista, músico– disfruta mucho tocar en Argentina porque el argentino es un público muy fiel. Cuando estuve en el concierto de Silvio Rodríguez, estaban las tres generaciones en el concierto. Es fuerte ver a un niño de ocho y diez años cantando las canciones de Silvio, a su padre y a su abuelo. Es una sensación que nunca antes había sentido en toda mi carrera, teniendo públicos fabulosos. Eso es fuerte, es fuerte. Viste que las tendencias culturales cambian, cambian los patrones estéticos, las necesidades estéticas de la población, de la juventud y todavía ver eso: que te encuentras a ese público fiel, que te encuentras con la música tradicional.

Añoraría ver cómo la gente baila chacarera o rumba acá en la calle. Por ejemplo, allá se dice “vamos a las peñas” y en las peñas la gente va a bailar chacarera y todos son estudiantes, jóvenes y es lindo ver cómo también se rescata esa parte de la cultura. Por eso desde ese momento empecé a buscar en mí ese libro de cabecera, esas canciones que me llevaban a esos lugares que formaron parte de etapas diferentes de mi vida, desde la infancia como “María”, la cual casi fue elegida por un amigo mío que fue quien me recordó esa canción. Mejor canción de Michael para mí, elegida en ese momento, en ese contexto, no existía. Después me remití a Gilberto Gil, luego a canciones como la de Kelvis Ochoa, “Tardes de café”.

Me fui al litoral argentino, otro lugar que conocí estando allí y que iba a formar parte de mi vida para siempre, como también forman parte canciones como “Es más, te perdono”, de Noel Nicola, y canciones de María Teresa Linares o de Marta Valdés.

Cuando escucho “Oración de remanso”, Liliana Herrera siempre se divierte mucho porque dice «tú sabes lo que es hacer “Oración de remanso” con el tres». Yo veía una guajira, veía un ciclo de música campesina y decía que eso se parecía mucho. Además, parejas que bailan, zarandean, zapatean. El gaucho argentino es el guajiro cubano. En las zonas de Mendoza se rescató todo lo que tiene que ver con el pie forzado, las canciones, las tonadas. Eso es parte de nuestra cultura. Justo por eso necesitaba rescatar cosas como el changüí, lo utilicé y vino solo de esa manera. Si no hubiese sido porque Argentina desató ese movimiento, pues no hubiese sucedido, creo.

¿Cómo ha sido tu relación con los músicos que elegiste para que te acompañaran en este álbum? ¿Cómo fue el proceso de selección de los músicos y de los temas?

Fue muy lindo. Estoy trabajando en un trío, nosotros nos decimos “el powertrío”: dos músicos argentinos y yo. Uno es de Azul, Buenos Aires, Quique Ferrari, quien será parte del concierto en Casa de las Américas, es bajista y contrabajista. Y el otro es Christian Fayad, quien es un baterista increíble. Con ese trío llevamos alrededor de tres años y medio trabajando.

Las sonoridades de la Yusa de hoy son el fruto de un proceso de mucho trabajo de los tres. Eso me dio la posibilidad desde que llegué a Argentina de empezar a convocar y compartir escenario con artistas como Raly Barrionuevo, a quien vi por primera vez en el concierto del 24 de marzo, cuando fui invitada por Cultura de La Plata. A partir de ese lugar, nos hicimos reamigos porque estábamos todos en una causa común. El amor por Cuba que se siente en Argentina es muy fuerte, hay un respeto por la historia cultural y política cubana. En ese concierto también conocí a Liliana Herrero y a Verónica Condomí, de quienes a veces recibo clases, son maestras. Trabajamos juntas, compartimos conciertos, ciclos de dúo.

Con Raly, por ejemplo, hice ciclos de conciertos muy lindos por toda Argentina, en Córdoba. Me abrí a un público diferente, que tenía que ver con la chacarera. Me abrió también un público muy grande que es el santiagueño, porque él es de Frías, en Santiago del Estero. Él es un músico muy arraigado a su raíz, es un cantor maravilloso, tiene discos hermosos. Con él aprendí de la historia de la chacarera, de lo que era una cueca, o una chacarera trunca, de los conceptos de la chacarera y sobre las maneras en que la música se representa en la danza, en los comportamientos. Eso es parte de lo que nutre mi música.

La primera vez que fui a Argentina en 2008, con Santiago Feliú, me encontré con un público y un nuevo camino para incluir a Yusa como artista. Al único país al que había ido antes era Brasil, pero nunca había hecho carrera. Cuando vas a Brasil también el amor por Cuba que se siente en el público es grande. Esos son lugares donde sientes que hay un impulso que tiene que ver con nuestra cultura, con la hermandad latinoamericana, lo cual es algo que no podemos evitar.

En este momento está sucediendo un movimiento cultural muy fuerte de nuevos productores dentro de Latinoamérica, quienes están reforzando la visión que se tiene de Latinoamérica para el mundo. Casi todo estaba dirigido a los países anglosajones, a los grandes poderosos que tenían el control de lo que sucedía en el mercado. Hoy se puede hablar de música realmente latinoamericana desde Latinoamérica, fortaleciendo los sonidos propios del continente. Eso estuvo perdido por mucho tiempo. Hoy se está haciendo cada vez más visible la música de nuestras regiones.

Me llamó la atención que mencionaste mucho a tu mamá durante la rueda de prensa, sobre todo como alguien que te ha acompañado en tu recorrido profesional. ¿Pudieras comentar sobre tu relación con ella?

Como le digo yo: “La Mirtona”. Mis amigos le dicen así porque se enteraron de un cuento de cuando yo era niña. Todo el mundo veía que cuando era chiquita y mi mamá me levantaba súper temprano para ir al círculo y la gente me preguntaba “negri, ¿qué te pasa?”, yo decía “la Mirtona esa, la Mirtona”. Les hice el cuento a mis amigos y ya todos le dicen así. Ella ha sido la persona que más me ha acompañado verdaderamente. He pasado por todas las etapas que pasamos las personas, unas más afortunadas, otras, menos. En mi caso, tengo que agradecer todos los días por tener una madre como la que tengo. Ella me ayudó a canalizar mi necesidad. Siempre fui una niña muy inquieta y tenía que darme actividades todo el tiempo porque yo no paraba, no dormía. Me daban las dos y tres de la mañana y no me podía dormir, siempre estaba eufórica, no quería perderme nada. Ella se daba cuenta que era diferente a las demás niñas. Entonces, había que canalizar eso de otra manera. Cuando una persona como esa te acompaña, es mucho más fácil. Es fácil que estén al lado tuyo y que cuando caes en un momento esté esa persona diciéndote que hay que seguir. Siempre me decía: “óyeme, pensamiento lateral”. Como mi mamá nunca hubo nadie, con tanta comprensión, nunca me juzgó. A veces creo que le debo las gracias y las disculpas. Hay que saber amar a un hijo para que pueda ser libre. Es lo más importante: que tu hijo se sienta libre para ser como es.

Publicado en Museo Che Guevara
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