Los años ochenta en Argentina

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En enero del 82 Emilio Disi se ganó una campera de tela de avión en un concurso del Hotel Hermitage. Pero se quejó porque le quedaba grande. A las revistas les contó que tampoco tenía suerte en las apuestas: aunque en el casino sólo jugaba si había cerca una embarazada o un pelado, nunca ganaba. Los 80, la década (Planeta), el libro de los periodistas Dalia Ber y José Esses, está plagado de este tipo de detalles: en el verano del 84, la revista Gente invitaba a ir a la playa con un cilindro de plástico colgado al cuello, la beach box. En septiembre del 83, Daniel Hadad, de 21 años y la cabeza llena de rulos, ganó la presidencia del centro de estudiantes de la Universidad Católica Argentina. En enero del 86 Gaby Sabatini jugaba con su mamá al tenis en Punta Mogotes y a veces la dejaba ganar.

Esses y Ber son primos y vivieron su infancia en los 80: la idea del libro surgió de la montaña de recuerdos que compartían sobre la década. “En un principio pensábamos en Soldán, algunas golosinas, texturas como los jopos, o descripciones muy puntuales como el Italpark. Pero no daba quedarse en esa cuestión más superficial y era más interesante tratar de reconstruir qué había pasado alrededor de los que habían quedado como grandes hitos argentinos. Tratar de no solamente quedarnos con una frase, como “señores jueces nunca más” o “la casa está en orden”, sino ver cómo se fue armando cada una de esas situaciones”, cuenta Esses desde Alemania. Empezaron buscando la parte más pop de la década y terminaron metidos en un trabajo de archivo por el que leyeron al menos un diario de cada día de la década. En Alemania, donde vive, Esses leyó en papel todos los ejemplares de La Nación entre 1980 y 1984 en el Instituto Ibero-Americano de Berlín. En Buenos Aires, Ber se pasó muchas tardes en el archivo de la escuela de periodismo TEA, en la Biblioteca Nacional y la Hemeroteca del Congreso. El trabajo se nota: del 80 al 89, el libro peina la década con detalle, desde los sacudones finales de las Juntas militares hasta la llegada de Carlos Menem al poder. Muy lejos de la melancolía idealizada por la última década analógica o del “rescate emotivo”, Ber y Esses despliegan un super mapa de lo que pasó (y no pasó) en esos diez años: promesas de campañas, obras nunca terminadas, novelas, elecciones, asesinatos, casamientos, modas, hits radiales, romances del verano, películas, obras de teatro, libros, escándalos,etc.

–¿Qué los sorprendió de los 80?

J. E.: –Empezamos en blanco y negro, y eso fue un poco la primera sorpresa, ver que eran tiempos muy duros al comienzo de la década, en dictadura. Siempre se habla de que la democracia volvió en el 83, pero si somos precisos Alfonsín asume en diciembre del 83, es un año entero de dictadura, con momentos como el asesinato de Raúl Yaguer, un comandante montonero, por un grupo de tareas. Es un libro donde los milicos están muy presentes en las negociaciones, en las presiones, a los tiros. Es muy fuerte ver que es una década en la que hay mucho bombazo, que también es algo que se puede seguir a lo largo del libro: en el 89, por ejemplo, explota una bomba en el estudio de Alfonsín.

D. B.: –Si bien teníamos claro que si íbamos a investigar los 80 iban a aparecer fuerte Seineldín, Rico, La Tablada, no teníamos la noción de lo latente que estaban esas amenazas, no únicamente en los hechos que recordamos y que suelen recordarse en las efemérides: había un telón de fondo todo el tiempo. No es que después del 83 cambió todo y salió el sol para siempre. También encontramos cosas que el tiempo y el imaginario ubicaron en un lugar de comicidad y que buscándolo en la época no eran nada divertidas. Como las canciones contra Margaret Thatcher (“Thatcher, vieja podrida/este verano te sacamos las Malvinas”), que podían sonar graciosas como recuerdo y yéndolo a buscar, vimos que nada de lo que podía estar relacionada a la guerra de Malvinas, puesto en contexto, podía tener nada de gracioso.

–Hay varios personajes que aparecen en todo el libro: Menem, Maradona, Susana Giménez, Mirtha Legrand, Alfonsín… ¿Qué líneas de continuidad encontraron que se mantuvieron o se fueron transformando a lo largo de la década?

J. E.: –Desde que tuvimos la primera reunión con la editorial, tuve claro que había que seguir a algunas personas. Yo estuve atento a Menem, que empieza la década preso y termina presidente. Aparece bastante en la interna, en el 84, reunido con Alfonsín, en el 83 antes de que asuma. Por eso el libro sirve para desmitificar algunas cosas que son muy fáciles de decir: queda claro que tenía un diálogo muy aceitado con Menem, por ejemplo. Alfonsín es muy importante dentro de la investigación. También aparece que el Punto Final fue motivo de campaña, no fue tanto algo que negoció con Rico sino que en todo momento tuvo esa distinción de “excesos” en la tortura o en el cumplimiento de las órdenes. Estuvimos muy atentos para reconstruir todo eso.

D. B.: –Cuando revisaba los medios de esos años, plena dictadura, yo salía del archivo con un nudo gigante. Aunque no vivíamos en un lecho de rosas, después de la famosa primavera alfonsinista y lo que se conoció como el destape, era muy notorio ver cómo se salió de esa oscuridad: de repente se descubría el cola less, por decir algo, empezó a haber semidesnudos por todos lados. El “destape” podría usarse como una palabra metafórica de lo que pasó en muchos aspectos, se fueron destapando muchas cosas.

–Ahora que tienen una visión panorámica de la década, ¿cómo cambiaron los medios en el paso de la dictadura a la democracia y hacia el fin de los 80?

D. B.: –A principio de la década se cubría que iba el hijo de Videla con la mujer a la inauguración de la disco Cerebro en Bariloche, de Palito Ortega. Cuando llegó Malvinas todo eso cambió a la espera de ver qué pasaba y después de golpe los militares pasaron a ser los culpables de la derrota en Malvinas y en poco tiempo se reconfiguró todo el interés de los medios en otras cosas. El punto clave de la primera mitad de la década y lo más impresionante es Malvinas, como una bisagra que cambia todo y anticipa el final de la dictadura. Fueron unos meses en los que no se hablaba de otra cosa: la primera noticia que aparece en julio del 82, por fuera de la guerra, fue que lo descubrieron a Vilas con la princesa de Mónaco y ahí arrancó de a poco la posibilidad de hablar de boludeces. Se fue armando una bisagra y de repente Galtieri empezó a ser el borracho loco que nos llevó a la guerra, cuando un par de meses atrás se lo cubría en los eventos sociales.

–Como si fuera dejando pistas, el libro muestra que después del 83 había coletazos de la dictadura, pero que también antes de que terminara ya había pequeños adelantos de lo que iba a ser la vuelta de la democracia. ¿Eso es deliberado?

J. E.: –Los primeros años de la década era una época que no teníamos tan clara, porque nosotros éramos muy chicos, y la verdad es que había pocas noticias. Entonces fuimos encontrando muchos recuadros y notas chicas sobre marchas, reclamos, la Multipartidaria. Vimos que siempre hubo menciones del 17 de octubre, que incluso en dictadura hablaba Isabel desde España, que era una figura importante y hoy es nadie en el peronismo. Otra cosa que está retratada y que no teníamos tan presente son las internas entre militares. Leyendo los diarios vimos que se tardaba mucho en dar una opinión oficial o una postura, así como cuando se definía cada una de las juntas. Hay nombres perdidos que también forman parte de esos momentos de dictadura. Con el tiempo, el sentido común o un tipo de imaginario tapa todo eso y la voz de la dictadura aparece como una voz única y en el momento no era tan así.

–El libro abarca dos campañas presidenciales, la del 83 y la del 89, ¿en qué se diferenciaban de las campañas actuales?

D. B.: –Una diferencia fundamental son las redes sociales, que no existían. Igual no diría jamás que eran tiempos inocentes. Ese era un prejuicio que yo tenía y me sorprendió, se modificó totalmente: no éramos ingenuos en ese momento ni lo somos ahora.

Publicado en Pagina 12
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