Entrevista al novelista colombiano Philip Potdevin

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Publicada por Ediciones Desde Abajo, En esta borrasca formidable, de Philip Potdevin (Cali, 1958), reconstruye desde la ficción una época que definió el destino de la patria colombiana: los años posteriores a la constitución del 1886, el apogeo de lo que se conoce con el nombre de regeneración. Inscrita en la tendencia de la actual novela histórica, la narración de Potdevin hace parte de ese grupo de obras que exploran el pasado nacional en busca de las respuestas de nuestro presente.

No deja de llamar la atención de que en alguna parte haya usted dicho que su novela En esta borrasca formidable nació de un debate que involucró a Luis López de Mesa y a Miguel Jiménez López, dos médicos colombianos. ¿Cuál fue el proceso que le llevó a pasar de ese germen a una novela que enfrenta el tema del asesinato de Uribe Uribe?

Hace aproximadamente diez años yo adelantaba una Maestría en Historia y mi trabajo de grado era en torno al debate de 1920 entre López de Mesa, Jiménez López y otros científicos e intelectuales. El tema era fascinante, pero complejo, amplio: dos médicos del establishment  sostenían que la raza nuestra estaba degenerada y que la solución era «blanquearla» a través de la inmigración masiva de centro-europeos como había sucedido ya a fines del s. XIX en los países del sur del continente. El trabajo se comenzó a ralentizar hasta que se detuvo por completo y así se quedó un par de años. Un día me di cuenta de que allí había una novela en potencia de inmensas posibilidades, no solo históricas sino ficcionales.

El asunto, hoy día, de una raza degenerada suena absurdo, pero en ese momento, 1920, la intelectualidad colombiana se lo tomó en serio y se prendió el debate; así que decidí incrustar un personaje «perfecto» para antagonizar con la tesis de los dos médicos: un ser pequeñito, feíto, de origen humilde, oscuro de piel, jorobado y descaderado, pero dotado y preparado intelectualmente, capaz de dejar perpleja a la «Academia» capitalina. Al investigar el trasfondo histórico de la época, fui encontrando personajes reales que parecían de novela: principalmente uno que aparece poco, casi nada, en los libros de historia, —lo cual dice mucho de quién escribe la Historia oficial del país y qué dice y qué calla—pero que en realidad era quien controlaba los hilos del país, y así lo hizo casi por cuarenta años hasta su muerte en 1928, con discreción, pero a la vez, con un poder ilimitado: el arzobispo de Bogotá. Este era quien ponía y quitaba a cada Presidente conservador de turno. Halando hilos aquí y allá, fui descubriendo la trama que me llevaría al asesinato del principal líder liberal de la época: el general Uribe Uribe. La tesis de historia tuvo que esperar hasta que la novela fuera escrita para después ser retomada y concluida.

Hijo de padre desconocido y de una cocinera, Isidoro Amorocho es un personaje excepcional: maneja varios idiomas y domina buena parte del conocimiento de la época. ¿Cómo construyó la identidad de este personaje capital para su novela?

Isidoro es un muchacho de provincia y, por su origen —algunos, el arzobispo, entre otros, lo acusarán de ser hijo espúreo de su mentor religioso—, era imposible que hubiera accedido a una educación formal. Se forma como autodidacta pero a la luz de dos mentores providenciales en su vida: uno, el sacerdote eudista Blanchot, quien dirige el Seminario Mayor de Santa Rosa de Osos, y le abre las puertas de la biblioteca. Isidoro lee vorazmente y allí aprende, aunque con pésima pronunciación, idiomas como el francés, el alemán, el latín, el griego. Pero la biblioteca del Seminario, es claro, solo le puede brindar textos clásicos y de corte religioso. Pero es precisamente un amigo de Blanchot, Indalecio Estibañez, el único liberal de Santa Rosa, un paisa buscador de oro, masón y ateo, y también dueño de una portentosa biblioteca (esa si llena de libros de ideología liberal, socialista y hasta revolucionaria), quien le permite a Isidoro redondear su cultura. Por eso, y dado que el muchacho compensa sus impedimentos físicos con su actividad intelectual, llega a la capital ya formado intelectualmente, pero esencialmente un muchacho de provincia, campechano, osado y altivo en su conocimiento, pero inexperto en todo tipo de situaciones sociales y, por supuesto, amorosas, un tipo bastante ingenuo.

 Antes de continuar con el libro, hablemos del rol que en su opinión juega la novela histórica y los autores que la cultivan en un país como el nuestro que no se distingue por su consciencia histórica.

Es un tema interesante, fascinante. La novela histórica es un género muy amplio; y allí siempre habrá posibilidades para el novelista. Hoy día se ha puesto de moda a través de los bestsellers de ochocientas o más páginas que tienen su público; sin embargo, a mí me interesa la novela histórica que lleve a la reflexión, a repensar el pasado; a hacerse preguntas críticas, a no asumir todo lo aprendido y escuchado como verdad. La Historia siempre —o casi siempre— ha sido narrada por los vencedores, no por los vencidos; así que nos vamos quedando con versiones «oficiales» de los hechos, de los acontecimientos. La novela 1984 de George Orwell es un buen ejemplo de cómo se manipula la historia por los regímenes totalitarios. En el caso nuestro, en Colombia, creo que el género de la novela histórica ha sido bastante inexplorado; no que no se haya tocado, ni mucho menos, El general en su laberinto es un magnífico ejemplo, pero nuestra historia es tan rica, tan llena de matices, no solo de guerras y confrontaciones sino también en personajes, algunos de corte casi heroico, que hasta la fecha han pasado desapercibidos para historiadores y novelistas, que a veces me pregunto qué ha impedido a los escritores actuales para atreverse o interesarse más por este campo. Pienso que la verdadera posibilidad creativa es aquella en la que el novelista está en su oficio: creando ficción, mundos imaginarios, utopías, bien sea positivas o negativas, y a la vez, re-construyendo, recreando la historia. El entrecruzamiento entre ficción y realidad es quizás el asunto de mayor fascinación para cualquier novelista.

Aquí traigo una anécdota: el año pasado, en Medellín y con ocasión de la presentación de mi novela, intervino un señor, de cierta edad, que dijo: «ese personaje que usted menciona en la novela, el masón Indalecio Estibañez, yo lo conocí de niño cuando viví en Santa Rosa, y conocí su biblioteca; ese señor sí existió», reafirmó, muy orgulloso y por supuesto le di la razón, si bien mi personaje es ficticio y no fue inspirado en nadie en particular.  Ahora bien, si en este proceso, de escribir la novela histórica, se encuentra la oportunidad de traer a la luz hechos soslayados, ignorados o deliberadamente silenciados por la Historia, —y que el novelista descubre o tienen acceso a través de sus pesquisas e investigaciones (el escritor siempre es un sabueso—) entonces tanto mejor: allí el novelista asume un rol de crítico frente a la sociedad, de desenmascarar silencios, de destapar verdades que siempre se han sabido pero que nadie se atreve a decir en voz alta. El escritor es y debe ser una consciencia de la sociedad. Usted tiene razón, a nuestro país le falta más consciencia histórica. Muchísimo más.

Uribe Uribe es uno más de los muchos mártires de la historia nacional. Luego de investigar sobre él, ¿a cuáles conclusiones llegó sobre el personaje y su época?

Solo puedo pensar en dos personajes —dejando a Bolívar y Santander de  lado—de nuestra historia política (y sin tocar nuestra coyuntura actual) que han suscitado tantos sentimientos encontrados: Uribe Uribe y Gaitán. Uribe Uribe fue un tipo extremadamente inteligente, adelantado para su época, visionario,  estudioso, aguerrido y ambicioso. Pero su faceta más importante es su evolución política, su capacidad de entender el contexto nacional y el futuro del país. Durante el s. XIX, fue esencialmente un guerrerista, pensaba que la única forma de defenderse de la hegemonía conservadora era a través de la guerra; por eso llamó a las armas una y otra vez, hasta la hecatombe de la Guerra de los mil Días, donde fue estruendosamente derrotado, junto con los demás jefes liberales como Benjamín Herrera y Lucas Caballero.

Pienso que esa guerra lo transformó, allí murió mucha gente, gente humilde, del campo, como siempre sucede en nuestros conflictos. Uribe Uribe aprendió y se transformó, entendió que solo a través de la política, limpia y cargada de ideas, podía lograr un cambio significativo en el país, un cambio que sacara a Colombia del oscurantismo en que lo tenía sumido el conservatismo y la Iglesia Católica; un país anclado en el s. XIX en donde era pecado ser liberal y para ser católico había que ser conservador. Por eso se acercó, casi en solitario, pues era el único senador liberal en el Congreso, al poder; ya no con las las armas, ya no apelando a la guerra, sino a través del debate, de escribir libros importantes como El socialismo de Estado, y De por qué ser liberal no es pecado. Pero por supuesto, para los conservadores y para la Iglesia seguía siendo una amenaza horrible, el único colombiano capaz de poner en peligro la hegemonía conservadora —y el monopolio de la Iglesia sobre la educación y la conciencia de los colombianos— construida desde 1885 por Núñez; por eso estaba lleno de enemigos, enemigos que venían desde los años de la Guerra de los Mil Días y también, después, al ver su inexorable ascenso en la simpatía de las masas liberales, campesinas y obreras del país. Por eso, y cuando ya estaba a punto de ser presidente, y se había aliado estratégicamente con el presidente conservador Concha, es que se decide, por sus enemigos que había que sacarlo del camino, y de manera definitiva. Hoy, a cien años de su muerte, sus ideas parecen apenas de centro-izquierda, pero para la época era un revolucionario, un progresista, un inconforme con la situación del país.

Publicada en Revista Arcadia
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