La coop: editores independientes
Cada vez que se juntan editoriales independientes, dos son los temas que se repiten: la distribución y la circulación de libros, de aquellos que nacen, se reproducen y toman cada vez más fuerza detrás de la bruma espesa del circo comercial bestsellero. La Coop es la primera experiencia colectiva que se animó a pasar de los dichos al hecho: así bautizaron 12 editoriales independientes a la cooperativa que les permite reunirse para afrontar las caras más ásperas de hacer lo que uno ama.
“Estando solos las cosas no salen. Estando juntos se pueden conseguir un montón”, propone Caterina Gostisa, responsable de China Editora, una de las experiencia autogestivas que empujaron, viven y mantienen viva a La Coop, como Alto Pogo, Añosluz, Audisea, Azul, Conejos, Espacio Hudson, Mágicas Naranjas, Paisainta, Qué diría Víctor Hugo?, Santos Locos y Vox. Llegaron de a poco a la certeza de que la unión hace a la fuerza tras transitar más o menos los mismos senderos, sufrirlos más o menos de la misma manera y llegar más o menos a los mismos destinos. Sin embargo, la fuerza de lo colectivo radica, justamente, en la pluralidad: un colectivo potente cuyos integrantes se alimentan de esa potencia. Un sector.
“Pista” se llamaba el ciclo de Zona Futuro, el espacio de experimentación multidisciplinaria de la editorial Clase Turista, que sirvió de prueba de ensayo de La Coop. Era 2014. “Me acuerdo que el ciclo ofrecía espacios de seis minutos para que los sellos independientes nos presentáramos, nos definiéramos ante el público”, recuerda Marcos Almada, de Alto Pogo. La mayoría ya se conocía de olfato. A diferencia de las charlas que “se daban siempre” que se encontraban dos o más editoriales, tuvo un después diferente. Sumaron a algunas experiencias más. Del palo, siempre. Cuando se quisieron acordar, ya estaban avanzando en la constitución formal de una cooperativa de editoriales: La Coop.
El proyecto colectivo reúne a 12 sellos sin pegotearlos: sin perder su identidad, la estética de su catalogo, su trato con los escritores, confluyen en La Coop desde la potencia de una “visión común” sobre qué significa editar libros, cuáles son los obstáculos principales que enfrenta esa “proeza”, como la define Paulina Aliaga, de Espacio Hudson, y para encontrarles la vuelta de manera colectiva.
Si de asociativismo se trata, existen modelos precursores a La Coop, aunque su foco está puesto en hacerle frente desde lo colectivo a la Feria del Libro. Así, un grupo de empresas entre las que se encuentran Eterna Cadencia, Entropía e Hidalgo, comparten desde 2013 un stand colectivo en el evento literario más importante del país bajo el nombre de Los Siete logos. Detrás de esa experiencia caminaron los colectivos Sólidos Platónicos y Todo Libro es Político, que resurgen para la feria e invernan el resto del año. En el caso de La Coop, el encuentro anual en La Rural fue solo el puntapié de un andar constante.
¿Qué buscan? Que aquello que es su pasión les dé de comer a ellos y a los que los preceden —los autores— sin perder esa manera que tienen de desarrollar la edición de libros, porque en el ADN de las editoriales que conforman La Coop hay “otras cosas que importan además de hacer guita”, remarca Gostisa. “Las editoriales trasnacionales —un término que escuchó en Chile y adoptó como propio para referirse a las “grandes empresas” del rubro, como Planeta, Sudamericana y Aguilar, e incluso a los grupos que las nuclean, como Penguin Random House— ven la edición de libros como un negocio y nada más. Detrás de ellas hay tipos que no vienen del palo editorial, que posiblemente entiendan muy poco de él y que ni siquiera les importe”, adivina Almada y sigue: “Nosotros hacemos libros, pero publicamos autores. El cuidado que tenemos con su obra, y que le exigimos al autor que tenga con su propia obra y con los libros de sus colegas, es una de las cosas que nos diferencia, que practicamos y que intentamos inculcar también”. Aliaga concluye: “Buscamos nuevas maneras de construir este oficio que es pasión para nosotros, en lugar de replicar las maneras preexistentes en el manejo de una editorial que, en definitiva, es lo que nos perjudica”.
EL SECTOR Y SUS DESAFÍOS
Almada insiste en la idea de “sector”. No existen cifras oficiales que lo ilustren ya que la Cámara del Libro (CAL) “no se encarga de censar lo que no crece por fuera de ella”, dispara el responsable de Alto Pogo. En su último informe, el órgano divide la producción de libros durante 2015 entre lo hecho por el sector comercial y “el resto”. En el imaginario de la CAL, ese “resto” está integrado por microemprendimientos, empresas comerciales, universidades, empresas editoriales, instituciones privadas no educativas, entidades públicas y “libros editados por sus propios autores”. La palabra “independiente” no aparece. ¿Cuál de todas las categorías no explicitadas en el documento incluye a las experiencias como La Coop o como las que las integran? No se sabe. Ese “resto” editó el 58 por ciento de los libros que parió Argentina el año pasado. El 42 restante surgió del sector comercial.
Y el Estado, ¿lo sabe? “Andá a preguntarle a funcionarios de este gobierno o del anterior cuántos sellos editoriales independientes hay en el país. O cuántos libros esos sellos publican en Tucumán. No lo saben y deben saberlo si quieren realmente ayudar a que esto funcione”, postula Almada.
De elaborar cifras que le cuenten a quien quiera saberlo que ahí están las editoriales independientes, que respiran, caminan y editan libros, se está encargando La Coop a través de un censo que está recorriendo el país. Los cálculos preliminares entusiasman: son entre 400 y 500 las experiencias del palo de quienes integran la cooperativa. Su catálogo ―con obras paridas de las 12 editoriales que la conforman― ofrece cerca de 200 títulos al año. “Somos un sector, pero primero tenemos que entenderlo nosotros y empezar a actuar como tal”, propone.Las tres líneas que estructuran el trabajo de La Coop son la distribución, la difusión y las políticas públicas para el sector. “Las tres están entrelazadas”, añade Aliaga.
En ese genoma integrado por catálogos “cuidados” desde lo estilístico y estructural de cada editorial, obras nuevas de autores contemporáneos, tiradas no muy numerosas y buen trato con los escritores, la autogestión pisa con fuerza, porque son los propios editores los que hacen “de todo”: “editamos, corregimos y diseñamos el libro; trabajamos la difusión y la distribución. El costo extra que tenemos es la imprenta”, enumeran desde China Editora. En tren de “entenderse como sector”, saben que alguna cuestiones de esa lógica de funcionamiento “deberán cambiar” aunque no están dispuestos a que tal viraje sea a cualquier precio: “Queremos sistematizar ciertas tareas en manos de uno de los nuestros: de alguien que sepa de qué se trata una editorial independiente y represente nuestros intereses en cuanto a la edición, a la distribución y a la venta”, indica el responsable de Alto Pogo.
LLEGAR Y MOSTRAR
Por estos tiempos están poniendo en práctica algunas alternativas de financiación, como los talleres —La Coop Escuela lanza sus cursos en julio—, pero el principal combustible de las editoriales independientes es la venta de sus libros: esos que editan desde la autogestión deben subsistir en el mercado con aquellos otros editados “por la máquina de hacer chorizos”, como llaman a la industria editorial: todos juntos en un mercado con reglas injustas.
En ese sentido, la llegada a las librerías y la circulación federal de los libros no es la misma, dependiendo de sus orígenes. “Hay librerías que son cadena —Hernández, Gandhi, Yenny, por mencionar algunas— y librerías que no. Para estar en sus bateas, las cadenas te piden un mínimo de 50 ejemplares por sucursal, te obligan a pagar el traslado de los libros, te los aceptan a consignación y en la mayoría de los casos te los devuelven sin haberlos siquiera sacado de la caja. Es una cosa que no podemos afrontar”, denuncia Gostiza. O “te piden inclusive firmar contratos de exclusividad y después descubrís que no te llevan a determinadas a las librerías. Se mueven con prácticas lamentablemente legales pero deshonestas”, añade Almada y remata: “Si ves que las librerías están abarrotadas de Chupa el Perro, no es porque ‘la gente compra eso’ ni casual: es porque a las editoriales les interesa vender eso y les pagan a las librerías para mostrar solo eso. Es lo que hace Quilmes con los bares. Hay bares en los que si querés tomar otra birra, no podés”.
La constitución de una distribuidora propia es la meta que La Coop se propone frente a las actuales reglas del mercado, como parte de una política de circulación de los libros que producen: “Cuando pensamos en independencia, pensamos en independencia de decisión: decidir dónde poner a la venta nuestros libros, decidir por dónde circularán”, remarca Almada. En primer lugar, nada de cadenas. Apuntan a las librerías boutique, que son las que “mayormente están atendidas por libreros que aman lo que hacen y que tienen buena onda con lo que podemos ofrecerles”. Están trabajando en un mapa de “libreros buena onda” que cubra todas las zonas geográficas y en una app para compartir con todos ellos y que pueda utilizar cada editor. Además de ordenar el vínculo, también servirá de fuente de estadísticas.
Pero el viaje entre el autor y el lector no nace y termina en librerías. “No pensamos el libro por su lanzamiento y su venta en librerías y ya. Queremos que circule y trabajamos para ello: queremos que lo haga en todo el país, por eso nos interesan mucho las ferias —advierte Aliaga—, que en muchos casos son la única manera de llegar a algunas provincias fuera de Buenos Aires”. Un dato del más reciente informe de la CAL que ejemplifica el porteñocentrismo:Buenos Aires editó, en 2015, el 72 por ciento de las producciones registradas en la cámara; entre Córdoba, San Juan y Santa fe, publicaron el 11 por ciento; Tucumán, Salta, Entre Ríos y Mendoza, apenas el 4, todas juntas. ¿El resto? Nada. La Patagonia, por ejemplo, está desierta en el mapa de la CAL. El catálogo de Hudson está hecho de poetas y escritores del sur del país. Nada tampoco registra la Cámara del Libro en Santiago del Estero o Chaco, “espacios promisorios”, según los editores de La Coop.
En 2015, la cooperativa asistió a más de 30 ferias de todo el país y ya están pensando en un proyecto propio de feria itinerante. A medida que avanzaban en el recorrido sentían que “el camino se abre cada vez más” y “el espíritu de La Coop se contagia”, se entusiasma Gostiza. Además de poner en circulación los libros que ofrecen, el recorrido por el territorio les permite mostrar la experiencia colectiva. Su intención no es engordar a la cooperativa, sino replicarla. “Si la gente busca los libros que circulan, es difícil que solicite títulos que no conoce. Nos proponemos doblegar la lógica del bestsellerismo, desde la batalla de la circulación hacia adentro del país”, plantea Aliaga.
LETRA MUERTA
¿Les interesan los mercados regionales? ¿Y los globales? Sí, pero paso a paso. “El nuevo ministro de Cultura —Pablo Avelluto— se extasió al abrir la libre circulación de libros con otros países. ¿Necesitamos exportar libros? Ponele. ¿Nos interesa hacerlo? Sí, pero quizá antes necesitemos que nuestros libros circulen en todo el territorio nacional: que los de Buenos Aires lleguen al resto de las provincias y que los de allí se puedan adquirir aquí. Hoy no hay políticas que trabajen esto”, plantea Almada.
La Coop mantiene un vínculo con la nueva gestión de Cultura, así como lo hizo con la de Teresa Parodi. Sin embargo, aún resguardan las ganas de ser los artífices de las políticas públicas destinadas al sector, “pensadas desde el territorio y no desde los escritorios”, destaca el fundador de Alto Pogo: “Las políticas públicas deben surgir de las necesidades del sector al que apunta, porque no sirve de nada que nos bajen línea”.