El adiós al escritor mexicano Ignacio Padilla

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El escritor Ignacio Padilla murió la noche del viernes a los 48 años de edad, tras sufrir un accidente automovilístico, rumbo a la ciudad de Guadalajara, informó la Secretaría de Cultura federal.

Ignacio Padilla, quien se definía como un “físico cuéntico” al que de vez en vez le nacía una novela, formó parte de la Generación del Crack cuyo manifiesto fue publicado en 1996. También era miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y Premio Mazatlán de Literatura en el 2007 con su novela La Gruta del Toscano.

En su cuenta de Twitter, el secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, escribió: “lamento el fallecimiento de Ignacio Padilla, un hombre de letras en el más amplio sentido de la palabra. Mi pésama a su familia”.

También sobre la muerte de Padilla, el escritor peruano, Santiago Roncagliolo en esa red social publicó: “no puedo creer que haya desaparecido de repente toda esa erudición y ese entusiasmo por la literatura”.

El escritor mexicano consideraba que en América Latina  el cuento estaba muy vinculado con la oralidad y el periodismo, por lo que se arraigó de manera muy importante.

En su trabajo profundizó en la obra de Miguel de Cervantes y promovió el género cuentístico en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara donde coordinó el Encuentro Internacional de Cuestistas.

Ignacio Padilla es autor de libros como Trenes de humo al bajoalfombra, Espiral de artillería, Imposibilidad de cuervos, Los reflejos y la escarcha, entre otros títulos.

Publicado en La Jornada

 

Dan último adiós al escritor Ignacio Padilla

Por Fabiola Palapa Quijas

Familiares y amigos como Rosa Beltrán, Jorge Volpi, Mauricio Montiel, Ignacio Solares, Sergio González Ramírez y Gonzalo Celorio le dieron el último adiós la noche del sábado al escritor Ignacio Padilla (Ciudad de México, 1968- Querétaro 2016), en la funeraria Gayosso de Félix Cuevas, donde fueron velados sus restos.

El autor de Todos los osos son zurdos y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua murió la madrugada del sábado en un accidente automovilístico en la ciudad de Querétaro.

El escritor Gonzalo Celorio, quien expresó sus condolencias a los familiares del escritor de la llamada Generación del Crack, indicó a la prensa que “tendrá que pasar mucho tiempo para que asimile esta oquedad tan espantosa, porque una muerte tan imprevista, tan accidental, lo deja a uno atónito y sin palabras”.

Para Celorio, hablar en pretérito de alguien de quien seguiría hablando en presente es muy doloroso. “Lo que puede decir que era una mente verdaderamente privilegiada, brillante; un hombre muy bien formado con una gran sensibilidad literaria, con un manejo de lenguaje inusitado que podía vincular de manera excepcional su creatividad imaginativa con una formación académica muy rigurosa”.

Recordó que Nacho Padilla, como le decían sus amigos de cariño, realizó estudios en la Universidad de Salamanca y logró un doctorado con una tesis sobre el diablo en el Quijote.

Agregó que el miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, “era dentro de la generación del Crack, de los jóvenes nacidos en 1968, muy destacado con una gran solidez intelectual; era alguien que conocía muy bien la lengua española, diacrónicamente conocía muy bien la evolución de la lengua española, se manejaba bien en otras lenguas sobre todo en la inglesa.

Celorio señaló que las aportaciones de Padilla en la AML eran siempre “muy puntuales, cultas y bien sedimentadas, además era un hombre maravilloso, de buen humor”.

Visiblemente consternado y afligido, Celorio evocó una imagen de Padilla en una agencia funeraria en medio de ataúdes, que captó la lente de Daniel Mordzinski, el fotógrafo de los escritores y que se presentó en mayo pasado en Nicaragua dentro de la cuarta edición del Encuentro de Narradores 2016, Centroamérica Cuenta.

“Me estremece ahora que la veo porque Daniel instó a Nacho Padilla a que fuera fotografiado en una agencia funeraria y veo esa foto esta mañana y la siento pavorosamente premonitoria y me duele mucho todo lo que ha pasado”, expresó Celorio.

El deceso del autor de 48 años de edad sorprendió al medio literario nacional e internacional que desde ayer han externado consternación por la muerte de quien se consideraba un “físico cuéntico”.

Publicado en La Jornada

Adiós a un maestro

Por Carolina Vegas

Bogotá, 22 de agosto de 2016

Querido Nacho,

Hoy abrí mi correo electrónico y me encontré con una foto que te tomó Camilo Rozo cuando viniste en 2011 a Colombia a recibir el premio La otra orilla por tu novela El daño no es de ayer, la última que alcanzaste a publicar. Él me la mandó de regalo, de recuerdo. Ver tu mirada clara y tu ojos siempre sonrientes me robó aún más lágrimas. Te confieso que he llorado todo el fin de semana, desde el sábado en la mañana, a eso de las diez, cuando me llegó un mensaje desde México al celular que decía: “Caro. Se murió Nacho Padilla”. Apenas lo vi grité. “¿Cómo así? Dios, ¿qué es esto?”. Tuve que llamar y oír la voz de Karla Zárate que confirmó lo que me acaba de escribir. “Fue un accidente automovilístico”.

Todos tus obituarios han recordado la inmensa obra que dejaste, como miembro ilustre de la generación del Crack, a partir de aquel manifiesto que escribiste junto a tus compadres Jorge Volpi, Eloy Urroz, Pedro Ángel Palau y Ricardo Chávez Castañeda. Hablan de los premios que recibiste como el Juan Rulfo para Primera Novela, el Primavera de Novela, Internacional Juan Rulfo de cuento, el García Márquez de Estación Palabra, el Debate Casa América, y la lista sigue. Dicen que has sido uno de los escritores mexicanos más premiados de todos los tiempos. Tanto así que te acaban de hacer un homenaje en vida hacía apenas un par de semanas en el Palacio de Bellas Artes, por ser uno de los Protagonistas de la literatura mexicana. Allá mismo te habían convertido en miembro de la Academia Mexicana de la Lengua en un evento al que llegué tarde y no alcancé a oír tu discurso. Tu luego me lo entregaste impreso. Allí hablabas de la necesidad de distinguir la impureza, la ambigüedad en el lenguaje, más allá de la ortodoxia y la academia. Descubrir el habla de todos los días en las obras maestras, lo risueño, lo gestante, dijiste.

Así que en esta carta, que no leerás (¿o sí?) me dedicaré no a hablar del académico, doctor de la Universidad de Salamanca, especialista en Cervantes y el siglo de oro, sino del maestro, mentor y amigo que me robó un hombre en un furgón que estrelló tu camioneta Honda gris y luego se dio a la fuga.

El día que te conocí, cuando entré a tu clase de posgrado en la Universidad Iberoamericana de México sobre el Viaje del Héroe, te llamó la atención que fuera colombiana. Alabaste a mi país y a las hamburguesas de El Corral: “es que ustedes no saben qué es una hamburguesa hasta probar esas delicias”, y me preguntaste si conocía a Ricardo Silva. “Sí, es amigo mío”. “Dale un abrazo al buen Ricardo de mi parte cuando hables con él”.

Yo no sabía quién era Ignacio Padilla, nunca lo había oído nombrar, pero me pareció simpático. Llegue a mi casa, le escribí a Ricardo para darle los saludos y miré en Google. ¡Oh sorpresa! Estaba recibiendo clases de una verdadera eminencia de las letras mexicanas. Ricardo me contestó: “Es uno de los inventores del Crack, el grupo de allá que es una maravilla. Y él es el mejor de ellos”.

Durante mis años en México descubrí que más allá de ser un Señor Escritor eras una de las personas más generosas que he conocido. Te ofreciste a leer el manuscrito de mi primera novela. La destrozaste, la llenaste de apuntes morados. La mejoré gracias a tus comentarios y logré que me la publicaran. Luego escribiste el blurb que acompaña su contraportada. Además me ofreciste presentarme a tus agentes, que no me quisieron por más que sé que insististe.

En tantos cafés y tantas charlas en tu oficina de la facultad, que no tenía ventana pero si un poster con la cara de Samuel Beckett y una cafetera pequeñita en donde mantenías una bolsa de café colombiano de las que te traía cuando venía a visitar a mi familia, me diste claves sobre los secretos de tu escritura. Como que hay escritores de mapa, que hacen esquemas y saben a donde va la trama antes de escribir, como yo, y otros de brújula que se sientan y se dejan llevar por la historia cual navegantes de antaño, como tu.

Me mostraste el cuaderno rojo de espiral, con hojas cuadriculadas, en el que estabas transcribiendo en tinta morada la novela que no alcanzaste a terminar. Eso hacías, escribir en computador y luego pasar todo a mano, con la zurda porque eras un zurdo orgulloso, cambiar y corregir, y luego volver a pasar a limpio y cambiar todo de nuevo. “¿Quién tiene tiempo para eso?”, te pregunté. “Alf, por eso me demoro tanto”. Y aún así en tus 47 años de vida publicaste una obra con más de 30 títulos de ensayo, novela y cuento.

Cuentista, así te definías. Es más tu perfil de Twitter dice “Físico cuéntico”. Te habías negado a las redes sociales hasta que abriste tu cuenta y comenzaste a trinar entusiasmado desde enero de 2012. Te encantaba Twitter y sé que seguramente te hizo sonreír saber que fuiste Trending Topic en México el sábado y el domingo. Yo me pasé ambos días leyendo mensajes que escribían otros, con la esperanza de que en alguno dijeran que no era cierto, que era como todas las veces que mataron a Chespirito sin ser verdad.

Pero la realidad es que te fuiste. Te fuiste y no vamos a volver a charlar, a echar chisme, como te gustaba a ti. “Hay un lugar especial en el infierno para todos aquellos que no saben apreciar un buen chisme”. Otra de tus frases era: “En la digresión está la diversión”, por eso todas tus charlas y tus clases llegaban en algún momento a tus tópicos favoritos: Papá Noel, el Ratón Pérez y El Quijote. Y es que tus clases eran una digresión en sí mismas. Mientras hice la maestría en Letras Modernas vi contigo clase sobre: la teoría del héroe, las sociedades secretas y la literatura, y los monstruos. Nada tenían que ver con mi tesis, ni mi línea de estudios de género, pero ahí estuve todos los miércoles en la tarde, presta a oír tus historias. Porque eran eso, clases de historias interminables, de una imaginación fantástica y un humor cruel.

Sé que te hacía mucha ilusión el año sabático que apenas comenzabas. Que planeabas pasar el otoño entre la Ciudad de México y Nueva York para luego viajar en enero a Berlín. En nuestra última conversación, el 10 de agosto, cuanto te pregunté si seguías con aquella novela que me mostraste en el cuaderno rojo me escribiste: “Sí, aunque crece y crece. Me dejé descansar para escribir mis cuentos y una novela sobre dodos y estorninos en Nueva York”. Comenzamos a hablar ese día, porque me equivoqué, no sé por qué quizás una señal del destino, y te felicité por tu cumpleaños el 7 de agosto. Cumplías el 7 de noviembre. No entiendo a qué vino mi lapsus, pero me dio oportunidad de hablar contigo por última vez y enviarte una foto de mi hijo, el mismo que llevaba en mi panza en noviembre de 2014 cuando nos abrazamos por última vez en la calle de Ámsterdam en la colonia Condesa después de compartir nuestro último café.

En mi cabeza ronda tu voz: “Alf, Alfito, Alfeñique querida”. Tu saludo de siempre. Tu sonrisa. Y no puedo dejar de pensar que el epígrafe de Joseph Campbell y el título temporal que tiene el libro que acabo de terminar es obra de tus enseñanzas. Sé que estarías orgulloso de eso. “Me parece maravilloso que estés escribiendo no ficción -que es lo de hoy”, me escribiste cuando te conté lo que estaba trabajando.

Hasta siempre querido maestro, mentor y sobre todo amigo. Escribir con tinta morada será mi homenaje. Por cierto, te quedaste con algunos de mis esferos favoritos.

Publicado en Revista Arcadia

 

Ignacio Padilla, aquella última vez en Guanajuato

¿De qué hablamos la última vez? De Onetti, Rulfo, de los cervantistas Riquer y Rico…porque todo en Ignacio Padilla era vitalidad literaria, pasión intelectual. Platicábamos durante la cena de clausura del pasado Coloquio Cervantino Internacional de Guanajuato. Y bromeábamos, siempre en serio: llegarás a premio Cervantes, le decía yo. «Muy posiblemente -contestaba feliz-, casi todos los ganadores del galardón (menos Fuentes, claro) comienzan con «pe»: Paz, Pitol, Pacheco, Poniatowska, del Paso. Padilla también». No se trataba solamente de palabras animadas por los whiskys y la música ambiental. Ignacio Padilla (1968) encarnaba al escritor mexicano más prometedor, muy por encima de Jorge Volpi o Xavier Velasco y muy lejos de David Toscana o Elmer Mendoza, por citar cuatro nombres representativos (para buscar un par en potencial imaginativo, hay que ir a Cristina Rivera Garza, dicho siempre según mi personal opinión). Su enorme talento creativo se encauzaba a través de una preparación asimismo excepcional, lo que le acarreó una veintena de premios nacionales e internacionales.

«Amphitryon»- la obra con la que obtuvo el Premio Primavera de Novela 2000- fue una magnífica carta de presentación. Me pareció, subrayo, la mejor prosa de ficción de la nueva oleada de narradores en México. El relato le daba vida a una serie de personajes que hacían de dobles en la época nazi. Una propuesta bien construida, apoyada en una estructura que evidenciaba los legados de la tradición novelística moderna, articulada en una escritura deudora asimismo de las más espléndidas letras europeas, sin dejar de lado las economías verbales de Borges o los despliegues episódicos a lo Vargas Llosa. Leamos una muestra:

«Desde lejos, la casa del general Thadeus Dreyer parecía un barrancón de prisioneros que los años hubieran transformado en un castillo de bruma, soberbio y negro entre las calles de Ginebra. Sus muros contrastaban dramáticamente con el resplandor vespertino de la nieve, y la luz que salía de sus ventanas superiores creaba la impresión de un felino gigantesco sorprendido en la penumbra por las linternas de una patrulla de reconocimiento. Mientras pagaba el taxi que me había conducido hasta allí, sentí que aquel edificio me vigilaba desde un instante remoto en el tiempo pero inmediato en ese rincón de la memoria donde nuestros actos inconclusos martillean con una insistencia que creíamos exclusiva del presente. De pronto, todo en aquella escena, la tapia derruida del jardín, la nieve a plomo sobre los tejados de la ciudad, ese ámbar del crepúsculo, que tanto se asemeja al amanecer, me resultó dolorosamente familiar.»

Poco después tuve en las manos «El diablo y Cervantes», publicado por el FCE en el emblemático 20015. La investigación de Padilla lo presentaba, de hecho, entre las aportaciones más originales acerca del clásico español. El joven integrante de la llamada generación del «Crack» continuaba el camino que décadas antes habían recorrido sus maestros. Y lo situaba de la misma manera en un ámbito mucho más ancho: la de la infinita legión de enamorados de las inmortales páginas del Quijote. Imposible no sentir beneplácito por contar con un erudito cervantino entre nosotros, cuya cercanía fue un verdadero regalo académico y cultural. Desde la entrada a la obra de referencia («Proemio. El manto de Hades. Las bodas del arte y Satanás»), se testimonia su voluntad por fundir la reflexión y la capacidad propiamente literaria, lo que le da un aire de lección en libertad:

«Hasta hace algunas guerras, Satanás fue el principal responsable de casi todos nuestros males y, cómo negarlo, de muchas de nuestras venturas. El escurridizo ángel caído se adjudicaba epidemias, promovía revueltas, comerciaba con lo trascendente y a menudo patrocinaba las artes. Si era invocado por escritores, favorecía la lucidez y la perdición; si por príncipes, dosificaba el poder terrenal; si por amantes, prometía la voluntad del ser amado. Pero todo tiene un límite: en las postrimerías del siglo XIX Lucifer comprendió al fin que su mayor destreza estaba en la invisibilidad. Desde entonces su poder es infinito, pues los hombres lo creemos inexistente».

El autor de los anteriores párrafos -parte de dos docenas de libros- murió en un accidente automovilístico la madrugada de sábado anterior. Qué palabras alcanzan para describir lo sucedido. Se nos aparece el recuerdo del poeta José Carlos Becerra, trágicamente fallecido también en una carretera, cuando del él tanto se esperaba (Octavio Paz en su momento elogió sus versos). Y pienso también en el drama de Job: ¿cómo explicar lo inexplicable? ¿Por qué pasa lo que nos parece injusto, absurdo, tan lamentable?

Varias veces conversé con Padilla, como ya dije. Lo saludamos incluso en Cartagena, Colombia, al amparo del Congreso Internacional de la Lengua Española. Trataba al grupo de durangueños con mucho afecto. Sabía que lo admirábamos y, sobre todo, que lo leíamos.

El año pasado lo presenté en Coloquio de Guanajuato. Se te pasó la mano, me advirtió sonriente. Al que se le pasó la mano fue a ti, con tanto premio, me defendí. Ya de plano se rio. Y en aquella última cenadel Museo Iconográfico -en una mesa compartida por mi esposa Maricarmen y otros tres cervantistas- se conmovió a fondo cuando le recordé una de las más bellas líneas de Rulfo: «El cielo estaba lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche». Con una mezcla de nostalgia y de gratitud buscaré en unos días -la vida sigue con sus alegrías y tristezas-«Cervantes & Compañía» (2016), su reciente libro.

Permítanme cerrar, por el momento, estas breves memorias con la dedicatoria con la que me entregó el ensayo cervantino más arriba mencionado: «Para Óscar, amigo por culpa de los libros, y por tanto, entrañable».

Ignacio Padilla se fue con la lluvia del verano. Y yo no olvidaré su sentimiento profundo cuando repetía, iluminado por los relámpagos de la poesía: «…hinchadas de tanta noche».

Publicado en El Siglo de Durango

Reeditarán obra de Ignacio Padilla, fallecido el sábado

La directora del Instituto Nacional de Bellas Artes, María Cristina García Cepeda, anunció que esa dependencia reeditará la narrativa del escritor Ignacio Padilla, fallecido en un accidente automovilístico la madrugada del sábado.

Al arribar a la funeraria, en la que fueron velados los restos del integrante de la Generación del Crack, la funcionaria señaló: “En la Secretaría de Cultura, a través de la Dirección General de Publicaciones, hay un proyecto de reedición de algunos de sus títulos. La mejor manera de recordarlo es precisamente impulsando que se lea su gran obra”.

Padilla, de 47 años, sufrió el percance automovilístico en la ciudad de Querétaro, donde residía. El pasado 2 de agosto había sido objeto de un homenaje en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, en el cual expresó: “Generalmente la literatura es una actividad solitaria, no me dejarán mentir y, sin embargo, he tenido la fortuna de vivir la literatura como una actividad de grupo, de amistad, la generación del Crack es sólo un ejemplo”.

García Cepeda agregó que el INBA organizará próximamente un homenaje en fecha que acordarán con sus familiares. En este sentido, el secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, instruyó a Marina Núñez, directora general de Publicaciones, para que se edite un antología de narrativa breve del autor.

Francisco Padilla, padre del escritor, afirmó que su hijo dejó varios textos pendientes, “que ya irán saliendo y los daremos a conocer, porque sus hijos encontrarán muchas cosas. Pocas personas como los periodistas lo llegaron a conocer tan de cerca. Era una persona fuera de serie. Ha sido una gran pérdida, no nada más para la familia, sino también para mi Patria. Será un ejemplo reconocido cada vez más”.

Jaime Labastida, director de la Academia Mexicana de la Lengua, organismo del que era parte Padilla, comentó: “la Academia en su conjunto está en verdad consternada. Es lamentable la muerte de cualquier académico, pero en el caso de Ignacio Padilla, que era un hombre que estaba en pleno desarrollo, que había alcanzado apenas su madurez y que prometía muchísimo, pues es todavía más lamentable. Al carácter de gran escritor de Padilla hay que sumar que era un hombre de una tranquilidad, bonhomía e, incluso, humildad dignas de ser reconocidas”.

Publicado en La Razón
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