El Brasil antropófago

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Por Fernando Chávez Espinach

La línea más célebre del Manifiesto antropófago es: “Tupy or not tupy, that is the question”. Los tupíes eran uno de los pueblos indígenas más extendidos de la costa brasileña al momento de la colonización europea; poco a poco, la esclavitud, la dominación política y cultural, y enfermedades europeas recién traídas acabaron por dispersarlos y enviarlos en múltiples direcciones, lejos de sus hogares. La historia de América, repetida mil veces.

Algunas ramas de los pueblos tupíes, guerreras por tradición y necesidad, practicaban el canibalismo ritual como acto de guerra. Muchos años después, en 1928, el poeta Oswald de Andrade rescataría y transformaría el contenido político de esa práctica en su Manifiesto . En ese influyente texto, uno de los pilares del modernismo brasileño, el canibalismo es la “única ley del mundo”.

La fuerza de la cultura brasileña, quería decir Andrade, estaba en comerse a otros pueblos, a otras gentes, otras voces. “Tupy or not tupy” devora a Shakespeare para transformar el soliloquio de Hamlet en una pregunta sobre el ser cultural de un pueblo. Y así con la música, las artes visuales, la poesía, las formas de expresión de Europa, de África, de los pueblos autóctonos del vastísimo país y del resto de Latinoamérica. Brasil, el gran devorador.

Es un cliché reducir Brasil a samba, favelas y carnaval. También es un cliché seguir diciéndolo: cualquier persona atenta a la cultura sabe que el país contiene océanos, los cuales, por infinidad de razones, no hemos aprendido a navegar.

Hay miles de ventanas para asomarse a la cultura brasileña: quizá una de las que ofrezca una vista más amplia sea la “antropofagia”, un concepto que sigue muy vivo e inspira todavía todo tipo de reflexiones urgentes y debates filosóficos.

Hambre de cambio

“Solo el canibalismo nos une. Socialmente. Económicamente. Políticamente”. Por las siguientes décadas, esta visión del Brasil, la cultura como una práctica caníbal, sería la base de muchas exploraciones más allá del modernismo.

De familia aristocrática, Oswald de Andrade se nutrió en su juventud de las vanguardias de Francia e Italia, y regresó a Brasil ávido de plantearse nuevas formas de entender la producción artística local. Contra la tradición eurocéntrica heredada de la colonia portuguesa, opuso su visión primitivista, preocupada por la recuperación de las expresiones autóctonas.

Tal postura es problemática también, pues, aunque rehúye del pensamiento colonial, corre el riesgo de caer en ideas románticas sobre lo “nacional”. Esa tensión resultó productiva: el Manifiesto antropófago , en una serie de aforismos cargados de alusiones a mitos y textos de Europa y América, instiga a romper con las estructuras de pensamiento previas –la ropa, el matrimonio, la gramática–.

“Queremos la Revolución Caraiba”, dice mezclando a tupíes y caribes. “Más grande que la Revolución Francesa. La unificación de todas las revueltas eficaces en la dirección del hombre. Sin nosotros, Europa no tendría siquiera su pobre declaración de los derechos del hombre”.

Este es un reclamo, una amenaza, un reto. Propone devorar lo extranjero para crear algo nuevo: no borrar la historia y regresar al pasado, que es imposible, sino digerir todo lo extranjero, transformarlo. Brasil es cultura indígena, pero también africana y europea: tal mezcla solo es posible en proceso constante de devoración entre cada una de las partes.

“La antropofagia oswaldiana debe ser vista como una estrategia creativa, cuyo objetivo era cuestionar las bases políticas-económicas-culturales impuestas por el colonizador en nuestro medio artístico e intelectual”, explica Ana de Oliveira en el sitio de su proyectoTropicália .

A este uso de la palabra “antropofagia”, el curador e historiador de arte Paulo Herkenhoff lo considera parte de una “estrategia de emancipación cultural”; es decir, “una metáfora visceral y provocadora de consumo y renovación que describe relaciones de poder e influencia”, como escribe Marie Carter en The Brooklyn Rail .

Caleidoscopio

Como concepto y breve movimiento, la antropofagia sería una de las grandes inspiraciones del tropicalismo (Tropicália), ese cruce de política radical, estética kitsch y poesía combativa que en los años 60 popularizó a la gran generación de cantautores (Caetano Veloso, Tom Zé, Gal Costa, Gilberto Gil, Os Mutantes).

Al escuchar con detenimiento el propio manifiesto musical de esos cantautores, el álbum de 1968 Tropicália: ou Panis et Circencis , se comprende mejor la desestructuración casi anárquica que este movimiento emprendió (en plena época de la dictadura militar).

Como acto de canibalismo cultural, el movimiento incluso recuperó a una figura tan contradictoria como fascinante, la diva brasileña de Hollywood Carmen Miranda, cuya exuberante presencia y coronas frutales estamparon una imagen reducida de Brasil en la conciencia pop; sin embargo, esa reina tropical, a su vez, es pura dignidad, sensualidad poderosa.

Sambas, bossa nova , jazz , boleros y rock psicodélico redibujan lo “brasileño” en 12 canciones, reimaginan lo local y lo global; es una música compuesta de manchas de distintas culturas, como una acuarela en la cual los colores se confunden para crear nuevas tonalidades sobre una inmensa superficie en blanco.

La antropofagia, comprendida de nuevas maneras, influyó en la obra de artistas visuales, algunos de ellos con amplia fama internacional, como Hélio Oiticica y Lygia Clark.

También estuvo al fondo de las inspiraciones del cinema novo , la corriente revolucionaria del cine brasileño que, entre neorrealismo italiano, militancia popular y política y lo ‘real maravilloso’ intrínseco de América, llevaron al frente de la cinematografía mundial a realizadores como Glauber Rocha y Nelson Pereira dos Santos en las décadas de los años 50 y 60.

“Investigamos las tradiciones literarias y musicales brasileñas y descubrimos que el estilo tropicalista tenía un infinito rango de posibilidades para comunicarse con el público a través de un lenguaje muy agresivo, muy violento, que deriva de cierto tipo picaresca comedia urbana”, dijo Glauber Rocha en una entrevista recopilada enCinema and Social Change in Latin America. Conversations with filmmakers .

¿Por qué continúa gozando de fuerza ese concepto? ¿Cómo podemos entenderlo hoy, para explicar tanto el Brasil de ayer como el futuro?

Hace unas semanas, la poeta y compositora Beatriz Azevedo se propuso recuperar ese legado radical del Manifiesto , transformarlo para una era que olvida cuanto pasó ayer. “Hubo una simplificación excesiva”, dijo a la Folha de Sao Paulo .

“Se ha llegado a asociar la antropofagia con la mezcla entre lo gringo y lo brasileño. Solo que la globalización es ‘bajo canibalismo’: es devorar para obtener lucro. El canibalismo es anticapitalista”, dice en su palimpsesto, un texto que devora, aforismo por aforismo, el manifiesto original.

Leído en la distancia, empapados de muchos años de pensamiento poscolonial, la antropofagia brilla en una nueva luz, capaz de abarcar prácticas artísticas e intelectuales de carácter radical y combativo, y de potenciar la elaboración de nuevos collages emocionales y estéticos, esa gran cazuela de afectos, ideas y sensaciones que es un país como Brasil.

“Si Oswald estuviese vivo, estaría ligado a la cultura digital. Es antropofágica la idea de cuestionar la autoría de una obra, de que todo puede ser compartido y deformado”, opina Azevedo.

Modernidad, folclor y cultura popular; indígenas, esclavos, colonos y migrantes; esa receta resuena en otros países latinoamericanos. Hoy, volviendo a ver a Brasil, podríamos imaginar manifiestos antropófagos que diesen cuenta de cómo nos comemos en otros rincones de América.

Publicado en La Nación

Manifiesto Antropófago

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